2021: nada ha cambiado

El volcán de La Palma, en erupción.
El volcán de La Palma, en erupción. ABIÁN SAN GIL HERNÁNDEZ

Rosa María Artal

Otra vez andamos en el ficticio cierre de etapa que marca el calendario. El año 2021 amaneció bravo, demostrando que nunca hay que confundir los deseos con la realidad ni dar por concluidos los problemas sin base que lo sustente. La pandemia de coronavirus, que había bajado a niveles mínimos de incidencia poco antes del verano –por el confinamiento y otras medidas de contención–, se reactivó en el vano intento de “salvar» el turismo y las vacaciones. Con los puentes del consumo de diciembre y las navidades ocurría ya lo mismo. Las vacunas entraron de lleno con el año generando inmunidad contra el virus y de nuevo bajaron los contagios y la gravedad de los infectados. Las otras pandemias seguían intactas e incluso estallaron con doble virulencia. Y así empezaba un año de contrastes y destino incierto. Nada ha terminado, salvo las vidas trágicamente truncadas, por la enfermedad o cualquier otra causa.

El 6 de enero nos trajo un par de regalos que marcaban la impronta del nuevo ciclo. En EEUU, fanáticos seguidores de Donald Trump asaltaron el Capitolio porque no aceptaban el resultado de las urnas. Entraron como el elefante en la cacharrería pisoteando la democracia. Aviso importante al mundo entero que apenas ha sido tenido en cuenta.  

En España empezó a nevar sin medida. La borrasca, a la que llamaron Filomena, ocasionó grandes estragos en nuestro país. En Madrid se eternizaron como si hubiera descargado toda entera en la capital por la caótica gestión del Ayuntamiento. Encima se añadió una ola de frío polar. Temperaturas gélidas de récord, hasta 21º bajo cero en Teruel. Volvieron los confinamientos por la obstrucción de calles y carreteras y la suspensión del transporte público.

Parecía la crónica del fin del mundo, dijimos, pero no lo era. Porque volvieron los que nunca se habían ido. Continuaron acudiendo al trabajo, a curar y cuidar de todos, incluso obligados a andar en caminatas de varios kilómetros. Montaron redes para limpiar las calles de nieve o ir a buscar a casa a quienes no podían salir y les urgía hacerlo. Seguían allí los que construyen, aquellos en los que podemos confiar.

Pablo Casado arrancó el año en ese alocado desparrame que ha caracterizado su presencia pública. Con la mirada puesta en tumbar al Gobierno y, sobre todo, en la sugerente imagen del botín europeo, los fondos anticovid, por los que ha porfiado todo 2021, yendo incluso a Bruselas a calumniar y malmeter contra el ejecutivo de coalición. No le hicieron el menor caso.

El presidente del PP ha mentido prácticamente a diario. Podría editarse un libro con las barbaridades que ha dicho sin pestañear. Todos tenemos en el recuerdo el hit parade de sus más absurdas invenciones. Tiene tal costumbre de faltar a la verdad que en la entrevista estelar en el Telediario de TVE de octubre dijo una mentira cada 2 minutos, 13 en media hora, según contabilizó el periodista de Infolibre Fernando Varela. Se ha convertido en costumbre que las entrevistas a políticos no sean sino una oportunidad para que incrusten consignas y en su caso calumnias sin rebatidos.

La propaganda apenas camuflada, la desinformación rotunda, es causa directa de los males que nos aquejan. Sin duda ayudó a fraguar el triunfo arrasador de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones anticipadas de Madrid. Pasó de haber cosechado el peor resultado de la historia del PP en esa comunidad –aquí tienen los datos– a ganar casi por mayoría absoluta para hacer y deshacer a su gusto con sus colegas ideológicos de Vox. Allí, junto a la glorificación de las cervezas, quedó su destrozo de la sanidad pública, la chulería contra sus oponentes o la masacre de los geriátricos. Baste una reflexión: en la campaña electoral se habló más en los medios de su rebaja de impuestos, especialmente del ahorro en las herencias, que de los más de 7.000 ancianos muertos sin asistencia médica. Muchos dicen que se tenían que morir, dando idea del germen infeccioso que ha calado en algunas cloacas de esta sociedad. Porque ese desastre fue decidido, firmado e impuesto. 

Pablo Iglesias decidió abandonar la política activa. Dimitió como vicepresidente del Gobierno de España y se presentó por Madrid, tras recibir una carta con balas y amenazas de muerte para él y su familia. El hecho ha quedado sin autoría porque –dicen– perdieron la pista. Ayuso arrasó e Iglesias se fue. Y aún le siguieron añorando para perseguirle en ese contrasentido que es la “oposición” mediática.

Le sustituyó como vicepresidenta Yolanda Díaz, la política más valorada, figura emergente que incluso ha logrado, por primera vez en 30 años, una reforma laboral por consenso de todos los agentes sociales. Incluida la CEOE. Falta su aprobación en el Parlamento. La rabia se plasmaba en la prensa entregada a la actividad política al punto de titular “Garamendi, marqués de la sumisión”. Esta es otra inmensamente ponzoñosa epidemia que padecemos.

El Gobierno en pleno ha conseguido aprobar los presupuestos generales y que sean con el mayor gasto social en mucho tiempo. Por cierto, el PP, por boca de la europarlamentaria Dolors Monserrat, ha elegido el mismo día para intentar desacreditar en Europa las cuentas españolas, cuando entre sus logros cuenta el haber sido el primer país de la UE en acceder a los codiciados fondos europeos tras ofrecer un programa convincente de aplicación. El Ejecutivo progresista ha aprobado la subida del salario mínimo y leyes para regular la eutanasia o la libertad sexual y ha logrado una vacunación masiva. Pero los medios convencionales presentan, en sintonía con la derecha y ultraderecha, un panorama catastrofista. Mientras, los periodistas que pretendemos informar sentimos hasta una especie de pudor para hablar de los avances tangibles, quizás porque siempre falta algo.

2021 ha sido el año de los magos, adivinadores y otros “expertos” similares que pueblan los medios. Ya se titula con verbos como “vaticinar” o “pronosticar” como si fuera información. La ciencia y el periodismo huyen a zancadas dejando indefensa a esta sociedad. A la que engulle lo que le echen sin buscar, o encubre su miedo con bulos.

De ahí que haya sido también el año del apogeo de la verborrea nada inocente de la ultraderecha que ha tiznado el Congreso de los Diputados. La Cámara de la soberanía popular se ha pringado de sus insultos e insidias. La derecha del PP tampoco se ha quedado atrás. Y todo con la permisiva mirada de la presidenta Meritxell Batet, que sin embargo se aplicó en inhabilitar al diputado Alberto Rodríguez, de Podemos, en una más que dudosa condena y más que dudosa resolución dictada por el juez Marchena. Un episodio realmente penoso que ni siquiera era el primero.

Y es que el Consejo General del Poder judicial sigue intacto, caducado ya más de tres años, porque no le da la gana al PP y el PSOE se deja convencer, según parece. Como ocurrió ya con la escandalosa renovación del Tribunal Constitucional, donde el PP metió dos ‘clavos’ intragables.

El Rey emérito sigue huido. La justicia suiza no ha encontrado relación directa entre los hechos punibles, dice, y ha sobreseído el caso. Aunque se ha confirmado el origen incierto de su incalculable fortuna y la voluntad de encubrirlo. Nada ejemplar el monarca designado por Franco como jefe del Estado que hoy se fotografía con un mercader de armas en busca y captura internacional. Y encima pidiendo volver a España y bajo sus condiciones. Y una vez más la Corte de Felipe VI le sigue haciendo la ola. Enchufando en la prensa el ventilador de su propia basura.

La corrupción del PP anda en los juzgados, en la investigación policial –donde detectaron sobrecostes en un 80% de 23 adjudicaciones analizadas a donantes de la caja B del PP– y también en el Parlamento. Díganme ustedes en qué país concluye el Congreso que Rajoy y Cospedal ordenaron la Kitchen y nadie se inmuta. Es la obstrucción de las investigaciones judiciales de sus actividades delictivas y creación de dosieres falsos contra sus adversarios políticos. Cuesta seguir llamando partido político al PP y sin embargo ahí lo tienen como si fuera normal.

Biden dilapidó en poco tiempo su triunfo electoral en EEUU con la salida caótica de las tropas norteamericanas de Afganistán, a pesar de que fue Trump quien la había acordado. Se ocasionó un enorme revuelo con la cesión del Gobierno a los talibanes pero allí los hemos dejado abandonados, abandonadas a las afganas sobre todo. Hoy sabemos que les han prohibido los viajes largos salvo si van acompañadas de un hombre. Un desamparo como el que se inflige a tantos otros seres humanos duramente perseguidos por la tiranía o el hambre. Todos y cada uno tienen nombre. Aissata, por ejemplo. Ocho años, “lo primero que le dijo a su padre por teléfono desde el hospital, después de 11 días a la deriva en el Atlántico en una patera, fue ‘mamá no está, está en el mar‘. Lo contaba en noviembre el periodista de EFE José María Rodríguez. Un impresionante reportaje sobre tres huérfanos de las pateras más que afrontan su recuperación en las islas. Esos que cuando crecen un poco, solo un poco, son demonizados por la escoria ultraderechista.

Iniciamos el año con nieve y lo acabamos con lava ardiente. La que durante tres meses erupcionó en La Palma, arrasando casas, caminos y cultivos. Con un futuro incierto por esas brechas abiertas en pandemias varias que precisan voluntad de resolución. Los grandes intereses internacionales bullen más calladamente sobre el control del gas –en un momento de especial especulación energética–. Rusia y Estados Unidos con la OTAN pugnan en un duro pulso sobre los puntos calientes de la región de Donetsk, Ucrania y Crimea. Por gas y por hegemonía.

