El voto de las sectas destructivas

 En Cantabria, según escuchaba esta mañana muy temprano en Hoy por hoy de la SER, ha subido el  índice de pobreza 5 puntos en solo un año. El 70% de los hogares tienen dificultad para llegar a fin de mes. No son las tasas más altas de España, incluso está Cantabria por debajo de la media. Sin embargo, Cruz Roja ha contado, alarmada, que a estas alturas del año, Mayo, ya ha atendido al mismo número de personas que en todo 2013. La mayoría son por carencias alimenticias. En las elecciones del día 25 ganó el PP: le votaron 74.379 individuos. Aunque muchos de ellos -no todos, seguro- lleguen a fin de mes sobradamente, su vida también se degrada con el deterioro de la vida de quienes les rodean. Tarde o temprano sucede. Por no conocer la gestión que avalan no es. A ellos, a los empecinados votantes cántabros del PP, dedico, como símbolo, este artículo que publico en eldiario.es. Casi como ejemplo al azar pero evidente. Respetando su voluntad, aunque tratando de analizar su actitud.

Theon Greyjoy de Juego de Tronos que deviene en el personaje de Hediondo tras ser torturado

Theon Greyjoy de Juego de Tronos que deviene en el personaje de Hediondo tras ser torturado

Sí, algo está cambiando. El bipartidismo se ha llevado un sonoro batacazo. Esperanzador resulta como promesa de renovación el triunfo de Podemos en España o de Syriza en Grecia. En el conjunto de Europa se produce un voto de castigo a la política tradicional –bien es verdad que en algunos casos con tintes altamente preocupantes-. La llave sigue estando, sin embargo, en manos de las sectas destructivas de la sociedad. Y son capaces no solo de mantener la degradación actual sino de incrementarla como indica el resurgimiento del fascismo votado en las urnas.

 “Somos los únicos que hemos ganado de todos los que han hecho reformas en Europa”, repiten en un PP que ha perdido un tercio de sus apoyos y 8 diputados. Pero tiene razón, han sacado más votos que el PSOE, el partido que realmente cae en barrena. No tanto por los porcentajes que son similares a la otra pata del bipartidismo,  sino porque este resultado se produce estando presuntamente en la oposición y con las políticas de destrozo seguidas por el PP, conocidas por el eufemismo de  “reformas”.

 3.981.956 individuos han votado al PP. Evidentemente hay entre ellos beneficiarios de sus actuaciones, pero en un número necesariamente reducido porque el pastel no es de proporciones infinitas. En consecuencia existen en España casi cuatro millones de personas que avalan cuanto hace el PP, sin preguntarse nada más.

 Dada la parquedad que con la realidad de este partido emplean los medios grandes, insistiré en un repaso –siquiera somero- de sus hitos reseñables. Se trata de una organización con Caja B y sueldos B procedente de donantes contratantes de obra pública, como ya ha certificado el juez instructor de la causa por corrupción de Gürtel/Bárcenas. Un partido que ha dado tales hachazos al Estado del Bienestar español que resulta irreconocible. Concretamente, el daño inferido a la sanidad pública –que era de las mejores del mundo- ocasiona ya víctimas reales y los repagos han convertido la salud en producto de consumo sujeto a precio y vaivenes del mercado. Los daños ocasionados en los derechos laborales son prácticamente irreversibles. El tandem interior/justicia se ha empleado a fondo en modificar los códigos con leyes francamente represivas e involucionistas. Y de sus acciones contra la mujer baste de ejemplo la elección de un candidato machista de manual que, por cierto, sale ya tan campante para Europa en nuestra representación.

 Todo esto y más lo aprueban y secundan casi 4 millones de personas. Individuos aparentemente normales se comportan de forma que daña al conjunto de la sociedad. Es verdad que en sus feudos tradicionales, Madrid y la Comunidad valenciana, los apoyos al PP han bajado casi a la mitad. También en Galicia sufre un importante retroceso. Pero todavía hay en esos lugares tan asolados quien va a una urna y dice: venga, adelante con ello.

 Las sectas destructivas no funcionan con lógica, les han programado para comportarse como soportes del líder al que siguen ciegamente. Para justificar sus atropellos con inverosímiles argumentos que en muchos casos ofenden a la inteligencia. Para amar a sus verdugos aunque llegaran a ejercer sobre ellos la tortura, y sin siquiera ser conscientes de ello. El personaje de la realista serie Juego de Tronos, Reek, Hediondo -desollado y mutilado, alojado entre los perros- que venera al tirano, sería un símbolo muy gráfico. Llevado al extremo, naturalmente.

 Por supuesto las sectas destructivas se dan, con mayor o menor nivel de abducción mental, en otras formaciones. En quienes buscan justificaciones a derrotas empecinadas como ocurre en seguidores del PSOE. En ese clima, Rubalcaba que se va diciendo que el nuevo Congreso seguirá el trabajo. ¿Ha entendido bien lo que pasa? ¿Lo han entendido sus compañeros? O entre quienes consideran un buen resultado el obtenido por Izquierda Unida que, ni con la debacle del PSOE y aun subiendo, consigue siquiera el  resultado de 1994: 13,44% entonces, ahora 9,9%. Su quinto puesto en la Comunidad de Madrid es definitorio. Izquierda Unida debe hablar… con Izquierda Unida en primer lugar.

