#CIS: El amor va por barrios, descontrolado

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Buceando por el Barómetro y encuestas del CIS de Septiembre -que vienen bien nutridos de datos notables-, he reparado en algunos sorprendentes de cómo es actualmente la sociedad española que es lo que el CIS trataba entre otras cosas de averiguar.

Pero, sí, el Centro de Investigaciones Sociológicas, nos ha contado que los ciudadanos quieren más y dan mejor nota a las alcaldesas de Barcelona y Madrid que a los líderes nacionales. En torno a un 6 tienen Ada Colau y Manuela Carmena, que es un lujazo de calificación para los políticos actuales. El trabajo de acoso y derribo no había hecho mella todavía en Junio cuando se elaboró la encuesta, pero no sabemos cómo andará ahora con la tralla diaria. También ha confirmado el CIS nuestras sospechas basadas en la más pura lógica:  a Esperanza Aguirre, salvo los fieles, la aprecian muy poquito. Ni ella, ni Rita Barberá llegan al 3.

Los pactos «de perdedores» que dice Rajoy han gustado. Salvo el de Murcia y el del PP y Ciudadanos en Madrid que ha dado la presidencia de la Comunidad a Cristina Cifuentes. Solo el 20% de los encuestados la ve bien. Y aún así quienes apoyan a ambos partidos tienen una presencia abrumadora en los medios que crean opinión.

En sus aquelarres nocturnos, de madrugada, matutinos, vespertinos, semanales, en fin de semana, etc… los tertulianos de derechas pedirán la hoguera para los sociólogos del CIS o le encontrarán alguna «explicación» a su tragedia que -de no subsanarse- ocasionaría otra mayor en emolumentos y poder.

El amor es tan complejo que se descontrola y se va por donde quiere. De la manipulación parece que por el momento la gente se está dando cuenta.

Pero vayamos a otras cuitas menos municipales, autonómicas y nacionales (que menudos dramas están registrando estas).

Según el barómetro del CIS de Septiembre, algo más de la mitad de la población está casada. En un porcentaje que va creciendo hasta el tramo de 55 a 64 años que registra más de un 70% de personas que han pasado por el registro civil. O por la vicaría si quieren, pero también por el registro.

Lo que me ha llamado la atención es que del resto (solteros, viudos y separados), casi el 60% no tiene pareja. Algo más las mujeres que los hombres.. Y que, a partir de los 55 años, y no digamos ya de los 65, tener pareja es casi una excepción.

Entre quienes sí la tienen, la convivencia tampoco es muy frecuente. De 25 a 45 años la realizan en torno al 35% de las personas; luego, mucho menos. Hasta llegar a un 2% en los mayores de 65. Que es cuando se anotan más matrimonios en ese tramo.

Explicación, consuelo, la ausencia de una relación estable -buscada o no- es más frecuente de lo que parecía.

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Ya lo decía Carlos Cano: ¿Por qué la gente está triste y anda sola por las calles? ¿Por qué no se quiere nadie?  ¿Las Redes sociales como sucedáneo?

El inolvidable Carlos decía en la misma canción: Por toda la eternidad ni un instante cambiaría por el tiempo en el que tu boca era un clavel en la mía. Lo que pasa es que luego las cosas se complican. A veces. Y es volver a empezar y empezar hasta desistir.

14 de Febrero: reivindicando el amor

“Cuando la miró sintió que sus huesos se le llenaban de espuma”.  La “definición” es de Gabriel García Márquez en Cien años de soledad. Cuando la miró, cuando lo miró. Así se inicia y así sigue (mientras dura) uno de los sentimientos más maravillosos que puede embargar al ser humano: el amor, el enamoramiento. Nos inundan hoy edulcorados llamamientos comerciales que invitan a celebrar San Valentín, pero observo con preocupación que los recortes han llegado también a la pasión amorosa. “¿Fueron felices y comieron perdices? Las frustraciones del mito del amor romántico” escribe hoy mi apreciada colega Ana Requena, contando con las opiniones de expertas en la materia. Siempre es saludable invitar a la racionalidad pero espero que no para aguar una de las salsas de la vida, dicho sea sin acritud.

 La ausencia de lógica es consustancial al amor. Aún no se ha descubierto –al margen de todo el asunto de las feromonas, oxitocinas y demás sustancias que segregamos que no dan respuesta absoluta- por que la atracción se desencadena con unas personas y no con otras. Por que ahí no podemos elegir “lo conveniente”. Por que enfermamos de sin razón. El amor en pareja no puede estar sujeto, en efecto, a las hipotecas, al colegio de los niños o al “para toda la vida”, pero eso son cosas que sucederían igual de formar una unidad de convivencia con los vecinos de al lado. No culpemos al amor de la cotidianeidad de la vida.