Pero en estas fechas se suele prodigar discursos sobre lo majos que somos y los pocos motivos que tenemos para quejarnos en las distintas variedades del espíritu Campofrío. La realidad completa tiene muchos más matices y aristas. Los ciudadanos normales, con eso que llaman alma dentro, hemos llorado, hemos tenido miedo o preocupación. Algunos más: cansancio exagerado, problemas de sueño, ansiedad, depresión. Lo van certificando diferentes estudios sobre el tiempo de pandemia. Prefiero decir pandemias para incluir a todas. En algunos casos afectan a la salud mental, en otros se deben a estados emocionales con motivos tan definidos como la sorpresa, la incertidumbre, los cambios en la forma de vivir o el dolor de las pérdidas reales.

Y ahora otra vez se ha reactivado el coronavirus con la variante ómicron, muy contagiosa, parece que más leve salvo complicaciones y patologías previas. Y vuelve la opción de elegir la bolsa o la vida, la economía o la salud. Y también se engrandece la irracionalidad por el hartazgo de pandemia, la negación de la ciencia, la huida desesperada al bulo que llene lo inexplicable. Su vulnerabilidad que daña a la sociedad en su conjunto.

No mires arriba es la película que ha impactado en las navidades. Una obra magnífica que nos sitúa ante la verdad del neoliberalismo, los intereses de los políticos sucios y bastante tontos, los medios como altavoz y generador, la sociedad del clic y del meme y el rechazo ante los problemas, el juicio precipitado ante la verdad que chirría y se teme. Cada país ha asociado a los protagonistas con ejemplos propios, la presidenta estúpida, el vividor poderoso, la televisión basura poseída por intereses, quienes se prestan a ese fraude. Y las manadas que no ven el cometa destructor porque no miran arriba. Los que, aquí mismo, ven otra cosa porque tampoco dirigen la vista adonde está. Los que siendo duramente retratados en la película creen que es una tesis a su favor.

Hay que mirar. Arriba, abajo, a los lados. Al año que termina y al que empieza. Hay que mirar y ver…. “En medio del odio, descubrí que había, dentro de mí, un amor invencible. En medio de las lágrimas, descubrí que había, dentro de mí, una sonrisa invencible. En medio del caos, descubrí que había, dentro de mí, una calma invencible. […] En las profundidades del invierno, finalmente aprendí que había, dentro de mí, un verano invencible.” Albert Camus, por si les sirve.

*Publicado en ElDiario.es donde encontraréis si queréis mis artículos. Hay muchos atrasados. Siento no actualizar como se debe este blog, al final el tiempo no da para todo.

La factura emocional de las pandemias

Rosa María Artal

Ha sido un cóctel demoledor. Una pandemia de coronavirus que se va extendiendo obliga a confinar a la población, a extremar engorrosas medidas para protegerse y provoca la primera paralización mundial de la actividad económica en la historia. De entrada. Las reacciones han sido diversas. Es agotador y la mayoría se siente cansada, harta, de las restricciones y hasta de sus propios temores e incertidumbres. Otros fueron decidiendo que el coronavirus no iba con ellos y se lanzaron a hacer lo que les apetecía aunque extendieran contagios. Auspiciados por políticos sin escrúpulos que valoran más «la economía» que la vida de las personas. Ésa fue otra pandemia añadida. En los EEUU de Trump, en el Brasil de Bolsonaro o en el Madrid de Díaz Ayuso se aprovecharon de esa debilidad de tantos. A Trump lo echaron –por poco-. Bolsonaro tiene a una gran parte de la población en pie de guerra. Y a Ayuso le han dado casi mayoría absoluta, duplicando los votos que tenía. Hemos hablado ya mucho de cómo han influido las campañas mediáticas de propaganda ni siquiera disimulada, pero cada ser adulto es responsable de lo que hace.

Y es que llevamos ya año y medio, y, como sociedad, estamos rotos, crispados, con estrés. Muchos ya vacunados, lo que es un alivio de esperanza. Atacan los agoreros que ven males hasta en la inmunización contra el virus. Funciona y es demostrable, pero hay que seguir cuidándose. Y tampoco «se puede perder este verano» aunque con malas prácticas no se salve ni la bolsa, ni la salud, ya saben. Una pugna –netamente política- que sigue alimentado el choque por las restricciones entre Sanidad y algunas comunidades autónomas. Que el Reino Unido mantenga a España fuera de la lista de destinos más seguros para el turismo no es ajeno a esta situación.

España ha añadido al complejo paquete de males esa oposición depredadora que desde antes de formarse el gobierno de coalición sembró todo tipo de insidias y trampas para acabar con él. La pandemia de coronavirus no les detuvo, por el contrario, ha servido de ocasión y trampolín para ir ganando terreno. Otro daño inmenso a caer sobre esta sociedad. Añadiendo asco y desesperanza.

La factura emocional y hasta mental de esa suma de problemas ya se está pasando al cobro. Nos hablan de que se han duplicado los casos de trastornos mentales en niños: ansiedad, depresión. Un 40% más la anorexia y con casos más graves. Y han aumentado las tendencias suicidas.

Se ha incrementado también la conflictividad en los hogares. Y en la vida social, como es fácilmente observable. El «estar a la que salta», que el idioma anglosajón ya ha definido como brink. El burnout, estar quemado que, entre otros síntomas, produce agotamiento físico y mental

Quien más quien menos se ha resentido del confinamiento y los cambios en la forma de vida. Y por la incertidumbre sobre el futuro. En muchos casos por pérdidas de familiares y amigos o la gran masa de los desvalidos en los geriátricos como el culmen de la inhumanidad. Por las víctimas evitables de la codicia. Ver a los alocados juerguistas de los bares y terrazas sin protección todavía incomoda más.

«No sé si os pasa: tras meses de medidas de precaución frente a la Covid he desarrollado una fobia a la vida social. Espero que se me pase con la segunda dosis», escribía el periodista Ramón Lobo, curtido en guerras y conflictos. Las respuestas no dejaban lugar a dudas: le ocurre a mucha gente.

La repercusión es mayor en las personas sensibles que no es tanta obviedad como parece. El éxito de la maldad radica en que carecen de empatía hacia los demás y no les quita el sueño el daño que hacen. Hay diferentes grados de sensibilidad –no confundir con sensiblería- como existen intensidades variables en la capacidad de amar.

España encabeza desde 2019  el consumo mundial lícito de ansiolíticos, hipnóticos y sedantes, según el informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes. Ocupaba el segundo puesto durante toda la década anterior. En 2020 subió otro un 4,5% y superó las 91 dosis diarias por cada 1.000 habitantes. Farmacias como ésta de Santiago de Compostela llenan textualmente sus escaparates de anuncios de ansiolíticos naturales, basados en hierbas. Da idea de la soterrada demanda que existe.

Cuando más necesitábamos concordia y calor se ha desatado una lucha cargada de odio e intereses que pesca beneficios propios en el malestar de millones de ciudadanos. Venía de antes. La organización social que tiene como eje el lucro y la competitividad exacerbada ya nos venía abocando a esto. La ansiedad preside nuestros días y parece hoy un factor esencial en multitud de trabajos. Cada vez se pide más a menos gente para el mismo volumen de obra. Los creadores sufren la ansiedad del resultado, de la prisa, de la aceptación. En el entretenimiento los concursos guionizados explotan cocinar con ansiedad, cantar sobrecogidos de angustia, bailar llorando, coser tensos por los nervios de ganar o no ganar. Cuando pueden ser actividades placenteras y relajantes. Y ya no se tolera la fragilidad. «Penalizada la debilidad y la duda, creemos poder con todo hasta que mil dolores pequeños se hacen uno», escribía Remedios Zafra. Imaginemos cuando el peso, los golpes, son de grueso calibre y se suman. Como ocurre ahora.

Los trastornos de salud mental precisan tratamiento clínico inexcusable. Para el daño emocional, creo, sin tener otra especialización que la experiencia, que es bueno saber que cuanto nos ocurre -en mayor o menor grado desde luego- es lógico, que hay muchas más personas sintiendo lo mismo y que no estamos solos. Además, que hay vacunas para el coronavirus y políticas por el bien común. E igual el estar quemados sirve para, simbólicamente, soltar mal rayos que partan a la gentuza que se aprovecha así de una sociedad vulnerable. Sin olvidar la masa inerte de sus cómplices.

*Publicado en ElDiario.es el 4 de junio de 2021

Casado quema las naves y otras versiones mediáticas

Esta semana nos han contado que «Casado quema las naves» y «se entrega a una oposición dura ante la expectativa de llegar a la Moncloa». La flota marítima del PP sufre terribles avatares dado que en mayo de 2020 también quemó las naves con el mismo objetivo. Poco después, el presidente del PP se superó a sí mismo: «rompió los puentes sin vuelta de hoja» con Vox para «devolver el orgullo al PP» y «ganar la moción de censura» que Abascal le había presentado a Pedro Sánchez. Un triunfo de rebote muy aplaudido por los creadores de la ucronías mediáticas o realidades paralelas.

Casado ha hecho una oposición sucia al colmo, solo superada por algunos de sus colaboradores. Y respecto a Vox tiende puentes de quita y pon. Ahora estamos al parecer en fase de si el PP les ajunta o no cara a refrendar la foto ultra de Colón con la diana fija en tumbar al Gobierno. Si estarán presidiendo o haciendo bulto.

Hemos llegado a un punto en el que amplios sectores de la sociedad están dramáticamente desinformados. Les clavan unas mentiras que ni a los bebés para que se coman la papilla. Se mueven por las emociones provocadas y no por los hechos. Ignoran lo que les afecta y cada vez se dan más tiros en el pie. La sobreabundancia de fuentes ha generado una lucha por el beneficio e incluso la supervivencia de medios que ya no están dirigidos prioritariamente a informar. Si recuerdan, el 44% de los nuevos suscriptores de The New York Times no lo hacen por las noticias sino por recetas, juegos o podcasts.

Hay que trabajarse estar informado. Imprescindible hoy para buscar bases firmes en las orillas de ese mar de falsos puentes rotos, naves ignífugas y un fondo de océano regido por la ley de la selva. 

