Nube tóxica tras la «exclusiva» de El Periódico

La noticia es que un diario presenta un documento falseado, sin advertirlo, para poner en cuestión a la policía catalana. Afirma que recibió una información sobre el atentado de La Rambla sugiriendo que la ignoró. La noticia es que ese diario, El Periódico, hace pasar como  documento (y de la CIA norteamericana) lo que resulta ser la transcripción de una comunicación oral, según aclara el director una vez detectados sus errores de bulto. La noticia es que los Mossos afirman rotundamente en rueda de prensa inmediata: “Lo que ha publicado El Periódico es un montaje”. Y nadie lo lleva a titulares.

Lo clamoroso es que no haya una reacción masiva del periodismo, de sus profesionales, ante hechos de tal gravedad. Más aún, que, cuando la hay, sea de corporativismo ciego y selectivo. La FAPE, Federación de Asociaciones de la Prensa de España, ha tachado de «intolerables» los ataques del conseller de Interior catalán y del mayor de los Mossos contra El Periódico. Lo enormemente relevante es que los medios conviertan en noticia el contenido de lo publicado en el diario en cuestión, dándole cancha incluso cuando era visible la treta (nadie disfraza un documento por casualidad, y no cabe obviarlo). Lo reseñable es que se sucedan las entrevistas en los programas punteros de radio y televisión.

No es algo que ocurra fácilmente con exclusivas serias de otros medios. Pueden seguir el recorrido de varias de eldiario.es que tuvieron escaso eco –o ninguno- . Por ejemplo sobre los SMS de los reyes a su amigo López Madrid, dándole apoyo en una de sus imputaciones delictivas, la que le implicaba en las Tarjetas Black. Por ejemplo, en varios extremos de los Correos de Blesa, silenciados tanto los procedentes de eldiario.es como de Infolibre. Las Cloacas de Interior de Público. Los Papeles de Panamá sufrieron también profundas mutilaciones al ser servidas en grandes medios.

Para gustarles tanto las noticias, como escriben, algunos medios hacen enormes sacrificios de privación. Por tanto, el hedor que desprende la “exclusiva” de El Periódico y el tratamiento por sus colegas adquiere características de nube tóxica.

Ya saben que pasaron por alto la especie de spanglish en la que estaba redactada “The Nota”. Al final ni era la CIA, sino, dice ahora el director de El Periódico, NCTC, el Centro Nacional Antiterrorista de EEUU, y ya no es comunicación verbal sino escrita. A esta ni le dieron credibilidad Generalitat y Gobierno Central, ambos. Hemos sabido que se reciben cientos de alertas similares. Lo hemos sabido quienes leemos eldiario.es o Twitter, no la mayoría que sigue grandes medios. Esta noticia, vaya por dios, no ha merecido su atención. La verdad en estos tiempos parece un valor en quiebra.

Compaginan con total desparpajo el supuesto aviso de la CIA, o quien sea, en Mayo, con lo que llamaron “reacción improvisada de los terroristas al ver volar su arsenal de Alcanar”. Muy relevante lo que apunta Íñigo Saénz de Ugarte en este artículo y las preguntas que suscita el segundo documento publicado hoy en El Periódico:

 ¿Por qué los servicios norteamericanos envían en agosto el aviso que ya habían enviado en mayo a un organismo que también lo había recibido en mayo?”. “¿Lo pidió el CITCO que dirige el comisario José Luis Olivera, implicado en algunas de esas operaciones policiales sospechosas con marcado acento político? ¿Necesitaba alguien que apareciera la palabra «Mossos» en una reproducción del aviso de mayo?»

Nada detiene la bola, sin embargo. Crece. Este viernes portadas, editoriales, sermones de episcopados mediáticos, tertulias, siguen con la versión del director de El Periódico. Lanzando sospechas sobre la actuación de la policía autonómica catalana, sobre la lucha antiterrorista en sí, en uno de los mayores ejercicios de irresponsabilidad que quepa imaginar. ¿Deberán pedir responsabilidades los numerosos países de donde procedían las victimas mortales y los heridos? ¿En qué país ha ocurrido semejantes desparrame de intereses? ¿Cómo reaccionarán los terroristas?

Noticia es que todo esto ha tapado por completo la sesión del Congreso en la que Rajoy debería haber dado explicaciones por la financiación ilegal del partido que preside, en el contexto de la trama de corrupción Gürtel. Bochornosa comparecencia, plagada de mentiras, como detalló Ignacio Escolar. Un despliegue de altanería y desprecio de muchos de sus opositores que llegó en ocasiones a la humillación, cuyo acatamiento es preocupante noticia. Y de nuevo la prensa, radio y televisión afín al PP, cada vez más numerosa, dan cuenta en tono triunfal de la gesta conseguida por el presidente de un partido plagado de corrupción. La noticia, la muy mala noticia, es lo que está defendiendo esta prensa llevando en alzas a Rajoy.

Cómo será lo que está ocurriendo en España que otro periódico, La Vanguardia, publica en portada: «El Gobierno prepara con el TC una suspensión exprés”, en relación al referéndum de Cataluña. ¿El poder ejecutivo «prepara» con el judicial y ni merece comentarios?

La 1 de TVE cortó la emisión del Congreso cuando hablaba Pablo Iglesias en nombre de Unidos Podemos. Para conectar con la Tomatina de Buñol. Sin apenas reacción de periodistas o políticos sobre lo que es un hurto de la información para favorecer la presencia de Rajoy.  Es lo que importa más allá de las ideologías. La FAPE no se ha pronunciado sobre esto. Esa televisión pública que el Congreso prometió cambiar en tres meses, agota su plazo en poco más 20 días,  arreciando en sus manipulaciones.

Si estarán impresionados los mandos del PP en TVE por las críticas a su gestión que, tras el episodio del Congreso, han destituido a José Luis Regalado, editor de La 2 Noticias, el único informativo de la Cadena sin denuncias de censura y manipulación. Modélico, de hecho. La sociedad española precisa urgentemente recibir información accesible  como es la televisión, con ese rigor.

La ya histérica campaña, cuyo único objetivo parece desprestigiar a los Mossos, se inscribe en una guerra de poder e intereses que debería ser ajena al periodismo. En las formas, se está imponiendo en España la comunicación tosca y panfletaria del diario que pergeña Eduardo Inda. El Breitbart estadounidense que aupó a Trump. Cada vez son más medios los que caen en ese pozo de portadas grotescas, mentiras y medias verdades. Es rentable, siempre hay alguien que se cree los bulos y los defiende y amplifica.

Agobia ver en esta contienda a periodistas dilapidando el prestigio que tanto cuesta obtener. O la equidistancia, preocupante ante hechos graves y de trascendencia social. Grupos muy poderosos llevan las riendas – a tenor de lo que publican- y su peso coarta. Borra el hambre para mañana ante el pan de hoy.

En Spotlight, Oscar a la mejor película 2016, se preguntan cómo el periodismo tragó durante dos décadas  con una auténtica epidemia de pederastia en la Iglesia católica de Boston, hecho real. La repuesta a quien intentaba informar de los abusos durante tan largo tiempo era:

– ¿Y tú dónde vas a ir después de esto?

Por ese silencio cómplice, decenas de niños fueron violentados sexualmente durante años, sodomizados. Un pequeño grupo de reporteros del Boston Globe lo publicó pese a todo al final y los nombres de los responsables salieron a la luz acabando sus prácticas.

¿Hemos pensado qué consecuencias tiene lo que está ocurriendo en España?

