¿Para qué sirve pensar?

Conocí al filósofo Carlos Fernández Liria en una mesa redonda que compartimos en Segovia. Me quedé fascinada con su brillantez. Con la forma tan accesible y divertida en la que invitaba a estimular y seguir sin trabas adonde te lleve el pensamiento, a la crítica, como debe ser.

Ya tengo su libro. Se llama ¿Para qué servimos los filósofos? Y es que filosofía es el amor por saber y para saber hace falta pensar.

“Decía Kant que hay algo –algo que sin duda tiene que ser muy excepcional- que hace que “los hombres se nieguen a perder, por amor a la vida, aquello que hace a la vida digna de ser vivida”. La filosofía –dice Fernández Liria- es el intento de sacar consecuencias de lo que se expresa en la frase de Kant. Esta excepción comenzó en Grecia con una constatación esencial: “lo interesante que era lo desinteresado”. Saber por saber, desinteresadamente, resultó ser interesantísimo. De esa experiencia surgieron las matemáticas, la física, la filosofía, la ética y el Derecho. De la perplejidad ante lo desinteresado surgieron las cosas que más nos interesan: el mundo entero de la razón y la libertad. Y así fue cómo se inició para la humanidad la aventura más inquietante, la de convertir esa excepción en norma de vida humana, que solo entonces puede llamarse digna”.

Por supuesto, Fernández Liria aborda lo más cotidiano. Profundamente crítico con el Plan Bolonia para la Universidad, nos hace seguir el hilo de lo que se esconde tras esa frase que cualquiera suscribiría sin reflexión: “Una universidad al servicio de la sociedad”. Parece que no es exactamente así, que no es ésa la prelación. “La universidad debe estar al servicio de la verdad”, solo así estará en condiciones de rendir un buen servicio a la sociedad, propone Carlos.

Atravesando la historia de pensamiento, parándose en la Revolución Francesa con la significativa guillotina de la portada del libro,  Fernández Liria estima que hemos regresado a la Edad Media, convertidos en siervos de unos amos locos y tiránicos que se llaman a sí mismos “los mercados”. Y concluye contundentes ideas sobre lo que eso significa:

“El capitalismo ha colonizado el mar, la tierra y el aire. Aún así, todavía le quedaba el mundo intangible por conquistar. Se han deshelado los polos, se ha contaminado la atmósfera, se ha esterilizado el suelo. El mundo de los negocios ha llegado incluso a cambiar de sitio los glaciares. Ha reventado el subsuelo terrestre con cientos de pruebas nucleares. Ha agujereado la capa de ozono en la estratosfera. Ha desquiciado genéticamente las semillas. ¿Por qué iba a dejar en su sitio el mundo de las exigencias de la razón? ¿Por qué iba a respetar la Verdad o la Justicia sin intentar sacarles partido económico?», se pregunta. Y apunta sus consecuencias:

“La historia no devolverá jamás la razón que hoy se nos lleva. Cada milímetro que el mercado y el capital ganen a la razón hará falta luego reconquistarlo, contra la historia, con los mismos esfuerzos con los que en su día se le arrancaron”.

Lo primero que he visto en un correo en el ordenador esta mañana ha sido al Consejero de Turismo Balear, del PP, con las criadillas (testículos) de un ciervo al que había matado chorreando sangre desde su ubicación encima de la cabeza como trofeo. Amenazan Rajoyes, Artures Mas o botoxiadas peperas desde las páginas de los periódicos. Y en mi memoria la gran estafa que nos están perpetrando y que cada semana tiene un capítulo de difusión para el gran público en el programa de Jordi Évole, Salvados. Ayer explicó el asunto de eléctricas y petroleras. Una chica me dijo en las redes sociales que uno no tiene tiempo de enterarse y reflexionar sobre todo esto. Le respondí que en otros países no les ocurren estos atropellos –de características flagrantes- porque, parece, que sí están más al tanto de los que les afecta. Hubo hasta quien me insultó por escribir que solo una sociedad desinformada y/o idiotizada tolera (y propicia) el enorme timo diario. Por eso he preferido traer hoy a Carlos Fernández Liria. Reivindica pensar. No hacerlo tiene graves consecuencias.