Cada mañana portadas escritas y presentadores de radio y televisión nos sacuden –de prestarles ojos y oídos – un cóctel de nitroglicerina, odio y pintorescas versiones de la realidad que se extenderá después en tertulias e informativos. Y en las Redes donde ya campan pirañas, garrapatas, víboras y dragones echando espumarajos de fuego valyrio. Lo que hay que aguantar. Si se les presta atención. Es el fruto de ese navegar entre mentiras e intereses en el que la información ha sufrido una degradación profunda. 

Por supuesto que se publica información rigurosa. Este lunes, Olga Rodríguez volvía a ofrecer en elDiario.es, por ejemplo, un magistral análisis sobre «Israel y Marruecos: el legado de Trump que salpica a España«. Incluye los arriesgados (y muy precisos en intereses) cambios que Trump propició en su política internacional usados por Marruecos en esta confrontación con nuestro país. Las influencias e interrelaciones. Hay un cambio de narrativa social sobre Israel en EEUU. Netanyahu extendió alianzas con la extrema derecha europea que incluyen a España y a Aznar. ¿Quién es quién en el nuevo gobierno israelí sin Netanyahu? ¿Alguien puede pensar que estos movimientos no influyen en nuestra propia vida? Pues comparen con lo que sueltan los Marhuenda y colegas de turno en portadas, varias, y tertulias.

Con la factura de la luz también hay un desborde de intereses y por tanto de inexactitudes. Sin duda las compañías eléctricas gozan en España de privilegios desmesurados. Lo que hace falta es una reforma en profundidad del mercado energético que figuraba en el acuerdo del gobierno de coalición. Leemos que «Podemos exige al Gobierno esa reforma», que dentro de la coalición se admiten «enfoques distintos», que «tensionan al Gobierno». Y hoy, nos saltan, algunos directamente con un «El Gobierno declara la guerra al Ibex eléctrico” que encima mete por medio a Villarejo. Pero en lo que sí es información encontramos a Javier Martínez en Infolibre explicando que al 63% de españoles no les afecta el cambio de la tarifa de la luz. No están en el mercado regulado sino en el libre donde los precios suelen ser más caros.  

Los telediarios, incluso de la cadena pública, y el resto de la prensa nos dan cada día cumplida cuenta de lo que opina la oposición al Gobierno. Arrimadas, a la que ya no le queda partido. Y de forma destacada, los que habitan, contra natura, en el mismo PSOE que el presidente Sánchez. Faltaban entre barones el ex mandatario extremeño Rodríguez Ibarra. Quiere un referéndum sobre los indultos. Lo de ABC poniendo de cabecera ejemplar a Rafael Vera, indultado de terrorismo de Estado y corrupción, es ya sobrepasar todas los cánones. Me pregunto si han convertido en noticia las opiniones por cupos de votos y por tanto en propaganda electoral, por qué ignoran a los votantes que sostienen al Gobierno y que son mayoría.

Los vecinos de Chamberí que votaron terrazas y cervezas de Ayuso se manifiestan contra los ruidos que han invadido su barrio. Presumiblemente no son los mismos, aunque alguno habrá. No se podía saber que pasaría eso ¿verdad?

Y lo que es mucho más grave: nadie, salvo los propios profesionales, protesta por el proyectado cierre de centros de Atención Primaria de Madrid que ya anticipamos hace unos días. Por seguir ahondando en el desmantelamiento de la sanidad Pública, que forzó un triaje indigno en las residencias de ancianos de Madrid. Y es que, según documenta el periodista Manuel Rico, contra la evidencia de las pruebas y protocolos firmados, muchos ciudadanos han comprado la insidia de que eran personas vulnerables que se tenían que morir. Ahogados y suplicando ayuda. Y no es cierto, ni humano.

No hay ironía o sarcasmo que supla la indignación que produce ver esa sociedad que se deja engañar contra su propia vida o la de otros aunque no les importe. A Pablo Casado le ha hecho caso el Financial Times. Dice que hará un gobierno de «salvación nacional», siempre en su línea. El amigo y protector del húngaro Viktor Orbán. O uno de los cachorros, con Ayuso y Abascal, del Aznar constructor de lobbies mientras siguen impunes sus tropelías. El ser capaz de usar, con mentiras, hasta atentados en provecho político sin mirar el historial de vigas en el ojo de su partido.

El piano Ayuso tuvo una venta magnífica. Almeida dice sin pestañear que Pedro Sánchez solo busca la confrontación, y también se ofrece en el escaparate de este comercio que compra en votos y vende en daños. Y Pablo Casado se ve ya en La Moncloa, catapultado por Ayuso y la foto ultra de Colón. Por las promociones con trampas y la tergiversación diaria de la realidad. El que se atrinchera con el poder judicial caducado que ya parece gobernar más que el Ejecutivo electo y se atreve a defender que la ley de memoria vulnera la «libertad ideológica» por pretender cerrar fundaciones franquistas.

Si compraron a la gestora de los poderosos que no ha hecho otra cosa por el Madrid de los ciudadanos que abrir terrazas y desproteger su salud, puede colar hasta lo de Casado. Por el mismo precio e idénticos objetivos, quema naves tres o cuatro veces por año y rompe puentes que reconstruye como un prestidigitador. Los hilos de esta tragedia se mueven más arriba y atacan cada vez que uno entra sin protección en el relato de la vida según la prensa del clan. Los daños, irreparables en muchos casos, se reparten entre todos. Y a estas adulteradas prácticas lo llaman democracia plena.

*Publicado en ElDiario.es el 1 de junio de 2021

Indultos sobre un relato trucado

Llevamos tantos años de tergiversar lo ocurrido en Catalunya que muchos han olvidado asuntos fundamentales del procés. Lo cierto es que se ha impuesto un relato que contradice y encona la propia sentencia del Supremo, salpicándolo de gravísimos delitos no probados. Llegada la hora de –al menos- los indultos es la «verdad» que prevalece. Excitando los ánimos en busca de beneficio político.

De entrada, la sentencia del procés nunca debió producirse en estos términos. Causó estupor y escándalo en Europa, y más tras haber visto las brutales cargas policiales del 1-O, bajo mando de Mariano Rajoy, que dieron la vuelta al mundo, rompiendo el relato que mantenían. «Veredictos despiadados para los separatistas«, titulaba el periódico francés Libération «Encarcelamientos draconianos» que «avergüenzan a España y conmocionan a Europa», según los editoriales de The Guardian que pedía urgente solución desde Madrid y Bruselas. 

Lo reajustaron de inmediato y escribieron una historia llena de subversiones y golpes de Estado, difundida por sus medios, con gran éxito de público en buena parte de España. Pero, al margen de los antecedentes de enorme significado, el hecho es que la sentencia de la Sala de lo Penal del Supremo trabó unas conclusiones que hasta se apartan del relato actual. Y a pesar de los intentos por culpar a los políticos independentistas hasta casi del fin del Imperio Romano, el alto Tribunal solo pudo condenarles por hacer «un simulacro» (sobre la Declaración de Independencia) que engañó a los ciudadanos buscando «presionar al Gobierno para la negociación de una consulta popular», argumentaron. Un simulacro que conllevó penas entre 9 y 13 años de cárcel.

A Carme Forcadell, presidenta del Parlament, la sentenciaron a 11 años y medio al adjudicarle la responsabilidad principal «a la hora de aprobar el cuadro normativo que creó una legalidad paralela», dijeron, para debatir la formulación como ley del procés. Los ‘Jordis’, Jordi Sànchez (Asamblea Nacional Catalana), y Jordi Cuixart (Òmnium Cultural ), «alentaron a ocupar los colegios» y a «impedir la actuación policial» el 1-O , según la sentencia, con sus tuits y declaraciones. Con sus tuits. Siendo personas especialmente pacíficas como valora  el propio Tribunal.

No hubo golpe de Estado, ni violencia organizada, ni rebelión, ni secesión. El Supremo aplicó la sedición, una figura penal de origen autoritario y que no aparece como tal en buena parte de las legislaciones europeas. Ahora, para tratar de frenar los indultos, enmienda su propia sentencia, como explicaba el director de ElDiario.es. Viene a equipararla, escribe Ignacio Escolar, con delitos de rebelión o alta traición de Alemania, Francia o Italia. El abogado Gonzalo Boye explica también que el Informe del Supremo cita el artículo 81 del Código Penal alemán que contempla el delito de alta traición y que ellos confunden con el de rebelión-sedición española. De hecho, aclara Boye, «el Tribunal Superior de Schleswig-Holstein, en el caso del president Puigdemont, llegó a la conclusión de que esos hechos no eran constitutivos de ningún tipo de delito«. Ninguno.

De los seis magistrados que remodelan su veredicto de 2019 para oponerse a los indultos, cinco ocupan ese puesto aupados por el PP. Una y otra vez nos encontramos con esa grave deficiencia: un poder judicial atrincherado con el PP para seguir mandando en nombramientos y decisiones judiciales.

Los tribunales europeos no han cedido a entregar a España a los tres políticos que se fueron antes de entrar en este círculo y para externalizar ante la opinión pública las circunstancias del conflicto. La justicia europea ha dado continuos varapalos a la española en este proceso que, se dice, parece moverse en términos ideológicos más que jurídicos. Aquí lo siguen recibiendo con ese espíritu por el que Francisco Franco hablaba de la conspiración judeomasónica internacional contra España, reserva espiritual de occidente.

Lo máximo que han conseguido es que el Parlamento Europeo haya retirado la inmunidad a Carles Puigdemont y los ex consejeros Comín y Ponsatí –que en el largo proceso resultaron elegidos eurodiputados-. Aseguran que así se puede reactivar la euroorden de detención contra el expresidente catalán suspendida desde enero de 2020. Fueron 400 votos a favor, 248 en contra y 45 abstenciones. Un resultado que valorará el Tribunal de Justicia Europeo, donde acabará el contencioso.  