 Mucho más terrible aún es el ascenso de la extrema derecha en Europa. Esa Francia que, con el Frente Nacional, emprende una contrarrevolución bajo el lema: Répression, inégalité,  haine et impunité ( Represión, desigualdad, odio e impunidad).  Dinamarca, Finlandia, Grecia, Hungría, Reino Unido, o Alemania con un escaño para un  partido directamente nazi, dibujan el desolador panorama.

 ¿Un voto de castigo? ¿A quién? ¿A ellos mismos? Les han programado para olvidar quiénes causaron la crisis, ya no se habla de los poderes financieros. Ni de las ayudas de dinero público que se les ha dado para mantenerse. Ni de las condiciones privilegiadas de las que gozan en sus préstamos. La culpa la tiene, oh, milagro, el pobre que vino en patera, o saltando una valla de cuchillas, a buscarse una vida mejor. Con enorme valentía, frente a la poca airosa actitud de los culpables de la crisis. O de quienes secundan desde sus casas la descomunal estafa. Votándola o absteniéndose como hicieron la mitad de los españoles y la mitad de los europeos.

 ¿Y quién programa a las sectas destructivas incapaces de ver la realidad?

  En algunas formaciones son simplemente sus líderes o la endogamia que les hace dar vueltas a una habitación sin ventanas a la calle. Pero el mayor peligro para la sociedad está en esas masas de abducidos que cierran los ojos ante toda amenaza aunque –como la peste fascista elegida en las urnas este 25 de Mayo- augure tiempos mucho peores. Los que se vivieron en los años 30 del siglo pasado. No es una entelequia: están aquí, los han votado personas como Usted o como yo.

 La historia estudiará la enorme responsabilidad de los medios de masas en la programación de la sociedad. Hurtando la realidad. O los datos objetivos que forman criterios. Inyectando –como el atracón de fútbol servido este fin de semana en particular por la televisión pública- evasiones que les liberen de pensar y les induzcan vivir despreocupados hasta de su propia vida. Con algunos de sus debates distorsionadores. Señalando a quien odiar. Alentando su pasividad.  Con su frustrante modelo social. Con pocos escrúpulos éticos.

Ejércitos organizados de zombies ya comienzan a atacar el espectacular éxito de Podemos. Les ha descolocado. Podemos, claro que Podemos. Queremos, debemos, es nuestra obligación imperiosa, desprogramar a las  sectas destructivas. Por el bien de la propia sociedad. Se hace con información, educación y apelando a su dignidad. Algo está cambiando, desde luego. Si a mejor o a peor dependerá de nosotros. Lo último, mirar cómo otros deciden la historia.

 

¿Cuántos botones estamos dispuestos a apretar?

desenchufado

El español era hasta hace muy poco el quinto sistema de salud más eficiente del mundo, pero las noticias sobre su profundo deterioro son cada día más alarmantes. Sobre todo se aprecia un profundo cambio de concepción: hay que guiarse por criterios de rentabilidad y no todos los ciudadanos merecen el gasto de curarles. Lo incomprensible sigue siendo por qué lo acepta la sociedad.

Fuentes médicas alertan de instrucciones en el Hospital de Toledo para no ingresar a los mayores de 80 años, dos ancianos murieron en pasillos en ese mismo centro en diciembre. Crecen las denuncias por el aumento de las listas de espera, por el traslado de enfermos a la sanidad privada, por la privatización encubierta. Hasta por trampas como la de ofrecer el adelanto de una operación pagando más de 9.000 euros. Podrán marear los datos pero uno elige los que presentan mayor verosimilitud y proceden de fuente fiable y rechaza la propaganda. Desde el poder están hundiendo la sanidad pública.

Los profesionales libran una dura batalla. Saldada con éxito espectacular en Madrid al lograr detener la privatización de 6 hospitales. La maquinaria arrasadora continúa, sin embargo. Al punto de que algunos médicos, metidos a gestores, se están dejando influir en toda España por la política del recorte. Ya afinan presupuestos y deciden que los tratamientos caros no se pueden malgastar en ciertos pacientes. Ya dicen que no llegan los recursos para proporcionar a todos lo que precisan. Parece que no se preguntan qué viene después, qué vida les espera.

Se empieza con los ancianos y débiles, se sigue por los malos pacientes que no tienen un estilo sano de vida frente a los buenos que se cuidan, se pasa a distinguir entre enfermedades caras y baratas, y se continúa –se está llegando ya- con los pobres, con los que no pueden pagar y repagar. El neoliberalismo ha abierto una especie de cámara de gas para las víctimas del sistema. Los sanos y ricos –clase que consideran superior- se libran de ella.

De alguna manera, la mayor parte de la sociedad está aceptando que la tijera ha venido para quedarse y anda “ahorrando”. Sin preguntarse qué ha cambiado en realidad a partir de aquél día que nos contaron que una financiera norteamericana, Lehman Brothers, quebraba. Desde una comunidad de vecinos a lo vital como es la salud, todos recortando gastos… o inversiones en los seres humanos. El gasto se pierde, la inversión en salud o educación por ejemplo es una ganancia de presente y futuro.