   No todas las personas son capaces de sentir, de experimentar sentimientos, con la misma intensidad. Lo avalan los científicos. Pero cuando has sentido que los huesos se te hacen espuma, lo cambias por muy pocas cosas. «Que no arranquen los coches, que se detengan todas las factorías, que la ciudad se llene de largas noches y calles frías, que se enciendan las velas, que se cierren los teatros y los hoteles, que se queden dormidos los centinelas en los cuarteles… porque voy a salir esta noche contigo” decía Joaquín Sabina. Entre otras cosas. Grandes escritores de todos los tiempos –incluso desde antes de que fuera “autorizado” el amor romántico- se han volcado en expresar lo que no cabe en el pecho, desde la felicidad al dolor de la pérdida.

Ni la crisis, ni objetivos de compromisos sociales elevados, pueden con el amor. Están en distinto plano. Compatible. El amor aporta incluso fuerza. Cierto que dar con la persona idónea, o las sucesivas personas idóneas al momento vital, no es fácil. Y que se termina entendiendo que es preferible estar solo a mal acompañado. Que es preferible contar con algo así como con los vecinos a los que aludía o una red de afectos que con quien no se acompasa a tu camino. Pero de ahí a pensar que el amor es un mito a racionalizar también va un largo trecho. No culpemos al amor de lo que no le compete.

El amor es lo que hoy tienen hasta personas atenazadas por graves problemas económicos. Es hasta saludable. Tanto que se añora cuando en la paz del limbo se piensa en cómo se podría crear en un momento la Vía Láctea.

“Nueva teoría del Big Ban” de la escritora nicaragüense Gioconda Belli:

“El Big Bang fue el orgasmo primigenio:

Orgasmo de los Dioses amándose en la nada.

Cada vez que te amo repito la génesis universal

protones y neutrones, neutrinos y fotones

saltan de mi encendidos a crear nuevos mundos

centellas y meteoros se cruzan con mis gritos

te amo mientras mis pulmones crean la Vía Láctea de nuevo

y el sol vuelve a nacer redondo y amarillo de mi boca

la luna se me suelta de los dedos

Marte, Plutón, Neptuno, Venus, Saturno y sus anillos

las novas, súper novas, los agujeros negros

anillos concéntricos de galaxias innombrables

se desgajan de mis contorsiones.

Soy Gaia, soy todas las Diosas explotando.

Entre luz de centellas tu planeta de fuego

prende mis luces todas

brotan mundos cometas meteoros se hacen trizas

lluvias de estrellas danzan en el arco del éter

nace por fin la tierra sus edades de magma y cataclismos

la primera partícula de vida moviéndose en la hierba

su cilicio

y luego es el silencio

velocidad de materia que se dispersa en círculos

tus soles y mis soles se asientan en su espacio

es el frío la grandeza del tiempo

la eternidad el azul y el rojo

los sonidos, la estática

el amor insondable tu amor tierno tus manos en mi frente

las campanas a lo lejos bing bang bing bang bing bang

bing bang

Big Bang”.

 

De la mano

              

Altos. Elegantes. Paseando en una mañana de domingo cogidos de la mano. ¿Cuántos años llevan haciéndolo? ¿50? ¿25? ¿10? ¿1? ¿Un mes?

Por supuesto que –juntos o cada uno por su lado- han sorteado muchas tormentas como suponía Jacques Brel en la canción que les dedicó. Y, quizás, él le haya llevado el equipaje mil o 30 veces y otras tantas se lo haya dejado en el suelo. Igual su viaje precisa pocos avíos fuera del mundo que forman. Parece, sin embargo, que ni uno ni otro han perdido el sabor del agua y el de la conquista. No se apoyan para andar; se sustentan, suman.

Caminar así de la mano indica que les asiste el talento de llegar a viejos sin ser caducos, como de alguna forma también decía Brel.

De la mano. La que no te dejó al borde del abismo o, al menos, regresó a por ella y tú se lo permitiste o no. La que no fue mordida o la que vio curarse las heridas. La que acaricia siempre la piel que ama.

La que aún sale del bolsillo de tarde en tarde a ver si encuentra alguna suelta que encaje con ella. El mundo a dos es más redondo.

Una larga vida vivida que apuesta por un presente hermoso. De la mano. Paseando en una mañana de domingo. Envidia. Sana.

 

Entre el amor y el Limbo

Autor: Davalon

 

«Nueva teoría del Big Ban» de la escritora nicaragüense Gioconda Belli:

«El Big Bang fue el orgasmo primigenio:

Orgasmo de los Dioses amándose en la nada.