Siempre fue un tema a resolver por cauces políticos. Durante siglos ya, desde los Decretos de Nueva Planta de Felipe V promulgados por intereses dinásticos. En este tramo tan lleno de tremendas consecuencias para posibles torpezas, tuvieron un papel decisivo Mariano Rajoy y Artur Mas, siempre mirando por lo suyo. En la progresión del uso de los sentimientos de muchos catalanes y españoles, Rajoy se aplicó a fondo y logró que el independentismo catalán se triplicara con creces pasando del 15% al 48% en una década. Artur Mas también lo utilizó, creyendo que los miles que salían en la Diada lo hacían por él.

El nacionalismo es un sentimiento que puede llegar a ser profundamente visceral y crear enormes susceptibilidades a favor y en contra unos de otros si confrontan. Ante eso encajan mal las razones. El problema básico es que en el propio territorio, en Catalunya, también chocan, por cuanto implica hasta de forma de vida. Lo último que debió suceder fue encauzar tan estrepitosamente mal esta última fase. De las muchas que ha tenido y tendrá.

Y es que no solo se dirimen unidades patrias y nacionalismo, sino poder en el caso de la derecha española. La brutal campaña emprendida contra el Gobierno por intentar el indulto, cargada de mentiras y exageraciones, de altavoces y pronunciamientos, así lo prueba. Se asemeja a un chantaje conminatorio.

Allí vuelven a comparecer las Cayetanas y los Casados. Las Arrimadas y los Cantós. Los mismos que aprueban en Murcia, a exigencias del partido neofascista Vox, que se cante el Himno Nacional en las aulas presididas por un retrato del Rey. La inefable Rosa Díez convocando otra foto de Colón. Y los González y Guerra, los García-Page y alguno más de los reyes de Taifas del clientelismo. La derecha dura de este país. Los del Partido Español que no usa las otras siglas en las que dicen militar. Y contribuyen a la ofensiva desaforada contra el Gobierno que preside el secretario general de su partido, Pedro Sánchez.

Un indulto es un ataque a la nación, dicen su ejército mediático. Poner las urnas, el mayor al Estado de derecho. Y Sánchez en «ataque a la nación… para seguir aferrado al poder«, han llegado a editorializar en el que parecía faltar la frase «a pesar de nuestros denodados esfuerzos por tumbar al Gobierno». Pedro Sánchez salió elegido por una mayoría histórica que forma parte de este país. Y a la que sin duda se debe en cumplimiento del propio mandato ciudadano. De «la oposición» solo ha recibido puñaladas. Incluida la de su partido.

Nadie se sube a las barbas de este Estado corrupto si así lo sienten sus mandamases. Es lo que parecen avisar. Y demostrar. Algunos de los que no acatan el designio lo pagan muy caro. Desde políticos y abogados, al propio pueblo catalán. Me autocito con la impresión de la sentencia del procés hace ya dos años, tras muchos de incidencias. Nos hizo constatar que, en las decisiones de poder, España siempre derrapa por el mismo sesgo, o siempre carga del mismo pie. Es una mezcla de autoritarismo, involución y torpeza que no mejora con el tiempo y el desarrollo.

Y ha ido a peor. Por encima de la grave crisis mundial provocada por el coronavirus. La derecha plena con todos sus tentáculos va a por el Soldado Sánchez, conminándole a que no entorpezca el trucado relato de los inexistentes golpes de Estado –de los que tanto saben- himnos patrióticos, unidades de destino en la trampa y la involución. Con la mirada en los millones de ayuda a la pandemia de Europa. 

Recuérdenlo dentro de otros dos años. Lo que pase entonces se sigue escribiendo ahora. 

*Publicado en ElDiario.es el 28 de mayo 2021

Sanidad desmantelada a la madrileña

Rosa María Artal

Dos personas aguardan a las puertas del centro de salud en la localidad madrileña de Morata de Tajuña. EFE/Mariscal/Archivo

La Comunidad de Madrid prevé un plan de reestructuración de la Atención Primaria en salud que, por los datos que se conocen, supone una nueva fase del desmantelamiento de la sanidad pública. Todavía es Isabel Díaz Ayuso presidenta en funciones y ya se trabaja en esa clara dirección. Primero avisó un informe del Sindicato CCOO que adelantaba la supresión de más de 2.000 empleos en los centros de salud durante los próximos cinco años. Y siguen más indicios.

Los llamados Planes de Contingencia del gobierno Ayuso marcan con claridad que no piensan cubrir las bajas de médicos de cabecera y pediatras y prevén una reestructuración que plantea cerrar decenas de ambulatorios. En una de las zonas asistenciales, Centro, según informa El País con datos documentales, se proponen cerrar 41 de los 49 dispensarios. Ocho quedarían abiertos para atender a casi 1.300.000 personas de los barrios de Latina, Carabanchel, Usera, Villaverde, Chamberí, Barrio de Salamanca, Chamartín y Ciudad Lineal. Aparentemente es uno por barrio, algunos de los cuales son de gran extensión. Saturación y listas de más espera están aseguradas.

Esa organización que debe aprobar «la Gerencia», dice, se basa «en el cierre total o parcial de centros según circunstancias, en la movilidad de profesionales» y «en la concentración de esas plantillas» para que «atiendan por teléfono al conjunto de la población». Estamos pues ante un cambio de paradigma que pretende consolidar la Atención Primaria de los más crudos de la pandemia. Muchas patologías quedaron mal atendidas por la falta de medios. Y ahora se trata de reducirlos más. Los profesionales consultados coinciden en que es un desmantelamiento de ese sector fundamental del cuidado de la salud. En una Comunidad que ya tiene –a  lo largo de los 26 años de mandato del PP- los peores servicios sociales de España, como demostró la crisis del coronavirus. Y, después de Andalucía, es la que menos invierte en Sanidad por paciente. Invierte del presupuesto estatal, del dinero que recibe del erario, porque hay cabezas defensoras de Aguirre diciendo: pues yo nunca he tenido que pagar para ir al médico «como dice la izquierda que ocurre».

Están siendo días particularmente intensos en noticias pero en mi opinión esta amenaza a la salud de los ciudadanos es de primer orden porque muertos o enfermos el resto de los asuntos sobran, si me perdonan la obviedad.

El asunto es todavía más grave si se piensa que esos dos millones de personas votantes de Ayuso y Monasterio han provocado en Madrid en realidad un cambio de paradigma social que quieren extender a toda España (excepto Catalunya y País Vasco donde no pueden porque carecen de peso). El avance de esta derecha extrema y privatizadora se refleja en las encuestas si concedemos que algunas de ellas no están manipuladas. Sus seguidores aceptan, al parecer, el desmantelamiento de la sanidad pública que han votado. O no se lo creen. O lo adornan con las falacias de las fake news salpicadas de insultos.

Estos días The New York Times está haciendo públicas sus investigaciones sobre el coste personal de la pandemia en EEUU, recogiendo testimonios y datos. El caso más llamativo es el de Irena Schulz, que perdió a su padre enfermo de coronavirus, y que debe un millón de dólares por los tratamientos. El costo varía según los seguros contratados y el Estado en el que vivan. La media de los estadounidenses infectados por Covid-19 ha sido de 23.000 dólares por enfermo que haya tenido que ser ingresado.

El mantra ultraliberal opone enseguida que allí no se dejan la mitad de su vida laboral en impuestos y que con ese dinero se pueden pagar cualquier tratamiento. Cosa que no es cierta, al margen de la insolidaridad que supone como principio ético. En Estados Unidos sí es menor la carga impositiva, especialmente para las grandes fortunas. Algo que Biden se propone cambiar. Pero todos pagan, evidentemente; hay que costear el Estado. Aquí, por cierto, entre elusiones y evasiones fiscales tampoco muchos ricos cotizan lo que deben. Y Madrid se ha convertido en un paraíso fiscal para los más pudientes que incluso trasladan su domicilio a efectos administrativos a esta comunidad.

Muchos norteamericanos siguen sin tener seguro médico privado o no con las coberturas suficientes para una contingencia seria. Cada año alrededor de 530.000 personas se declaran insolventes por deudas relacionadas con enfermedades. Y eso antes de la pandemia. Llegado el coronavirus, EEUU ostentó el primer puesto de víctimas mortales en el mundo durante meses. Además de la errática política de Trump al respecto, se evaluó que un 44% de la población no acudió al médico en los primeros meses aun encontrándose enferma por miedo a los costes sanitarios asociados

Al margen de la broma macabra de la libertad madrileña, es evidente que a millones de personas no les importa la salud de los demás si pueden pagarse un seguro privado. Ni a la presidenta Ayuso si se evalúa su gestión en los geriátricos –insisto, sí- y los recortes en la sanidad pública que sigue propiciando.  

Se advierte que el nivel cognitivo de algunos seres llega al punto de creer que la sanidad pública no cuesta dinero o de tragarse que un almacén de ladrillos que aloja a un hospital con grandes carencias es para tratar el Covid y no para dar negocio a las principales constructoras que allí participaron. Quizás influidos por la propaganda que despliegan los medios como sucedáneo de la información. Por las tendencias que marcan: Ayuso gana la batalla a Sanidad y habrá toros y tenis con público, publicaba La Razón del multitertuliano Francisco Marhuenda el 29 de abril en vísperas de las elecciones. También El Mundo dijo algo parecido. Pírrica victoria. Era la guinda de un pastel cuajado de portadas, entrevistas, fotos con disfraces varios y loas. Cuando la derecha quiere colocar a sus peones, no tiene igual.

Y coronando el paquete aquellos a quienes el triunfo de su equipo les satisface mucho más que mantener íntegra su salud y la de los suyos, los del «cómo escuece el éxito de Ayuso a los progres, me parto».