Los catalanes no son menores de edad y los demás tampoco

Entre presuntas encerronas y negadas inocencias seguimos avanzando en el duro tránsito hasta el 1 de Octubre, fecha del no menos presunto referéndum catalán. Los dramáticos atentados del terrorismo yihadista han venido a extremar la confrontación. Como punto culminante, la manifestación del sábado en Barcelona. Por ahora. La comparecencia, este miércoles, del presidente del PP y del gobierno, Mariano Rajoy, en el Congreso para responder por la Gürtel brindará a buen seguro nuevas ocasiones para imaginativas estrategias de acción y ocultación.

Moncloa cree que hubo una encerrona titula o mensajea la prensa de Madrid y alguna de Barcelona. ¿A quién? ¿Al PP que situó a sus figuras más destacadas rodeando a Felipe VI? ¿Al monarca? ¿Tampoco sabía el Rey de España a qué iba y por qué? ¿Desconocen que la etiqueta de la cortesía que aparca los conflictos no rige en la calle abierta? ¿Cabe menospreciar más a los ciudadanos que contarles la fábula de la encerrona? Lo que sí hemos hecho es aprender un poco más sobre este país en el que vivimos, sobre quienes lo gobiernan o quienes cuentan lo que ocurre.  Partamos de varias confusiones difundidas, varias de ellas –no todas- con total intencionalidad.

1º) Una manifestación no es un funeral.

Ya hubo su funeral oficial católico, para víctimas de distintas culturas por cierto. Y algunos más. En uno de ellos, en Madrid, el cura se volcó tanto en la unidad, la repulsa del terrorismo y la caridad cristiana que pidió el procesamiento de la alcaldesa Ada Colau, por no poder los bolardos que, según él, le ordenó el gobierno. Y para Manuela Carmena la edil de Madrid porque le cae mal y ya es suficiente razón.

2º) Una manifestación es política.

La vida de los ciudadanos se desarrolla en política. La política no muerde, ni siquiera cuando la hacen los contrarios limpiamente. Y de manifestaciones politizadas a lo grande y una se llenan las hemerotecas.

3º)   La reclamada unidad es una entelequia.

La sociedad no está unida, no es uniforme y difieren sus intereses. Lo cual, por cierto, enriquece. La unidad que reclama el intenso pensamiento dominante es la suya. Todo lo que se aparte de su idea es reprobable. Y en su unidad no cabe mayor táctica política. En la manifestación por las víctimas del terrorismo exigían la unidad de su concepto de España, como la exigen para sus políticas, formas y métodos. ¿Que el independentismo movió sus bazas? Por supuesto. Y los medios de forma ostentosa,  tan unánimes a favor de las tesis del PP de Rajoy y cuanto representa. Creo que muchos ciudadanos, muchos, miles de ellos, fueron con toda inocencia a plantar cara al terrorismo, a acompañar a las familias de los muertos y heridos.

4º) La Santa Inocencia.

Es la que no ha visto o no quiere ver el insistente juego sucio del ultranacionalismo español, tan vinculado a unas políticas concretas: muy conservadoras, muy injustas, muy tiznadas hasta de corrupción. Tampoco las fuerzas independentistas están limpias, y ni, por lo más remoto, lo que ofrecen es la panacea. Los errores del Procés retumban. Pero todo esto se sabía, se ha visto venir y crecer. Y ya está encima. Y toca lanzar sermones episcopales de unidad. Cuando, desde las portadas a los editoriales, pasando por artículos de variada intención, no hacen sino agrandar el problema. Que viene muy de lejos, y está muy enviciado y muy vapuleado.

Llama la atención que hasta catalanes de probada sensatez se apunten al asombro y la preocupación discriminada. Porque invariablemente, en la pretendida equidistancia, la mayor culpa recae en un solo lado. ¿No lo vieron venir? ¿No han asistido a la larga  historia de provocaciones y agravios? Hasta grabaciones existen de la guerra sucia desde Interior. Por no decir cómo calentaba el ambiente la prensa de Madrid hablando ya de boicot y acusando a Puigdemont en los días previos a la manifestación. Las cosas son como son y no como gustaría fueran.

5º) El paternalismo.

El factor más inadvertido, de enorme gravedad, germen de muchas conductas. Las declaraciones de los políticos españolistas y los titulares de la prensa de Madrid, han venido asegurando desde la manifestación de Barcelona que el independentismo boicoteó el acto, organizó la protesta. Algo que no ha destacado en absoluto la prensa internacional. El problema es que confieren al independentismo una capacidad de acción desmesurada para dirigir a las personas. A pobres seres sin voluntad propia que, con la dirección adecuada, van donde les lleven. Demuestran su propio pensamiento. Es muy evidente que ellos, esa prensa “de parte”, lo busca. Prensa, radio y televisión, y políticos de su círculo. Y deben creer que funciona. A ellos de alguna manera sí, pero las maniobras son tan burdas que presumiblemente algún día la gente se tropezará con ellas anudadas a su garganta e igual, antes de ahogarse, reacciona.

Lo preocupante es que hasta episcopados decentes y preocupados con causa estén llamando a una especie de autoridad que lo resuelva. Debe ser la educación en dictadura o  el profundo alejamiento que las élites demuestran tener del común de los mortales. La tentación del padre estricto no deja de crecer. Ocurre más en tiempos de desconcierto. George Lakoff lo definía muy bien en No pienses en un elefante, (UCM, 2004). Se ha impuesto la dirección y el castigo a compaginar con el despojo y el “apáñate como  puedas”.

Manténganse atentos porque el presidente prudente, el que no responde a las afrentas, el que se encuentra en una encerrona con el Rey rodeado de figuras de su partido y todos silbados por un grupo magnificado en su número, sin que nadie pudiera sospechar tal reacción, prepara más leyes restrictivas. Nueva vuelta al Código Penal propone. A ciertas ideologías siempre les da por lo mismo. Ningún país logra detener por completo los atentados, pero amordazar a sus ciudadanos se lleva mucho, es la moda del momento. Sánchez, secretario general del PSOE, ha pactado con Rajoy  “mantener una posición conjunta” ante, lo que llaman el «desafío soberanista catalán». Será cosa del bipartidismo. O del sentido de Estado del bipartidismo.

En conclusión, desconfiemos del patriotismo de personas para quienes la única patria es el dinero y el poder. En cualquier territorio.

Llegados a este punto de enconamiento, la salida más razonable sería celebrar la consulta. Posiblemente saldría que no. Si siguen echando leña a la hoguera va arder toda esperanza. En genérico. Ya ni estamos en el escenario en el que otros países llevaron a cabo un referéndum  en circunstancias parecidas. Y la mala noticia es que en ningún caso se resolverán las fracturas. Ni la catalana, ni la española, ni la relacionada con ambas estructuras.

Los ciudadanos en general somos seres adultos  y responsables. No necesitamos un papá que nos guíe más allá de los 12 años. Ni una mamá siquiera. Créanme, salvo unos cuantos -millones incluso pero no al punto de representar la mayoría-, sabemos lo que queremos, y no nos gusta que nos manipulen, ni nos engañen.

La tentación recurrente de sacar provecho del terrorismo

El terrorismo ha vapuleado a España como a pocos países. Ha segado vidas. Las de aquellos a quienes arrancó el aliento y la de quienes se quedaron con esa ausencia doblemente traumática. El terrorismo dejó sin piernas, ojos, dañados órganos esenciales, quemada la piel, el cuerpo, la fuerza y la esperanza. El terrorismo ha mutilado la existencia de muchas personas, arrebatando hijos, maridos, esposas, padres, hermanos, amigos. Ha forzado hasta la extenuación la capacidad de entender, de asombro, de ánimo para seguir viviendo. España lo ha sufrido de distintas procedencias, igual de atroz.

