No es obligatorio irse de vacaciones

Es la conversación que se repite y oyes en cuanto prestas oído: ¿te vas de vacaciones? ¿cuándo te vas de vacaciones? unas veces de forma mecánica y otras para marcar las diferencias. Y allí se deshace mucha gente en excusas para ocultar que no va a salir a parte alguna. Según datos oficiales, más del 40% de los españoles no puede afrontar el gasto de costearse una semana de vacaciones. ¿No se han enterado que ha aumentado la desigualdad social y por tanto la pobreza?  A muchos no les llega ni para encender la calefacción en invierno o el aire acondicionado en verano, así que lo de hacer la maleta y pagar un viaje ni hablamos. Un gran número es ese tiempo el que pueden permitirse: una semana. Y el verano crudo son 8 semanas al menos. Y al menos pueden responder: no, si ya he vuelto. Los convencionalismos al uso.

Son muchas las causas por las que no se viaja en agosto. Es más caro que ningún otro mes del año. Los lugares de destino suelen estar más saturados. Pero pensemos también en que hay muchos más obstáculos: el dinero en primer lugar, como comentamos. No contar con él o no ser las vacaciones la prioridad del gasto. Hay personas que no pueden viajar por estar enfermas o tener un enfermo pendiente de evolución. Las hay que no tienen con quién hacerlo, que no coinciden las fechas o las apetencias con su círculo de afectos y prefieren no emprender en soledad el viaje.  Múltiples razones aparcan ese sentimiento general de euforia vacacional que se vende como mayoritario.

La sociedad está organizada para cumplir el tópico: ¿no te vas de vacaciones? apremian cuando no han visto movimientos en un tiempo. Y llegan a crear complejo o insatisfacción: la depresión vacacional de los otros. Como quien no tiene 4 cuñados en la cena de Nochebuena. Seamos claros, la escasez no es un demérito, empieza a serlo el que tantos se lucren a costa de otros.

La sociedad, de cualquier forma,.debería ser menos cuadriculada y no agarrarse tanto a los estereotipos. Más considerada y educada, también. Por supuesto que es muy saludable -física y mentalmente- cambiar de aires, y sobre todo disfrutar aporta grandes dosis de vitalidad. Pero no todos pueden o quieren afrontarlo con el gasto de un viaje. Ni todos tienen al tío en el pueblo, o viven de por sí en lugares idílicos de los no haca tanta falta moverse. Hagan el favor de no dar la murga.Si pensarán en los demás verían que esto es al fin y al cabo un tanto anecdótico, pero igual les caben muchas responsabilidades por las causas de la situación.

¿Cuándo te vas? Madrid está vacío, dicen, por poner un caso. Pues al margen de algunos políticos haciendo el paripé de que no tienen vacaciones, que es un derecho que los neoliberales tienen entre ceja y ceja quitar, hay zonas de Madrid que están llenas de gente. Pueblan los centros comerciales con niños y todo, criaturas. Los parques. Las zonas del centro que no suelen visitar. Y se ven los mismos pobres de solemnidad pidiendo por las calles.  Madrid, Cuenca, León, Cáceres, Albacete… están vacíos. No, va por barrios, la realidad existe hasta en Agosto.  Y como digo no todos, aunque puedan, quieren irse de vacaciones, como no lo logran cuantos quieren.

Al menos, insisto, no den la lata los predicadores del tópico. Ni se acomplejen los que llevan mal no ser como los demás, o como dicen que son los demás. La culpa, de ser un agravio, es más de quienes mantienen a esa élite que gobierna para la desigualdad que de aquél a quien no le salen las cuentas. O las posibilidades. O las ganas.

Bernardo Vergara ha hecho hoy su viñeta sobre esto en eldiario.es Por eso me he animado a tocar el tema y darle la razón.

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El Norte

En el norte, lo primero que uno hace al despertarse es mirar al cielo, al paisaje, que no es mala forma de comenzar el día. Ocurre que, en el norte, el sol y las nubes mantienen más que en otros puntos cardinales, sus propias reglas de convivencia. Algo más igualitarias, de poder a poder. En el mismo día, en la misma mañana incluso, sale el sol, las nubes y la lluvia, si se tercia.

Al norte venimos,  siquiera dos o tres días, los turistas que huimos de «los mosquitos y los 40º» que…  achicharran en este momento a buena parte de España, sin que el ministro del ramo (turismo) se entere. Los que, quizás, preferimos que la sangre atempere sus hervores. Basta con girar la cabeza para que el verde (árboles, plantas) siga inundando de paz.