Cada vez que te amo repito la génesis universal

protones y neutrones, neutrinos y fotones

saltan de mi encendidos a crear nuevos mundos

centellas y meteoros se cruzan con mis gritos

te amo mientras mis pulmones crean la Vía Láctea de nuevo

y el sol vuelve a nacer redondo y amarillo de mi boca

la luna se me suelta de los dedos

Marte, Plutón, Neptuno, Venus, Saturno y sus anillos

las novas, súper novas, los agujeros negros

anillos concéntricos de galaxias innombrables

se desgajan de mis contorsiones.

Soy Gaia, soy todas las Diosas explotando.

Entre luz de centellas tu planeta de fuego

prende mis luces todas

brotan mundos cometas meteoros se hacen trizas

lluvias de estrellas danzan en el arco del éter

nace por fin la tierra sus edades de magma y cataclismos

la primera partícula de vida moviéndose en la hierba

su cilicio

y luego es el silencio

velocidad de materia que se dispersa en círculos

tus soles y mis soles se asientan en su espacio

es el frío la grandeza del tiempo

la eternidad el azul y el rojo

los sonidos, la estática

el amor insondable tu amor tierno tus manos en mi frente

las campanas a lo lejos bing bang bing bang bing bang

bing bang

Big Bang».

El amor… O El Limbo (post publicado ya el 20 de Agosto de 2010)

Es el lugar más seguro para vivir. La tierra del hombre masa, la cuna de todo el mundo. Dispone de paredes insonorizadas para no escuchar el llanto de dos tercios de la población mundial condenada a un “infierno” en vida. Y, por las ventanas al exterior, apenas entra la luz de la información. Los “mercados” son sólo el cuento temible para enderezar conductas. Las restricciones de la dieta alimenticia, necesidades de la organización. Es caro comer a la sopa boba. Cuanto más bueno y dócil seas, más cromos te dan para canjear en las tiendas. Es un lugar confortable lleno de sugerencias para comprar. Casas, automóviles, vacaciones, vestidos, abalorios… los acumulas, los consumes, tiras sobrantes a la basura y vuelves a empezar.

 Afuera, cuentan, suceden cosas incómodas, potencialmente peligrosas: daños colaterales, flexibilizaciones laborales, reajustes de precios e impuestos, recogidas de beneficios, alzamientos de bienes, contextos que salen y entran, delincuentes, pobres, bombas y conflictos armados, enfermedades. Y se sabe. Y se abraza la seguridad. Alguien nos cuida, nos protege, vela por nosotros. Los protagonistas se pegan y gritan, surgen temas pasionales de controversia sobre los grandes valores, y los residentes pueden participar a través del mando a distancia. Se puede escoger bando, creencia, apostar.

 Los rebeldes son condenados al abismo, sin preámbulos. Apenas se les ve desaparecer. Uno mira en las vidas de los otros y se siente admitido en la norma. Por la televisión comunitaria surten de grandes entretenimientos para pasar el tiempo y escenificar el simulacro de vivir.

 Sofás ocres, cortinas ocres, paredes ocres, suelo gris.  Ni fuego, ni hielo. La temperatura es de 22º y cuando llegan olas de calor o de frío, huracanes y diluvios, la sensación térmica permanece inalterable. Presión sanguínea en 12/7, la diástole y la sístole sin sobresaltos y 72 pulsaciones de pulso cardíaco. Excesos en comida y bebida, emociones y conciencia, no se reflejan en las gráficas. La sensación corporal y de los sentimientos es siempre la correcta. No hay mejor lugar para vivir. El averno no es opción. El cielo efímero no se contempla.

La liturgia católica decidió abolir no hace mucho el limbo de la mano de Ratzinger porque mantenía dudas de si en efecto era una verdad de fe. La realidad se colaba por las ventanas y había que cerrarlas. El limbo es un lugar incontaminado, libre de humos, alientos, pestilencia. O ésa es al menos la sensación limbística. ¿Qué más se puede pedir?

La donna

Tenemos mejor conexión entre los hemisferios cerebrales, aunque las mujeres poseemos un 11% más de neuronas en la zona izquierda dedicada a las emociones y a la memoria, también más neuronas espejo que crean afinidades. La diferencia –incuestionable- enriquece a la especie. Diría que contamos también con más capacidad de amar. Y es un privilegio.

Dos protuberancias mamarias, nacidas de la sabia genética que conoce la necesidad de alimentar a las crías, o una cavidad que encaja con el apéndice exterior masculino, marcan nuestros signos, distintos, corporales. Muchos otros aspectos no son exactamente iguales en ambos sexos. ¡Vive la difference!, como dicen los franceses.