Piensen en las familias de Xavi y Julian, los niños asesinados en La Rambla, del estadounidense que celebraba en Barcelona su primer aniversario de boda, de la anciana portuguesa que enseñaba la ciudad a su nieta, de los jóvenes italianos, del cooperante solidario, de la zaragozana que cayó en Cambrils. De todas y cada una de las víctimas. Imaginen las secuelas del centenar de heridos en estos atentados de los que, en el horror, apenas queda tiempo para hablar. De la onda expansiva de dolor llegada a distintas partes del mundo, desde Australia a Granada en España. Es lo que busca el terrorismo. Lo mismo pasó en Madrid el 11 de Marzo de 2004.

Cerca de dos mil familias pueden hablar en primera persona de lo que truncaron aquellas bombas en los trenes de cercanías de Madrid. Casi dos centenares de muertos, también de numerosas nacionalidades, desde Chile y Perú, a Polonia o Filipinas. El hijo inolvidable para tantos de Pilar. El chileno que acababa de traer a su mujer y a su hijo para darle estudios. La niña árabe de 13 años que no llegó a su Instituto de Lavapiés. De todas las procedencias, de todas las edades, de todas las profesiones.

Entre los heridos, un gran número quedó con los pulmones dañados y graves lesiones en otros órganos y en las extremidades. Secuelas que merman capacidades. Personas que tuvieron que aparcar sus carreras, sus proyectos. Y que no han vuelto a sonreír con plenitud nunca más. Cuánto más podríamos contar de sus carencias tras aquellas puertas que se cerraron para el interés mediático.

Pues bien, sobre todo este dolor se edificaron fortunas y leyendas para cimentar poder y aplicar políticas bien específicas. Se ha hecho y se está intentando repetir, con una guerra sucia bochornosa que pone en cuestión la Seguridad, a quienes se encargan de esa tarea de servicio público, las intencionalidades políticas, hasta los Derechos, como en un gran saco. Cuando precisamente los ciudadanos parecen haber recuperado la confianza en los Cuerpos que nos defienden. Los volquetes de basura que están echando sobre los Mossos, en particular, con verdades a mediasenvilecen a sus propagadores. Investidos de la falsa moralidad que se atribuyen, los actores de la manipulación interesada no andan lejos de la perversidad de los terroristas. Son los carroñeros que se aprovechan de los atentados.

Rajoy ha querido templar la cuestión, hablando de la confianza del gobierno en todas las fuerzas de seguridad y alabando la gestión de la policía catalana. Siquiera formalmente. Lo cierto es que la campaña y la división  ya ha llegado a medios internacionales solventes. El propio presidente catalán acusaba en Finantial Times a Rajoy de « hacer política con la seguridad«.

Comparecía Rajoy ante la prensa y ha declarado, también, como quien no quiere la cosa: « Si hay que modificar el código penal para combatir el yihadismo, lo haremos«. Poca pena más queda por meter que la Cadena Perpetua que ya introdujo con el Pacto Antiterrorista, y poco más que endurecer y recortar en derechos -de todos- en una legislación de las más restrictivas de Europa.  Es otro clásico.

El arranque estelar de la utilización del terrorismo sin tapujos se sitúa en el que es aún el mayor atentado yihadista sufrido en Europa, el 11M en Madrid.  Apenas un mes después, el 23 de Abril, fecha que conmemora las grandes y menos grandes creaciones literarias,  nace la teoría de los «agujeros negros». Se gesta en el diario El Mundo y su primer difusor es un periodista ya fallecido. Curiosamente desaparece de las firmas y toma el relevo Luis del Pino que escribiría tres libros y sería empleado en la Telemadrid de Esperanza Aguirre para dar cumplida cuenta de su teoría. Además del staff de dirección de El Mundo, el propio director, Pedro J. Ramirez, participa de forma entusiasta. A él se debe su inolvidable «el yerno que todos querríamos tener» dedicado a José Emilio Pérez Trashorras, uno de los principales condenados.

La conspiranoia del 11M se basaba en eso, exculpar a unos y sembrar dudas –más bien certezas- sobre varias  pruebas decisivas: el explosivo, la furgoneta Kangoo de Alcalá de Henares, la mochila de Vallecas, los teléfonos móviles. Sin ninguna prueba. El fin es culpar a ETA que parece convenir más al PP. Ha perdido las elecciones del 14 de Marzo, gracias en alguna medida a su gestión nefasta de la información de los atentados. Así lo  señalaba la prensa internacional. Volvimos a acudir a ella, como en los peores tiempos. Desde el mismo día 11 apuntaron a la autoría del terrorismo islamista. Los conspiranoícos intentaban también culpabilizar al PSOE, sugiriendo que movió hilos a su favor para salir triunfador en las urnas.

Era la forma de dar consistencia a la línea que mantuvo el PP los cuatro días de Marzo, desde el «No hay duda: ha sido ETA» del ministro del Interior Ángel Acebes en la mañana de los atentados, hasta casi la hora de votar. Complementada con gestiones diplomáticas en embajadas y  en la ONU, o con la llamada personal de Aznar, el presidente del gobierno, a los directores de los periódicos forzando titulares.

Fue una utilización fraudulenta de los atentados de Madrid con fines político y de lucro económico. Impune. Y en cierto modo exitosa, porque caló en ciertas personas proclives a la credulidad. Todavía hay quien sospecha de manos ocultas, a pesar de la rigurosa sentencia judicial. Se extendería con la concurrencia de otros profesionales de la intoxicación.  Y el PP. El partido llegó a presentar en el Congreso 215 preguntas al gobierno del PSOE, basadas en la Teoría de la Conspiración.  Cuando era el PP quien estaba en el gobierno. A ratos, el ambiente se hizo irrespirable.

El propio magistrado Gómez Bermúdez se molestó en dedicar al tema unas líneas en la sentencia: «Como en muchas otras ocasiones de este proceso, se aísla un dato, se descontextualiza y se pretende dar la falsa impresión de que cualquier conclusión pende exclusivamente de él, obviando así la obligación de la valoración conjunta de los datos, las pruebas»… Cierto, digno de Goebbles. Y se ha convertido en modus operandi habitual. Debemos recordarlo porque ahí empezó la táctica y la anomalía que hoy vivimos.

Otra lamentable víctima fue Rodolfo Ruiz, entonces comisario en Vallecas, lugar en el que se depositaron mochilas recogidas en la explosión del Pozo del Tío Raimundo. El meritorio agente se jugó la vida investigando la famosa mochila y logró descubrir que aportaba pruebas concluyentes de la autoría. No había sido ETA esta vez. En lugar de las alabanzas que mereció, le hicieron la vida imposible. Al punto que su mujer se suicidó y su hija precisó tratamiento psicológico. Cuesta encontrar vileza mayor.

Buena parte de los autores de esta deleznable página de nuestra historia siguen ahí. Recibiendo votos y gobernando o trabajando en los medios, incluso en puestos destacados. Para desgracia del periodismo español, algunos más se están sumando en esta ocasión y desde algún tiempo dado el éxito anterior. Y gran parte de la sociedad lo sabe, y lo acepta.

