Las venganzas de Artur Mas

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Así se despedía Artur Mas para irse a la papelera de la historia donde dice haberle arrojado la CUP que, finalmente, prestó apoyo de gobierno a la coalición Junts pel Sí.  Culminaba de esta forma un fin de semana trepidante en el que hemos visto cosas que jamás hubiéramos creído (como decía Roy Batty, el replicante de Blade Runer, cuyo nacimiento se producía en la ficción, y parece que no por casualidad, justo estos días de enero de 2016).

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Después de 3 meses agónicos, quizás de 4 años desde que Mas descubre su vena independentista en un enroque con el entonces nuevo presidente español Mariano Rajoy,  Artur Mas dice que Artur Mas se hace a un lado y se desbloquea el proceso con un nuevo presidente de su mismo grupo político: la derecha, CiU, Carles Puigdemont, alcalde de Girona. De hecho, Mas afirma que ha sido él quien ha elegido a su sucesor y lo recalca varias veces en esa comparecencia que es un canto a la egolatría y a la autoafirmación.  A la venganza, también.

La CUP  firma cuando ya acaba el plazo antes de convocar otra vez nuevas elecciones, tras haber realizado varias largas asambleas y votaciones con sus miembros en las que siempre salió NO al acuerdo. O no a Mas, como interpreta la dirección.  Puigdemont declara en la sesión de investidura que aplicará el programa de Mas. Pero la formación anticapitalista se muestra exultante con la presunta retirada de Mas. Le ha cortado la cabeza, escenifican varios medios.

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Los términos del acuerdo son humillantes, tal como se encarga de enfatizar Artur Mas cuando da ese paso al lado. No se comprende la necesidad de doblegar a la CUP de esa manera y menos aún que ellos lo acepten. Y ya el colmo es que lo hagan derrochando felicidad, al igual que, según se ve, sus seguidores.

En el punto 4), Mas le pide confesión pública de su culpa: Hay que reconocer errores en la beligerancia expresada hacia Junts pel Sí.

Y de ahí pasa a tomar dos diputados de la CUP que dirán Sí Bwana a cuanto diga Junts pel Sí, como firman en el apartado 2). Y expulsar a otros dos, para (punto 5) visualizar un cambio de etapa y asumir implícitamente la parte de autocrítica que le corresponde en la gestión del proceso negociador.

Es un texto que duele en la dignidad hasta en su simple lectura. La primera venganza de Artur Mas está ahí: en destruir a la CUP.  Argumentan sus firmantes que todo es en aras del proceso independentista pero no hay nada que, en democracia, en relaciones de equidad entre seres humanos, justifique la necesidad de un castigo explícito por no haber adorado los pasos de Mas o del grupo que lo propuso.

Hay quien lo comprende. «Si hubiesen acordado para una legislatura ordinaria, sería una derrota de la CUP. Pero se trata de legislatura de «desconexión» a 18 meses«, escribe Isaac Rosa.

Yo no. Siempre entendí a los catalanes, a los independentistas  y a los que  se sienten agraviados por el trato dispensado por el ultranacioalismo español.  Su ilusión producía envidia. Pero lo que han hecho ahora es, en mi opinión, un fiasco monumental. Además, tal como dijo Artur Mas -que va a recomponer CiU- está presto a salir de la papelera en cuanto le venga en gana. «Estoy y estaré», explicitó.

Con el despiece de la CUP,  “se corrige” a las urnas, según dijo textualmente Mas en otra frase para la historia. De la ignominia. El fin no puede justiciar ciertos medios, no. Ese bloque corregido, de la CUP en cabeza, afirma en pretendida ingenuidad que se aplicarán políticas sociales. Está ERC, dicen, la izquierda que también prefirió el proceso. Como vimos sin mover un dedo ante los duros recortes de Convergencia, particularmente en la sanidad pública que ha sufrido una auténtica razia. Y es la palabra exacta a emplear: razia. Como la que perpetran en el resto de España los gobiernos del PP.

Ángels Martínez Castells y Albano-Dante Fachín –hoy diputados de Cat si es Pot, Podemos- escriben que, desde hace muchos, las demandas que Mas afea a la CUP son compartidas por miles de personas que han luchado por ellas:

Como una sanidad pública de verdad y no al servicio de CAPIO, que no se venda el agua de los catalanes a un banco del Brasil (cuyo presidente, por cierto, está en prisión por estafa) o que los datos médicos de los catalanes no se vendan al mejor postor.