Otro privilegio impagable: somos las únicas capaces de desarrollar una vida en nuestro vientre, al menos hasta la extensión masiva de la fecundación in Vitro, si llega a darse. Nuestras hormonas se vuelcan para alimentar y cuidar al incipiente hijo, sensibilizándonos. Los nueve meses que el feto permanece en el interior y el espíritu maternal que nos ata en gozosa misión cuando, ya en este mundo, precisa nuestra atención para ayudarle a crecer física y mentalmente, en su entorno, y en su afectividad, nos han situado en una incomprensible inferioridad frente al hombre. Ellos, cazadores y dueños del universo exterior, la decretaron. Y, aun con el enorme esfuerzo que en las civilizaciones desarrolladas ha logrado cambiar algo la mentalidad, todavía la mujer es discriminada por las mínimas bajas laborales de su embarazo y parto.

No nos concedieron ni alma ni inteligencia durante centurias. Tuvimos que ser hermosas y utilizar artes sinuosas para conquistar al hombre. El macho posesivo todavía tortura y mata –y mucho- a la mujer que un día amó. Gran número de hombres ya saben querernos y respetarnos, sin embargo. Nosotras también hemos aprendido a hacerlo con nuestro propio ser.

El peligro número uno… porque la fascinación y la atracción turban. Turbadas, nosotras cargamos menos la culpa sobre el objeto de deseo.

Ah, las protuberancias femeninas, nuestras curvas, qué inquietantes… ¿tanto como todo el ser masculino para nosotras?  Y pasan los años, y aún a pie de tumba, laten corazones y deseos.

La Italia descarriada vive y exporta el modelo que de dia en dia se afianza y degrada en las pantallas de la televisión “berlusconiana”. Pero en todo el mundo proliferan ya las tetas globo, los –escuetos, bien es verdad- jamones al aire, labios de pato embuchado y estirados rostros de la secta de la cirugía estética y plástica (muy plástica).

Una mujer italiana realizó, hace al menos un año, un reportaje de 24 minutos sobre la utilización del cuerpo de la mujer en la televisión. En la televisión y fuera de ella, realmente, nos están venciendo por la espuma de la frivolidad.

La mutación del ave del paraíso

Circula por la Red un vídeo de enorme éxito que muestra un prodigio de la naturaleza. Lo rodó la BBC que aún sigue siendo una televisión –pública- generadora de contenidos, a pesar de los mercados. Por el momento, al menos. Y llevo un rato meditando sobre lo que he visto.

El ave del paraíso es un pájaro de Nueva Guinea Papúa. Y tiene un empeño: conquistar a una pajarita. Para ello estima que ha de sorprenderla, alucinarla, y así caerá rendida a sus patas. Y muta.

No sé si la Naturaleza se imita a sí misma, pero vivimos tiempos de grandes transformaciones. Los socialistas se transfiguran en neoliberales y demagogos, y nos decretan estado de alarma, mientras permiten que las eléctricas nos suban el recibo de la luz un 10%, tras el 7% que ya se incrementó el precio este año, y ven cómo pagar menos en pensiones arguyendo no sé qué de la esperanza de vida, mientras no cortan las prejubilaciones y el 40% de los jóvenes están paro. ¡Alehop! prestidigitación. Claro que ellos conservan unos retiros estupendos en nombre de su excelsa labor en beneficio de la sociedad. Y dicen, también,  que «quien reta al Estado paga», que «no toleran chantajes«… mientras pierden las plumas por tranquilizar a eso que llaman los mercados. No sabemos cuál es su meta. Conquistar a la sociedad parece que no. Será a los grandes emporios. ¿Para qué? ¿Para lograr su amor o qué?

Los conservadores no mutan, nada, nada, lo suyo no es mutar, sino mantener las esencias, cuanto más rancias mejor. O quizás sí transforman algo: su pasado con el fin de aparecer como tiernas palomas. Pero también agitan el plumaje al sol para cegar el raciocinio, y en este caso sí, lograr su deseo: la cópula perfecta, la que desahogue su instinto urgente. La pajarita puede darse por preñada.

Los mercados, los grandes poderes, no se disfrazan ya: evolucionan. En gavilanes, en cuervos. Ni se molestan en el baile del cortejo, aprietan con sus garras los gaznates, hincan su pico donde les place,  y ya tienen a los políticos, a la UE macrosoberana, al FMI y demás retahíla,  y a muchos medios de comunicación para danzar en ángulos perfectos y crear ilusiones ópticas.

El ave del paraíso de Nueva Guinea Papúa se embarca en tan poderoso esfuerzo por amor, o por deseo, o por lograr un instante de placentero goce sexual. Aunque no, parece que estos machos van con intenciones serias: a sus malabarismos los califican los expertos de “nupciales”. La hembra Paradisaeidae (su nombre científico) debe ser bastante exigente y selectiva. No es un efecto. Científicos han estudiado y explicado cómo puede darse semejante fenómeno.

