Mayoría absoluta, nepotismo y corrupción

 En España ganar unas elecciones equivale a haber sido agraciado con el premio Gordo de la lotería. Y de tal cuantía que se benefician familiares, amigos e incluso alguno que pasaba por allí poniendo buena cara al líder. Nada que ver con el servicio público que se presuponía a la profesión de político. El voto mayoritario implica contar a plena disposición con el cuerno de la abundancia. En dinero y en especie.

La práctica se da en diferentes grados y no es exclusiva de España. El peligro reside cuando se hace con el mando un mediocre, con vocación de Tiranorzuelo Rex que no ha querido evolucionar desde las aprendidas viejas costumbres de casta en las que se crió. En ese caso, su gestión puede ser letal para la sociedad.

En España, según parece, es suficiente para acceder a un cargo de notable responsabilidad y remuneración, haberse mantenido al lado del politico, ahora ganador, en sus días bajos. Haberle sustentado cuando los contrincantes querían abatirle. Lo hemos visto con Arsenio Fernández de Mesa, cuya fidelidad a Mariano Rajoy le depara pasar de un puesto a otro haga lo que haga. Vio adoquines de fuel en el Prestige que se hundirían mansamente en el agua, desde su cargo de delegado del gobierno en Galicia. Director de la Guardia Civil, en la actualidad, se quita de encima con soltura los cadáveres de 15 emigrantes fallecidos mientras eran acorralados en el agua por efectivos bajo su mando. Todo el gobierno en realidad exhibe la misma actitud, la de siempre: no va con ellos. Les ha tocado la lotería. La que distribuye el poseedor del boleto. Y cuela.

Desde el poder uno puede, en España, repartir prebendas en ausencia hasta de un sentimiento tan primario como es el pudor.  Véase el caso de regalar a los Registradores de la Propiedad el Registro Civil. Se trata de la profesión de Mariano Rajoy y varios de sus familiares. De parientes del ministro de Justicia, autor directo de la norma. Pero además ese cuerpo es una anomalía en Europa donde su trabajo lo realizan funcionarios, sin costo para el usuario. Es decir, en lugar de ser europeos y registrar propiedades gratis, el gobierno ordena –aumentando sus privilegios- que acudamos también a ellos para gestiones como anotar nacimientos, bodas o defunciones.

Aquí cuela todo. Y eso es lo más preocupante. En un país con casi 6 millones de parados, vemos la facilidad con la que encuentran trabajo –y excelentemente remunerado-, hijos, maridos, mujeres, amantes, hermanos, amigos fieles, el tipo que te hace la declaración de la Renta y que puede acabar presidiendo una Caja de Ahorros, chóferes, entrenadores personales. De ahí a nombrar alto cargo al caballo –emulando a Calígula- hay solo un paso.

No puede aducirse que sean gentes en general de especial preparación o aguda inteligencia. El mediocre no quiere al lado nadie que le supere. Personas como Fátima Báñez, Ana Mato, José Ignacio Wert, Cristóbal Montoro, José Manuel Soria  y prácticamente todo el resto – pasen y vean– , forman parte de el gobierno de los mejores que se prometió –y también se incumplió-. Hablan con Dios y se encomiendan a Santa Teresa, mientras, insensibles, siguen sin dimitir ante la tragedia –absolutamente evitable- de Ceuta. Lo que está pasando en España es un auténtico delirio.

Lo peor es cómo infiltran sus piezas en todos los órganos de decisión e influencia. Ganar las elecciones en España es inocular en el Estado la ideología y las formas del triunfador. Están en todas partes. Hasta con tibios disfraces.

Asemejados a espectadores de una película –de terror- advertimos subir y bajar en el escalafón a los validos y validas, como en las cortes medievales. Ya ni estar al quite siempre, mentir más allá del ridículo y adular al infinito es garantía de permanencia.

Y tiene consecuencias. Graves.  Un país basado en el nepotismo en lugar de en el mérito, en caciques y círculos de amiguismo, es caldo de cultivo para todo tipo de corrupciones e ineficacia. Es el sumidero por donde se van nuestro nivel de vida y nuestros derechos. Cuando se llega a tal degradación, la respuesta desde el poder es el palo y la multa, la violencia para reprimir la protesta, y las reformas de leyes y órganos judiciales que den contexto legal a actuaciones injustas. Aguardando, quizás, que un estallido social ampare mayores desafueros… y mayor impunidad.