A veces impactan la memoria imágenes del daño que el terrorismo nos ha hecho. Las más recientes se añaden a las que no olvidamos. Los abrasados en el Hipercor de Barcelona.  Las familias de las casas cuartel de la Guardia Civil. La de aquel joven guardia en un pequeño pueblo de Burgos que cayó con sus compañeros en la plaza de la República Dominicana de Madrid. La de aquel conductor de autobús suplente que se dejó la vida en una calle de mi casa. Las miradas truncadas de los supervivientes del 11M.  La serpiente mortal de la furgoneta en La Rambla de Barcelona. Los huesos quebrados, la carne quemada, los cristales rotos, las vidas rotas.

Frente al terrorismo hay que actuar con todos los medios legítimos, contra los carroñeros de cuello blanco también. Su siembra de odio interesado ya ofrece resultados. Crecen los ataques islamófobos. Pensemos en la mujer agredida en Usera, Madrid, o en esos críos de Fitero, Navarra, a los que dos indeseables molieron a palos cuando salían de guardar un minuto de silencio por las víctimas de Cataluña. Explíquenles porqué.

Como en todas las grandes tragedias numerosas y notables muestras de generosidad, incluso en las familias de los asesinados, han venido a reconciliarnos con el género humano. Son ya muchos los países víctimas de terrorismo. Pero quedan grupos decisivos que se comportan de muy diferente forma. Reaccionar como hienas que se alimentan de los atentados ocurre en España. Usar a  las víctimas, el dolor, la indignación y el miedo de los ciudadanos para su interés político y sus réditos, solo ocurre en una sociedad enferma.

Demagogia, enemigo invisible

Por fin está llegando a la sociedad más información sobre las raíces del terrorismo.  No se puede separar, como si no tuvieran relación, los atentados de quienes financian el fanatismo yihadista que los perpetra. Pero la vida oficial lo hace con absoluto desparpajo. Los trapos sucios y los muertos en el armario no se mencionan en las reuniones de los notables, ni en las crónicas de los eventos. Y, así, de tanto estirar la hipocresía, la sociedad va a terminar estrangulada.

«El rey que visitó la Barcelona atentada por yihadistas es el mismo rey que visitó la Arabia Saudí que los adoctrina y los capta», escribía Ruth Toledano aquí, marcando la gran contradicción que llevan en el cuerpo con porte airoso gran número de líderes occidentales. Desde España a Francia o EEUU: «Las ganancias económicas que genera son ilegítimas y las pérdidas humanas que provoca, irreparables», añadía. Y no se pueden deslindar por más que lo intentan. Iñigo Sáenz de Ugarte explicaba –una vez más– el mecanismo que conduce de pagar para abonar el radicalismo al caldo de cultivo que lo hace cuajar y materializarse en violencia. Porque eldiario.es y sus periodistas abordan desde hace años, junto con otros pocos profesionales y medios, este tema esencial para entender el trágico fenómeno. De 2015 es este texto de Olga Rodríguez, experta sobre el terreno: «Cómo surge el ISIS, cómo se financia, quiénes hacen la vista gorda«.

Y ahí tenemos encabezando a Arabia Saudí, con quien los reyes españoles intercambian besos y regalos, lo mismo que presidentes de gobierno y ministros. O a Turquía, país en manos de Erdogan que está practicando una auténtica purga contra los disidentes ideológicos y al que la España de Rajoy ayuda en su razia. Ha detenido a dos escritores y periodistas que ningún otro país quiso encarcelar para mandárselos, en su caso, al presidente turco que ha apresado ya a más de 50.000 personas.

Así funciona esto, pero la mayoría de la prensa tradicional no lo cuenta. Cuando es evidente que cerrando el grifo de la financiación, peligrosísima en el adoctrinamiento, algunas cosas cambiarían en el terrorismo. No contarlo y, por el contrario, maniobrar sobre las emociones para obtener un fin político es demagogia. Y la demagogia causa daños, irreparables incluso.

Un sacerdote católico nos ha mostrado, en Madrid, cómo se genera el adoctrinamiento fanático desde un púlpito. Se trata de Santiago Martín, exjefe de religión de ABC –ABC tiene al parecer jefes de religión– y exconductor de Testimonio en La 2 de TVE. Ha acusado como culpable del atentado a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, por no poner bolardos, y a Manuela Carmena por ser tan «comunista» como su colega de Barcelona y ambas «respetuosas con la libertad de los asesinos». Así operan los imanes del fanatismo yihadista. Exactamente igual. Como ya se ha dicho, algunos llevan los bolardos en su cabeza. Martín pertenece a una organización, la iglesia católica, a la que sufragan con nuestros impuestos. El Arzobispado de Madrid le ha desautorizado, con mucha menor repercusión.

No ha sido el único, el partido ultraderechista Vox ha presentado una denuncia ante la Fiscalía, y el alcalde de Alcorcón, Madrid, del PP, ha declarado que Colau «había allanado el recorrido» a los terroristas. Barcelona en Comú ha publicado el documento de Interior donde se instaba al Ayuntamiento a colocar bolardos  de forma transitoria durante las Navidades.

Los atentados de Barcelona y Cambrils han caído en un momento extremo. Con el proceso de consulta independentista que vive Catalunya. El ultranacionalismo español ha salido como los toros del toril. Con la misma fuerza bruta y los cuernos mucho más retorcidos que los animales de su fiesta nacional. Políticos, periodistas, y afición tuitera y de barra de bar exigen hablar en español, solo en español, incluso a los Mossos, la policía autónoma catalana, cuya actuación ha sido decisiva en la resolución del caso. Eficaces pese a las restricciones que les han venido imponiendo los gobiernos de Madrid. Ejemplares, hasta informando en tres idiomas.

Han emergido de sus catacumbas la plana mayor de la extrema derecha que anida en el PP, cantantes en horas bajas y activistas de la ultraderecha mediática dispuestos a iniciar una nueva Reconquista, tirados al monte con lanza si se tercia. Editoriales de la prensa tradicional siguen en el nivel ácido y desmesurado de sus últimas empresas. Es una temible explosión de intolerancia y de manipulación de las emociones de sus audiencias.

La tergiversación de la entrevista que Carlos Alsina, en Onda Cero, hizo al presidente catalán Carles Puigdemont va mucho más allá. Le entrecomillaron como afirmación: «Los atentados no van a cambiar la hoja de ruta sobre el procés». Y no lo había dicho. Lo que dijo fue que no cambiarían la política de seguridad y protestó por mezclar los temas en un momento tan delicado. Varios medios repitieron el falso titular y el dibujante Peridis lleva una cruzada de viñetas en serie con el tema. No son errores ni bulos, parece más una actividad política que periodismo. Nadie ha rectificado.  Y la bola sigue y sigue hasta transformarla en certeza.

La demagogia es un enemigo no tan invisible como titulo. De hecho, se escribe muy a menudo con trazos gruesos, visibles para cualquiera que preste atención y se estime como ser racional. Excita y provoca reacciones viscerales en personas proclives o simplemente de buena fe y con poco interés por la verdad. El fin es siempre instrumentalizarlos con un interés político. Aristóteles fue el primero en definir la demagogia como la «forma corrupta o degenerada de la Democracia», y encaja perfectamente en otras corrupciones que nos devastan.

El solo hecho de informar empieza a ser un problema en nuestro país desde las reformas legislativas del PP: Ley Mordaza y Código Penal. En él se blinda a la Corona de toda crítica. Reporteros Sin Fronteras denunciaba que «los tribunales se han convertido en España en un instrumento de censura y coacción». No desdeñemos la coacción que induce la autocensura.