Se respira en Estados Unidos cierta euforia por la nueva etapa que ha desterrado a Donald Trump. «El orden neoliberal parece estar colapsando», publicaba esta semana The New Yorker. «Una generación de jóvenes activistas de EEUU tratan de asegurar que sea reemplazado por el populismo progresista, no por la derecha fascista». Una esperanza que en España se trueca en temor al ver los hilos con los que se teje el futuro que unos pocos dirigen. Con todas sus mentiras y desastres, Trump fue votado por más de 72 millones de personas. ¿Quieren más causas aún para entender por qué Ayuso va a seguir siendo presidenta de Madrid casi por mayoría absoluta y va a seguir desmantelando la sanidad pública.

*Publicado el 25 de mayo de 2021

Quiénes son los enemigos del pueblo

Rosa María Artal

Personas migrantes en la playa del Tarajal, a 17 de mayo de 2021, en Ceuta (España)

Hay un común denominador en las abruptas noticias del día, el dedo roto por el que parece doler todo lo que toca, la tenaza que rompe en verdad distrayendo la atención. El egoísmo, eje del sistema ultraliberal, reforzado por una creciente estupidez instalada en buena parte de la sociedad, ha creado un monstruo incapaz de siquiera conmoverse por la desgracia de otros seres humanos. Nace aparentemente en la indiferencia pero escala hasta la crueldad. Nos afecta desde la vida cotidiana a la propia supervivencia. Lo que ocurre tiene culpables y están a nuestro lado.  

Más de 6.000 personas, jóvenes la cuarta parte de ellas, habían entrado en Ceuta al amanecer de este martes nadando desde Marruecos. 1.000 más se contabilizaban a la caída de la tarde. Detrás el ya viejo uso de la inmigración por parte de Rabat que ha relajado la vigilancia de fronteras. La excusa es lo de menos. La autarquía marroquí trabaja por su hegemonía en el Sahara y por su peso en el Magreb que Trump reforzó. Pedro Sánchez ha desplegado el ejército y viaja a la zona. Pablo Casado ha aprovechado la ocasión para culpar al Gobierno y a ¡Pablo Iglesias! por unas antiguas declaraciones, tratando el conflicto con una frivolidad impropia de un dirigente que aspira a gobernar. Y el líder de Vox se ha vestido de guerrero salvapatrias para anotarse su tanto.

Fuera de los intereses políticos, hay una desesperación real de miles de personas por buscar un futuro mejor. Y para una precariedad basada en grandes injusticias de las que no son responsables y sí los consabidos intereses económicos y geopolíticos. Y hay una ultraderecha social racista y fascista en España que se cree dueña de esta tierra en la que nacieron por casualidad. El desprecio de esos especímenes hacia personas que con enorme coraje se tiran al agua y el riesgo muestra uno de los grandes pilares de la inhumanidad que vivimos.

Se ha desplegado en muchas más ocasiones y campos. Está también en la tolerancia a lo que ocurre en Gaza, con una nueva escalada del conflicto palestino-israelí. Lean el contexto, con todos los detalles, en el artículo de Olga Rodríguez. «Es la historia de una ocupación ilegal por parte de Israel y de unas políticas discriminatorias que suponen, de facto, un apartheid contra la población palestina«. De momento, el balance de la confrontación armada es de más de 200 palestinos muertos, muchos niños incluidos, y 8 israelíes. Siempre ha sido así la proporción.

Quienes apoyan a Israel son los mismos que sostienen otros muchos abusos de poder. Los que callan ante la muerte, el expolio y la destrucción de los palestinos y no condenan –ni paran- los ataques del gobierno y el ejército de Israel a la prensa –literal, hasta destruyendo sus instalaciones. No quieren testigos de su barbarie.

El mundo no se arregla con una varita mágica, pero los grandes verdugos de hoy han sido elegidos en las urnas o amparados por políticos electos en democracia. Siquiera en una democracia nominal. Dentro del propio pueblo aupando a tiranos. Aunque se pinten sonrisas de libertad.

Las colas ante los Centros de Atención Primaria de Madrid –y algunas otras comunidades, no todas- son responsabilidad de quienes las apoyan en las urnas. Los ancianos dejados morir en los geriátricos, también. Y van sobre su conciencia, si la tuvieran. El chantaje del PP para no renovar el poder judicial que le favorece, mientras sobrevuela una y otra vez la gestión de «la pasta» de Europa, ha sido votado por ciudadanos. La búsqueda de beneficios económicos como forma permanente de gobierno en general. Y no es precisamente para resolver problemas sociales como se demuestra en la práctica de la privatización de los beneficios. Tampoco eluden su responsabilidad quienes no actúan para resolver estos problemas. De graves consecuencias porque algunas de las decisiones judiciales que vemos se inscriben claramente en actuaciones políticas. Y así no se juega en democracia.

Este país permite finiquitos escandalosos a los exdirectivos del Banco de España, un organismo dedicado a aconsejar cómo los asalariados deben costear los privilegios del poder económico. Y que se hagan punteros con los ERTES para despedir desde grandes y saneadas empresas. Y gracias que el Gobierno es de PSOE-UP, que está allí Yolanda Díaz, una ministra dialogante, persistente y eficaz. Irían listos el resto de los trabajadores con un ejecutivo de derechas. Porque llevamos más de un año de pandemia que esta oposición obvia en sus proclamas, aunque la ha usado en su provecho al límite. Como demuestra la elección de Ayuso en Madrid. Ese hito que nos sitúa en una realidad funesta con vocación de aumentar según las encuestas más o menos manipuladas.

Todas estas noticias las sabemos por periodistas. Los que conviven, malamente, con otro sector de la profesión dedicada a la propaganda política con los peores usos de la manipulación. Insisto: la justicia cuando escribe torcido y la desinformación masiva son los grandes problemas de España ahora.

El periodismo que miente y entontece es responsable, pero quien lo consume tanto o más. El eslogan del 15M «Apaga la tele, enciende la mente», en sentido genérico –apaga la desinformación, mejor- es una medida de urgencia para una situación como la que vivimos. A menos que se contemple de una forma crítica aunque duela, que duele.

Escribía este mismo martes José Antonio Martín Pallín, magistrado y fiscal del Tribunal Supremo en el retiro ya, un artículo profundamente esclarecedor y muy preocupante del hoy y en España. El enemigo del pueblo. A Pablo Iglesias lo han convertido en esa figura que definió Ibsen para la historia. «Ninguna persona de la política contemporánea ha sido más salvajemente denostada con toda clase de improperios e insultos y acusaciones de corrupción, odio y machismo», dice. «Hay que reconocer –añade- que la maquinaria ha funcionado a la perfección. Se ha retransmitido esta imagen a muchos sectores de la población, increíblemente también a los que sufren las consecuencias de los recortes y la insolidaridad de los que manejan las riendas del actual sistema».

Ellos son los enemigos del pueblo, de la sociedad en su conjunto, de sus aspiraciones y esperanzas, de su vida, de la de todos. Ellos son los que sostienen las manos que disparan a civiles en Gaza, o en Colombia. Y quienes persiguen a los valientes que llegan a nado a una costa de esperanza, cuando debieran ser los que están en el agua para saber qué se siente. Y a todos cuantos obtienen réditos personales hasta del dolor de las personas, de miles de personas si se tercia. Sustentan a quienes denigran toda diferencia por sexo, procedencia, lengua, medios, cultura, mientras enarbolan la burricie y la inhumanidad. Esas hordas terribles de salvajismo que se esparcen por las redes sociales dan idea de la degradación profunda a la que ha llegado la especie humana en sus ejemplares más idiotizados y dañinos para el bien común.

El dedo roto, el alma hueca, de esa sociedad que se dejó embarcar en el yo primero, en la ruina de la injusticia y la codicia. Apaga su ruido, enciende la razón. Es urgente.

*Publicado el 18 de mayo de 2021

Error del sistema ¡Reinicia!


Rosa María Artal

Vista general de la Puerta del Sol durante las protestas del 15M

15M. Para reflexionar sobre el brutal cambio con el que la sociedad ha afrontado las dos grandes crisis globales que nos han sacudido en el siglo XXI. Son la sociedad activa y la sociedad pasiva y aún errática ante la desgracia. Protagonista o cautiva. La caída del sistema financiero, por sus propios errores, en 2008 quebró la economía. La pandemia de coronavirus en 2020 también la salud. Las bombas de este tipo causan, de hecho, ignorados estragos en todos los ámbitos. La de hoy hereda los fallos de la anterior, de la tijera que recortó servicios esenciales como la sanidad pública. Carencias responsables de una mayor mortalidad, sin lugar a ninguna duda. La crisis del coronavirus es infinitamente más devastadora que la de 2008 y sacude a una sociedad desarmada en valores, desactivada.

Hoy hace 10 años que la ciudadanía saltaba en las calles de toda España buscando una nueva sociedad, más justa y participativa. Pero a la vez el derrumbe financiero, económico, político, social y hasta ético, desencadenado desde 2008, estaba asistiendo a una aceleración y una dureza inusitada. El poder nunca pierde, y era el financiero y no el ciudadano el que seguía y sigue en lo más alto de la cúspide.

Asistimos entonces a la sustitución de democracias por tecnocracias, comenzando nada menos que por Grecia, el país que inventó la democracia. El neoliberalismo, causante de la crisis, salió reforzado. Ahora, el mismo desprecio por lo público viene impregnado de ultraderecha, de la irracionalidad del fascismo.

La información, como señalamos ya, fue clave en el 15 M, en todas las revoluciones sociales de 2011; la desinformación marca por el contrario este tiempo de pandemias. Demostrando, por cierto, lo esencial del conocimiento para afrontar cualquier eventualidad, los contratiempos de forma destacada. Hoy es el tiempo de las fake news. Es decir, de las falsedades, bulos y calumnias, sin el menor escrúpulo. La vieja práctica política de mentir se ha elevado a categoría máxima con Donald Trump y sus homólogos, de los que en España tenemos cumplida representación en la derecha. Si entonces se precisaba reiniciar el sistema, hoy habría que reconstruirlo casi por completo.