¿Crisis? Esto es un plan perfectamente diseñado para que unos pocos se enriquezcan obscenamente a costa de la mayoría de la población. En eso y nada más se basa el sistema. A eso y nada más se encaminan todas las reformas y se entregan nuestros derechos. Los recortes en prestaciones esenciales se van a pagar esa deuda pública, por ejemplo, que Mariano Rajoy ha aumentado del 68.5% al 94% en un tiempo récord. Nadie en la historia logró semejante récord, y ahí está él y están sus voceros diciendo que España va como un tiro.

La gente sabe y siente que su vida ha empeorado y mucho. Descerebrados que atribuyan a Zapatero esta bancarrota, posterior incluso en dos años a su gestión, ya van quedando pocos. Y así  llegamos una y otra vez al mismo punto: ¿por qué se acepta? ¿Por qué se acepta si nos va la vida en ello?

Habrá que recurrir a la psicología, más allá de todos los condicionantes que nos marcan históricamente.  A aquel experimento revelador de Stanley Milgram, publicado en 1963, en los tiempos en los que indagar en estos comportamientos importaba. Un estudio con voluntarios en los que el maestro –que es en realidad el sujeto analizado- llega a infligir insoportables dolores alalumno que yerra. Escuchando sus gritos, alguno quiere parar, pero le ordenan que siga y continúa apretando el botón de las descargas eléctricas. El 65% de los participantes llegaron a aplicar 450 voltios a sus víctimas aunque se sintieran incómodos al hacerlo, aunque los vieran fingiendo –eran actores- estertores. Ni uno solo de los convocados exigió detener el estudio. La autoridad le mandaba seguir. Y lo hacía. Como lo habían hecho los alemanes ante el nazismo.

Y como explicación complementaria alguna variante de la indefensión aprendida, aquellos perros que otro psicólogo, Martin Seligman, demostró incapaces de saltar una pequeña valla que les libraba de descargas eléctricas arbitrarias.  La pasividad, el sentimiento de impotencia, subjetivo,  ante los atropellos que uno cree no puede cambiar. Esas personas que aceptan cuanto castigo tengan a bien inferirles como está ocurriendo ahora. También aprietan botones de dolor y muerte. No solo para sí mismos, para otros.

Todo el que hoy se inhibe está dejando sin cama a los mayores que acuden al hospital de Toledo, está dejando morir a ancianos en los pasillos, prolongando las listas de espera, matando a los que vayan quedando fuera del círculo de los buenos pacientes para el neoliberalismo. O los buenos estudiantes dóciles. O los niños de buena familia. O los corruptos cum laude autores del diseño.

¿Dónde para esta deriva? ¿Cuántos botones más estamos dispuestos a apretar?

*Publicado en eldiario.es

Y añadiría este estudio que acaba de salir publicado. 

La mitad de los españoles cree que sus condiciones laborales en prestaciones sociales, servicio médico y vacaciones empeorarán en el futuro. Que «habrá que trabajar más horas, ganando lo mismo».

El 57,1% de los entrevistados tiene problemas para hacer frente al pago de las cuotas de la tarjeta de crédito y a la devolución de otros préstamos no hipotecarios. El  80,6% reconoce problemas para el pago de facturas y compromisos similares y un 76,4% sufre porque no se considera independiente financieramente. Las dosis de estrés que revela el estudio de una compañía aseguradora, Genworth,  son muy notables, pero…

Los españoles que amaban volar sin alas

Cada día la pocilga moral en la que vivimos se llena de más miserias. Llueven con tal intensidad que parece horadan hasta los techos del Congreso que ha costado más de 4 millones reparar. La contrata se adjudicó en procedimiento “negociado sin publicidad” – nos cuenta eldiario.es– a una empresa de Florentino Pérez, concretamente a Dragados. La misma persona que preside el Real Madrid y que trajo de vuelta del fiasco olímpico en su jet privado al heredero de Aguirre en la Comunidad de Madrid, Ignacio González. Cosas de gentes bien avenidas. ¿Y qué hacemos? Estamos tan tristes que nos merecemos una alegría. ¿No nos dicen también eso? Cuidado con las que vienen envenenadas.

Necesitamos ilusiones para vivir. Y es tan rigurosamente cierto que contar con metas alentadoras se considera un factor de salud, algo que incluso ayuda a prolongar la vida. Así lo mantiene el cardiólogo Valentín Fuster, en línea con otros expertos. Llamémosle felicidad, frente a tristeza que es lo que hoy nos embarga como pueblo. Pero el concepto ilusión remite de entrada a algo “causado por engaño de los sentidos” sin fundamentarse en verdadera realidad. Ahí es donde muchos españoles se apuntan con fruición y, sabedores de ello, políticos desaprensivos o tan ilusos como ellos –que en su caso tiene mayor delito-.

Se nos suele educar así y no hemos madurado. Son esos padres que le dicen al niño que llora porque le impiden coger un objeto que puede dañarle que se lo darán “luego”.  Hasta los más pequeños deben saber que hay límites, cosas que no se pueden hacer, y entienden un tono razonable aunque por su edad no comprendan las palabras.

A los ciudadanos adultos que no usan su cabeza les están practicando la misma técnica: luego tendrás lo que quieres. Está más allá, solo un poco más allá, ánimo ya andamos cerca.