Doy fe de ello.

Artur Mas se ha vengado, además, radicalizando el proceso al designar a Puigdemont que no es -como él- un independentista de oportunismo de última hora. Lo que encrespará aún más los ánimos del nacionalismo español. Y eso a pesar de que no se declara independencia alguna sino la apertura de un proceso fijado en 18 meses. Pero el españolismo de raza no se detiene en matices. Y hace creer que la ruptura se va a producir a la brava y ahora.

Porque la segunda gran venganza de Artur Mas es clavarnos a Rajoy o a su PP en el gobierno de España. Los editoriales y titulares de este lunes son para huir a Laponia (lugar de destierro muy apreciado por la derecha patria).  Un ejemplo: El Español de Pedro J. Ramírez.

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Y, en consecuencia, el gobierno “ideal”. A la par y de la mano Juan Luis Cebrián, en El País, y Francisco Marhuenda en La Razón pidiendo ese gobierno “fuerte”, de coaliciones que debieran ser imposibles. Y resaltados por el Ojo Derecho de la SER, un tal Patiño. Citar un editorial de Marhuenda como argumento de peso es otra de las cosas que me quedaban por oír.

Pero no son los únicos. Desde posturas progresistas se asume que los resultados en Catalunya favorecen la investidura de Rajoy (o alguno de sus replicantes) en España. Los fieles servidores de Ciudadanos ya están en ello. Las presiones sobre Pedro Sánchez, aún máxima autoridad en el PSOE, deben estar siendo casi incontrolables. Íñigo Errejón, desde Podemos, admitía este domingo también que la jugada de Mas ayuda a Rajoy. La verdad es que siempre fue así, ambos se alimentaron.

Pero es inadmisible, como postura de vida, que la pretendida unidad de España avale la corrupción, las leyes mordaza, el profundo incremento de las desigualdades que el PP de Rajoy  nos ha traído.  El gobierno es ideal para los intereses de aquellos a quienes sus políticas han beneficiado, medios de comunicación incluidos.

La actualidad publicada ya pasa página porque tenemos el juicio de Urdangarín y la Infanta que no sabe nada. Veremos si no es un circo y pocas nueces. En consonancia con la España ideal y quienes la hicieron, especialmente su modelado de la justicia.

Ni un día ha perdido “Bruselas” en sentar sus reales y anunciar lo que viene: más recortes. Claro que sí. Se avecina una nueva crisis económica internacional y las cuentas de Rajoy nos pillan en ropa interior, pese a lo que canten sus diferentes portavoces.

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25 años de «Memorias de África»

Leo que “Memorias de África” celebra sus “bodas de plata”, nada más alejado al espíritu de la película (de Sidney Pollack, como no podía ser de otra manera) que un matrimonio, pero el caso es que la historia de Karen Blixen cumple una cifra redonda. 

A las mujeres nos gusta mucho “Memorias de África”, por más que la relación amorosa sea tan inconsistente. Apenas se resume en que una poco agraciada pero esforzada mujer, con un acento empalagoso, introduce en ella al cazador Denys Finch-Hatton que pasaba por allí y lo atrapa para la posteridad,  no para ella, pese a su insistencia. Lo que a las mujeres nos fascina, creo, es el personaje de él, independiente aunque muy poco apasionado.

Estoy convencida de que si Robert Redford no se hubiera estrellado en buena hora para gloria de la ficción, hubiera acabado cogiendo setas en familia con una etíope, keniata, americana o francesa de buen ver, española incluso, aunque en este caso mucho más joven que él. Lo hubiera hecho, claro está, cuando los años hubieran sosegado su vuelo y apenas le quedaran fuerzas para recogerse en el hogar. Y así no nos hubiera servido. Su momento óptimo fue como amante.