Por su forma de comportarse se ve quién saborea del norte cuando quiere y quién corre ávido a por él. Por lo demás, la misma España. Los gregarios que plantan la toalla y todo un campamento al lado de donde tú estás, a pesar de que no sean playas tan abigarradas como las del mediterráneo más cálido. Múltiples paseantes en la orilla. Viejos que acuden tambaleantes al agua, apoyados… por familiares y no como veía estos días n Madrid por esas emigrantes que el gobierno quiere echar. Por las que abandonaron sus propios viejos y jóvenes en su tierra para cuidarnos. Y grupos de jóvenes cuya conversación constante es su futuro, si se van o no se van de España. Ni siquiera el mar les calma.

Sigues (menos de lo habitual) las noticias. Se preparan más recortes. Más aún, en la carrera desenfrenada del PP por culminar la caída en el abismo en la que nos encontramos hasta el sonoro crack contra el suelo. El  pequeño hotel de gente sabia tiene rincones con libros de todo tiempo.

Las olas del mar suenan de día y de noche. Mar bravo. Que sube y baja y a veces sorprende a la toalla. Buena comida, natural,  mejor compañía. La calidez  y la inteligencia como mejor cóctel. Sin prisas, ni programas. El norte de España es el sueño de otro norte que hace siglos barrió la caspa.  El norte siempre es una buena opción.

Los pies en el suelo. Inminente el fin de la brevísima estancia, del respiro. La tentación infantil de plasmar ideas en la arena impoluta del amanecer. Y saber con certeza que las olas se la habrán llevado. Pero que seguiremos escribiendo cada día de nuestra vida para tratar de enderezar el rumbo. El norte parece ser hoy una de las direcciones más difíciles de encontrar.

De insultos y navidades

Cuando era pequeña inventé una forma de insultar a mi abuela materna absolutamente impune. La adoraba porque lo merecía en grado sumo y porque ya entonces intuía lo injusta que fue con ella la vida. Y el cariño era mutuo. Pero en los momentos de incordio algo hay que hacer para liberarse. Yo le decía: “¡Oliva!” en el tono adecuado para que entendiera perfectamente mi intención. Acudía entonces ella a mi madre:

-La niña me ha insultado.

-¿Qué te ha dicho?

-Oliva.

-Eso no es un insulto- respondía mi madre zanjando la cuestión.

Todavía no sabía yo que en el resto de España, llamaban aceitunas a las olivas, que, en absoluto hubiera sido lo mismo. ¿Cómo iba yo a llamar “aceituna” a mi abuela? Pero oliva sí, a mí me gustaba especialmente la palabra. Constituía por tanto un insulto cariñoso. Y a la vez reivindicativo. Y muy femenino en la línea que siempre nos han enseñado a las mujeres: el camino sinuoso, nunca directo, para lograr objetivos. 

Solo que… hubo un día que lo olvidé. Todo. Hasta llegar a desaprender las más hipócritas “armas de mujer”, perder el tiempo en disimulos, acosar dando vueltas, e insultar adecuadamente (cada digo más tacos y soy más políticamente incorrecta).

Toda la retahíla de improperios viene a mi mente ante tantos atropellos que contemplo. Sólo que la mayoría desmerecen también a colectivos completos. No tiene por qué considerarse despreciable ser hijo de puta, ni cabrón, ni marica por supuesto, ni hay que cargar a las familias con las culpas de uno de sus miembros defecando sobre ellos. Ni siquiera es un demérito ser tonto o insustancial, viene en el pack de nacimiento. Sinvergüenza, canalla, vendido, corrupto, putrefacto, inmundo, miserable, nauseabundo, sucio, repugnante, traidor… todos esos resultan más precisos. Aunque, a veces, se quedan cortos y, tal vez, sería preferible adquirir nuevos, con nombres propios. Seguro que se os ocurren unos cuantos. A ver quién resistiría imperturbable que le llamaran Berlusconi, pongo por caso. O Mayor Oreja, me califican a mí de «una Mayor Oreja» y me hunden en la miseria. Por cierto, los franceses ya pueden seguir increpando con el apellido Le Pen. Al ultraderechista de pata negra, le ha nacido un esqueje: una hija que barre en audiencias.