¿Para que sirve usar la cabeza más allá de para peinarse? Para no ser ese rebaño de ovejas que ahoga los intentos de tanta gente ya por poner freno a esta situación insostenible.

Carlos Fernández Liria. Libros de La Catarata

Le llaman sacrificio cuando quieren decir holocausto

Francisco Altemir

Los poderosos siempre han cambiado el significado de las palabras de forma que inducen a error a los más débiles, mejor dicho les atemorizan para que obren de acuerdo con sus dictados.

Tal ocurre con la palabra SACRIFICIO, al escucharla viene a nuestras mentes todo el poso de “enseñanza cristiana acrítica” que durante cientos de años nos han tratado de despojar de  nuestra capacidad de discernimiento. Recordamos a un dios del Antiguo Testamento que ordena a Abraham a “sacrificar” a su hijo Isaac asesinándole para satisfacción suya. Nos viene a las mente cierta prácticas masoquistas: azotarse la espalda o colocarse cilicios para sufrir y ofrecer el “sacrificio “ a un dios inexistente, porque el Dios del Nuevo Testamento encarnado en un hombre, Jesús de Nazaret, abomina de tales prácticas infructuosas. También las civilizaciones precolombinas ofrecían a sus dioses las ofrendas de los corazones de los guerreros más valientes y de las mujeres más hermosas, lo hacían en pirámides construidas a tal efecto.

Los escritos y leyendas no se pueden descontextualizar. El género humano ha ido creciendo en sabiduría y conocimientos lenta y paulatinamente. En los albores de la humanidad cualquier suceso nuevo o extraordinario les causaba inquietud por no decir auténtico pavor. Una simple tormenta eléctrica con su aparatoso acompañamiento de lluvia, rayos y truenos les hacía pensar que debían hacer una ofrenda al ser capaz de promover tan pavoroso fenómeno. Le ofrecían  productos de la tierra o animales domésticos para aplacar su ira, y ganarse su benevolencia. Era una especie de soborno primitivo para conquistar el favor del “dios” capaz de hacer tales prodigios que les dejaban en estado de “shock”.

Ese significado ha sido recogido por el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, sin tener en cuenta el contexto en que cristalizó.

Por otra parte se dice que unos padres se sacrifican por sus hijos, velándoles noches enteras cuando enferman. Uno no se imagina a esos padres con cara de cordero degollado por el “sacrificio” que están haciendo, cuando en realidad tienen cara de preocupación y, finalmente, tienen la cara y el corazón contentos cuando el hijo mejora. Su actuación les ha salido de dentro, por obligación (de ob, prefijo: a causa de  y deligare : ligazón, parentesco).

Ese es el auténtico significado de la palabra SACRIFICIO, hacer lo más importante (del latín sacrum, lo más importante o sagrado, y de facere, obrar o actuar). Es la actitud de muchos líderes que con riesgo de la vida o de su libertad las arriesgan por sus compañeros o los desvalidos (Sánchez Gordillo). La Plataforma de Afectados por las Hipotecas es una buena muestra de ello. Los “yayoflautas” que hemos visto ser empujados y golpeados por orden de los mandamases se ven impelidos a actuar de esa forma porque es el SACRIFICIO que les pide el cuerpo, la solidaridad con las víctimas del terrorismo del sistema.