Nos ha pasado con el patético episodio de Madrid 2020 como ejemplo de una tendencia en alza.  Cuanto peor estamos los españoles, más nos “ilusionan” con metas que nunca terminamos de alcanzar. La habitual maquinaria de propaganda mediática del PP vendió la casi certeza del triunfo olímpico. Con un despliegue absolutamente desproporcionado. Lo peor es que lo hace a diario con cuanto conviene difundir al poder. Y tan humo era aquello como la recuperación que anuncian con banda de música y espasmos de admiración mundiales. Entendámonos, las anotaciones macroeconómicas que dicen mejoran no sacarán del hoyo a los ciudadanos.

Y, aún así, golpe tras golpe, algunos parecen incapaces de asimilar que no se puede andar en el engaño permanente. Ni exculpándose en enemigos y yerros fuera de los propios, invariablemente. Ni aguardando que cure el dolor la próxima maravilla imaginaria abriéndose paso sobre nubes de colores.

Pero es que necesitamos una ilusión, “creer” en algo bonitoAdemás, la fe mueve montañas. Bueno, poner empeño en un proyecto ayuda infinitamente más que quedarse quieto, pero son indispensables las bases sólidas y las estrategias. No resulta volar sin alas. Una plataforma que planea, o un prosaico motor son más seguros. De intentarlo solo con fe, creencia e ilusión el resultado más previsible es un solemne batacazo.  Mayor, cuando menor rigor en las previsiones se acumule.

En el desconcierto, muchos ciudadanos infantilizados ya no es que necesiten ilusiones es que directamente prefieren que les engañen, autoconvencerse de mentiras, vivir en el error. Ése que convive con amargas circunstancias que se ocultan bajo la cama y emergen en noches de pesadilla. La mentira como “valor de supervivencia”… hasta el despertar en llanto.

Gozó de gran predicamento la película de Roberto Benigni “La vida es bella”, ganadora de un Oscar en 1998. Suelo citarla. Tan tierna ella con ese niñito al que engaña su padre para que no sufra el confinamiento y la persecución nazi . Pero ¿Hasta dónde se puede mantener una mentira? El crío despierta abruptamente del sueño: ha de encajar la muerte del padre al que no verá más, y que no le ha preparado para la realidad.  Siquiera un poco, un aviso, una pista, algún instrumento útil para afrontar la vida sin su apoyo.

La justicia poética que el COI nos brindó al mostrar que todo no cuela, que con estos mimbres este no es un país fiable y que fuera se leen periódicos, abre una ventana. Esta cueva de putrefacción que nos acorrala solo se ve admisible aquí, entre los que creen en cuentos de hadas. Ya falta menos, por tanto, para que los españoles inmaduros también espabilen. Igual un día también les da por informarse y hacer uso del raciocinio. Causa perplejidad que se tolere semejante ciénaga, dejando que todo transcurra como ni nada ocurriese.

Necesitamos alegrías para vivir, sí; robar la felicidad, es robar vida. Ciertas. Con cimientos sólidos. Con metas posibles y un poco más. A las que sin duda echarles ganas y coraje. Y humor e imaginación. Luchar por un país maduro que de una santa vez tenga un proyecto de desarrollo, goce con la educación y la cultura y erradique todas las corrupciones. Hasta la que pervierte el pensamiento. Una nube de ilusos sin alas cubre el horizonte buscado. Suelen caerse y magullarse pero la caspa patria hace germinar muchos otros de nuevo. La lógica permite albergar la confianza –que no la ilusión- de que se producirían cambios fundamentales solo con mejorar el sustrato.

*Publicado en eldiario.es

Las colas, lugar de máxima identificación de percebes y salmones

2013-05-30 15.06.35 (2)

Percebes y salmones se diferencian hasta en los aspectos más intrascendentes de la vida. Aquí tenemos un ejemplo. Llegada del tren a la estación. Ésta es Atocha, en Madrid. Hay dos escaleras para salir. Una cerca, la primera que encuentras. Está abarrotada. La segunda, a la derecha, un poco más allá, permite caminar sin agobios por el andén y subir también holgado. Esta escena se repite una y otra vez, en todos los viajes.

E igual sucede con las partidas. En los accesos a las estaciones de tren o en los aeropuertos que, muchas veces, terminan por habilitar una segunda mesa de recepción de billetes. En la fila larga están los percebes, en la corta los salmones. Estos miran primero si se han dispuesto dos, y se dirige adonde menos personas haya. Las colas es un lugar de máxima identificación de percebes gregarios: siempre van a donde van los demás. Por la ley del mínimo esfuerzo. Porque les gusta estar en piña.

Evidentemente el espíritu salmón hace todo lo contrario. Utiliza los recursos disponibles. Por eficacia y porque detesta el hacinamiento.

Estas actitudes opuestas se reflejan como cabe deducir en cuestiones fundamentales para la colectividad. Con resultados dramáticos en tiempos como los que vivimos. El percebe no mueve un dedo por su inactiva, espera que los problemas se resuelvan solos y, si no lo hacen y vienen mal dadas, “aguanta”, se sacrifica. El salmón hace de su vida una lucha por resolver los escollos y llegar a la meta que se ha propuesto.

Todo esto y mucho más es el espíritu de mi libro Salmones contra Percebes. Si no lo has leído, si no lo has recomendado, ya tardas.