Comprendo que debería empezar a inundarme ya de paz y amor. Pero es que, al estado general de la cuestión, se nos da por añadidura la navidad. Un convencionalismo destinado a consumir desde hace ya décadas. Y a que familias y amigos que se quieren estén en juntos, si pueden, para olvidar por unas jornadas lo que ellos u otros tienen encima. O a que se junten por obligación quienes se llevan a matar. O a compartir la felicidad, que también puede ser.

Y por más que uno no quiera, no escapa. Sucede que esto de las navidades siempre ocurre los 24 y 25 de diciembre y los 31 de ídem y el 1 de enero. Y, claro, uno recuerda más por las fechas exactas lo que tuvo y no tiene o lo que podría tener o vaya Vd a saber. Aunque le suceda lo mismo el 11 de enero o el 7 de Noviembre, pongo por caso.

Y que ya está encima. Con los grupos de vociferantes ganadores de la lotería, dando saltos y bebiendo cava, rodeados de micrófonos y cámaras para que nos cuenten la gran novedad que supone ganar un dinero extra, y el delicado proceso de la compra del billete.  El mundo feliz. Vd. también puede. Compre lotería. Privatizada. Parcialmente, ya sé.

Los príncipes de Holanda se van a la Patagonia ¿Dónde disfrutarán de las fiestas los inauguradores del AVE? ¿Y los "mercados"?

Con posibles, es fácil huir de la navidad convencional. Pero ni eso, aunque, al lado de la miseria de tanta gente, uno no debe quejarse. Trataré de ser buena, dar y recibir felicitaciones, y, como me gusta cocinar, me esmeraré aún más en los menús sin gastar mucho dinero.

De momento, lo que la navidad me provoca, por infinidad de razones -de todos los colores y calideces-, es decirle: ¡Oliva!

Fues eso. Feliz Navidad. A mi familia felina, le encanta este vídeo:

Mi casa, teléfono

ET

Vittorio Gassman fue un enorme actor italiano –de cine y de teatro- al que tuve el privilegio de entrevistar una vez. Un hombre bellísimo en la distancia corta: casi dos metros de estatura, deportista (ex jugador profesional de baloncesto), resistente sobre el escenario como pocos podían hacerlo y, al mismo tiempo, viviendo terribles incertidumbres como ser humano, nacidas muy probablemente, de su exceso de sensibilidad y de cordura, que le dotaban de un singular atractivo. Nadie le veía frágil –parecía la antítesis de ese concepto-, sólo él mismo se veía así, él sí se sabía frágil.  Sus demonios interiores le ocasionaron profundas depresiones que le derrumbaron, pero siempre intentaba levantarse escribiendo y volviendo a actuar. Murió en el año 2000, a los 78 años, dejando tras de sí una cincuentena de películas, muchas de ellas míticas, desde “Arroz amargo” de Jean Cocteau a “Perfume de mujer” y “La escapada”. Vittorio Gassman era un extraterrestre.

He conocido muchos extraterrestres. De hecho creo que yo también lo soy. Y es por eso que les detecto mejor. Todos nosotros entendemos los códigos de los demás, aunque –dada la distinta procedencia de cada uno- a veces no resulte fácil. Simplemente nos reconocemos en ese raro vagar por el planeta Tierra que no es el nuestro. Agosto, los chiringuitos, las playas, los trenes, las familias tan diferentes entre sí, cuya génesis y vida uno intuye por sus actitudes y gestos, el verano en sí mismo, la obligatoriedad de la diversión y la huída, los tópicos, lo que uno ve, y lee, y oye, aquí, allí, más arriba, más abajo , las relaciones humanas… dado que buena parte de ello no me resulta inteligible, he terminado por musitar la frase simple de un colega: “mi casa, teléfono”.

Sí, es mi extraterrestre favorito. Se fue hace más de un cuarto de siglo y no hemos vuelto a saber de él. Todos sentimos envidia de aquellos niños que tuvieron la fortuna de tratarle de cerca. Y nosotros en particular, además, de cómo le trataron aquellos niños. ET fue el primer extraterrestre que, apenas sin brillos fosforescentes –a lo sumo en su dedo sabio- mostró sentimientos parecidos a los humanos. Cara de abuelo infantil, tierno, indefenso, añorando su casa y su mundo. Enfermo de melancolía en lugar de arrogante. Escrutado por los humanos, en vez de agresivo y temible. Así somos la mayoría de los extraterrestres, la verdad. Pero el humano-tipo no se molesta en conocernos y teme a lo diferente.