Es más fácil utilizar un falso eufemismo que decir la verdad que van adoptar nuevas medidas que nos llevan a un auténtico holocausto, a la muerte por inanición, a la muerte por falta de cuidados, a la muerte por falta de esperanza, a la muerte por desesperación. Lo más importante que tenemos todos en la vida es el futuro, en principio es nuestro pero nos puede ser arrebatado sumiéndonos en la desesperanza y empujando a muchos al suicidio. Hay que tener en cuenta  de la misma forma que hay muchos desahuciados invisibles como escribía hace poco Ignacio Escolar (sólo salen en televisión la punta del iceberg), hay también muchos suicidas invisibles de los que nadie cuenta nada. Solamente lo saben, aparte de los allegados, los jueces que levantan los cadáveres y los del Samur. Uno y otro cuerpo de funcionarios se han indignado y claman porque se tomen medidas para evitar tales desgracias, ellos no son los malos de la película, los malos son otros y se irán de rositas. Es más fácil pedir “sacrificios” que pedir que vayamos al degolladero, pero ignoran que el verdadero significado de SACRIFICIO supone la unión de todos contra la injusticia, la corrupción y la mentira.  Es el trabajo más sagrado e importante que nos aguarda.

Los mandamases conocen muy bien los consejos de Maquiavelo  en “El Príncipe”, después de sopesar las dos alternativas contrapuestas: “Más vale ser temido que amado.  Ignoran, como es natural, que las sociedades en las que no reina el temor son más felices, las personas son más solidarias. Hay que decir ¡BASTA! a este capitalismo salvaje en el que reina la SACROSANTA  COMPETITIVIDAD,  que convierte a la sociedad en una jungla en la que impera el más fuerte, el que sabe poner mucho mejor las zancadillas, el que sabe manejar la navaja mejor que nadie, el que es más astuto y utiliza las mejores argucias para escalar puestos pisoteando a los demás, el que tiene menos escrúpulos, el que ve en el otro un enemigo al que hay que eliminar en lugar de un amigo al que hay que ayudar. Es necesario cambiar el sistema, en el que se vea al otro como un compañero, con su dignidad y sus flaquezas como las nuestras porque somos seres de relación, como decía Antonio  Machado: “Un corazón solitario no es un corazón”. Hay que sustituir la competitividad por la cooperación, teniendo en cuenta además que el rendimiento por hora aumentará al no perder el tiempo miserablemente en cómo deshacerse de los “enemigos” (Esta observación debería servir para calmar a losAmos del Universo)

Es necesario desterrar el miedo al que nos quieren someter. Es necesario pensar con autonomía y apartar de nosotros las “recetas!” de los que, ignorando todo, nos atiborran del “pensamiento único”. Ese pensamiento único nos dice: tienes que adaptarte y el hombre medio tiene que adaptarse y someterse para sobrevivir. Adaptarse y someterse a la economía de mercado, a la globalización financiera y especuladora, a la competitividad, a los empleos precarios, a la posibilidad del paro o de la jubilación anticipada, a la explotación laboral, al acoso en el trabajo, a la posibilidad de deslocalizaciones y fusiones, con las consiguientes pérdidas de puestos de trabajo, a los paraísos fiscales, a las especulaciones financieras e inmobiliarias efectuadas por los “amos del universo”. Adaptarse y someterse al yugo que supone el pago de las hipotecas durante, prácticamente, toda la vida. Adaptarse a la arrogancia y prepotencia del poder, al trabajo infantil esclavo, a la trata de blancas. Adaptarse a las amenazas de privatización de los servicios públicos o a su posterior desaparición. En sumo: adaptarse a vivir con miedo, sin dignidad y esperanza y a deshumanizarse. El sistema aborrece de los que piensan y se rebelan, les descalifica tachándoles de “inadaptados” y les echa encima a los cuerpos de seguridad del Estado: ¡Hay que identificarse! y ¡Ay de ti si no lo haces aunque seas un “yayoflauta” que lucha por sus bisnietos!

 *Este extraordinario texto acaba de publicarlo en ATTAC Madrid mi queridísimo y admirado amigo Paco Altemir, como reacción al suicidio del hijo de unos amigos. Tenía 51 años y acababa de ser despedido.