El colofón es el uso político de la derecha y sus voceros mediáticos hasta de los terribles atentados de Cataluña. Han entrado de lleno en la crítica a las formaciones que no suscriben el ahora llamado ahora «Pacto antiyihadista» –antes antiterrorista–. Suscitó grandes críticas en los partidos progresistas en su momento por su recorte de libertades, de todos en la práctica. Incluso el PSOE mostró sus reticencias inicialmente. Entró con él la cadena perpetua (inconstitucional), es ambiguo en atajar las fuentes de financiación y nada dice de la venta de armas a los terroristas. Académicos y magistrados fueron extremadamente críticos con él. En la práctica ha servido para detener titiriteros y tuiteros o para pedir penas desmesuradas a los bravucones de Alsasua.

El Ministro Zoido andaba hace un mes diciendo que no había ningún peligro de atentado, algunos indicios pueden no ser detectables pero el Pacto tampoco parece la panacea de eficacia. Lógicamente, con el dolor de las víctimas tan intenso y vivo lo adecuado es insistir en la unidad de las fuerzas políticas. Pero habría de centrarse más en aspectos efectivos que en la fachada. Imprescindible, intensificar la prevención. Y no usar demagógicamente el Pacto, haciendo ver que el rechazo es a actuar contra el terrorismo. Ni por compasión con las víctimas dejan de ver cómo sacar tajada.

Como hecho objetivo, sin que lo pida o no lo pida nadie, parece claro que no es siquiera estético compaginar las condenas al terrorismo con la amistad de quienes lo financian. Ni los negocios con países y personas que no respetan los derechos humanos. No se comprende que personas adultas no establezcan lo que son relaciones tan evidentes: acción y consecuencia. Con la manipulación se logra que millones de ciudadanos obren en contra de sus propios intereses. Cuando hablamos de la inseguridad que se ha clavado como esencia de nuestro tiempo, de peligros reales, del odio creciente de unos y otros y otros, vemos el enorme riesgo que representa en sí misma la demagogia.

 
 

Y si el odio está aquí para quedarse

 

Cuentan testigos presenciales que el sujeto que atentó en La Rambla de Barcelona lanzó su furgoneta contra un niño de 3 años que encontró a su paso en la multitud presente en La Rambla, dejando un terrible balance de muerte y dolor. Cuesta entender tamaña maldad hacia desconocidos, hacia una criatura que comenzaba a vivir. Apenas unos días antes Christopher Cantwell, un portavoz de la marcha supremacista de Charlottesville en EEUU, había dado la clave por la que ni le conmovía el asesinato de una mujer por uno de los suyos: «Estaba justificado», «nuestros rivales son un puñado de animales que no saben apartarse«.

Ocurre que los asesinos no sienten a sus víctimas como sus semejantes.

De un lado tenemos esa falta de empatía que define al ser humano, del otro el odio que se ha instalado con extraordinaria virulencia en las relaciones sociales. Y es tan intensa su presencia que habremos de abordarlo como primer objetivo, porque no para de crecer. Se abona a sí mismo, sin cesar. Y saca lo peor del género humano en individuos proclives.

La indignación es lógica cuando nos vemos sacudidos por atentados, por el desgarro que causa la muerte de inocentes, la muerte en sí, el dolor, el daño. La persecución de los terroristas, la investigación, la acción judicial, la condena son ineludibles. Pero no bastan. Si bastasen se hubiera acabado con la lacra hace tiempo, o al menos hubiera dejado de crecer. Nos hallamos ante un problema vital destinado, al parecer, a quedarse. Ya nadie está libre de caer a manos de esta sanguinaria irracionalidad. Es y va a ser una forma de vivir. Insistamos en la base de que la seguridad absoluta no existe. Vamos camino de acrecentar precisamente la inseguridad. De ahí que sea imprescindible hacerse muchas más preguntas y buscar más respuestas y soluciones que la reacción emocional.

Hay que encontrar las raíces del odio, que no se explican solo por una maldad innata en ciertos sujetos. Bastan unos pocos para sembrar el caos, no es una actitud generalizada, y menos en los millones de personas de comparten país o religión con los asesinos. Atendamos a cómo crece también la repuesta de odio en quienes lo llevan previamente en su ser presto a lanzarlo como arma a sus oponentes. Ese odio reconcomido que salta cada vez que encuentra oportunidad. El que estamos viendo, aquí, en España, en una serie de desaprensivos con notable altavoz en los medios. Bochornoso espectáculo que clama por las víctimas mientras las sirve descuartizadas para el morbo y el lucro, o que usa independentismo o «turismofobia» para culpar a los propios afectados. De forma que se pide rendición ante el turista y a la vez echar a todo el que llegue a nuestro suelo pobre o con un color de piel inadecuado a su gusto.

Odio, Hate, es la palabra que estremece hoy a los Estados Unidos de América y no dejan de indagar en su historia para saber por qué ha llegado a nuestros días tan vigoroso. Por las heridas que no se cierran como deben cerrarse, valoran. El historiador Richard Hofstadter analiza en Time –que le ha dedicado al odio casi un monográfico– que «siempre hay una guerra para volver a América grande, porque siempre hay quienes creen que la grandeza americana está bajo asalto de ‘la otra». Es regla común a todos los torpes, simples y peligrosos maniqueísmos. O blanco o negro. El bien o el mal. Tú o yo. Claramente es lo que arma al yihadismo feroz. Y a las ideologías ultras que salen a palo ciego cada vez que tienen ocasión. «El portavoz paranoico trafica en el nacimiento y muerte de mundos enteros, órdenes políticos enteros, sistemas enteros de valores humanos», dice Hofstadter. Ahí pueden ver las fauces de muchos analistas españoles y de quienes siguen su línea –en las redes por ejemplo– sin hacer muchas más preguntas.

En cada atentado, los políticos posan para la imagen de unidad. Rajoy y la plana mayor de los líderes explican que los terroristas quieren cambiar «nuestros valores y nuestro sistema de vida». Ahí hay otra clave decisiva. Hemos de preguntarnos con urgencia qué hemos hecho con nuestros valores y nuestro sistema de vida, si realmente permanecen. Sabemos que el terrorismo yihadista se financia desde países amigos de muchas autoridades occidentales, en intercambios comerciales que obvian su contribución al terror. Y sabemos que existe la misma dualidad entre quienes abrazan a las víctimas de la barbarie terrorista mientras besan a sus promotores. Hay momentos en los que asalta la terrible sospecha de que el terrorismo también es un negocio, o es usado para ese fin.

Los portadores del odio que mata no sienten a sus víctimas, decíamos, como sus semejantes. Los valores de los que presumen nuestros portavoces tampoco parece que las estimen demasiado. No se dispara a tus semejantes cuando los ves en el agua intentando llegar nadando a la costa. No les pones alambradas de espinos. Y desde luego no parece que toda la Unión Europea considere sus semejantes a los refugiados que se hunden en el Mediterráneo, pagando a guardacostas libios que a su vez quieren echar testigos como las ONG. No es sin duda el reinado de un fanatismo ciego, pero, si lo miramos bien, entre «nuestros valores» cada vez existe menos la solidaridad y ni siquiera la justicia cuando se saquean las arcas públicas o se gobierna para unos pocos en detrimento de otros. Las políticas de la desigualdad han dejado muchas víctimas. El mundo no es como lo cuentan en las declaraciones solemnes. Y es temible adónde puede llevarnos este pulso entre actitudes de brutal deshumanición.