Spielberg prefirió sacudir la nostalgia para seguir, simplemente, exprimiendo la leyenda. Pero a mí me hubiera gustado ver regresar a ET, de visita, por supuesto. Saber cómo le ha ido por aquella casa que anhelaba mirando al cielo. Si ha seguido el curso de la vida y quizás ya tiene una familia con ETs de distintos tamaños. Si el paso por la Tierra afecta de alguna manera y en qué sentido.

Por fín… mi casa, mi cama, mis discos, mis libros, mi jarra alta para la cerveza, mi orden, mi anarquía,  mis sueños, mi paz, mis zozobras, mis rincones, mis defectos, mis virtudes, mis manías, mis afectos diarios, mi espacio, mi mundo entre otros pequeños mundos que gravitan aislados, invisibles para los demás.

ET no dejó su número de teléfono –no había móviles entonces y seguramente era complicado llamarle al fijo-, pero quizás ya tiene dirección de correo electrónico. No es lógico en estos tiempos que los extraterrestres no estemos mejor comunicados.

El tiempo de la felicidad

28

  Un hombre solo. Nubes. ¿Imagen de la felicidad o de la desolación? Ambas cosas pueden ser. Depende de nosotros.

  Regreso a casa tras una salida por calles casi vacías, cómodas al fin. Al menos por la zona en la que resido se ha producido la gran desbandada de Agosto, cuando España se paraliza. Creo que no debería ser así, los países tienen que funcionar todos los días y, para ello, sería bueno alternar las vacaciones, pero hoy, y a esta hora, no me importa. Sólo analizo lo que ocurre. En agosto, la crisis, los miedos, se aparcan. O así lo parece. Hasta las noticias escasean. No porque no se produzcan sino porque apenas hay nadie para elaborarlas. Sólo asistiremos a las de mayor impacto. Pero lo cierto es que nada cambia. Y que apenas falta un mes para que vuelvan deprimidos a encontrarse con la realidad que dejaron. Los paréntesis son saludables, sin embargo. Casi todo en la vida puede esperar.

Siempre me ha gustado el concepto de la felicidad. Incluso conseguí hacer un reportaje cuando casi nadie hablaba de ello. La felicidad parece ser una búsqueda constante de una meta que se aleja. Todas las escuelas del pensamiento han tratado de encontrar la clave por diversas y aún opuestas teorías. Siempre se interpone algo: justo la antítesis del camino a seguir. Así están en lucha la virtud y los placeres del cuerpo. El más allá y el más acá. El valle de lágrimas y la tierra conseguida. La razón y el corazón. Lo individual y lo colectivo. Cada tendencia da un sentido negativo a su antagónico. El ser humano -en medio- indaga su propia vía. Y quizás debe saber que la felicidad son gotas, no océanos, que sin embargo pueden llenar una vida.

Vivimos hoy un nuevo hedonismo que busca la felicidad urgente. Muchos creen que se la dará el dinero y todo lo que compra, pero dicen los expertos y multitud de estudios que su placer es efímero, que siempre pide más creando insatisfacción y que nunca resuelve todo lo esperado.

Sin embargo. la economía sí se ha fijado en la felicidad. Sus investigadores tienen ya un par de premios Nobel. Uno de ellos Gary Becker, que agria un poco la cuestión al cuantificar hasta los comportamientos y las relaciones humanas, pero representa otro enfoque.  Daniel Kahneman, por su parte,  psicólogo y economista de la Universidad norteamericana de Princeton, consiguió el Nobel por su análisis de «la toma de decisiones bajo incertidumbre», que parece bastante útil. El caso es que se está estudiando desde hace tiempo cómo convertir la felicidad en un valor económico. Le llaman Felicidad Nacional Bruta -qué horror-, y quieren incluirlo en el PNB, el Producto Nacional Bruto. Tampoco es una utopía. Un país no va bien sólo porque les salgan las cuentas. Y todos debemos luchar porque los gobiernos busquen los medios para hacernos un poco más felices. O más saludables. O menos intranquilos.

El nuevo indicador económico no olvida al ser humano, claro que no, en realidad es su objetivo. Divide su día en actividades satisfactorias y negativas. Y así sabe que hacer el amor, compartir actividades con los amigos, ver la tele… o comprar en el caso de las mujeres –qué le vamos a hacer-, proporcionan los momentos más felices. Por el contrario, restan bienestar los largos desplazamientos del domicilio al trabajo, las tareas del hogar y los jefes. ¿Felicidad? Mejor llamarle bienestar, para mí, al menos, la Felicidad sigue siendo una explosión, que no me vendría nada mal volver a experimentar.