El por qué de la mediocridad de numerosos altos cargos

Me lo preguntaron el otro día, y hay dos razones fundamentales:  los principios de Peter y de Dilbert.

  • “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”.
  • “Con el tiempo, todo puesto de una jerarquía tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones”.

Principio de Peter 1969

  • “Las compañías tienden a ascender sistemáticamente a sus empleados menos competentes a cargos directivos para limitar así la cantidad de daño que son capaces de provocar”.

Principio de Dilbert 1990

Estoy en desacuerdo con el fin último de Dilbert: los mediocres con mando pueden hacer un inmenso daño. Lo hacen.

El problema es que están aupados y sostenidos por personas de características similares que se sienten cómodas con quienes consideran afines. Porque ¿Cómo es posible que alguien pueda andar por la vida con tan bajísimo nivel de autoexigencia que no se entere, o acepte sin reflexión, lo que personalmente le perjudica? Resultaría incomprensible a menos que, como sucede en España, la ignorancia y la mediocridad sean un valor, algunos ciudadanos de otros países lograron ya superar la fase que exponía Darwin. 

  •  ”La ignorancia frecuentemente proporciona más confianza que el conocimiento”.

Charles Darwin. Siglo XIX.

Aquí, no la de Ortega y Gasset aún. No todos, muchos sí. 

  • “Hombre-masa es todo aquel que no se valora a sí mismo, sino que se siente “como todo el mundo”, y, sin embargo, no se angustia, se siente a salvo al saberse idéntico a los demás”.

José Ortega y Gasset 1930

Hay otro postulado que explica porqué algunos mandatarios no sienten vergüenza de su incapacidad:

  • Las personas con escaso conocimiento tienden sistemáticamente a pensar que saben mucho más de lo que saben y a considerarse más inteligentes que otras personas más preparadas”.

Efecto Dunning-Kruger 1999

        No lo ilustro con imágenes, cada cuál tiene las suyas en mente.

La maldad

Una se queda perpleja al ver que conflictos graves se saldan con un “perdón”. Lo ha hecho el Rey, le pidieron hacerlo así hasta partidos de presunta izquierda. Dice “lo siento” la ministra Ana Mato mientras pega un tajo mortal a la sanidad pública y, junto con todo el Gobierno de Rajoy, al –ya de por sí raquítico- Estado del Bienestar español. Una aspiraba a vivir en un ordenamiento social y jurídico serio donde los desvíos no se dilucidan en el campo de la moralidad sino en el de la Justicia (la oficial y la ética).

Ocurre sin embargo que el neoliberalismo ultraconsevador aúna con sin igual desparpajo la presunta “libertad” –que solo es de mercado y por ella se cercena el Estado de todos y los derechos de las personas- con el “como dios manda”. Por eso quiero hoy reflexionar sobre la maldad. Un concepto moral sin raíces racionales. El bien y el mal forman parte de la naturaleza humana. Aterrada ante lo que no entiende, separa lo positivo de lo negativo, llegando a la aberración en el maniqueísmo que solo ve ambos extremos sin matiz alguno intermedio. Yo prefiero utilizar el concepto “ética” con fundamentos filosóficos casi opuestos, porque más bien habla de los valores que rigen en una sociedad desde un punto de vista racional.

Lo peor es que el utraconservadurismo de los neoliberales que nos gobiernan enarbola en la mano –derecha, naturalmente- la religión (católica en España, protestante en otros países anglosajones sobre todo). Y se cree en el derecho de imponer lo que entienden por “bien”, su “bien”. De ahí que Rajoy prometiera “felicidad” –lo que ya debió ser un preocupante síntoma-, y ahora solo se vea exultantes a sus correligionarios encargados de accionar la motosierra.