El percebe pertenece a la categoría de los idénticos, la que construye la gran masa humana. Casi indistinguible de sus congéneres, intercambiable, buscando cobijo a la sombra de los poderosos sin molestar, huyendo de heroísmos. El percebe carece de aristas definitorias. Su perfil no rompe las monotonías. No suele construir. Nadie hablará de ellos cuando hayan muerto, porque tampoco se habla demasiado de cada uno de ellos mientras viven. El salmón, en cambio, pertenece a los iguales. A los que levantan la cabeza y aguantan la mirada. A los que dejaron de ser súbditos por méritos propios y viven con pasión su calidad ciudadana. A los que huyen de las invisibilidades y protagonizan la historia.

Afectos

Hace muchos años leí acerca de un experimento psicológico que se había realizado en una Universidad norteamericana –cómo no- que me pareció curioso. Cada alumno anotaba los compañeros por los que sentía aprecio, y los que creía sentían aprecio por él. Y no coincidía. Coincidía muy poco. Gente a la que creían “caer bien” no contaba con ellos en absoluto. Sus afectos no eran correspondidos. Lo que no incluía la referencia era la conclusión práctica de semejante decepción.

 Lo he recordado muchas veces. Y más, quizás, estos días. Por muchas razones. Porque estamos dolidos de las continuas putadas del PP –y no uso eufemismos porque cualquiera sería demasiado suave para que dejara “a gusto”-. Y en esas circunstancias cualquiera está más sensible. También a veces confluyen circunstancias evidentes. Y a la vez, cuando uno cumple años,  descubre cosas, por muchas que sean las fechas en las que ha sucedido ese mismo aniversario. Los que llegan incluso por sorpresa, con enorme cariño que no se espera. Los que faltan. Aunque sean muchos más los venidos y bienvenidos. Y sus “detalles” enternecedores.

 Dejo por un día las tropelías a los parados y jubilados que perpetró el último consejo de ministros del PP, por mucho que sean auténticamente miserables. La confirmación facinerosa de la UE que ya aprieta a un nuevo país, Chipre, que llega a sacar directamente el dinero de las cuentas corrientes de sus ciudadanos para pagar los fiascos de los bancos de marras. Lo dejo para hablar de los afectos.

 El refrán “No ser profeta en tu tierra” nació probablemente en Aragón. Así me siento yo con esa comunidad en la que nací y que no deja de mostrarme su ninguneo. La Asociación de la Prensa de Aragón me concedió en 2008 un premio muy bonito. Realmente emocionante por lo que argumentaba. Pero eso ha sido todo. Absolutamente todo. Se van a los confines del planeta si hace falta para buscar quien les hable por ejemplo de temas que una cree dominar y ser relevante en ellos. Por no decir más –que podría-, en la famosa Expo pasó medio mundo por allí y a mí ni me sugirieron acercarme a visitarla. Es una queja tonta pero surge de días… tontos.

 Luego está esa sensación de los afectos no correspondidos. De las valoraciones no correspondidas. La de tener que estar empezando una y otra vez “a ganarse el puesto” en cualquier lugar que se vaya. Esa nota que uno escribe con nombres y que no encuentra el suyo en la otra. Como en la Universidad norteamericana.

 O gente que llega a mentir y desfigurar logros, probablemente por la turbación de sus propias contradicciones.

 La mayor parte de la gente a la que quiero, me quiere también. Y lo demuestra. No hay problema. Y, sin embargo, se añade esa reflexión: por qué se tiene en cuenta siquiera esas gotas aisladas de quienes no te corresponden. En el amor sentimental, locura transitoria, esto se da de forma desorbitada: llorar por quién te ha plantado. Hace falta ser tonto. No es lógico. Lo sensato es poner el puente de plata que se inventó para estas contingencias, con un delicado empujoncito que acelere el viaje. Complicados que somos los humanos. A veces. Cuando pasa la nube. Menos mal que de habitual escampa.

 En RNE hice –con Concha Villalba y José Antonio Rodríguez- un programa bastante singular en el que, por ejemplo, analizábamos racionalmente los afectos. No todas las personas tienen la misma capacidad de sentir, nos dijo un profesor español, una eminencia, a quien llamamos a Nueva York, dado que trabajan allí en la eterna fuga de cerebros española. Ni recuerdo el nombre aunque podría buscarlo. Es decir, hay gente que es incapaz de sentir apenas un afecto, salvo por él mismo, claro está. Lo malo es que esta sociedad está perdiendo la empatía social también. Acorralados por alimañazas de distinto pelaje, la mayoría se refugia en sí mismo sin dolerse de lo que le ocurre al prójimo, incluso cuando ha sido por su causa, por una decisión electoral equivocada fruto de su poco juicio. Complicados que somos los humanos. Ya digo 🙂

 Fin de semana y puente. Me puedo permitir la licencia de este texto ¿Verdad?

La acumulación de rabia

Un coche, un SEAT Ibiza, circula por una calle de Madrid. En un semáforo, una pequeña motocicleta se para a su lado y en ella viajan dos jóvenes. Roban por la ventanilla el bolso de la conductora depositado en el asiento. Ella, de 30 años, no se arredra y les persigue. La scotter derrapa, el coche se precipita encima y resulta muerto en el acto uno de los jóvenes, de solo 25 años. El otro huye. La conductora puede ser acusada de homicidio imprudente.

Así pudieron suceder los hechos, según leo en las noticias de prensa. Un chico fallecido, una mujer debe hacer frente a la acusación de homicidio y a su conciencia. Por un bolso. ¿Solo?