Esta sociedad desconcertada y desesperada anda pidiendo ante este panorama algo o alguien que ponga freno a esta locura. Y es cosa de cada uno.

No es imposible erradicar el nepotismo. Se trata de que un cambio de partido en el gobierno no conlleve, por ley, un cambio de arriba abajo en la Administración. Prohibir el reparto del botín de los cargos y empleos. El sustrato fundamental ha de estar formado por profesionales cualificados.

La mayoría absoluta no puede amparar un cambio de régimen. No es un cheque en blanco. Y engañar para llegar al poder e incumplir el 90% del programa electoral ha de implicar necesariamente la destitución y convocatoria de nuevas elecciones.

Todo ello sería factible con una separación real de poderes y con una Justicia regenerada. Los órganos judiciales y, en particular, el Fiscal General del Estado, no pueden seguir siendo elegidos por los partidos.

Lo imposible es seguir manteniendo esta continua degeneración. Claro que los cambios no los traen hechos a casa. La tarea es de los afectados, los beneficiarios de las prebendas jamás harán nada por perderlas. La gente ha de convencerse de que, unida y con presión constante, tiene poder para enderezar los cimientos. Y ponerse a ello, también ha de actuar. Frenar el inaudito ritmo de destrucción que estamos sufriendo, a un paso de lo irremediable.

*Publicado en eldiario.es

14 vidas (más) sobre la conciencia

Juan Tortosa: La tragedia de El Carajal y el uso perverso del lenguaje

…. «Basta ya de criminalizar a los inmigrantes.Basta ya de cuchillas en las vallas, de ataques intimidatorios, de pelotas de goma… Basta ya de tragedias. Basta ya de referirse a este problema como “avalancha”, “invasión” o asalto”

Búsquense soluciones, por favor, pero sin una muerte más y sin criminalizarlos,además, con un perverso uso del lenguaje. Cuando un africano muere intentando cruzar la frontera “europea”, algo nuestro muere también. Muere nuestra dignidad, nuestra capacidad de mirar de frente, limpiamente a los ojos a quienes, solo por razones geográficas, porque no tuvieron la “fortuna” de nacer donde nosotros, la vida les trata mucho peor todavía.

La muerte de las catorce personas que soñaban con vivir mejor a este lado de la frontera ceutí de El Tarajal es un crimen de lesa humanidad que contraviene todos los códigos éticos, civiles y yo diría que hasta penales y militares. Porque si no los contravienen, hay que cambiarlos porque esto no puede continuar así. No podemos construir nuestro porvenir sobre los esqueletos de tanto desesperado a los que no solo les negamos una oportunidad sino que, en casos como el de El Tarajal, contemplamos impasibles cómo pierden trágicamente la vida.

Esto no puede ser. No sé qué hacer con mi vergüenza, no sé cómo gestionar esta indignación. De momento aquí quedan estas líneas, con la esperanza de que mis compañeros presuntamente progresistas, al menos ellos, dejen de denominar“avalancha” o “invasión” la lucha de muchos seres humanos por conseguir, a costa incluso de la vida, un futuro mejor».

José Manuel Rambla: Vomito, luego existo

….»Y por eso mismo, estoy convencido de que al trascender la muerte de trece inmigrantes ahogados cuando intentaban entrar en Ceuta, el presidente autonómico de esta ciudad africana, Juan Vivas, meditó profundamente sus palabras antes de asegurar en una entrevista radiofónica que la guardia civil que recibió con material antidisturbios a los potenciales cadáveres “en ningún caso (lo hizo) con intención de hacer daño, ni a los inmigrantes”.

Quiero pensar que Vivas tiene razón. Que los guardias que competían con las fuerzas marroquíes en controlar la situación, en ningún momento pretendían herir a los jóvenes africanos. Al contrario, ellos y sus colegas de la respetable monarquía alauí solo buscaban protegerlos de los elementos disparando para alejar las olas que agotaban sus pocas fuerzas, arremetiendo contra los peñascos que magullaban sus miembros, dispersando las algas que buscaban ahogar su aliento, embistiendo con sus escudos contra los peces y cangrejos que pretendían morder sus delicadas carnes. E imagino la frustración de los miembros de la benemérita al comprobar que sus esfuerzos fueron en vano y no pudieron impedir la muerte de estos trece infelices, o los que aún puedan llegar a la costa acunados por el tétrico ir y venir de las mareas».