Lo personalicé en mi primer libro publicado “Diario de una mujer alta” (2001), para resumir cómo afectaba el prototipo a un determinado sector de mujeres. Sé de sobra que no a todas, pero sí a una abultada mayoría. Veamos:

Los hombres que alientan y cuidan a diario, comen sopa, duermen a sus horas y son absolutamente previsibles, no me atraen. Quiero, busco, su amistad y su compañía, pero no me hacen tomar aviones intempestivos. No me hacen tomar aviones -todos son intempestivos-. Y con Robert Redford hubiera subido incluso en avioneta a sobrevolar la sabana africana o los techos de Mahnattan o la Sierra de Madrid. Hubiera subido sin dudar. Subiría ahora mismo. Y lo que es más grave: comería sopa con él y hasta vería la tele. Y me dejaría cuidar, arrebujada en un ovillo bajo su abrazo.

El problema reside entonces en que no quiero un hombre con vocación de estable, quiero despertársela (la entelequia en la que persisten buena parte de las mujeres). Que siga subiendo en avioneta, pero que suspire por aparcarla y venir corriendo a buscarme. Que no pertenezca a nadie pero comparta. Que no me pertenezca pero se entregue. Que, esté donde esté, añore los momentos que pasamos juntos, y venga a vivirlos y los haga cada vez más largos e intensos. Que no llegue con los sueños quebrados sino con ganas de construir nuevos conmigo.

Este tipo de hombre -dueño de su independencia y sabiendo perderla- escasea. Como imagino hubiera ocurrido con el Robert Redford de «Memorias de África», suelen acabar -ya viejos- derrotados en su búsqueda, con las alas rotas y aparcados en lo más convencional. A extremos indecibles, en algún caso, para algo se inventó «el reposo del guerrero«.

Queremos convertir la excepción en cotidiana, fijar en una jaula la ilusión que vuela, poner zapatillas al viento para que se remanse. Y parecemos ignorar que terminaríamos por ir al hipermercado, comer con los suegros, practicar sexo saludable, bostezar, y soportar mirando a otro lado a una amante cuya existencia conocemos.

La convivencia se hace difícil, no coinciden los objetivos, el pasivo de nuestras vidas pesa. A estas alturas de la historia he llegado a entender que los hombres adorables sólo sirven para amantes, que los hombres sólo sirven para amantes, quizás. O amigos, sin duda. O vecinos. O, en allende los años, compañeros de asilo.

El Robert Redford de Memorias de África se estrelló un cierto día y reposa en una colina sobre la que ha llovido tierra, sobre la que han llovido años. El resto sólo sirven para amantes. Van y vienen. Cambian de cara, de voz, de manías y gustos, y entregan en su paso lo mejor que tienen. Reciben también una gran pasión, reciben en un día el amor acumulado en muchos.

Las primaveras de esplendor que se repiten asombrosamente de vez en cuando, acabarán alguna vez. Y llegará el té con pastas. Llegarán las tardes de domingo en las que la única opción será hablar con las amigas de nostalgias y frustraciones, saboreando un té, mientras una tose y otra se queja de dolor de espalda o de las cervicales. Sólo serán insostenibles, si el té llega cuando todavía persisten las ganas de vivir y amar. Pero la vida es sabia y calma con el tiempo las ansiedades. Y siempre queda la posibilidad de que, sosegado nuestro propio vuelo, nos calcemos las zapatillas, nos sentemos en el sofá a ver la tele, disfrutemos de nuestra paz o de una santa vez aceptemos un marido como dios manda. Que no manda demasiado, para qué vamos a engañarnos. Los hombres, ya digo, creo, sólo sirven -los que sirven- para amantes. ¡Que no es poco!

 No sé si tendrá que ver o no porque a la vez es un estruendoso contrasentido, pero guardo un estudio inusualmente documentado que se hizo hace un tiempo. Científicos de las universidades británicas de Edimburgo, Aberdeen, Bristol y Glasgow, seleccionaron a 900 niñas y niños de 11 años con un coeficiente intelectual alto. 40 años después se les entrevistó para ver con quien se habían casado, cómo había ido su vida sentimental. Así comprobaron que en los hombres, la inteligencia dispara sus posibilidades de tener pareja y en las mujeres las retrae. En buena parte de los casos, fue porque ellas no quisieron casarse. Y seguramente, al mismo tiempo, les cautivaba el Robert Redford de Memorias de África. Los humanos somos así.

El té es a las 5, por supuesto. Con pastas de mantequilla. Danesas, claro está.

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