Sigo meditando sin embargo: quizás la hembra es bastante más condescendiente de lo que parece, por qué hace falta tener muy atrofiado su único ovario operativo para ceder a las pretensiones de este macho, en lugar de salir corriendo. Está pajarita está muy tonta. Tanto como nosotros. No me lo negaréis.

Un café de más

 Dicen las jóvenes generaciones que la clave está en… un café de más. Todo conocimiento ofrece expectativas, mayores o menores. Un ser nuevo aparece en tu vida con todos sus misterios y su historia por descubrir. En algún caso por la puerta del hallazgo amanecen luces que inicialmente apenas se perciben más que en la ilusión que precede cada cita. La mujer suele rebuscar en su armario, probarse varios atuendos antes de salir. No me consta que lo hagan los hombres en la misma intensidad.

 Si los cafés se suceden, si llegan las cenas que preceden a la humeante taza final, la mujer se apresura a ir a una tienda a adquirir un atuendo más íntimo a estrenar. Aunque tenga dos cajones repletos, lo hace así. Cada vez más –me cuentan chicas de todas las edades-, el conjunto permanece inédito con la consiguiente frustración. Los objetivos se desmayan desde mayor altura, según los medios invertidos en su consecución. Se ha tomado… un café de más.

   Un café de más implica que el hombre se convierte en un amigo, sólido soporte de nuestros días. El atuendo de la mañana está más a mano que nada colgado en el armario, una pinza en el pelo parece la solución menos trabajosa a un pelo desmandado, y da igual llegar al establecimiento con algunos minutos de retraso: el espejismo se ha desvanecido.

   Nunca valoramos suficientemente la amistad en estos casos –al menos en los primeros estadios de la transformación-, cuando la experiencia suele demostrar que los amores pasan dejando más dolores que felicidad, y la amistad, si es verdadera, permanece reconfortante. Sabios aunque desencantados, decimos entonces que nada más satisfactorio que las relaciones independientes que solo dan placer sin cargar con las historias acumuladas. Que el calor y el entendimiento desencadenan la búsqueda de un humano roce, del abrazo de oso que parece proteger de cualquier eventualidad en el breve instante en el que se produce. Casi resulta antinatural en algunos momentos mantener la fría distancia.

Pero -no sé los hombres, puede que también- las mujeres que conozco (por fortuna somos distintos), no podemos evitar pensar en el error de esa elección que en realidad seguramente nunca es voluntaria, ni al azar. Y, vez tras vez, con el café de más, leemos a una Gioconda Belli en todo su esplendor, cuando, antes de compartir la infusión a tiempo, escribió a la ceguera masculina. Lo mejor es que, pasado el tiempo, apenas se recuerdan las tazas heladas.

TODO SEA POR EL AMOR

Tantas cosas he hecho por vos

que tengo que cuidar que su recuento

no te suene a reclamo;

porque todo ha sido hecho en virtud del amor

y los relámpagos y ciclones que solté de la caja de Pandora

que un día me pusiste en las manos

sí es verdad que han dolido,

que muchas veces me han arrancado piel de la raíz

y me han hecho buscarme el corazón

con miedo a no encontrar su pasito de soldado

han sido mi propia, soberana decisión,

mi perdición, mi gozo,

por los que me he conocido más mujer

capaz de escaladas, acrobacias,

tenacidad de burra rentada,

por los que he recorrido sendas ignotas,

mareada por el olor tan cercano de la felicidad

y te he buscado detrás de gestos y puertas

y hasta de la manera de abandonar tu ropa

y cuando te he encontrado me he abierto de par en par

como jaula repleta de ruiseñores

y he sabido también cómo se siente

tener un astro deslumbrante en las entrañas.

No quiero, pues, equivocarme con reclamos;

me hago responsable del sol y de la sombra,

pero, ay amor, cómo me duele

que estando yo en tu espacio

como estrella errabunda

fieramente colgada por vos en tu Universo,

no me hayás descubierto el resplandor;

no me hayás habitado,

tomado posesión de mi luz

y sólo te hayás atrevido

a palparme-como un ciego-en la oscuridad.

Gioconda Belli

(Creo que este post les gustará más a las mujeres que a los hombres,. Yo se lo dedico a Mati, Paula, Carmen, Angels, Vihernes o Pepa… y a quien se quiera apuntar… Y quizás a Victor, Juan, José Antonio y Juanjo… y a quien se quiera apuntar… Y a David, que me informó de la frase, como tantas veces)

Miguel Delibes y el ciclo de la vida

Dieciséis de Octubre de 2000. Una entrevista de EFE con mínima repercusión hablaba con Miguel Delibes que al día siguiente cumplía 80 años. Aniversario rotundo que mueve a la reflexión, no esencialmente esperanzadora de tan realista. Con imágenes de archivo de Informe Semanal e intercalando algunas de sus respuestas para el programa, elaboré una apresurada pieza como cierre del Telediario 3.