Ruth Toledano: La banda del nasciturus

«Vi en la tele a varios tíos de espaldas, con casco y con las patas abiertas, al borde del mar. Miraban, impávidos, cómo braceaban en el agua, casi en la misma orilla, unas personas exhaustas, moribundas. Que los del casco son asesinos lo tendrá que decidir un juez. Como tantas tragedias evidentes. Porque hay que conseguir llevaros ante un juez.

Un juez más, en esta vida nuestra convertida en querella, en este Estado nuestro convertido en un permanente tribunal. Lo que ya sabemos es que no sois buenas personas. Que sois malos. Eso no nos lo tiene que decir ningún juez. Lo vi yo misma. Por la tele, sí. Como tantas otras cosas. Tantas cosas que parece que no son, solo porque a través de una pantalla aparentan irrealidad.

Esa imagen, un mar gris de fondo donde se movían apenas unas manchas negras, un mar gris recortado por las siluetas de esos hombres de espaldas. Me recordó la carpeta de un disco. Alguna de esas fotos inquietantes de las carátulas. Imágenes ficticias. Me puse a llorar viendo las de la tele. Buenista. Decidlo como un insulto. Malistas.

Tíos con casco y las patas abiertas que no mojan sus malvadas botas para socorrer a alguien que boquea desesperado. ¿Qué veíais ante vosotros, guardianes del mal? En aquellas imágenes de la tele no se apreciaban los ojos suplicantes, los hombros desencajados, la crispación de los dedos. Pero a un metro de vuestra maldita mirada, sí: estaban esos ojos, esas lenguas, los lamentos de su desagracia, los sonidos del ahogamiento.

No hay asco suficiente para el que provocáis. Digan lo que digan todas las leyes del mundo, la maldita de Extranjería es misericordiosa en comparación con la de vuestra mano. Diga lo que diga vuestro maldito jefe, Arsenio Fernández de Mesa, director de la Guardia Civil. Con su pelo tan repeinado. Su pelo tan distinto a la maraña de horror de los cadáveres que hay sobre su mesa. Arsenio el mentiroso. El que aseguró que no había habido disparos. El que llama disuasoria a la violencia. El que llama agresivo al que agoniza. Maldito repeinado.

No hay asco suficiente. Diga lo que diga el maldito ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, responsable último de esta desdicha. El ministro meapilas, el ultracatólico que no conoce la compasión. Ojalá, como crees, te vea Dios. Ojalá te castigue, como debieras temer. Así se salve tu alma: como lo que los tuyos llaman salvamento. Tu alma en un mar de oscuridad interior. Vendrás el jueves, maldito ministro, a decir más mentiras que laven tu culpa.

Quiero saber qué dice tu corazón cristiano sobre esos tíos con las patas abiertas en la playa, condenando a la muerte a sus hermanos. ¿O los negros, los pobres, no lo son? ¿Son o no son los miserables hermanos vuestros, guardias de la vileza?

Quiero que respondáis. Quiero saber qué dirían vuestras madres si hubierais sido vosotros los que lloraban en el agua. Quisiera más: saber qué han sentido vuestras madres al ver esa postura, esa inmovilidad, el ángulo abierto de vuestras patas.

Acaso os defiendan, como madres, pero, en lo más profundo de su ser (quizás una profundidad más honda que la orilla del mar de vuestro crimen), se sentirán avergonzadas. Qué tristeza sentimos. Qué rabia. Podéis reíros de nuestra impotencia, malvados. Sonreíd como una infanta en Palma. Soltad a vuestros sicarios en Madrid. Abridle la cabeza a un jubilado en Valladolid. Decid España, España. Decid que amáis España, como esa ridícula Cospedal. Llamadnos demagogos. Detenednos. Obligadnos a arrodillarnos en la acera.

Ponednos contra la pared en Malasaña. Soltad a vuestros esbirros. Sicarios. Fascistas. Asesinos. Si lo concluye un juez, claro, claro. Un juez más. Un juez contra la banda del nasciturus.