A menudo nos encontramos experimentando reacciones muy primarias al volante de un vehículo. Hace pocos días, un movolúmen muy ostentoso me aprisionó en el aparcamiento de un gran centro comercial porque quería el sitio al que yo había llegado primero. Al punto de que para evadirme rocé la chapa que acababa de arreglar. La sujeta que comandaba el “tanque” se comportó con gran altanería, me llamó imbécil y me dijo que si no estoy capacitada para conducir no lo haga. Saqué una foto de su matrícula para denunciarla. En ese momento, hubiera querido desde luego que descargara sobre ella un tornado. Y… a mí apenas me importa mi coche. Me sirve para trasladarme y punto.

Se ha estudiado cómo el conducir refuerza los instintos primarios, envanece, da una falsa seguridad, y anula por tanto la lógica y la razón. Vuelvo al suceso de Madrid. Morir por robar un bolso, matar –accidentalmente o no- por haberse visto agredida. No sé en qué circunstancias se encontraban ambos. Precariedad en el uno con alta probabilidad, ¿ira acumulada en la otra?

Pensaba escribir hoy sobre los preocupantes e incongruentes ataques al periodismo. Os dejo la historia que resumió Nacho Escolar en línea con lo que yo pienso del caso: un periodista griego se enfrenta a pena de prisión por publicar una lista de defraudadores de Hacienda de su país que circula desde hace años sin que haya tenido consecuencias. Al final las ha tenido para él. Y para el empleado bancario que quiso se conociera, afrontando riesgos. Está preso en España. Cada día nos agobian a todos los exabruptos, las majaderías, los atropellos que nos perpetran los políticos. Me produce arcadas ya no solo ver y oír esos ataques a la inteligencia –lo hablamos hace unos días- tan solo mencionar los nombres de los autores. Estoy, estamos, hasta el mismísimo moño de que nos engañen, nos insulten, nos roben hasta la dignidad. De ver a deficientes mentales con un poder inmenso en las manos, incluso sobre nosotros. De la inhibición de la masa tonta y egoísta que los sustenta.

Cada día nos enfrentamos a la realidad con una insólita acumulación de rabia. Y puede llegar a sacar lo peor de nosotros mismos. Con un arma en la mano, la que sea, el coche lo es, podríamos llegar a aniquilar a quien con tanta impunidad nos agrede. Los resultados son fatales.

Debemos cuidar los bajos instintos. Desterrar la venganza, pero luchar por la justicia. Mantenernos templados y lúcidos. Un hermoso día de lluvia, tras el maravilloso sol otoñal de ayer, invita a buscar la calma. Para ser más fuertes, la irracionalidad debilita.

 

Rajoy, atrapado por Hybris

Mariano Rajoy fue probablemente el primer mandatario español de la etapa democrática que llegó al Gobierno con el síndrome de La Moncloa incorporado. En realidad esa dolencia, de vieja raigambre, tiene nombre propio. La definió a la perfección un antiguo ministro de Exteriores británico y neurólogo de formación, David Owen, quien invirtió seis años en estudiar el cerebro de los líderes de la clase dirigente. Con los resultados, publicó un libro titulado “En la enfermedad y en el poder” (2008), que explicaba las razones para el desvarío de quienes alcanzan altas cotas de mando: el síndrome Hybris. Lo caracterizan la soberbia, la desmesura, y la huida de la realidad con mayor o menor intensidad dependiendo de la capacidad intelectual de la persona.

En la primera fase, aún fresco el recuerdo de cuando salieron del anonimato, de sus cátedras, de sus oficinas, les acomete la inseguridad, casi la incredulidad en su propia valía. En el caso de Rajoy, influyen además sus dos derrotas electorales frente a Zapatero y la larga espera que conlleva. Pero aquí surge una nube de aduladores que se apresura a convencerles de sus excelencias. La mayoría espera sacar provecho, aunque esa circunstancia ellos prefieren no advertirla. Es el momento en el que les invade la soberbia. 

El líder ya está seguroLe sobreviene así una exagerada confianza en sí mismo, ya no escucha ni a sus asesores ni a los ciudadanos, se cree en posesión absoluta de la verdad, con capacidad para hacer y deshacer según su voluntad y no reconoce sus errores. Rajoy añade la mayoría absoluta  –aunque se debiera a demérito del contrario– de la que no gozaron inicialmente sus antecesores. Ha sido su perdición: ya está en un tiempo récord atrapado por Hybris. No se digna a dar ruedas de prensa y, cuando tardíamente comparece, hace gala de una insólita prepotencia que evidencia aún más sus carencias. Y su pobre discurso de pretendida sencillez.

Lo peor es que aquel Mariano Rajoy que llamó “bobo solemne” a José Luis Rodríguez Zapatero, ofrece –junto a su equipo– una caótica cuenta de resultados: recesión, subida del paro, merma de salarios y bajada del consumo como consecuencia de la política de austeridad; recortes insufribles en servicios vitales como sanidad y educación, mientras se inyecta dinero público al sector bancario y se pasan por el arco de la impunidad flagrantes irregularidades. O la mala gestión del caso Bankia con la prima de riesgo a nivel desbordado de rescate. La excusa de la herencia se les agota por momentos. Tampoco gusta al ‘todo el mundo’ del presidente la involución ideológica que el Gobierno impone sin pausa.