Al llegar a los 80 dice sentir “compasión de sí mismo”. Racional y lúcido cree haber llegado al final de su ciclo vital. Desde hace 2 años no escribe. Fue entonces cuando concluyó “El hereje” su libro más largo, denso y complejo que arrasó en ventas. Detrás había una ingente obra de títulos, sin altibajos y continuados, desde que en 1947 un jurado honesto -en el que Delibes creía firmemente- le otorgó, por ‘La sombra del ciprés es alargada’, el Premio Nadal que transformó su destino.

Ha recibido en vida todos los grandes premios. Salvo el Nobel. Su sólida formación se dio un largo paseo por el periodismo, al que califica de “borrador de la literatura”. Y que, en otra jugada del destino, le dictó novelas para eludir la censura.

Varios de sus libros han sido llevados al cine divulgador. “Los Santos Inocentes” o “El disputado voto del Sr. Cayo”, entre otros.

Hombre de una sola mujer y viudo desde hace 25 años, la fuerza de la familia le ha sustentado. Y Valladolid. Y la Naturaleza. Y sin duda la imaginación que siempre asiste a un escritor por muy racional que sea, poniendo alas a un futuro que sabe imprevisible”.

Le envié una grabación por correo, con el bienintencionado pero bastante inútil deseo de “animarle”. Todavía no entendía yo muy bien esa terrible   sensación del  inexorable fin de ciclo. En un mundo de famas y vanidades huecas, el maestro se molestó en contestarme de su puño y letra. En una insólita y breve correspondencia reflexionamos sobre los ciclos. Nos pasamos la vida llegando al final de alguno con su correspondiente carga negativa. Los treinta primeros años de vida -llenos de balbuceos y errores- gozan de gran predicamento social y nos vemos obligados a pasar los supuestos últimos treinta agazapados esperando la muerte. No es equilibrado. Ni justo. También le mandé otra pequeña pieza con George Moustaki. Muy francés él, demasiado para haber nacido en Grecia, había esbozado con una luz en la mirada algo alentador… “¿qué queda ?… más y más música… más y más literatura… más y más emociones…. más y más encuentros”. Siempre queda eso. Hasta que cae el telón definitivo cuajado de recuerdos.

Miguel Delibes ha vivido casi diez años más. Le vi más voluntarioso, más resignado quizás, en otras entrevistas. Debe haber un punto en el que esto termina por suceder.

Los caminos de la inteligencia y de la literatura suelen ser tortuosos, parece que así dan mejores frutos. Duro peaje. Miguel Delibes, sin embargo, conoció el amor perfecto, el calor del afecto, y elaboró una obra que nos enriquece y que le sobrevive. Su ciclo fue mejor de lo que a veces pensó y, para los demás, un regalo.

Si la vida exige el tributo de esa cruel renovación continua, esa cinta sin fin que despeña por el acantilado a quienes se van situando por los años en su borde, lo esencial es pasar dejando huella positiva y, sobre todo, saboreando -sin dejar un resquicio a la fuga- los momentos de los sucesivos presentes. Por todo lo que hoy leemos, así lo hizo en realidad Delibes.

El Congreso de Periodismo Digital de Huesca se ha teñido del dolor de su partida, también de la alegría de haberle tenido. Por fortuna, ningún ciclo que merezca la pena es monocromo.

 Luce el sol en esta noche triste. Y, como siempre que muere alguien a quien amo, quisiera arroparle con los versos de José Ángel Valente:

«De ti no quedan más

que estos fragmentos rotos.

Que alguien los recoja con amor, te deseo,

los tenga junto a sí y no los deje

totalmente morir en esta noche

de voraces sombras, donde tú ya indefenso

todavía palpitas».

Exorcismo musical

Sonia me ha recordado que existe Barbra Streisand. Y a estas horas –a cualquier hora- la música da un cierto calambre en el corazón. Para exorcizarlo, en aquel programa de RNE con José Antonio Rodríguez y Concha Villalba del que os he hablado varias veces -en una sección-, analizábamos el contenido real de las canciones que nos afectan hasta doler. Hay muchísimas, cada uno tiene las suyas, además.

“Y sin embargo te quiero” es el cénit del desgarro, probablemente. Racial y española, la han cantado todos (hasta Sabina). Se lo avisaron mil veces y no quiso poner atención. Tragó lo indecible la mujer, sin un reproche, preguntando como una dulce geisha ¿me quieres? Cuando él llegaba a su capricho, tras esperarle hasta muy tarde… y “de estar con unas y otras”. “No debía de quererte… y sin embargo te quiero”. Y la lógica suele funcionar, si avisaba algún indicio habría del desarrollo predecible, pero todos sabemos que el amor es ciego, aunque imagino que hasta cierto punto. La cosa termina con un niño sin apellidos. Y con la enamorada cantándole a la criatura hasta las claras del día (dado que olvida las nanas): “que se me salten los pulsos si te dejo de querer, que las campanas me doblen si te falto alguna vez”. ¡A un bebé en la cuna! Así hemos salido como hemos salido.