Claro que existe la maldad o como quiera llamarse a esa actitud. De nuevo definida por conceptos morales, son más precisos sus sinónimos: negativo, nocivo, perverso, canalla, ruin, cruel, abominable, virulento, diabólico. Actuar con maldad es hacerlo con egoísmo, sin afecto natural por su entorno y quienes le rodean. También implica contravenir deliberadamente códigos de conducta o comportamiento. En los distintos significados se le atribuye a la maldad apartarse de lo lícito u honesto, ser corrupto y destructivo, y desde luego perpetrar desgracia, calamidad, infortunio, desdicha.

Maldad es mentir deliberadamente. Es un clamor cómo lo hizo el PP para alcanzar el poder. De ahí que el portavoz de Sanidad en el Congreso, Jesús Aguirre, dijera hace unos días sin mover un músculo: «Ya no estamos en campaña; es momento de decir lo que de verdad pensamos». Y ni aún así lo hacen. Siguen mintiendo con negaciones y eufemismos destinados a esa clientela educada en la dicotomía de “el bien y el mal”, que no ha salido de ella en su infinita simplicidad y falta de aprecio a sí mismos como seres humanos. A los que ante las afirmaciones que ahora mismo hago te dirían: “Pues el PSOE”, “Pues la herencia”, como si a todos nos afectara la desgracia de poseer dos únicas neuronas. Es de nuevo “el bien y el mal” y punto, no hay para ellos otros horizontes.

Maldad es recortar los derechos conseguidos tras largas luchas y sufrimientos para enriquecer a la camarilla de notables afines. Maldad es podar la sanidad, la salud y la vida; aumentar las desigualdades robando el acceso a todos a la educación o la cultura. Maldad es decir que «pronto se arreglará» cuando saben que sus política conducen a más paro y más recesión, y así se lo dicen hasta organismos abanderados del neoliberalismo.

Maldad es manipular, embrutecer, aprovecharse de la ignorancia, fomentarla. Villanía, infamia, cobardía, desproporción en la fuerza para acallar la disidencia. Reírse de la desgracia que provocan, en su felicidad…

 De ser unos auténticos desalmados se puede calificar lo que hacen los correligionarios de CiU en Cataluña con la salud, y cuyas medidas sigue paso por paso el PP. Un carné por puntos determinará el acceso a quirófano para aligerar estadísticamente las listas de espera, y ahorrarse tratamientos e intervenciones.  La consejería de Salud evaluará la situación laboral o personal del enfermo antes de otorgarle el «privilegio» de ser operado en la sanidad pública. La información desarrolla varios ejemplos:

«En las operaciones de prótesis de cadera o de rodilla, el paciente deberá sumar 75 puntos. Para llegar a ellos, el baremo da 18 puntos si se tiene «la patología muy avanzada», 33 si se sufre «dolor grave» y 20 si se «es incapaz de realizar la mayor parte de las actividades cotidianas». Con el peor diagnóstico, un enfermo alcanzaría 71 puntos y no tendrá garantizada la operación.

Sería el caso de una persona que no trabaje, que tenga una persona que le cuide y sin nadie a su cargo, tres variables que suman cero puntos y que son habituales en pacientes ancianos. El sistema puede perjudicar, por ejemplo, a los parados».

Esto mientras se entregan cantidades bimillonarias a los bancos (que encima no dan créditos que reactiven la economía) o se elude de la molesta carga de cotizar el mismo baremo de impuestos que pagamos todos a las rentas altas, ofreciendo el caramelo demágogico a la galería desinformada de que abonen (en las medidas del PP) un 60% de los medicamentos.

 Contra la maldad no cabe el perdón, ni rezar tres avemarías; para el daño existe la Justicia, siquiera, como decía, la ética. “Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada», dicen que dijo allá por el siglo XVIII el pensador irlandés Edmund Burke. Seguimos regidos por conceptos morales. Para alejarme del maniqueísmo quiero entender que el daño practicado a sus semejantes, ellos lo llevan a cabo por un “bien” superior, el que su dios manda. El dios del dinero, el egoísmo, las castas, el desprecio al inferior, la acumulación de prebendas para los elegidos por el Todopoderoso.