Hipócritas lamesotanas, que condenáis a las mujeres por interrumpir su embarazo mientras observáis impávidos cómo alguien se ahoga a vuestro lado. Un negro. Un desheredado. Uno al que Javier Hurtado, el de Nuevas Generaciones, mandaría a la ducha, si no hubiera muerto ahogado. A saber qué ducha. Qué asco. Qué nauseabunda realidad, a este y al otro lado de la pantalla. Sois violentos. Sembráis el terror, banda del nasciturus. Y sonreís como una infanta falsaria».

Incluso invadieron sus ejércitos las playas, incluso volaron las balas, incluso tiñeron el agua de muerte…

Golpe a golpe

Cada mañana el mismo mecanismo aproximadamente. Abro los ojos esperanzada porque forma parte de mi carácter el intentar remontar. El día, ayer, acabó en bruma por las terribles noticias que se estaban produciendo, pero la noche suele disipar esa sensación. Con un café, me siento en el ordenador y miro la actualidad en distintas webs. También anda en mis genes el querer informarme… y comunicar lo que encuentro. Y twitter me brinda la oportunidad de ese remedo del periodismo que oficialmente me privaron de ejercer.

Me entero de los detalles que condujeron al suicidio a José Miguel Domingo, un granadino de 54 años que ayer se ahorcó poco antes de que la autoridad competente llegara a desahuciarle, a quedarse con la casa familiar por la que había pedido una hipoteca. No quiso sufrir, vivo, esa vergüenza.

Un informe del Consejo General del Poder judicial, de uno de sus miembros en realidad, denuncia prácticas abusivas de los bancos en el drama de los desahucios: 350.000 desde que se inició la crisis. Propone medidas para resolverlo. Entre ellas transferir a los hipotecados las ayudas a la banca. Pero la mayoría de los vocales del máximo órgano de los jueces decide lavarse las manos y lo rechaza.

Concretamos también lo que hemos venido contando en este blog (y en otros, claro está): que Zapatero sí hizo el trabajo sucio que Rajoy le acusa de no haber hecho y con el que pretende justificar sus recortes: entregar dinero público a los bancos para reflotarlos. Solo en 2010, se les dieron 87.145,47 millones. Es decir, salieron de los bolsillos de cada ciudadano a este fin 1.846,67 euros. Pero no era la primera vez. Ni la última.

Aún me duelen más, sin embargo, los 14 subsaharianos que han perdido la vida en una patera, los 40 al menos que dicen los supervivientes que también viajaban allí y han desaparecido. Esos 17 que han llevado vivos a Motril (Granada), con el horror en los ojos. Inmigrantes valientes, con ganas de lucha, que emprenden tan costosa aventura porque aún están peor en su tierra de lo que esperan estar aquí.

Siguiendo el periplo, veo que la Generalitat de Cataluña, henchida de independentismo populista y oportunista, ha dejado sin renta básica a los más pobres. Ah, sí, cambiáis derechos por jalear el deseo electoral de un partido cada día con más sospechas de pufos a sus espaldas. Dicho sea el «sospechas» por imperativo legal.

Y aún persiste mi indignación porque la funcionaria liberada -en permanente campaña electoral a la presidencia del Gobierno de España-, rescató con nuestro dinero a los hospitales de gestión privada. Iban a funcionar mejor, decía y presumía, pero perdían dinero y había que compensarlo. El objetivo era ése, no la salud de los madrileños que -como en otros lugares, bien es cierto- tenemos una sanidad cada vez más degradada.

El gesto, aún animoso aunque parezca imposible, se empieza a torcer al ratificar que la ultraderecha se abre paso en Europa. En la Grecia, sumida en la pobreza y la anarquía, los canallas de Amanecer Dorado ya han ganado la calle.  «Esto es como lo que pasó en Alemania en los treinta», dice el director de un espectáculo amenazado por los nazis griegos. Pero el ascenso del fascismo no solo ocurre en Grecia.

Casualmente, Isaac Rosa, nos trae a las calles de Madrid, a las calles de España, con la abrumadora presencia policial allá donde vayas. Y se pregunta: ¿A quién protegen? ¿Y de quién?

Un alcalde de Fortuna (Murcia) del PP: cambió votos por trabajo y vales de comida, según acredita una sentencia. Y las felonias descubiertas de Urdangarín, no cesan.