El caso es que ayer, en el coche, zapeé por las emisoras de forma aleatoria y encontré a un caballero latinoamericano que me hizo quedarme. Contaba muy compungido una historia con este comienzo: “Hoy me voy a acostar con otra”. Él quería a una señora pero se disponía a copular con una diferente, tratando de culpabilizar a la primera de tamaña desgracia. Iba a pensar en la amada en cada segundo del refocile pero ni en sueños se planteaba prescindir del evento. Lo peor es que se le veía destrozado. Es que parecía que le hubieran obligado y que su destino le condujera a un funeral en lugar de a un buen sarao entre las sábanas. Me dio que pensar. ¿Este hombre estaba a lo que estaba? Porque muchas veces la raíz de los fracasos se encuentra en la falta de concentración. no gustar del trabajo bien hecho. Porque digo yo que no sería una excusa.

Volviendo a Barbra. You don´t bring me flowers any more. Tú ya no me traes flores, ya no me cantas canciones de amor cuando entras por la puerta al final del día. (Entraba cantando canciones de amor por la puerta, atentos). Y no podía esperar para amarla –eso dice-. Odiaba separarse de ella. Odiar, no lamentar. Pues bien, toda la vida entendí que Neil Diamond –que era su pareja- decía: “It´s good for you”. Es bueno para ti. Y me decía: otro con un eufemismo que suele revestirse de diversas formas verbales: no te merezco (esto es verdad), tienes derecho a ser feliz (pero no conmigo). Esa parte se la calla, aunque la señora no vea otra posibilidad de felicidad en ese momento que ese hombre en concreto. Pero acabo de percibir –gracias a la recomendación de Sonia sobre Barbra  que me ha conducido inexorablemente a repasar lo más florido de la cantante- que ¡faltaba un When! Y el asunto cambia diamentralmente. “Cuando es bueno para ti, vale, si soy yo la cosa cambia”. Y ella insiste una y otra vez con que no le trae flores, no le trae flores –la importancia de los pequeños detalles-. El episodio acaba en ruptura. “Mira lo que voy a aprender es a decir adiós, y tú deberías hacer lo mismo”, concluye la mujer, marcando una sensible diferencia con la que aún debe estar diciendo “Y sin embargo te quiero” a sus nietos, si es que el hijo hizo carrera de su vida con semejante infancia. La letra por cierto es de Truman Capote. Y el despido lo dicta Barbra, con mucha educación, con gran elegancia. Ahora lo escucharéis. Por cierto, el tipo parecía legal, salvo que no le llevaba flores ya, eso sí. Nada que ver con el tarambana patrio.

Antes os explico este post. Llevo no ya un día sino varios viendo a ver si soy tocada por la fe liberal y pienso yo que será más fácil si no me meto donde no me llaman. La fe viene cuando ella quiere, es consustancial a su ser, pero hay que echarle una manita. Creo que ser liberal ofrece enormes ventajas en el mundo actual. Ahí tenéis a Rick Costa rehabilitado en funciones y sueldo. O esta ventajosa oferta de trabajo: La CEOE propone un nuevo contrato precario para jóvenes, sin que a sus impulsores se les caigan los palos del sombrajo. Sobre todo, aquí están, se ven, se sienten,  los votantes ávidos de amar a los neoliberales. ¿A quién no le gusta que le quieran?

You don´t bring me flowers…

Actualización 3/3/2010

25 años de «Memorias de África»

Leo que “Memorias de África” celebra sus “bodas de plata”, nada más alejado al espíritu de la película (de Sidney Pollack, como no podía ser de otra manera) que un matrimonio, pero el caso es que la historia de Karen Blixen cumple una cifra redonda. 

A las mujeres nos gusta mucho “Memorias de África”, por más que la relación amorosa sea tan inconsistente. Apenas se resume en que una poco agraciada pero esforzada mujer, con un acento empalagoso, introduce en ella al cazador Denys Finch-Hatton que pasaba por allí y lo atrapa para la posteridad,  no para ella, pese a su insistencia. Lo que a las mujeres nos fascina, creo, es el personaje de él, independiente aunque muy poco apasionado.

Estoy convencida de que si Robert Redford no se hubiera estrellado en buena hora para gloria de la ficción, hubiera acabado cogiendo setas en familia con una etíope, keniata, americana o francesa de buen ver, española incluso, aunque en este caso mucho más joven que él. Lo hubiera hecho, claro está, cuando los años hubieran sosegado su vuelo y apenas le quedaran fuerzas para recogerse en el hogar. Y así no nos hubiera servido. Su momento óptimo fue como amante.