El peligro reside en no identificar a los culpables, en desviar la atención, a veces, hacia otros tan desgraciados o más que nosotros. Lo hacía Edward Norton en este impresionante alegato de la película «La última noche» dirigida por Spike Lee. Se queda como una rosa al expresarlo en un grito, pero lo cierto es que acaba… bien jodido.

¿Quién privatiza a los políticos?

Emilio Lledó es un acreditadísimo filósofo español que debería ser consultado a diario por los medios, por ejemplo. Hoy escribe en El País una razonada y apasionada Cuarta Página de la que voy a extraer varias ideas, aunque lo suyo es leerla completa:

«La democracia, que nació como lucha hacia la igualdad por medio de la reflexión sobre las palabras y por el establecimiento de unos ideales de justicia y verdad, no puede rendirse a las privatizaciones mentales de paradójicos libertadores. Sin embargo, apenas se insiste en el hecho de que la crisis que padecemos es una crisis que tantos competentes expertos, siguiendo el principio de la libertad y la competitividad, no han sabido evitar, ni tampoco las diversas burbujas -sobre todo las propias burbujas mentales- que inflaban y aireaban. Burbujas que, parece ser, les han permitido construir sin que nadie les pida responsabilidades por sus liberadas y productivas ganancias.

(…)

Desde hace años, de nuevo en estos días, como manifestación del menosprecio por la enseñanza pública y por sus profesores, se habla de la libertad de los padres para elegir el centro en el que educar a sus hijos. Esa defensa libertaria no tiene que ver con el deseo de que se practique en la educación una verdadera libertad: la libertad de entender, de pensar, de interpretar, de desfanatizar, de sentir. Libertad que, por encima de todas las sectas, debería fomentar la combatida Educación para la Ciudadanía y la identidad democrática. Una libertad que enseñase algo más que la obsesión por el dinero y por el solapado cultivo de la avaricia. A lo mejor, esa educación les obligaba a dimitir a algunos personajes de la vida pública, por vergüenza del engaño que arrastran y contaminan. Mejor dicho: haría imposible que se dieran semejantes individuos.

(…)

En el fondo, toda esa propaganda libertaria es fruto de planteamientos políticos, de dominio ideológico, de sustanciosos prejuicios clasistas, que con doble o triple moral predican libertad, cuando lo que realmente les importa, aunque quieran engañarse y engañarnos, es el dinero. Solo por medio de una ideología de la decencia, de la justicia, de la lucha por la igualdad, tan problemática siempre, puede alzarse el sistema educativo de nuestro país, de todos los países.

(…)

¿Quién privatiza a los políticos? ¿Qué palabras huecas, convertidas en grumos pegajosos aplastan los cerebros de los que van a administrar lo público, o sea lo de todos, si la corrupción mental ha comenzado por deteriorar esas neuronas que fluyen siempre hacia la ganancia privada? No se entiende bien cómo a esos destructores de la idea de lo público les votan aquellos que perderían lo poco que tienen en manos de tales personajes. A no ser que la mente de esos súbditos haya sido manipulada y, en la miserable sordidez de la propia ignorancia, esperen alguna migaja, algún botón del traje que viste el supuesto partido político que les arrastra.

(…)

Podemos intuir que la degeneración intelectual de buena parte de la clase política, y de los llamados emprendedores -los que, por ejemplo, emprendieron la destrucción de nuestras costas-, procede de esos conglomerados ideológicos en los que se mezclan, con la indecencia, alguno de los males a que se ha aludido. ¿Quién privatiza a los políticos? ¿Quién nos devolverá, en el futuro, la vida pública, los bienes públicos, que nos están robando?»