El periodismo asiste a una trágica degradación. En España desde luego, en Estados Unidos reaccionaron ante la escalada trumpista que terminaría asaltando el Capitolio. Tarde, cuando ya estaba la fiera suelta. Aquí es verdaderamente sonrojante. Desde las portadas y artículos escritos al formato de la basura audiovisual, con las tertulias espectáculo en la cumbre de lo más dañino.

La mayoría de los grandes medios terminaron de cuajar su crisis a partir del derrumbe de 2008. Cierres y ERE drásticos siguieron a continuación. La mano de Rajoy anduvo por el relevo de los directores de los tres principales periódicos en apenas tres meses. De todo ello surgieron varios digitales, como este: ElDiario.es, que han tomado el testigo del periodismo independiente. La crisis es profunda. The New York Times ha alcanzado el récord de 7.8 millones de suscriptores pero el 44% de los nuevos no lo hacen por las noticias sino por productos como recetas, juegos o podcasts. Es de imaginar pues el éxito de los chismes y mentiras gruesas de la infracomunicación en España.

Cultivada pues en la desinformación y en los temores que causa un virus mortal, se ha desatado con total virulencia la pandemia de la estupidez que coloca como valor a respetar la mismísima ignorancia.

La elección de Ayuso en Madrid ha sido el síntoma demoledor, pero vemos cómo grandes errores estructurales de España incrementan su ritmo imparable de degradación. Sentencias judiciales verdaderamente alarmantes, porque entran en un campo político e ideológico fuera de sus atribuciones. El atrincheramiento de los pervertidores del periodismo ofendiditos encima. Desde luego ya aparecen los BancosdeEspaña de siempre recetando sus clásicas medidas para perjudicar al grueso de la sociedad. Sin osar jamás tocar a los intocables. Y políticos buscando la tajada en el caos.

Hay movimientos de militares fascistas en EEUU, Francia y Alemania como mínimo. Preocupando y ocupando en su solución a sus gobiernos. En España tenemos a quienes, con armas aún en el retiro, desean fusilar a 26 millones de españoles y escriben cartas al jefe del Estado sin que éste diga ni palabra. La causa ya está archivada incluso. Como el resto de los movimientos antidemocráticos.

El mundo se tiñe de brutalidad extrema en Colombia para reprimir las protestas sociales desde un gobierno del gusto del establismenth. Y el Israel de Netanyahu masacra a los palestinos poniendo a prueba a Biden y sus medidas porque, como todo mandatario estadounidense, ha de ponerse del lado del lobby judío. Mientras en la lucha desigual, sigue la vieja proporción por la que la vida de ocho israelís cuesta la de cien palestinos.

Todo venía avisado en el año de todas las pandemias. El coronavirus ha evidenciado las fallas del sistema hegemónico para afrontar crisis como las de la salud. Salir de esta terrible prueba exigía hacer justo lo contrario de lo que propician quienes solo buscan sus propios intereses sin importar a quienes perjudican y hasta dejan morir. Se está abandonando la apuesta por la razón.

«Nos enfrentamos a elegir entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano», escribía Yuval Harari (autor de Sapiens) en la primera ola ya. Es peor aún, nos enfrentamos a estar gobernados por una ultraderecha fascista o tener un Estado social más justo. Quienes desde la grada de sus opiniones alquiladas al mejor postor denigran o minimizan al 15M y el renacer de la ciudadanía son parte del problema. Ya lo dijimos y la balanza está cada vez inclinada a la barbarie fascista.

El gobierno progresista ha aprobado una histórica ley del cambio climático. Le queda por afrontar los graves escollos que nos dificultan el camino en justicia y equidad, hasta en democracia. Sigue habiendo muy poco pan para tanto chorizo. Muy triste justicia para tanto sinvergüenza. Necesitamos dormir además de soñar. Encender la mente y apagar la tele es ya una medida imperiosa. Ejercer el «cogito ergo protesto», pienso luego protesto, como decían aquellos días los italianos. Con información. Con la exigencia de lo que es justo para no seguir diciendo de este país: No creo en ti.

Y ahí estamos.

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*Publicado el 14 de mayo de 2021

15M, un volcán de dignidad

Rosa María Artal

Integrantes del Movimiento 15M abarrotan la Puerta del Sol de Madrid. (EFE)

No fue un sueño, ni una anécdota, ni mucho menos un imposible. El #15M quedó para la historia como uno de los ejemplos más relevantes de una singular revolución colectiva extendida por numerosos lugares del mundo. La erupción de la dignidad ante unos hechos que habían producido el hartazgo máximo de la ciudadanía. En la desolación que todo demócrata siente ante el auge de la irracionalidad trufada de fascismos, que se asienta también en España de forma destacada, merece la pena recobrar los antecedentes, el contexto de un mundo que despertó para decir «Basta» con firmeza y todos los instrumentos de la concordia.

El 6 de mayo de 2011, con el Teatro del Círculo de Bellas Artes de Madrid absolutamente abarrotado, presentamos Reacciona (Aguilar), un libro coral que sería el ensayo español más vendido del año con más de 100.000 ejemplares. Al terminar el acto, dos miembros de Democracia Real Ya, subieron al escenario y pidieron anunciar la concentración que habían organizado en la Puerta del Sol para el día 15 y así lo hicieron. Días de máxima efervescencia, la historia venía desde mucho más atrás.

La forma en la que el capitalismo más brutal había saldado su crisis de 2008 haciéndola pagar a los ciudadanos había generado un insufrible malestar social. España ardía por las medidas de «austeridad» a la que le obligaba la Troika. No faltó más que, andando los meses y con el 15M vivo, la reforma de esa supuestamente intocable Constitución, en tres días de agosto de 2011, sin mediar referéndum o debate alguno. Por acuerdo de Zapatero y Rajoy, y bajo mandato de Merkel y la UE, el Congreso fijó como norma suprema -en el contexto del principio de «estabilidad presupuestaria»- pagar a los acreedores antes que atender las necesidades de los ciudadanos. «Su pago gozará de prioridad absoluta«, dice textualmente. Fueran cuales fueran y como fueran los acuerdos suscritos por los gobiernos.

La información fue clave en el estallido social múltiple. 2010 había sido el año de Wikileaks. Con Julian Assange al frente, la publicación de documentos secretos hizo temblar al Pentágono, salir a la palestra a Obama y afilar las críticas de los privilegiados del sistema. Sus revelaciones se publicaron en diarios de gran tirada y tuvieron enorme difusión. Assange se propuso aflorar las enormes corrupciones ocultas y hasta evidenciar que el empobrecimiento y la muerte tramposa de inocentes no puede llevar un código de seguridad que haya que preservar. Assange pagó y sigue pagando carísima su valentía.

Y, como en una ciclogénesis, se fueron sumando factores que reventaron la capacidad de soportar lo inaguantable, lo intolerable.

Las trampas reveladas influyeron en la revuelta en Túnez, el primer país en estallar de la Primavera árabe. Confirmaron que la familia del dictador, Ben Ali, atesoraba un 60% del PIB de todo el país. Y a ellos les habían subido un 50% el precio del pan. Porque también se arrastraba la crisis alimentaria, especulativa, de productos básicos como el trigo y el maíz en los mercados internacionales, paralela a la crisis financiera. Y allí estaba un joven tunecino, Mohamed Bouazizi, de 26 años, vendedor ambulante de fruta. La policía le confiscó su carrito violentamente. Y él se inmoló prendiéndose fuego. Sus llamas terminaron de prender la mecha. Fue la chispa que incendió una reseca pradera de despotismo, corrupción y desigualdad social que iba -y sigue yendo- desde Marruecos al golfo Pérsico.

La ola de cambios en el mundo árabe se propagó a muchos otros países. Surgieron reacciones en cadena, cada país por sus problemas concretos, con el común denominador del hartazgo por el abuso del sistema sobre la sociedad, que en algunos lugares se ejercía con tintes hasta neocoloniales. El FMI tenía papel estelar repartiendo créditos y tijera a los paganos de la crisis de los poderes financieros. El globo ultracapitalista ya se había desinflado estrepitosamente en Islandia. Y, tierra de volcanes, su lava inundó Europa, también desde el norte.

En España, los actos como ContrATTACando, registraban una afluencia masiva. Se palpaba desesperación pero, también, en muchos casos un afán constructivo. No sabemos qué hacer… salvo afirmar con pasión que no podemos seguir así. Renacía la conciencia ciudadana. La avidez por informarse de la realidad era necesidad vital.

Federico Mayor Zaragoza me habló en ese periodo de finales de 2010 del libro que hacia furor en Francia, «Indignaos», de uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y ya nonagenario, Stephan Hessel. 26 páginas llamando a la acción contra la tiranía de los mercados. España acumulaba muchos más motivos, precisaba más voces y más segmentos ante los que reaccionar. En todos los campos: el empleo, los impuestos, las privatizaciones, las desigualdades, la ciencia, la cultura, la información. Hessel nos hizo el prólogo de nuestro libro. Y otro nonagenario único, José Luis Sampedro, firmó el primer capítulo: «Debajo de la alfombra». Y también envió un manifiesto de apoyo al #15M, que resulta hoy doblemente significativo

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Democracia Real Ya había sabido aglutinar a más de 200 microorganizaciones, incluso dispares, desde jóvenes a jubilados, parados o afectados por las hipotecas, o contrarios a la Ley Sinde, lo que era realmente infrecuente. Para marchar sin pancartas de partidos u organizaciones, dando lugar a una explosión de creatividad que asombró al mundo, al nuestro en primer lugar. «No queremos ser mercancía en manos de políticos y banqueros» era el lema principal, y tras él una eclosión de ingenio en lemas y grafismo. Ése es el genio de este país a preservar. Sobraban los motivos. Forges los resumió en una viñeta histórica.

