No dejo de preguntarme a quienes se refieren cuando hablan de la “comunidad internacional”, ésa que quieren preservar. Y me asombra un tanto que hasta sesudas y aposentadas (igual demasiado) voces hablen de límites a la “transparencia” en aras de algún bien común. Creo entender que invocan unas “reglas del juego” establecidas para una mejor convivencia. Pero, como las grandes magnitudes se nos escapan –ese mundo tan repleto de personas y situaciones variadas-, vamos a verlo con un ejemplo, casi de parvulario, más próximo: una comunidad de vecinos.
Lo somos. Ciudadanos de pleno derecho que habitamos nuestros pisos en un gran edificio. Sí sabemos que unos disponen de más metros cuadrados que otros, y que no es lo mismo vivir a ras de suelo que en los duplex del ático, que en el garaje se cobijan desde masserattis a utilitarios y que buena parte se conforma con viajar en metro, pero lo aceptamos porque de puertas para adentro hemos construido un hogar con todo cuanto creemos puede hacernos felices, de acuerdo con nuestras posibilidades. En la calle, tirados en mantas, vemos a personas que no tienen techo donde cobijarse, están mucho peor que nosotros. A mí me duele, pero nos cuentan que así son las cosas. Desde luego, nosotros somos unos privilegiados. Por eso, muchos aceptan lo intragable, para conservar lo que tienen al menos. No sé si podrán.

Elegimos de entre todos los vecinos una junta rectora y, dado su intenso trabajo, decidimos remunerarles a expensas del presupuesto comunitario. A algunos, bien lo vemos, se les ha subido a la cabeza lo que debería ser el honor de servir a los vecinos, a sus iguales, y a veces me encuentro en el ascensor a gente que discrepa de su actuación. Le hemos visto, por ejemplo, adjudicar contratos de reparaciones a sus amigos, y coger el dinero para pagarles de nuestros bolsos y carteras. Pero, en estos edificios tan grandes, las personas apenas nos conocemos, ni de broma pasamos al piso de al lado a pedir una taza de harina si se nos ha terminado.
El caso es que un día nos enteramos –que ni siquiera hicieron reunión para contarlo- que los del ático han tenido un problema muy serio por no sé qué negocios sucios que habían perpetrado y que se van a ver en la calle. Y llega la junta y saquea las cuentas de la comunidad para ayudarles. Cuando les hemos preguntado, han argumentado que si se hundía el tejado, se nos hundía también el inmueble entero. Menos mal, eso sí, que les sacamos a flote y vemos llegar a sus domicilios unos pedidos con langostas, angulas y vino de Burdeos que evidencian su recuperación.
Lo peor es que nos dejaron la caja temblando. En justa compensación, los del ático nos prestaron parte del dinero que les habíamos dado. Con intereses. Pero, ni aún, así llega para pagar las facturas. Se han puesto muy serios, quieren cobrar sí o sí. Quieren muchas más cosas, según estamos viendo.
La junta entró a saco en nuestros pisos. Se nos llevó el televisor de plasma, el reloj de la abuela, las sillas, a algunos el sofá y las camas, parte de la ropa. Se han metido en la cocina, en el frigorífico. Tenía yo un pollo estupendo para hacer un tajine, pues nada, me he quedado sin él. Nos dicen que tenemos que ser austeros para pagar a los del ático y a ellos, a la junta. Peor les ha ido a otros que han sido desahuciados por impago, y a quienes hemos visto irse con una mano delante y otra atrás para tapar su desnudez.
Como ni aún así logramos hacer frente a nuestras deudas y en espera de mayores ajustes, la junta ha decidido vender la piscina, el gimnasio, el cuarto de bicicletas, y el portal. Y ahora nos cobrarán por usarlos. Hasta los niños tienen que entregar chuches para subirse a los columpios.

Nos hemos ido enterando de sus tejemanejes por un vecino (un chico muy loco del 1º A con el pelo casi blanco) que ha punteado la cadena de televisión comunitaria donde nos aleccionan a diario de lo malos, tontos y miserables que somos aunque nos consuelan con muchos entretenimientos. La verdad, pura y dura, de las reuniones en el ático con la junta, ya es patrimonio de toda la vecindad. Algunos han apagado el receptor, se asustan. Otros lo estamos viendo alucinados.
Resulta que al vecino del 6º C lo frieron a palos, y a un chico del 9ºF –que les estaba grabando- lo tiraron por la ventana y lo mataron. Y, entre copa y copa de champán francés, los del ático y la junta decidieron taparlo, sin llamar a la policía. Dicen que el secretario protestó. Lo echaron de la casa.
Cada vez hay más vecinos indignados con las revelaciones. Pero la junta argumenta que obra por nuestro bien, que en las alturas se habla otro lenguaje que nosotros no entendemos – pero ¿qué me cuentan? son vecinos de la casa igual que todos-. El chico del 1º A, dicen, es un terrorista y hay que encarcelarlo. De momento, ha huido con lo puesto, a todo correr, para intentar refugiarse en un lugar seguro. Con su ordenador, para seguir contándonos lo que sabe.
Lo más sencillo sería convocar de nuevo elecciones y elegir otra junta de vecinos. Dejar que los miembros actuales regresen a su silla y su cocina, a su trabajo en la notaría o el supermercado. Aunque la única alternativa disponible -a menos que nos organicemos nosotros, tan propietarios o inquilinos como ellos- son los primos de los residentes en los duplex del ático. En cualquier caso, las «reglas del juego» las hicieron ellos, no toda la comunidad. No tienen derecho a obrar con secretos en asuntos de todos. No lo tiene a actuar rozando, aparentemente, la ilegalidad, por ser benévolos en el calificativo. Se diría que «la comunidad internacional» es solo la élite que ellos han formado. Pero muchos vecinos no quieren saber nada de eso. La mía, en la puerta de la derecha, ahora sí me habla. Me dice que tiene mucho miedo, ha de sacar a sus dos hijas adelante. Ellas no tienen trabajo. Y que habrá que hacer lo que la junta diga. Y la junta lo que manden los del ático. No dejo de repetir, a quien me quiera oír, que terminaremos todos en la calle, pero es que algunos están tan aterrados que cierran los ojos a lo que realmente deberían temer: al futuro que nos han preparado.

Como el futuro llega por minutos, Zapatero se ha mercado unas medidas contra los ciudadanos y a favor de empresas y mercados, realmente indignantes. El PP, por su parte, ha dicho -Cospedal- que era lo que ellos proponían y -Montoro- que el presidente no se decide a acometer reformas «estructurales» ¿la esclavitud?
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