Pensar, práctica en desuso

Las calculadoras como muletas en la resolución de problemas, el pensamiento mascado para ser mejor digerido. Pocos parecen enfrentarse a la realidad con ojos nuevos cada día para hacerse preguntas y encontrar respuestas, para equivocarse y volver a replantearlas, para tratar de ver, asociar y sacar conclusiones. Lanzarse a la aventura de descender una montaña hasta el mar del conocimiento como río nuevo, en lugar de seguir – en barca sin piloto identificado- todos los canales establecidos. Más aún, como razona Ignacio Escolar, entrar en el jardín secreto está penado por la sociedad.

Varios amigos coetáneos míos coinciden en resaltar que ahora ya no parecen existir grandes pensadores, cuyas palabras aguardar con interés. Los Aranguren, Madariaga, Marías, de nuestra juventud, publicaban artículos, eran entrevistados en grandes medios. Ahora, en efecto, no pueden proliferar más los “opinadores” de oficio, tediosos repetidores de tópicos, pero faltan los elaboradores de ideas. Se ha perdido -se diría- la práctica de pensar.

Es un mal general, los filósofos han sido sustituidos por los sociólogos –de meritoria labor sin duda- en una corriente que trata como máximo de analizar los hechos, pegarse a la realidad. Pareciera que la última corriente de pensamiento filosófico notable fuera la del Círculo de Viena y data de la primera mitad del Siglo XX. De otro lado, se recupera la “matematización”, las matemáticas como eje e instrumento: Todo lo que no puede reducirse a variables cuantitativas se rechaza.

Descubrí en un reportaje el valor capital de las matemáticas sin embargo. Origen de todas las ciencias, ofrece un punto clave: “Es una cuestión de entrenamiento”, me decía la matemática Marta San-Solé, “un deportista de élite no llega a serlo si no hay un entrenamiento muy duro detrás. Y, si uno no se rompe la cabeza resolviendo problemas desde niño, problemas sencillos, pero que sirvan de entrenamiento al racionamiento, pues evidentemente no va a tener una cultura matemática”.

Ni de vida. Hay que trabajar para abrir cauces, pero si no se ejercita, el cerebro se extingue. En un mundo global, con sobre-información, las ideas nuevas se diluyen en el conjunto. Con la crisis, no hay tiempo para pensar –precisamente, cuando sería más necesario-. La Universidad hoy busca el pragmatismo urgente, piezas que encajen en empresas, en lugar de primar ser lo que siempre fue: un foro para el desarrollo de ideas. Pero la causa principal puede estar en los medios de comunicación. Los espacios culturales de los telediarios ya no informan sobre cultura, sino que promocionan industrias o productos propios. Productos, no cultura. Los medios más serios no se arriesgan con experimentos. Los debates políticos han quedado reducidos a lo que el sociólogo Fermín Bouza denomina «píldoras»: «la televisión ha contribuido a un proceso de debilitamiento de las ideologías porque ha impedido el discurso ideológico. Es un discurso de píldoras, sintético, rápido, y ha formateado al resto de la sociedad a su manera”. 59 segundos para sintetizar una idea, la audiencia ya no aguanta más tiempo atendiendo.

 Vivimos en una sociedad trivializada y, por tanto, más vulnerable. Ella da de comer a los medios también, en un bucle que se retroalimenta. El fin último es fomentar el consumo, como dice una intelectual innovadora, ésta sí, Naomi Klein.

Aún tenemos en España, mejor en la península ibérica, a Saramago, Sampedro, José Vidal-Beneyto o Federico Mayor Zaragoza. Mezclados, y tapados, con las hordas “cristianoronaldas”. Un cerebro para toda la vida. Anquilosado y lánguido por falta de uso. Cuestionarlo todo, volver a mirar, asociar y concluir para hallar nuevas soluciones. Fortalecer el cerebro, entrenarlo. Para abordar también problemas prácticos, sí, esos que nos acucian. Empequeñecios y más accesibles a un pensamiento maduro.