Lo personalicé en mi primer libro publicado “Diario de una mujer alta” (2001), para resumir cómo afectaba el prototipo a un determinado sector de mujeres. Sé de sobra que no a todas, pero sí a una abultada mayoría. Veamos:

Los hombres que alientan y cuidan a diario, comen sopa, duermen a sus horas y son absolutamente previsibles, no me atraen. Quiero, busco, su amistad y su compañía, pero no me hacen tomar aviones intempestivos. No me hacen tomar aviones -todos son intempestivos-. Y con Robert Redford hubiera subido incluso en avioneta a sobrevolar la sabana africana o los techos de Mahnattan o la Sierra de Madrid. Hubiera subido sin dudar. Subiría ahora mismo. Y lo que es más grave: comería sopa con él y hasta vería la tele. Y me dejaría cuidar, arrebujada en un ovillo bajo su abrazo.

El problema reside entonces en que no quiero un hombre con vocación de estable, quiero despertársela (la entelequia en la que persisten buena parte de las mujeres). Que siga subiendo en avioneta, pero que suspire por aparcarla y venir corriendo a buscarme. Que no pertenezca a nadie pero comparta. Que no me pertenezca pero se entregue. Que, esté donde esté, añore los momentos que pasamos juntos, y venga a vivirlos y los haga cada vez más largos e intensos. Que no llegue con los sueños quebrados sino con ganas de construir nuevos conmigo.

Este tipo de hombre -dueño de su independencia y sabiendo perderla- escasea. Como imagino hubiera ocurrido con el Robert Redford de «Memorias de África», suelen acabar -ya viejos- derrotados en su búsqueda, con las alas rotas y aparcados en lo más convencional. A extremos indecibles, en algún caso, para algo se inventó «el reposo del guerrero«.

Queremos convertir la excepción en cotidiana, fijar en una jaula la ilusión que vuela, poner zapatillas al viento para que se remanse. Y parecemos ignorar que terminaríamos por ir al hipermercado, comer con los suegros, practicar sexo saludable, bostezar, y soportar mirando a otro lado a una amante cuya existencia conocemos.

La convivencia se hace difícil, no coinciden los objetivos, el pasivo de nuestras vidas pesa. A estas alturas de la historia he llegado a entender que los hombres adorables sólo sirven para amantes, que los hombres sólo sirven para amantes, quizás. O amigos, sin duda. O vecinos. O, en allende los años, compañeros de asilo.

El Robert Redford de Memorias de África se estrelló un cierto día y reposa en una colina sobre la que ha llovido tierra, sobre la que han llovido años. El resto sólo sirven para amantes. Van y vienen. Cambian de cara, de voz, de manías y gustos, y entregan en su paso lo mejor que tienen. Reciben también una gran pasión, reciben en un día el amor acumulado en muchos.

Las primaveras de esplendor que se repiten asombrosamente de vez en cuando, acabarán alguna vez. Y llegará el té con pastas. Llegarán las tardes de domingo en las que la única opción será hablar con las amigas de nostalgias y frustraciones, saboreando un té, mientras una tose y otra se queja de dolor de espalda o de las cervicales. Sólo serán insostenibles, si el té llega cuando todavía persisten las ganas de vivir y amar. Pero la vida es sabia y calma con el tiempo las ansiedades. Y siempre queda la posibilidad de que, sosegado nuestro propio vuelo, nos calcemos las zapatillas, nos sentemos en el sofá a ver la tele, disfrutemos de nuestra paz o de una santa vez aceptemos un marido como dios manda. Que no manda demasiado, para qué vamos a engañarnos. Los hombres, ya digo, creo, sólo sirven -los que sirven- para amantes. ¡Que no es poco!

 No sé si tendrá que ver o no porque a la vez es un estruendoso contrasentido, pero guardo un estudio inusualmente documentado que se hizo hace un tiempo. Científicos de las universidades británicas de Edimburgo, Aberdeen, Bristol y Glasgow, seleccionaron a 900 niñas y niños de 11 años con un coeficiente intelectual alto. 40 años después se les entrevistó para ver con quien se habían casado, cómo había ido su vida sentimental. Así comprobaron que en los hombres, la inteligencia dispara sus posibilidades de tener pareja y en las mujeres las retrae. En buena parte de los casos, fue porque ellas no quisieron casarse. Y seguramente, al mismo tiempo, les cautivaba el Robert Redford de Memorias de África. Los humanos somos así.

El té es a las 5, por supuesto. Con pastas de mantequilla. Danesas, claro está.

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