Por eso, Rajoy camina aceleradamente también hacia la tercera fase del síndrome Hybris: la que desata el miedo a perder lo obtenido. En ella, todos son enemigos a evitar, incluso en los consejos. Quienes le contradicen “no saben lo que dicen”. Rodearse de mediocres en su círculo más cercano apenas atenúa su temor. El rival brillante precisa su desactivación por cualquier método. En su mismo partido –también en otros– hay clamorosos ejemplos, como el de Esperanza Aguirre y su “inexistente” trama para espiar a contrincantes de su formación.

Y luego, el consecuente enclaustramiento en la torre de marfil. Nerones, Calígulas, Claudios que se encierran en su castillo. El síndrome dela Moncloa, de Génova, de Ferraz, de la última planta de cualquier empresa. Por eso José Luís Rodríguez Zapatero dijo la noche de su primera victoria electoral: “El poder no me va a cambiar”. Por eso… tampoco lo cumplió.

Tarde o temprano, el varapalo de las urnas, el cese, la pérdida del poder en definitiva, sume al afectado por el Hybris en la siguiente fase: desolación, victimismo que achaca a la incomprensión, no acertar a creer ahora que “con todo cuanto ha hecho por su país”, reciba “ese trato”. José María Aznar paseó su rabia y su rencor por medio mundo, como clara muestra de ello. De Zapatero poco sabemos. Felipe González hace tiempo que lo ha superado tras enfrentarse a su jarrón chino. La enorme paradoja es el olvido que ha inundado la mente de Adolfo Suárez, el más vapuleado de los presidentes, el que más razón real tuvo para la desolación en su salida.

Hybris nació, como tantos otros conceptos fundamentales, en Grecia.  La vanidad desmesurada –que competía con los dioses– acarreaba un castigo que proporcionaba Némesis, la diosa de la justicia retributiva. Sin piedad, volvía al descarriado a los límites de su realidad. No se andaba con miramientos. Sus afectados podían llegar a ver cómo un águila se comía a diario su hígado –regenerado, inmisericordemente, por su condición de inmortal–, tal como le pasó a Prometeo, un buen tipo que osó invadir el terreno de la divinidad.

El cristianismo, en la misma línea, habla de pecado y opone sanción a la soberbia en forma de “pena” capital. ¡Quién lo diría! Incluso al ángel arrogante lo convirtieron en demonio, de forma expedita, y lo mandaron a los infiernos para siempre jamás. O los generales romanos que –con prudentes técnicas anticipatorias–, eran seguidos por una corte de esclavos, los cuales les iban repitiendo: “Memento mori” que significa “¡recuerda que eres mortal!”. No es necesario aclarar que no les hacían ningún caso. Véase Julio Cesar. La soberbia tapa los oídos.

El coro de aduladores y el propio envanecimiento siguen arrullando al líder en su jaula de oro, aunque la deriva de los hechos sea evidente y la calle vibre en indignación, en desesperanza o en resignada apatía. Rajoy ya carga con Hybris, creyéndose todavía investido para una misión histórica conferida a un ser superior. Todavía.

También, en Zona Crítica eldiario.es

Apoteosis de creatividad

Es de Andreas Hykade, diseñador de animación alemán, nacido en 1968. Y me ha llegado a través de esta página. Aparecen figuras que forman parte de nuestro imaginario y nuestros sentidos. Y luego… nacer, escindirse y fundirse, transformarse… ser o ya no ser. En fin que es casi como el test de Rorschach.

El salmón ya no remonta

“El salmón ya no remonta”, leo en este reportaje. Y me produce una cierta inquietud. Uno adquiere a lo largo de su vida extraños parientes con lazos más entrañables a veces que los de sangre. Y el salmón, en mi caso, se sitúa entre ellos. De hecho, he sido realmente consciente de esta cercanía al saber que está en peligro de extinción. Ha sido un titular de los que te salta ante los ojos.

Veamos, el salmón tiene la costumbre de nadar contra corriente, una agotadora tarea que, sin embargo, aborda con tesón. El 90% de los salmones patrios se encuentran en los ríos asturianos. De allí salen, aleteando por alta mar, para cruzar el Atlántico, llegar hasta Groenlandia y luego volver. Un viaje de envergadura. Antes, las dificultades se limitaban a los inconvenientes naturales que pudieran encontrar en tan largo periplo, ahora, la cosa se complica. El cambio climático ha aumentado la temperatura del agua, y no es lo mismo hacer ejercicio con fresquito que cociéndose, no conocemos el termostato de los peces pero podemos imaginar la situación. El ser humano ha añadido impedimentos: presas, turbinas y agentes contaminantes. Pase por sortear toboganes, sumideros y demás amenazas, pero poneos en la circunstancia del salmón: obligado a nadar sin descanso y ¡encima! medio envenenado por lo que ha ingerido. Poneos a bracear entre altas olas con gastroenteritis o similares.

Y falta lo peor: la pesca. Por si no tuviera poco, este animal es presa codiciada, no sólo como alimento, sino también como trofeo de los pescadores deportivos. El Gobierno de Asturias ha decidido que de Marzo a Mayo, va a imponer la “captura sin muerte”. Se le lanza la caña con el anzuelo, se apresa, fuera del agua nos hacemos la foto atestiguadora de la hazaña y luego devolvemos el ejemplar al agua. Parece que es práctica común en Europa, en la de más arriba. El gobierno de Asturias va a enseñar cómo desclavar el hierro para dañarle lo menos posible y que sobreviva en su vuelta a casa.