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El 15M se había convocado en medio centenar de ciudades y pueblos de España. En Madrid, algunos decidieron acampar y de allí salieron las charlas en las plazas, la información que los ciudadanos necesitaban saber. Y una forma de organizarse que sorprendió por su civismo. Keynes, Naomi Klein, y los premios Nobel Stiglitz y Krugman empezaron a ser familiares en los círculos y más allá. Y Sampedro, Juan Torres, Arcadi Oliveres o Vicenç Navarro. Una inmensa apuesta por saber. Los de siempre hacían su siembra que quedaba engullida por la dignidad. ABC ya malmetía entonces, hablando de «Chinches, drogas… y sexo en vivo y piojos», no merece la pena darle cancha. De no ser por cómo todo lo malo ha ido a peor.

Hablaremos mucho estos días de aniversario del #15M. La prensa internacional lo citó como el movimiento más serio y mejor organizado de cuantos se daban. De hecho el Washington Post fue el primer medio en informar de que algo extraordinario ocurría en España en la misma noche del 15 de mayo. Corresponsales y enviados especiales no daban abasto para contar lo que ocurría. Ana Botella llegó a utilizar el 15M como un valor en el escrito para optar a los Juegos Olímpicos.

Gente que no había pisado una manifestación en su vida se acercaba a Sol, y a otras plazas, como si fueran a un parque de atracciones de la democracia, pero en las elecciones de ese 201 los españoles terminaron dando mayoría al PP en ayuntamientos, CCAA, Europa y el gobierno de España. Un completo. La principal ocupación de los populares fue tronzar cuanto pudieron el estado del bienestar. Si ayudó al 15M que estuviera el PSOE en el poder, el Govern de CiU en Catalunya o Cristina Cifuentes en Madrid sacudieron lo suyo. Y llegado Rajoy a la Moncloa molieron la protesta a palos y a leyes represivas. Aún vigente, la ley mordaza, por cierto.

Hay un nutrido grupo de españoles que vienen a estar en una franja que gusta de ideas innovadoras como tendencia de moda pero a la mínima entrega las llaves al más tramposo. Acaban de hacerlo en Madrid. Lo definió a la perfección Jaime Gil de Biedma.

«De todas las historias de la Historia

la más triste sin duda es la de España,

porque termina mal. Como si el hombre,

harto ya de luchar con sus demonios,

decidiese encargarles el gobierno

y la administración de su pobreza».

Pero si algo nos enseñó el 15M es que, como en el propio planeta cuando erupciona, la furia infinita, la saturación de la paciencia, la fricción, terminan por estallar. Y que siempre hay alguien que lo intenta, y siempre quienes se afanan en triturarle, y quienes les ayudan desde la grada incógnita de la masa como ocurría en el circo romano. Y quien lo vuelve a intentar. El éxito del 15M fue que en principio no tenía una cabeza sobresaliente que abatir. Era otro Fuenteovejuna.

Podemos se formó tres años después reivindicando el 15M. Un espíritu que no nacía en las plazas donde sí estaba sino de la realidad, de la justicia, de reponer la cordura. Y siempre es así. Porque este mundo cuenta con los que siempre empiezan otra vez. Y con ese empeño que se hereda y se transmite y vive en la dignidad de los pueblos.

*Publicado en ElDiario.es el 11 de mayo de 2021

Y la felicidad llegó a España

Los hacedores del triunfo de Ayuso no caben en sí de gozo. Han logrado lavar y vender la muy dañina gestión de la presidenta de Madrid y demonizar aún más a Pablo Iglesias. Doble labor que ha arrojado muestras de lo peor de la condición humana

Sobrecoge la capacidad del sistema para normalizar los terribles hechos sucedidos estos días. Los grandes hacedores del aplastante triunfo de Isabel Díaz Ayuso no caben en sí de gozo. Han logrado lavar y vender la muy dañina gestión de la presidenta de Madrid y demonizar aún más a Pablo Iglesias. Y les ha salido bien. Hasta las amenazas de muerte pasaron a la historia y solo quedan en el aire las loas a Ayuso y los insultos al líder de Podemos. Esa doble labor ha arrojado muestras de lo peor de la condición humana, a las que hemos asistido con horror. Va más allá de la ideología, hablamos de inhumanidad. De la crueldad desplegada con un político o varios, y con el grueso de la sociedad que ha comprado un caramelo envenenado que no explicita todos sus ingredientes.

La maltrecha democracia española ataca con ferocidad sin igual a quienes amenazan los privilegios de los que siempre han hecho de este país su cortijo. Algunos periodistas lo hemos avisado hasta la extenuación. Otros no, por el contrario, contribuían al deterioro en busca de fines bien definidos que no son informar a los ciudadanos. El 2 de mayo, un colega tan serio y sólido como Enric Juliana, director de la Delegación en Madrid de la Vanguardia, escribía en Twitter: «No sé si tiene mucho sentido discutir sobre si la ultraderecha debe ser aislada. La extrema derecha cuenta en estos momentos con fuertes apoyos mediáticos y eso significa algo. Más bien cabe preguntarse qué debe hacer el espíritu democrático para no acabar aislado en España». Más cierto no puede ser, ni más espantoso si lo pensamos, que debemos pensarlo.

Asombra al mundo que haya podido arrasar en las elecciones una versión a la española de Donald Trump, con el estandarte de la libertad (para beber cervezas) y unos resultados en salud deplorables y muy parcos en lo económico. No para las grandes empresas que se han visto especialmente favorecidas con su gestión, en los contratos del Zendal sobre todo. Y así será en el futuro. Lo primero que ha hecho Ayuso sin constituirse aún el nuevo gobierno ha sido convocar un concurso para que consultoras privadas gestionen los fondos europeos en Madrid. Empezaba el 5 y acababa el 7,  el tiempo justo para presentar el escrito.

Lo que aquí se publicaba mayoritariamente no hacía hincapié en esas realidades, en su gobernar para los ricos y su desprecio a los más desfavorecidos, o en los trágicos sucesos que sus decisiones ocasionaron en los geriátricos. Han vendido a la mujer «liberada, descarada, retadora y arrolladora», como sigue escribiendo uno de los periódicos españoles con mayor proyección internacional en su análisis posterior. Las tres mujeres, Ayuso, García y Monasterio, en el mismo paquete de donaire femenino.  

Para que la estrategia funcionara de forma óptima había que continuar atacando a Pablo Iglesias, con más virulencia si cabe de lo que se ha hecho en su trayectoria. Tras lograr tres diputados más, y haber conseguido sacar en el gobierno de España varias leyes progresistas, decidió en la noche del 4M marcharse de la política institucional, porque, dijo, creía que ya no sumaba. Esa misma noche, un mariachi fue a cantarle a la sede «rata inmundo, animal rastrero» para difundirlo en Twitter y lograr un TT.

Y así fueron saliendo los adalides de la ideología y la deshumanización fascista que siguen a Ayuso y a Vox: futbolistas, cantantes trasnochados, políticos, y esos arietes del periodismo de caverna que no sueltan la pieza aunque la crean abatida. Cazadores presumiendo de su logro con el pie en el cuello de la presa. El presentador del informativo más visto de España insistiendo en sus versiones de la verdad y en la satisfacción por la que ven como una derrota de Iglesias y no de la sociedad a la que venden sus productos mal etiquetados. La verdadera libertad suele molestar a quienes se miran en ese espejo. Y se desparramaron también los envidiosos, los desleales, los mezquinos. Y quienes desde la banda de las cloacas llaman delincuentes a los que no lo son. Y todos tan contentos. Misión cumplida. La oclocracia de los miserables.

Y las plagas que han creado de especímenes humanos dispuestos a despedazar a quienes realmente ni conocen para servir a los intereses de los señoritos Iván que definió Delibes, ojeando y cobrando sus piezas como su Paco el bajo. Votantes de Ayuso en Fuenlabrada y Parla, tradicional círculo rojo, explican a El País  que lo han hecho: «Por el ansia de libertad y el miedo a Pablo Iglesias». Es el mensaje exacto que se ha difundido de forma masiva. Lo decente hubiera sido no vender semejante paquete a potenciales víctimas, pero si lo compran, tampoco se van a privar.

Menos mal que Pablo Iglesias también ha recibido elogios de calidad a su labor. El periodista Javier Valenzuela señalaba –y coincido con él- que «Iglesias ha aportado verdad y valentía a la política española, que ha hablado de cosas de las que nadie hablaba» y «lo ha pagado sufriendo un cruel y sistemático linchamiento político, mediático y judicial». Al enemigo, ni agua.

El fascismo y su deshumanización están presentes dramáticamente en España. Crispación y odio virulento se extienden desde un lado del tablero, incluso cuando han vencido. Prefieren triturar sin dejar heridos. El Mal con el que insultaba Ayuso a Iglesias, está justo en su grupo de apoyo. Y es muy preocupante y genera cierta desolación. Con el tiempo se aprende a cerrar los grifos de la crispación. Personalmente me limito, estos días, a la ingesta de basura mediática por vía de lectura. El audiovisual es un formato de mayor impacto emocional y prescindir de él en tiempos como estos se hace casi imprescindible.

Insisto, como otros compañeros, que no se ha visto tal acoso a un político, solo por ser de izquierda (moderada en la práctica) y libre. Ahora arrecian contra las mujeres de Unidas Podemos, contra Yolanda Díaz sobre todo, Irene Montero, como siempre, Ione Belarra, también le ha tocado a Lilith Verstrynge. El desprecio, el machismo soez que vomitan en sus tuits y declaraciones numerosos mulos sagrados del sistema muestra ese agujero negro que tanto daño ha causado a nuestra sociedad y durante tanto tiempo.

También enfilan a la yugular de Pedro Sánchez, que es quien tiene en sus manos hacer algo, al menos para aliviar este desastre. Los errores en Madrid llaman a su puerta. Ojala el Sánchez que sabe reinventarse y renacer en los peores momentos vuelva a surgir porque, si no, esto se nos va definitivamente al cuerno. Para él también. Algunos movimientos ya se están viendo dentro del partido, pero quedan los grandes ejes que acometer para salir de este pozo profundo.