Ahondemos a ver si el odio crece por la pérdida de valores reales. Se ha dado la vuelta a la escala que los clasificaba, siquiera que los aglutinaba. Y por los instrumentos que se usan para enmascarar el nuevo orden. El egoísmo atroz del sistema no es un valor, ni la banalidad, ni la búsqueda del beneficio económico como suprema aspiración. Solíamos entender como valores otros conceptos: la búsqueda de la equidad, la justicia, la honestidad, la ética, la educación integral, el idealismo, los derechos humanos, los derechos civiles, los que ayudan a disfrutar de la vida en salud, la generosidad, la libertad.

Muchos españoles portan estos valores aunque la mugre parezca ocultarlos. En los atentados del 11M, Madrid, España, fue un ejemplo para el mundo de valentía, madurez y coraje. Y así se destacó en los foros internacionales. Ahora lo es en Barcelona y las buenas gentes de toda la Tierra lloran con nosotros. De nuevo hemos visto en Barcelona, en Cambrils, en Catalunya, en España a todo ese sólido entramado de los servicios civiles volcados en ayudar y resolver. Los que practican la cooperación, otra característica humana fundamental. Los Mossos, policía autónoma, en particular que evitaron una catástrofe mayor en Cambrils entrada la madrugada. Fallaron algunos periodistas, cada vez ocurre más. Pero, por cuanto nos jugamos en ello, hay que aislar a las personas tóxicas, no permitir que copen el discurso y se aúpen hasta sobre las víctimas de atentados para obtener sus fines. Portavoces paranoicos… o mercenarios. No tenemos tiempo para ellos.

«La inseguridad está en proceso de ser convertida en el sujeto principal –quizás en la razón suprema– que moldea el actual ejercicio del poder», escribía Zygmunt Bauman. Muchos viven de ello. Muchos están muriendo por ello. Es muy difícil aunar el temor, la prudencia y la razón, pero es a lo que la amenaza del odio nos aboca.

Miles de personas coreando «No tinc por», no tengo miedo, en el corazón de Barcelona este viernes –con los muertos aún sin enterrar, las heridas sin curar y el odio asesino suelto–, merecen el más grande abrazo solidario y soluciones racionales y efectivas. Si el odio está aquí para quedarse, hablamos de otra dimensión.

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Nos han herido en Barcelona

Tendremos que hablar de lo que nos está pasando. Del odio que crece y se está convirtiendo en uno de los más poderosos motores de este mundo. Motor de destrucción, por supuesto. E insistir en la batalla del miedo, de quienes lo siembran, de aquellos que lo combaten y de los que se dejan vencer por él. De los miles de muertos que, en muy diferentes lugares, produce la irracionalidad. Pero hoy tenemos una herida profunda en el cuerpo, la que nos han abierto en canal por Barcelona.

Hoy entendemos por qué el dolor y la muerte cercanos duelen más. Nos pasó en Madrid aquellos terribles días de marzo. Y resulta que, aun no residiendo en la capital de Catalunya, Barcelona forma parte esencial de nosotros a poco que lo pensemos. Desde luego, forma parte de mi vida sin que lo hubiera advertido con tanta intensidad.

Precisamente, además, en Las Ramblas, en el Barrio Gótico que termina por acercarse casi hasta el mar. Allí nos asombramos de las calles empedradas y los solemnes edificios. Y de los edificios y tiendas de solera cotidiana. Aquella que vendía casas de muñecas, o las de los turrones de verdad. Luego llegarían borrando huellas las cadenas de tiendas, pero sin lograrlo por completo. Allí entrevisté, como periodista, a un Jordi Pujol que todavía era honorable. O a un Lluís Llach que, hablando de la utopía, aseguraba que toda rebeldía nace del amor. Y a Ferrán Adriá en su laboratorio de sueños más que comida, antes de ser famoso y tener varias nominaciones como mejor cocinero del mundo. Con el trabajo de base que, en un piso del barrio gótico, elaboraba junto a aquellos maîtres que tanto crecieron también.

Ya no hablemos de la época de apertura y lucha en la que Barcelona nos enviaba auténticos huracanes de vanguardismo, cultura y progreso.  De libertad. Y, tantos años después, aquel libro que rompió moldes, con avisos fundamentados del futuro que llegaba, y que presentamos primero en Barcelona. Por un tiempo pareció que la sociedad… reaccionaba. No fue así. No del todo. No aún.

Las Ramblas llenas de flores que me contaban mis padres, cuando se pasaron un tiempo a ver si prosperaban desde el depauperado Aragón, parecían un paraíso europeo. Y así las vi las primeras veces. Al otro lado, la Boquería, a la que amamos seguramente porque allí tuvimos siempre a Maruja Torres y nos contagió su pasión. Porque Maruja es Barcelona y el mercado que, de popular a rabiar, se vistió de exquisito antes que nadie. La riqueza que vale.

Han quedado tantas historias por sus esquinas, las que se fueron dejando como garantía de solidez los edificios imperturbables, las calles, el mar de fondo. Ese, siempre igual, al que vistieron en los bordes de edificios preciosos, y de grandes explanadas de paseo, y de bicicletas. Y allí vuelven a salir expresiones y sonrisas de momentos vividos, de enormes afectos. Incluso nuevos que arraigaron con solidez, con la peculiaridad de la fuerza y  nobleza catalanas. Cada uno tiene su Barcelona, las víctimas de la Rambla la tenían también.

Nos han herido en el cuerpo por la parte de Barcelona. Hay 13 muertos y un centenar de heridos y, ni siquiera sabemos a esta hora, sus nombres y sus historias. Los ha matado el odio. Ese que germina por todas partes. Hasta en los empeñados en hacerse notar volcando más odio como gasolina. Y está la parafernalia de las condolencias que no siempre parecen sinceras.

Sus familias, sus amigos, no olvidarán nunca este 17 de agosto. Ni quienes corrían despavoridos, ni quienes abrazaban a sus hijos para ponerlos a salvo. Ni quienes no salen de su asombro. Nos duele tanto lo ocurrido.

Y cuando me he puesto a escribir, solo me salía amor -pido disculpas-. El amor que domina el duelo. Aun por encima de las explicaciones y la justicia que habrá que buscar. Porque lo cierto es que es lo que la ciudad y sobre todo sus gentes emanan a poco que se sienta sin prejuicios. Hay tantos que taponan los sentidos. Por eso se sobrepondrán con el tiempo a la tragedia. El amor mata al odio. Lo dijo Martin Luther King varias veces, precisamente.

Pero del odio tendremos que hablar. Para buscarle causas y atajarlo. Es ineludible. Primero hay que secar las lágrimas.

 

El miedo es la principal derrota

Un nuevo atentado. En Manchester, Inglaterra. 22 muertos y medio centenar de heridos entre el público que asistía a un concierto de Ariana Grande, ídolo juvenil, provocadora cantante estadounidense. Por eso, el auditorio se componía de niños y jóvenes. Y de nuevo la tentación, cumplida, de extender el miedo. Ya nadie está a salvo, no hay padres que protejan de ese peligro que existe y por múltiples causas. Llenaremos de nuevo las pantallas de televisión, las radios, Internet, de expertos para explicar el terrorismo, aunque no se aporten todos los datos que cuentan. Trump acaba de hacer negocios multimillonarios con Arabia Saudí, España mismo se emplea con fruición en la misma tarea. Son negocios. Pese a que Arabia Saudí es un importante foco de apoyo al extremismo.

