Somos, en general, algo más sensibles. Tiene que ver con el cerebro y el desarrollo del hemisferio emocional, pura biología. Intelectualmente, tan capaces y tan incapaces como cualquier otro ser humano. Nos educaron, a buena parte de nosotras, para cumplimentar al hombre. Y sobre todo para no afrontar los asuntos de frente. Privadas de poder, había que moverse con argucias. Por eso detesto hasta límites que no podéis imaginar las “armas de mujer” que nos han hecho tanto daño. Ciertamente, casi nadie comprende que no se abuse de su uso. Ir de frente. Ni ellas, ni ellos. Detesto el machismo de la mujer aún más que el del hombre, por las trabas que ha supuesto a nuestro género.
No repetiré más la condición de incapaz mental que otorgó el franquismo a la mujer. Pero sé cómo me sorprendía algunas aptitudes que me imponía, ya en mi niñez, mi condición femenina. Triviales si se quiere, pero creo que ya desde entonces pensaba. Me preocupó mucho saber la misión que me reservaba la vida por ser mujer. Me preocupó, porque prefería conocer de dónde venimos y adónde vamos. Y saber qué podíamos hacer para desarrollarnos y ser más felices. Como a tantas otras mujeres. Y hombres. Existía la opción, no sin esfuerzo, de luchar por ser persona, pero la dedicación debía ser dual: estudiar y trabajar en su caso, sin abandonar jamás el lavado, secado y colocación de los platos y demás faenas domésticas. Si los hombres de la casa hubieran colaborado, lo hubiéramos hecho en la mitad de tiempo. Y a todos nos habría quedado tiempo para leer o ver la televisión. Pero eso era una tarea femenina. Y así sigue en muchos casos.
Al mismo tiempo, me fui enterando de qué iba la Historia. “La mujer no tiene alma”, decía Aristóteles, y “su mejor cualidad es el silencio”. En realidad, el reconocimiento de la existencia del alma en la mujer, no vino oficialmente hasta un Concilio celebrado al efecto en fecha incierta. Todo cuanto se refiere a la mujer está poco estudiado. La existencia del clítoris se descubrió, como dice mi amiga Olga Lucas, después del descubrimiento de América. En cuanto al alma, unos hablan del Concilio de Macón en el al 581 y otros lo sitúan en Trento mil años más tarde. Lo que ha trascendido es que finalmente se decidió que sí, que teníamos alma… por un solo voto de diferencia. Dueñas o no aún de alma, ilustres pensadores nos han dedicado un auténtico rosario de piropos:
Santo Tomás de Aquino (1.225-1274), teólogo y filósofo italiano: “El padre deber ser más amado que la madre, pues él es el principio activo de la procreación, mientras que la madre es sólo el principio pasivo”.
Erasmo de Rótterdam (1466-1536), filósofo y teólogo holandés: “La mujer es, reconozcámoslo, un animal inepto y estúpido aunque agradable y gracioso”.
Francisco de Quevedo (1.580-1.645), escritor español: “0h¡ qué plaga, qué aburrimiento, qué tedio es tener que tratarse con ellas mayor tiempo que los breves instantes en los que son buenas para el placer”.
François Marie Arquet Voltaire (1694-1778), escritor francés: “Las mujeres son como las veletas: sólo se quedan quietas cuando se oxidan”.
Honore de Balzac (1799-1.850), escritor francés: “Emancipar a las mujeres, es corromperlas”.
Severo Catalina (1.832-1871), político y escritor español: “Desde la edad de seis años, la mujer no crece más que en dimensiones”.
Jack Nicholson, actor actual estadounidense: “La mujer castra al hombre y lo transforma en cordero”.
La mitificada fuerza… que hoy se desvanece por la toma de decisiones sustituida por un simple botón. La capacidad guerrera… en un mundo que ha de debatirse realmente por astucia, en la que genética y educacionalmente ganamos. El desconocimiento de lo diferente. Porque las mujeres, en inferioridad de condiciones, intentamos comprender esa diversidad, ese nudo gordiano, y actuar o no, en consecuencia.
El 40% mujeres latinoaméricanas sufren violencia de género, cuenta en “el día de..” El Mundo. El futbolista Figo, en mi libro “Ella según ellos”, analizaba la violencia contra las mujeres silenciada por el atraso cultural de muchos pueblos. No maltratan más los suecos a las suecas –que también-, se persigue más. España también lo hace ¡por fin! Pero Afganistán tapia a sus mujeres en vida, las usa y pisotea, y todo el mundo musulmán las esconde bajo pañuelos que oculten a los otros hombres el objeto de su deseo, que ven como pecado; el pecado del ojo masculino las obliga a ocultarse . El catolicismo ultra también consagra el papel subordinado de la mujer, úteros andantes, cofres de las tradiciones.
Engordamos y adelgazamos en el mundo civilizado al pairo de lo que nos marcan hombres en su mayoría y descerebradas mujeres. Aunque muchas ya, por fortuna, han derribado buena parte de los tabúes y actúan como seres humanos, la mujer acarrea lastres que sería imposible reseñar en un texto tan corto. Como la sistemática negativa de su acceso a la educación liberadora en el Tercer Mundo.
Muchas culturas –por llamarlas de alguna manera- ven impura a la mujer porque sangra en la regla menstrual. Esa circunstancia biológica que nos permite engendrar, desarrollar y parir una vida. La gran discriminación de la mujer nace de su capacidad de ser madre. Supuesto germen de fragilidad, nido eterno, condicionará su vida. Ese vientre -que se abulta durante nueve meses y que algunas veces, a algunas mujeres, les saca del trabajo- es un obstáculo especialmente para el desarrollo económico. Y, lo que es peor, hace reaccionar a la mujer con sentimiento de culpa porque obstruye ganancias propias y ajenas.
¿Es la maternidad una variable económica? Entonces ¡con todas las consecuencias! Joaquín Díaz Recasens, Jefe de Ginecología de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid, me descubrió para el mismo libro –descatalogado- el mayor contrasentido: “En un liberalismo más amplio se pagaría mucho por conseguir una mujer que te diera un hijo. ¿Por qué no se valora? Eso debiera entrar en el mercado como cualquier otro valor. Alguien tendría que comprar ese producto maravilloso: es la perpetuación de la especie”.
Se alteran las hormonas cuando somos madres, se alteran aunque el hijo casi peine canas si sufre cualquier problema o asiste a una conquista gozosa. No existe nada comprable en la vida a esa experiencia, y entendería la envidia masculina por carecer de ese privilegio. Y sin embargo no se valora. Desde el embarazo –donde le notas crecer y ser dependiente y autónomo en la más increíble mezcla- a cada momento de la vida. Quizás sí, el abrazo infinito del amor carnal. Amar y ser amadas. Con algo más de profundidad, con algo más de intensidad, que buena parte de los hombres.
Se juraron amor eterno en los momentos de pasión. Y luego se convierten en el enemigo ¿Hay mayor aberración? Nos mata la incultura, los complejos, el afán de dominio. Unos y otros somos seres humanos. Nada más y nada menos.
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