Hoy se mide la felicidad de los ciudadanos con encuestas. En ellas los españoles nos otorgamos un notable, pero lo cierto es que el consumo de ansiolíticos y antidepresivos crece de forma exponencial. Se venden masivamente libros de autoayuda, poco valorados por los expertos, sacaperras para incautos y desesperados en realidad, pero prima lo negativo: se publican al año 82.000 títulos sobre ansiedad y depresión y poco más de dos mil sobre la felicidad.

Me contaba el filósofo Salvador Pániker que lo que no se debe hacer con la felicidad es buscarla. “Yo creo que la mayoría de la gente es infeliz por los esfuerzos que hace para ser feliz, la felicidad es un producto que surge espontáneamente de una plenitud, de una serie de coincidencias que son físicas, mentales, libres, creativas, sociales y entonces surge… y si mirásemos a fondo nos dariamos cuenta de que somos felices ya”, concluía.

Filósofos, sociólogos, psiquiatras y psicólogos concluyen que se es más feliz en los países con mayor calidad de vida. Que son esenciales la democracia, la libertad y la capacidad efectiva de elegir. Pese a ello, un estudio situó a nigerianos y sudamericanos como los más felices del mundo. Las nuevas orientaciones de la psicología indican que es la autoestima, el amor, la actitud ante la vida lo que induce a ser más feliz. Y que la felicidad se puede y se debe aprender desde el colegio.

Otro filósofo, José Antonio Marina, lo resumía así: “Una persona envidiosa, resentida, triste de temperamento o con muchos miedos lo tiene muy difícil. Todo lo que podamos hacer para fomentar en los niños la capacidad de disfrutar de las cosas, la resistencia ante las situaciones difíciles, el ánimo para enfrentarse con los problemas, debemos hacerlo porque le estamos haciendo un gran favor”.

Parece haber una felicidad íntima, personal e intransferible, personas positivas por convencimiento y hasta por genética, y otra externa que depende del entorno, aunque como siempre las teorías discrepen. Dicen que ayudan más los afectos que el dinero. El querer lo que se tiene -de los prácticos- más que el hacer lo que se quiere, o proponerse metas e intentar conseguirlas ahuyentando frustraciones. Poco podemos hacer ante la enfermedad y el dolor propio o ajeno, o quizás sí. La felicidad es una actitud ante la vida.

Agosto demuestra que se pueden dejar los problemas y la negatividad en el trastero. Lo básico es conocer lo relativo que es todo. Que tan mentira o verdad es Agosto como Septiembre. Que el frío y el calor se llevan dentro para irradiarlos sobre las situaciones. El tiempo de la felicidad es la propia vida, el camino a Ittaca, no la meta, sino la senda. Con gotas que estallan y te inundan, eso sí. Que no falten.

¡Por favor, quédense en la playa!

O en la montaña. O en el hotel confortable. O en la incómoda pero pintoresca casa rural. O en la casa familiar del pueblo. Salieron hace sólo 3 ó 4 días. Afrontaron sublimes atascos. Un desembolso económico para encontrar un tiempo desapacible -lo que no les debe extrañar, sucede casi siempre en Semana Santa-. Y hoy toca regresar. Otra vez la congestión del tráfico, embrague, acelerador, freno, acelerador y nervios de punta. Arrostran, además, el peligro de accidentes. ¡No! ¡Deténganse!, dejen tranquilas las maletas, vamos a reflexionar.

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Permitidme que os tutee. Desde que os fuisteis, las ciudades han cambiado. Esta calle, habitualmente embotellada, parece de un barrio residencial. En lugar de cláxones y frenazos se escucha el canto de los pájaros. Abundan los espacios para aparcar. Puede uno cruzar la ciudad en el tiempo cronológico y realizar varias gestiones en un día. En el metro, han desaparecido los agobios y todos viajan sentados.

 Cerraron algunas tiendas pero la ciudad no está desabastecida. ¡Cómo iba a estarlo con la sobreabundancia de oferta que hemos creado!, simplemente ahora es más racional. No hay colas del pan. Se han acabado las esperas en la charcutería, y llega uno a la caja, paga y se va sin malgastar energía. En los comercios de ropa, las dependientas no atosigan, se dedican a la charla porque un par de personas husmeando por la tienda apenas representan la molestia de dos mosquitos revoloteando. En las gasolineras, se pone gasolina al instante y se paga sin más dilaciones.
Encuentras plaza en los restaurantes, no hay demora para entrar en los Museos. ¿Para qué extenderse más? hasta Madrid parece una ciudad habitable. Hemos ganado tiempo y vida.