Dudo que alguien nos diga que el miedo es la principal derrota. No podemos sembrar en los niños el temor al atentado para que coaccione sus vidas. Es uno de los muchos riesgos de vivir, el más irracional quizás, pero los seres humanos han de estar preparados para afrontar cuantos se inscriben en su camino. La seguridad absoluta no existe y el miedo solo brinda la absoluta seguridad de una capitulación previa. Repliega las alas, corta los caminos. La prudencia es imprescindible, el miedo no. Hay que armar la prudencia hasta para combatir los temores que nos inculcan.

No es casual que un inmaduro de libro como Donald Trump esté impulsando la idea de armarse hasta los dientes. Son negocios. Además. Y hay un tipo de puerilidad que se siente más segura tras una pistola. Y nada puede hacer ante una bomba. Pero la violencia genera más violencia.

Vivimos de nuevo tiempos en los que se fomenta el miedo más allá de las razones. Todo es temible. Una elección política que se salga de la estabilidad que dicen aporta la corrupción, la injusticia y la desigualdad. Son negocios. También.  Y será mucho más probable que nos afecten sus consecuencias más intensas que un atentado. El desamparo de la infancia va en aumento. En Ceuta, noticia de hoy,  aumenta de forma desorbitada el número de menores emigrantes no acompañados.  Pero la distribución de los pánicos es muy selectiva. «Por su propia seguridad, tenga miedo» decía una histórica viñeta de El Roto. Son rachas. Coinciden con el recorte de libertades.

No asusten a sus hijos, no se asusten ustedes tampoco. Denles instrumentos para afrontar la vida, sus excelencias y sus riesgos. Fortalezcan sus recursos, su criterio, extremen la cautela, si quieren, la sensatez, la cordura pero no mueran en vida antes de tiempo. Nada ata más que el miedo, nada crece más que el miedo que no se combate.

Niza, una nueva ocasión para la demagogia

Hoy es Niza. Vidas rotas sobre el suelo de una ciudad maravillosa que celebraba como toda Francia aquel lejano triunfo de la libertad “contra la tiranía”. Los atentados terroristas han entrado en una rutina trágica. Por más controles que establezcan, no parece fácil evitar que un fanático -por el motivo que sea-  coja un simple cutter como ocurrió el 11 de septiembre de 2001 en los aviones que se estamparon en Estados Unidos,  explosivos en numerosos lugares o un camión cargado de odio lanzado este 14 de Julio contra la Costa Azul.  El protocolo es el mismo. Balance de víctimas. Autoría. Un sinfín de declaraciones políticas y condolencias. “No hay españoles”, en nuestro caso. El circo de la visceralidad. Y repetir y repetir hasta la extenuación. Poco del cruce de intereses, de la hipocresía, de la demagogia y de cómo se saca provecho del dolor y el miedo de la población. Nada apenas sobre atajar con eficacia las causas. De establecer al menos cortafuegos útiles.

La práctica se altera un tanto cuando el atentado, con los mismos muertos y heridos, la misma tragedia, no obedece a un islamista radical. Entonces se desactiva en gran medida la atención y se atribuye invariablemente a un «perturbado» que va por libre. Cualquier origen remoto que pueda vincularse al fundamentalismo de este signo servirá para fijar la duda en certeza, sin embargo. Ha nacido la figura mediática del «lobo solitario por emulación». En todo caso sigue el mismo rito: balance, declaraciones, llantos, miedo, repetición inagotable. Poca búsqueda de causas y soluciones racionales. Y, desde luego, el aumento de medidas represoras. Así leemos: Hollande prolonga el estado de excepción tres meses, España refuerza la frontera con Francia, el Gobierno convoca una reunión del Pacto antiyihadista (antes llamado antiterrorista).

En un mundo cada vez más desigual y arbitrario -que es factor esencial a valorar-, el integrismo yihadista se brinda como estandarte de esa ultraderecha que crece en Europa y más allá y que ha causado incontables víctimas en un pasado cada vez más cercano. Al menos de repetirse. Ya vuelven las declaraciones llamando a “repensar” la integración de los emigrantes, aunque se trate de personas nacidas en el propio país contra el que atentan. La excusa para los fines propios presta a ser utilizada. La firmeza frente a los que atentan –dicen– contra nuestras libertades que, en algunas bocas, no son más que la libertad de vender armas al precio de cualquier vida, de fomentar las desigualdades, reprimir o manipular.

Aquel 11 de septiembre sí marcó un giro en la historia de nuestra civilización. Los 3.000 muertos de las Torres Gemelas, terribles, desgarradores, los vengó el gobierno estadounidense en una cifra similar de afganos civiles. Daños colaterales de la búsqueda de Bin Laden, infructuosa entonces. Afganos que vivían en la Edad Media, con una esperanza de vida de 46 años, y que en su precariedad no llegaron a ver ni la imagen de aquél por cuya causa se les castigaba. Así sucede siempre con las víctimas de primera y de segunda, igual de lamentables.

La deriva del mundo desde entonces no ha dado tregua. La seguridad –que jamás puede garantizarse por completo– se ha llevado por delante muchas libertades. Y no precisamente para evitar atentados. Ya nadie sensato duda –y menos tras el informe británico Chilcot – que aquella invasión ilegal de Irak, protagonizada por Bush, Blair, Aznar y Barroso (con un apéndice australiano) fue el arranque del hoy conocido como ISIS o Daesh. Las arbitrariedades que dieron lugar a las primaveras árabes encallarían en muchos de los países protagonistas pero sobre todo en Siria que vive desde entonces una cruenta guerra civil. Arrojando refugiados, por cierto, que nuestros gobernantes dejan ahogarse en el Mediterráneo sin mayor problema de conciencia o encierran en campos que tanto se parecen a los de concentración nazis, o intercambian por favores con el dudoso amigo turco.

Lobos solitarios o en manada, las causas son profundas y precisan soluciones. Olga Rodríguez, tantas veces testigo directo de los hechos, lo explicaba en este documentado artículo: Cómo surge el ISIS, cómo se financia, quienes hacen la vista gorda. Y añadía:

Los aliados de EEUU en Siria en la coalición que bombardea el país han sido entre otros la monarquía absolutista de Arabia Saudí, que sigue consintiendo el apoyo al Daesh desde su país. Washington y los saudíes también operan juntos, con Emiratos, en la coalición que bombardea Yemen, donde están creando más caldo de cultivo para el terrorismo con ataques como el que el pasado septiembre mató a 131 personas e hirió a cientos más. Las matanzas como la de París son habituales en Oriente Próximo y Medio, ya sea por ejércitos o por grupos terroristas. La llamada guerra contra el terror, la estrategia de las bombas y las intervenciones, se ha mostrado ineficaz: lejos de menguar, el terrorismo y la violencia crecen”.

La hipocresía occidental –nuestros actuales líderes al frente–, no solo festeja al régimen saudí como muestran numerosos registros gráficos, sino que le vende armas en cantidades récord. Así funciona esto. Luego lloran en público en la que llaman lucha contra el terror.

El papel del gobierno de Hollande en Francia todavía es más flagrante. Según contaba Íñigo Sáenz de Ugarte, cuando los atentados de París, en e ste otro artículo cuajado de claves:

“Hollande, el nuevo campeón de la lucha contra el terrorismo yihadista, viajó recientemente a Arabia Saudí para vender cazas militares por valor de 6.000 millones de euros, además de otros muchos contratos civiles. Si ISIS es el mal absoluto, parece que eso no impide hacer negocios con los arquitectos de ese mal en caso de obtener beneficios económicos”.