El Rey dice que ya se ven brotes verdes  en la economía y que el PP lo está haciendo de pura gloria. Por ahí, de viaje, a la India adonde ha ido a «vender» la Marca España.

Ya. Pero sale la EPA, y batimos otro récord de desempleo: 5.778.100 personas, 1 de cada 4 que quiere trabajar. Rajoy ha dejado a 835.900 ciudadanos en el paro en solo un año. Y eso que dice Sor Fátima Báñez que la reforma laboral funciona que da gusto.

Hay asuntos que urgen más que el empleo y la economía. El PP impone el trámite de urgencia para aprobar el copago judicial de Gallardón, pese a una y cien mil protestas.

Y, mientras, lo más visto en el ya desarbolado El País, es esto: «Cuando llegué ya estaba desnudo«. Un príncipe o así. De Inglaterra. En El Mundo y ABC lo que interesa es un fraude de consumo en el aceite de oliva virgen. En los dos periódicos. Su empecinado empeño en hablar de Cataluña, independentismo y lo malos que son, no cuaja en los lectores ni de esos medios. En eldiario.es que no pagan a los profesores de la Universidad Complutense por los recortes.

He llegado sin resuello al fin del café y de la lectura de prensa. Como si fuera un saco de boxeo al que aporrea la realidad… que producen personas concretas. ¿Golpe a golpe? Pues no, aún no, mejor verso a verso…

 

21 muertos más sobre nuestras conciencias

21 muertos más, al menos 17 de ellos menores de edad -entre 7 y 17 años-. Una mujer embarazada también. Su patera ha naufragado a pocos metros de la playa en Lanzarote (Canarias). Esta vez se han salvado 6 personas.

 Ya habíamos olvidado -tenemos tan mala memoria para eso- los 15 que fallecieron este verano, en Julio, entre los que se encontraban 9 bebes. Fue en Almería. Sus madres tuvieron que ir echándolos al mar, una vez muertos.

Los que llegan vivos cuentan la larga travesía con hambre, frío, desorientación. Pero hay que detenerlos, si es preciso encerrarlos sin garantías legales, quieren quitarnos esa tierra que es nuestra por derecho.

El cartel de crisis que les mostramos al llegar, la cárcel injusta, la deportación, no les detendrá. Porque para ellos la crisis es aún peor. Cada tres segundos un niño menor de cinco años muere por desnutrición o enfermedades tan simples como la diarrea -no hay medicinas, ni médicos para atajarla-. Casi mil millones de personas viven en pobreza extrema, menos de un dólar al día, que no permite ni comer. 20 mil personas pierden la vida diariamente por su causa. En, en el riquísimo continente africano -almacén de materias primas para las multinacionales occidentales- se engaña el hambre con sopas hechas con piedras o con cuero repujado. Y sólo los más fuertes sobreviven al menú. Frente a ellos 70 personas acaparan ingresos semejantes a los que poseen 1.500 millones de pobres. Y las diferencias entre unos y otros, aumentan.

La Asamblea General de la ONU aprobó en Septiembre de 2.000 los llamados objetivos del milenio que básicamente pretendían, sólo respecto a la pobreza extrema, reducirla a la mitad antes de 2.015. No se ha hecho prácticamente nada. Más aún, el G8 -los siete países más industrializados y Rusia-, renunciaron al objetivo y decidieron que no sabían que hacer con el problema añadido de los alimentos, mientras degustaban en su reunión de la isla de Hokkaido, maíz relleno de caviar, cordero lechal conveniente aderezado o tacos de atún con aguacate, salsa de soja y ´shiso´ (hierba japonesa), y así, hasta 19 especialidades culinarias, regadas con diferentes caldos y con sake y champán francés. Allí estaban Bush, Merkel, Sarkozy, Berlusconi… Luego, les dieron, les dimos, dinero a los bancos, a las grandes empresas.

Insisto, una vez más, en que los africanos no dejarán de asumir el riesgo de morir y ver en el mar los cadáveres de sus hijos, porque no pueden más. Vienen los mejores, los más decididos, los más valientes, los que no se resignan. Pero esta tierra es nuestra, vaya por dios. Les meteremos en la cárcel y los mandaremos de vuelta a la miseria… hasta el día en que -no me cansaré de insistir en ello- África se harte y explote. Le asiste la razón de la justicia.

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