En fin ¡a ver quién nada así hasta Groenlandia! No es extraño que la población salmonera se esté diezmando. Son sabrosos y ricos en colesterol del bueno, del que equilibra la balanza, pero –aunque no de tanta calidad- también se producen en criaderos. Salmones sin ambiciones que no nadan contra corriente, ni cruzan el Atlántico –quizás porque ni se lo plantean-, y que, epsilones adoctrinados, se siguen unos a otros en manada gregaria.

El salmón ya no remonta, dice la inquietante noticia. Ésa era su principal característica. No sólo abrir caminos propios frente a la fuerza del agua. También “remontar”. Ser arrastrado por la dificultad pero saber superarla incluso para avanzar el doble. Solo que esa actividad continuada cansa. Puede llegar a agotar. Lo siento, colega pez, a ver quién puede más, pero maldita la gracia ¿eh?

La culpa y la responsabilidad

Tomo prestado el dibujo del blog de Nephtys

Una familia que luchó denodadamente con imaginación y trabajo por salir adelante. Malos tiempos iniciales acarreando como losas las miserias del país. Un día llega un premio, un primer lujo: una enorme radio que se coloca sobre un soporte en lo alto. Su emisión llena de sonidos maravillosos la casa, más allá de las canciones tarareadas. Del aparato pende el cable para enchufarla cuando toca. Con unos 5 años, quiero oírla y conectarla por mí misma. Subo a una silla, me tambaleo… y me agarro al cable en mi caída. La radio se estrella contra el suelo y se deshace. No son tiempos de compañías de seguros en España. No habrá más dinero para reponerla. Jamás he sentido mayor sentimiento de culpa.

Atención al sentimiento de culpa leo en El País pero al repasar las noticias más leídas. Es decir, el título ha atrapado a un gran número de personas por alguna razón. Y es fácil adivinarla. El artículo es un análisis profundamente lúcido en el que todos nos reconocemos -y lo que es más importante-, reconocemos a la sociedad en la que vivimos. Dice su autor, Xavier Guix, que en “el paquete evolutivo de nuestras emociones básicas, tal como investigó Paul Ekman (miedo, tristeza, alegría, desprecio, asco, ira y sorpresa) no se encuentra para nada la culpa, tratándose entonces de una emoción secundaria o elaborada socialmente”. Aprendemos a sentirnos culpables. Y la culpa –como todos los miedos- se constituye en un poderoso elemento de control social. Suscribo lo que dice Xabier para explicarlo: “Existen códigos, pautas, normas que no se deben transgredir porque, de hacerlo, no sólo aparece el castigo, sino, peor aún, el menosprecio de los nuestros, léase que no nos quieran, que nos alejen del grupo. Y ése es el peor de los miedos humanos”.

La radio en el suelo no fue mi primera pifia infantil. Me apasionaban los descubrimientos y no siempre resultaban bien. Ya había interiorizado el sentimiento de culpa porque había experimentado las consecuencias de investigaciones anteriores fallidas. Sé, por tanto, cómo lo aprendí. Y cómo lo liberé, sustituyéndolo por la responsabilidad –que es precisamente la conclusión del artículo-. Intentar hacer las cosas bien, lo mejor posible, aceptar fallos y errores como consecuencia del proceso, asumir los hechos con todas las consecuencias. Liberación parcial, porque la educación pesa, la propia y la de los otros. Y a menudo, se buscan atribuciones de culpas ante lo inexplicable. Y hasta pueden seguir calando.

Lo que ocurre es que vengo pensando y discutiendo mucho sobre cuestiones relacionadas. Un solo ejemplo concreto: tras una conferencia, pregunté a personas visiblemente conservadoras y defensoras del libre mercado, cómo podían explicar que ese sistema era justo cuando la mayoría de la población mundial –cuatro mil millones- se muere literalmente de hambre. Cómo en el país de la católica culpa, España, existe tamaña corrupción, tal saqueo de las arcas comunes de los ciudadanos, sin visible sentimiento de contrición. La respuesta a coro me dejó anonadada: «Es la maldad humana».

Y ya está. Por supuesto, ante “maldades humanas” convertidas en delito disponemos de los instrumentos de la Ley. A usar de forma exhaustiva hasta erradicarlas. El problema reside en esa culpa educacional que ata y somete a la sociedad. En la primaria justificación de que las desviaciones se deben a un maniqueísmo moral que sólo distingue entre el bien y el mal, e incluso otorga bondad y maldad con parámetros subjetivos. En que buena parte de los transgresores –los que meten la mano en el saco o los que manipulan a la sociedad- creen lavar sus culpas en un confesionario con la penitencia de tres “avemarías”. En que siguen siendo amados y respetados -en contra de la supuesta norma natural de la culpa- porque, interiorizado el «pecado», casi nadie lanza la primera piedra. Porque quizás no es cierto que el culpable sea proscrito como dice el canon, ni respetado quien intenta obrar con coherencia y rigor en aras del bien común.

  Ley y urnas -y no confesionarios- para atajar a los delincuentes de obra y palabra. Pero sobre todo -y siempre apelando al origen- educación. Edificar seres humanos libres y responsables.