Por favor, no volváis. Vosotros necesitábais huir, erais vosotros los que precisabais hacerlo afrontando el gasto incluso en tiempos de crisis. Os ha llovido, no se han cumplido los objetivos propuestos. Permaneced ahí. Mañana, o la semana que viene saldrá el sol todos los días. Os lo merecéis. … Y nosotros también.

Las situaciones críticas exigen soluciones imaginativas. ¿De qué vais a vivir? Vamos a verlo. Porque va a ser precisa una negociación: no os queremos de vuelta.

Las oficinas del paro seguirán saturadas aunque vosotros estéis tumbados en la hamaca. Pero, paulatinamente, muchos se irán colocando, sustituyéndoos a vosotros. No se ha hundido el país con vuestra ausencia. Algunos suplentes -que hay cosas que no se detienen- han resultado ser más eficaces y brillantes que los titulares. Hay que dar oportunidades. ¿Quién nos dice que un joven economista, hoy sin empleo, no lo hará mejor que el director del Banco que puede seguir eternamente en Sotogrande?

Imaginad los colegios de las ciudades con un número adecuado de alumnos para que se les preste atención. En la Sanidad, se acabarían las listas de espera. No podemos permitir que regreséis.

La mayoría, sin embargo, no disponéis de medios para permanecer toda la vida de vacaciones. Bien, vamos a estudiarlo. Vuestros lugares de acogida se verán beneficiados con más población. Venderán más pollos «al last«, por poner un caso. Pueden ofrecer contrapartidas. Estimo que lo adecuado es que trabajéis sólo media jornada, el resto del tiempo lo dedicáis a ir a la playa, pasear, pescar, lo que queráis. Es un buen acuerdo. Y en esas horas laborales, podéis ocuparos de cualquier cosa, hasta de pintar las marcas de tráfico en el suelo -que buena falta haría en Madrid-. El sueldo no precisa ser millonario, sirve para un fin loable: pagar vuestro ocio. Es cuestión de negociarlo.

También allí se podrán habilitar clases escolares equilibradas -en algunos pueblos acuden ahora sólo 5 ó 6 alumnos-, hospitales y consultas de atención primaria adecuadas. Pensad que habrá muchos docentes y sanitarios entre los veraneantes. Una nueva comunidad y el apasionante reto de crearla. Con ocio y mar. O montaña. O casa rural, ya digo. Arrinconad las maletas, marchad a la playa para meditarlo, porque nuestra posición es firme y la vamos a vender cara.

A principios del siglo XIX, España contaba con 10 millones de habitantes -menos de la media europea-. Hoy somos 46 millones. La población fue rural hasta el éxodo que impuso el desarrollismo de los sesenta. Hoy, es urbana. Más aún, el 80% de la población se concentra en sólo 1.200 municipios. ¿No resulta insostenible? Más de mil pueblos se han perdido en este camino… ¿hacia el progreso?

Muchos países andan buscando un urbanismo equilibrado, el español se desbordó en la anarquía como en tantos otros aspectos. Ha llegado la hora de volver a nivelarlo. Soluciones drásticas. Dejad quietas las maletas. Quedaos en la playa.

  Joan Nogué, un experto en el cuidado del paisaje, escribía en La Vanguardia, aludiendo a cómo los dioses de la cordura han huido: «Habrá que llamarlos de nuevo para que nos ayuden a crear territorios con cultura, con discurso, con futuro, para evitar que «la deriva de España» se convierta en una «España a la deriva» con un territorio a la deriva».

     Para ayudar a los dioses por tanto -que son buenas también las manos terrenales-, ¡seguid en la playa! Y, si habéis iniciado el viaje, guiados por los cantos de sirena oficiales -«operación retorno», «20 Kilómetros de atasco en la A3», «abróchense los cinturones»-, daos la vuelta. Y, si ya estáis en casa, arrepentíos de la mala decisíón. Id de vacaciones otra vez, mañana, la semana que viene, pronto… El caso es que vosotros -y todos los demás que deban hacerlo- nos dejéis una ciudad habitable.

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