Descartes

Descartes fue, como sabréis, un matemático y filósofo francés del Siglo XVII. Se le considera el padre de la filosofía moderna porque formuló el concepto de sujeto -ser individualizado- y porque, rebatiendo todo lo aprendido, señaló el valor práctico del conocimiento. La capacidad de razonar es básica y nadie puede enseñárnosla -decía-, pero hay unas reglas insoslayables: el principio de evidencia o de la duda razonable, el precepto del análisis y los de síntesis y control. Descartes es, en consecuencia, autor también del método cartesiano -análisis, sintésis y reconocimiento del error- base de la ciencia actual. El pobre murió, a los 53 años -sospechan que envenenado-, en Suecia adonde había sido llamado por la Reina Cristina para hacerles el reglamento de una sociedad científica, por cierto. ¡Qué cosas hacían los reyes suecos ya entonces!

 Descartes, en el cine y en la televisión, son los planos que sobran. Cuando, en TVE, se montaba en película, los descartes se arrojaban al suelo para ser barridos y depositados en la basura, era una imagen muy gráfica.

 Pues bien, en ese doble vertiente debió pensar Isabel Martínez Reverte (histórica periodista de «Informe Semanal» y «En portada») para reunir a un grupo amplio de prejubilados de RTVE y llamarles Descartes. El nombre en concreto se debe a Javier Saénz, uno de los pocos periodistas que ha obtenido el premio Rey de España de periodismo y eterna mosca cojonera del poder. Se trataba de salir de vernos reducidos, con poco más de 50 años, a la petanca y el punto de cruz -según sexos- y hacer algo útil.

Cada mes -y desde hace más de un año- , una figura relevante de diversos campos viene a perder un par de horas con nosotros, informarnos y contestar nuestras preguntas, como si estuviéramos en activo. Inauguró Descartes Santiago Carrillo -creo recordar- y hemos tenido -por citar a algunos- a Cristobal Montoro -quien adujo como causa del nuevo triunfo socialista: «es que también lo habían hecho bien», a pesar de lo que declara en público-. O el filósofo Fernando Savater, el jurista Martín Pallín, Antonio Gutiérrez, Inés Sabanés o Víctor Manuel, con los que pude vislumbrar lo mal que se cuece la política aquí, o con Gil Carbajal, Demócratas Abroad, lo bien que funciona en EEUU.

Ayer estuvo Fernando Reinlein, ex militar de la UMD, Unión Militar Democrática. Imbuidos por la revolución de los claveles en Portugal, un grupo de jóvenes oficiales pretendieron democratizar el ejército español -sin derrocar el gobierno-, en el tardío franquismo. Una vez descubiertos, fueron apartados del servicio y juzgados. Aunque la primera idea fue matarlos de una forma expeditiva, tesis que, por fortuna, no triunfó. En el Consejo de Guerra, se habló de sus mujeres: «peligrosas individuas universitarias» que les servían de correo en la clandestinidad. La Fundación Abogados de Atocha acaba de rendirles un homenaje porque, 35 años después, no se ha anulado su juicio, ni se han restituido sus derechos laborales, ni se ha compensado a los que no fueron juzgados pero sufrieron serios tropiezos en su carrera militar.

Ahora «el ejercito es un reflejo de la sociedad de centro-derecha. Obedece a lo que le dicen. Está y estará a las órdenes del Gobierno. No hay tentaciones golpistas. Cuando hay una declaración estentórea es porque el autor está a punto de jubilarse. Lo está haciendo muy bien en las misiones de paz. Ojalá hubiera conocido yo ese ejército», concluyó Reinlein.

Ningún gobierno les ha rehabilitado ni devuelto sus derechos. En la intimidad les dicen que «no se puede ensalzar a una organización clandestina dentro de las Fuerzas Armadas» y que «podría alentar el asociacionismo en el Ejército». Son Historia, Arqueología -dice él-. Se arriesgaron en un momento crítico para España. Y perdieron. Y con eso se quedan.

Actualización: atentos al comentario de Carmelo que es buenísmo, más descartes en la historia de nuestra vida.

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