No se pueden tolerar más ataques subvencionados con dinero público, porque es así en algunos casos de medios dedicados a manipular. Seguramente la brutalidad que desparraman hacia enemigos políticos tenga algún modo democrático de ser frenada. Habrá de hacer las políticas progresistas y sociales a las que se comprometió. No debió dilatar algunas tanto.

No va a haber más oportunidades. Madrid no es España y España no se ha inundado de la felicidad de los promotores y triunfadores del eslogan. A Ayuso le han votado 1.600.000 personas. Tantas y tan pocas en un país completo. En Catalunya y Euskadi el PP es testimonial. Sánchez gobierna España, que no es Madrid. Mire dónde está su fuerza y su razón. Aviente de una vez la influencia de los jarrones de porcelana donde se guarda tanta mochila indeseable. Los fondos que dirigen algunos medios ya los están echando.

Sabemos que la sucia derecha española ataca de una forma feroz a todo gobierno progresista. Sus trampas han sido especialmente dañinas para la sociedad en el año de pandemias, sin piedad para una ciudadanía dolorida, y las capitaneaba Ayuso, no por casualidad. Pero no cuadra tampoco que justo con un gobierno progresista se esté produciendo esta insana oclocracia, esta dictadura de los miserables. Aún aspiran a más. Toca reinventarse de nuevo y obrar con toda firmeza.

*Publicado el 7 de mayor de 2021 en ElDiario.es

Fruto de la campaña más sucia de la historia

Rosa María Artal

Los electores han doblado los escaños obtenidos por Ayuso en lo que supone uno de los extravíos más alucinantes de los últimos tiempos. Esto no ha acabado, aún toca abordar La Moncloa. Pablo Iglesias anuncia que deja la política institucional. Nos quedamos con trumpismo

El PP ha ganado las elecciones en la Comunidad de Madrid, de forma aplastante. Isabel Díaz Ayuso ha arrasado en votos, incluso en feudos de la izquierda, y podrá gobernar en coalición o con el apoyo de Vox. Los electores han doblado los escaños obtenidos por la presidenta saliente en lo que supone uno de los extravíos más alucinantes de los últimos tiempos. El trumpismo renace en Madrid cogido de la mano del posfascismo con el que comparte ideario y acciones de gobierno, y se mete en el corazón de España. Un final acorde con cómo se ha desarrollado la gestación de este desastre –dicho en términos de contrastadas evidencias-.  

Probablemente ha sido la campaña electoral más sucia de la Historia. Ayuso la convoca -en adelanto electoral- en día laborable, lo que no sucedía desde 1987. Tras un puente de especial significación: el 2 de Mayo de aniversarios épicos para Madrid coincide con el final de campaña y le permite hacer un doble mitin, uno de ellos como presidenta camuflado de institucional. Elecciones en pandemia además. Se diría que todo abocaba a disuadir la participación, especialmente de quienes no pertenecen a su base electoral. Pero la polarización es de tal calibre que la gente ha ido a votar, masivamente, pese a todas las dificultades. Casi un 81% de los más de 5 millones de electores convocados, que desde luego retratan a la sociedad de Madrid. La mayoría se ha volcado con Ayuso.

Una campaña planteada como la batalla decisiva contra el gobierno de España. En línea con todo un 2020 de dolores y pandemias en el que Ayuso convirtió Madrid en una especie de Estado paralelo desde el que conquistar La Moncloa. Una campaña bronca,  usando con profusión tácticas trumpistas y de ultraderecha. Llena de bulos y de insultos de grueso calibre. El Mal nacido del Mal, dijo de Pablo Iglesias, sin que nadie le rechistara.

Más aún, aunque en línea con el ambiente de intensa virulencia que se ha dejado crecer: irrumpieron amenazas de muerte de corte fascista con balas de fusil metidas en las cartas. Y se añadió un ejército mediático de apoyo que ha escrito páginas verdaderamente degradantes para el periodismo. De hecho, en algunos casos no se puede calificar ni de periodismo lo que han practicado.

La gestión de la pandemia de Ayuso la situaban como una candidata imposible, pero el aparato propagandístico la convirtió en la baza ganadora. Un montaje sustentado en la facilidad de Ayuso para, sin el menor escrúpulo, consagrarse como una surtidora de memes provocadores -a menudo sin seso- con los que hacer las delicias de su auditorio más frívolo. Y en ser la ariete contra el gobierno y la izquierda, a la que como perfecta ultraderechista odia sin matices. Entre tanto, cumplía las expectativas de gobernar solo para los ricos, despreciando manifiestamente a los colectivos más vulnerables. La única ley que aprobó fue para liberalizar más aún el suelo. Y los negocios con su Hospital Zendal tienen visos de traer larga cola.

Pero sobre todo ha sobrevolado impoluta -como su maestra Esperanza Aguirre por la corrupción- sobre la masacre de los geriátricos a su cargo. Aun con todas las pruebas, testimonios, protocolos firmados que condenaron a una muerte angustiosa, sin atención médica y hospitalaria, ahogados en su tos, sin oxígeno, a más de 7 mil seres humanos especialmente vulnerables por su edad. La candidata imposible pasó a ser la más votada. Es de no creer y está pasando. La inhumanidad premiada.

Ayuso ha contado con la entrega incondicional de una serie de informadores y medios que lavaron su gestión y ensalzaron su inanidad, a niveles de bochorno. Y que alientan en muchos casos su alianza con la ultraderecha, especialmente activa en la creación de este clima de violencia. Es el conglomerado de política y prensa empotrada que ha ido trasformando a las principales víctimas de las amenazas en culpables, quizás por haberse quejado. O porque no han dejado de hacerlo con causa o sin ella. Por cuanto representan. Las caretas cayeron al suelo, no les ha importado mostrarse con su verdadero rostro al descubierto. Aunque también reflejara esa descarnada falta de humanidad que es ya seña de identidad en este peligroso aparato de poder.

Difícilmente puede verse semejante acoso, ensañamiento, desprecio, crueldad que los desplegados hacia Pablo Iglesias e Irene Montero y sus seres queridos. Sus padres, por el bulo de fuego y fango que lanzó en su día Cayetana Álvarez de Toledo. Sus hijos, casi bebés. Ese odio, que se ha ido traspasando a las manadas ultras a las que alimentan, con una facilidad pasmosa para comerse los bulos. Como declaró Iglesias a El País, tuvieron que cambiar a sus hijos de escuela infantil y llevarles a la del Congreso de los Diputados «porque la cuidadora nos dijo: yo no puedo con el acoso este constante, me dan miedo«. Tras conocer los resultados que no han cumplido las expectativas que se había fijado, Pablo Iglesias ha anunciado que deja todos sus cargos y la política institucional. «Cuando uno deja de ser útil tiene que saber retirarse. He puesto toda mi inteligencia y pasión, no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui». ha añadido. Y es perfectamente comprensible. Seguirán haciendo leña de él, pero ya no tendrá que soportarlo en primera línea.

Es una sociedad, con sus políticos y sus medios, que apoya el fascismo o no le representa problema alguno, mientras criminaliza a demócratas por intentar políticas sociales. Las que hace ahora Joe Biden en EEUU –para paliar los destrozos de Trump-  con el elogio de los mismos. También va servido Pedro Sánchez en sus apariciones públicas. Esto no son discrepancias políticas, esto es violencia ultraderechista con fines desestabilizadores. Del país, de la democracia. Y casi mitad de los votantes de Madrid. unos dos millones de personas, lo secundan. Un grave problema.

Estamos asistiendo a una criminalización a cargo de bulos que no se conocía a tal nivel. Solo y nada menos que en el nacimiento del nazismo. Y salen las bandas de cloaqueros  en las pantallas acusando a políticos decentes, en jornada de reflexión y hasta de votación. Una historia de infamia en la que todavía se atreven a quejarse y formar piña del peor corporativismo. Esta misma noche electoral, en el análisis de lo ocurrido, alguna tertuliana de las que habitualmente blanquean el fascismo, ha dicho: «A Ayuso, la gente la ha votado por la gestión que ha hecho de la pandemia». La que gente como ella y su medio han vendido.

Lo ocurrido –previsible y anunciado- no termina hoy. Este triunfo de Ayuso (con Monasterio, quizás) no hará sino dar más alas al insulto y la violencia. España ya ha enfermado de fascismo y corrupción, si alguna vez se vio libre de esos males. Debía ser mucho lo que se jugaban para salir de forma tan descarnada y es un elemento preocupante y a tener muy en cuenta. Porque esto no ha acabado, aún toca abordar La Moncloa. Sin maquillaje, ya lo han dicho en la celebración, y si Casado no diera la talla en términos de ética mínima, lo hará Ayuso o sus socios de la ultraderecha oficial.  Es un asalto a la democracia del trumpismo castizo y choni, quizás del fascismo español de siempre. Sin pararse en nada. Y bajo todo el cúmulo de parámetros que han concurrido se diría que estas elecciones del PP de Madrid están tan «dopadas» de alguna forma como tantas otras veces.

Habrá que hablar de los papeles que el centro-izquierda ha representado en la campaña. De las nulas ganas de uno y del partido que le presentaba, de la tibieza que amarró a las sillas a los dos candidatos progresistas frente al insulto fascista en un debate. Son cosas que pasan factura.

Tenemos que hablar mucho, solucionar los ejes maestros del grave daño que nos asola. El Gobierno debe ponerse las pilas y no debe dejar en la indefensión a los ciudadanos, y lo estamos si no toma las riendas de cuanto falta por hacer. Hay que insistir que la inmensa mayoría de la sociedad no se juega un sillón con paga, sino cuestiones vitales del hoy y del mañana.

De cualquier forma, la otra España sigue ahí. Resiste. Bastante desasistida cuando el arma de la lucha democrática es la trampa. Pero, por favor, no nos tomen el pelo diciendo que esto es una democracia perfecta.

*Publicado en ElDiario.es el 4 de mayo de 2021