Las lágrimas por el dolor inmediato no deben empañar nuestra mirada para ver el origen de los males y los remedios posibles que no se emplean. Para desenmascarar tanto teatro y tanta ascua que se arrima a toda sardina que sirva para cocer sus guisos. Con qué desfachatez la encienden mientras se asombran de que la cerilla prenda fuego. Cómo van acotando a la ciudadanía para operar sobre ella. Cambien el foco si pueden, aunque no sea fácil. Entre los llantos reales y lógicos de los afectados o de la buena fe atemorizada, reparen en los hilos.

Despojados de sus caretas, los responsables aparecen como el eje del escenario en el que víctimas rotas por diferentes barbaries actúan de decorado y reclamo.

*Publicado en eldiario.es

Menos minutos de silencio y más atajar las causas

Imaginen que se despiertan y para tomar el desayuno conectan con un sedante documental de La 2 de título “Brasil: Paraíso Natural”. Amanecidos, tras un nuevo día de terror y cinismo absolutamente demoledor, desactivador. Sin sonido, las imágenes muestran agua serena, bosques, animales en su hábitat. Al subir el volumen una voz dice: “Como todas las cosas buenas, tiene que acabar”. ¿Cómo? La frase, contenida en un guion empeñado en resaltar todo el mal que ha podido encontrar en la belleza, cae como la sentencia definitiva. Aunque actúa de revulsivo, de reactivo.

Estamos viviendo momentos que, por la brutalidad de los atentados, ahuyentan la crítica. Pero callar no es sino seguir, in crescendo, la senda repetida. Cada vez que se produce un acto de barbarie terrorista, sabemos que a la imagen de la muerte, destrucción y sufrimiento, seguirá una parafernalia agobiante de presiones que precisa análisis y denuncia.  Nos duele, s in necesidad de ayudas políticas y mediáticas que lo incrementen. Siempre el mismo cinismo, la misma siembra de miedo y exacerbación de las pasiones, la misma utilización de la tragedia. Los únicos que son nuevos sucesivamente son los muertos, las familias rotas.

Por supuesto que son necesarios información, control y más eficacia. Enlutadas conciencias,hablan en cambio de guerra y soluciones militares, desoyendo datos clamorosos.  ¿Se bombardea la ciudad de Bruselas de donde eran esta vez los presuntos terroristas? ¿Para qué? ¿Para seguir con el próspero negocio? Europa vende armas a Arabia Saudí y otros países partidarios de fanatizar el Islam, en cifras récord. La Francia de Hollande hasta se permite condecorar al heredero de la dinastía con la Legión de Honor recién ejecutados más de 70 opositores. España sin ir más lejos también les ha vendido armamento como nunca. Juncker, presidente de la Comisión, es de los pocos que habla de “control de la venta de armas”, como uno más de sus planes contra el terrorismo. Se queja de que los gobiernos y los lobbies no hacen caso. Significativa actitud. No se puede tolerar más esa doble moral sin intentar al menos desenmascararla. Menos minutos de silencio, y más atajar las causas.

Ni es honesta la promoción del miedo y las asociaciones mal intencionadas que terminan vertiendo culpas a quien no las tiene. El 87% de los atentados yihadistas desde el año 2000 han sido en países de mayoría musulmana, como publicaba eldiario.es. Casi 9 de cada 10 atentados. Más de 72.000 personas fueron asesinadas, una brutal irracionalidad. Pero de ellas, 63.000 sucumbieron en países donde el Islam es la religión mayoritaria. Sentir más dolor por la proximidad de la víctima es humano pero absolutamente injusto por comparación. No valen más unos muertos que otros.

Impúdicas las lágrimas y condolencias de esa UE que firma sin pestañear graves violaciones de los Derechos Humanos. Y con la única finalidad de mantener el triunfo de la codicia de unos pocos y su “estilo de vida”. Porque es imposible que no calculen lo que sus políticas desencadenan. Piensen si nuestro estilo de vida es el de los sensatos políticos que hacen declaraciones o el que ve suicidarse a un hombre al que iban a desahuciar de su domicilio. El que encontró a una mujer que llevaba muerta en su casa dos años y medio en un pueblo de Madrid. O el que ha convertido Europa en frontera, sin humanidad, con una crueldad que hasta esforzadas organizaciones no gubernamentales se ven incapaces de asumir. Hay diferencia de “estilos de vida”.

Claro que el terrorismo produce miedo, miedo visceral por la sorpresa y la indiscriminación con la que se produce. Por lo inapelable e irreversible de sus consecuencias. Pero hay que contar con todos los datos del contexto y todos los factores para saber  dónde buscar soluciones. El autoritarismo, la ultraderecha y neofascismos, la irracionalidad nunca lo han sido. Miren a su alrededor, miren a Irak y sus falsas armas de destrucción masiva, al polvorín de Oriente Medio y reflexionen de qué sirvieron esas tácticas. Se diría que únicamente para dar votos y poder a los mismos.

 Alerta máxima pues a la utilización en provecho partidista de ese complejo paquete de miedos y mentiras. Mediten sobre la ideología, fortaleza y seguridad de los gobiernos en cuyos países se han venido produciendo los peores atentados terroristas. Si hay denominadores comunes o no. Y, de haberlos, cuáles son.

Los atentados, cada vez más frecuentes, nos caen encima a toda la sociedad como un manto de plomo que inmoviliza por todos estos factores. Por la suma de presiones que nos vemos incapaces de afrontar con las fuerzas propias, debilitados por el disgusto y el temor que suscitan los atentados. Es para cerrar la puerta y marcharse. A una playa perdida donde no habite ninguno de los causantes de esta infernal deriva. Ninguno. Ni el fanatismo terrorista, ni los compungidos políticos y otras especies que hasta pasan lista de golpes en el pecho. Son declaraciones, horas de programación exhaustiva repitiendo la historia y con escasas claves. Una Semana Santa rediviva en angustias y culpas. Parecen conminarnos aceptar que no hay otra escapatoria que su sistema de vida con sus daños colaterales: desigualdad, mentira y barbarie. Pose, formas, sin ir al fondo que trate de poner freno  a esta locura. Hasta un documental completamente ajeno sobre la selva amazónica remacha: “Como todas las cosas buenas, tiene que acabar”.  Qué más quisieran.

Millones de personas, de todas las razas tienen, tenemos, un caudal inmenso de humanidad y buen corazón que no se acaban, y que no merece la brutalidad terrorista, pero tampoco tanta ignominia, manipulación y chantaje. Imposible de arrebatar, sea cuál sea nuestro destino.

*Publicado en eldiario.es

El triunfo del terror y del cinismo

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Bélgica no es el único eslabón débil de Europa en la lucha contra el ISIS:

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El 87% de los atentados de organizaciones islamistas fueron en países de mayoría musulmana

Casi nueve de cada diez atentados perpetrados por organizaciones terroristas de corte islamista entre 2000 y 2014 se produjeron en países de mayoría musulmana

Más de 72.000 personas murieron en estos atentados, 63.000 en países donde el Islam es la religión mayoritaria.

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VIÑETA.ALEX.CUARTOPODERTERRORISMO

jrmora.terrorismo.bola

tintin.pis.love

*Gracias a todos los autores que buscan la verdad. Gracias a los políticos que no intentan pescar en este espantoso río del terror y el cinismo.

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