El Vik Gran hotel Costa del Sol, Cala de Mijas (Málaga), solo tiene una gran ventaja: estar situado muy cerca del apartamento donde reside José Luis Sampedro. Cada año vamos un grupo de amigos a celebrar con él y con Olga Lucas su cumpleaños.
Las notables deficiencias del hotel –4 estrellas- se han visto seriamente agravadas este año. Pero antes relataré que mi error al parecer fue en esta ocasión buscar una oferta a través de una agencia: www.muchoviaje.com. Contraté dos noches, y –tal como fue la primera- decidí adelantar la vuelta a Madrid, perdiendo a la vez el billete tarifa estrella de RENFE del lunes: hube de comprar otro para el domingo.
Veamos. Ya no fue solo que el hotel estuviera saturado de viajes de la Tercera Edad y no hubiera quien diera un paso, ni se pudiera desayunar sin hacer una larga fila (el hotel no parecía preparado para semejante avalancha). Además el anunciado wifi solo servía para el salón, donde los abuelos disfrutaban del ocio a grito pelado en la mayoría de los casos y no se podía encontrar ni un asiento libre. El wifi solo estaba allí y no en las habitaciones.
Una ola de frío con fuerte viento sacudía la zona, no se podía permanecer sino en interiores. Cuando comprobé por la noche que la calefacción no funcionaba me estuvieron engañando desde recepción en unas cuantas llamadas: “en 10 minutos funcionará”, decían. Pero no funcionó nunca y al ser requeridas al menos mantas, la persona que las subió dijo que el motor de la calefacción se había estropeado varios días atrás. Las mantas, ni de lana buena, ni siquiera tipo “polar”, eran prácticamente inútiles. Creí morir de frío. Había 2º tanto en el exterior como en el interior. Por la mañana, como digo, cola para el desayuno y abandono del hotel sin lograr que me reintegraran al menos la segunda noche que no iba a usar. «Eso su agencia», dijeron.
Pero “mi” agencia no trabaja en fin de semana, no pude por tanto ni tratar con ellos el sábado cuando vi el paranorama que se me ofrecía.
Redacté una hora de reclamaciones ante la Junta de Andalucía, a la que la dirección del hotel responde así:
No es cierto de entrada que pudieran cambiarme de habitación, el conserje de noche de fin de semana no está autorizado para ello. Pero además no funcionaba la calefacción en todo el complejo. Mis amigos también se pelaron de frío y supongo que muchos más clientes –»se han quejado varios» me dijeron en recepción-, pero deben ser más sufridos que yo: a mí me gusta el trabajo bien hecho y la responsabilidad por los errores.
Tampoco nadie “se ha quejado de las mantas”, dice la carta de dirección. Y toda la culpa recae ahora en “mi” agencia que, de momento, no ha respondido a mi reclamación (unos 15 días). No os perdáis sin embargo que acaba de hacerlo ¡en los comentarios del blog!, ved su contestación y la mía. La Junta de Andalucía tampoco ha dicho nada.
El gran Juan José Millás escribía el mismo sábado de mis dolores, como una premonición, un artículo que leí en el tren llamado “El culo”:
¿Qué hizo Spanair con los pasajeros atrapados, por la mala fe de sus directivos, en los aeropuertos de medio mundo? Pues ofrecerles hojas de reclamaciones. No bocadillos ni bebidas ni hoteles ni biberones para los bebés, no, solo hojas de reclamaciones, seguramente llenas de casillas con preguntas indescifrables, quizá con el test de Rorschach adjunto. La hoja de reclamaciones devenía así en la última de una serie de burlas y atropellos que comenzaron al adquirir un billete falso, pues se estuvieron vendiendo billetes falsos hasta poco antes de la muerte súbita de la compañía. Las hojas de reclamaciones tienen un tacto suave, como el del papel higiénico, porque quienes las ponen en circulación las utilizan para limpiarse el culo. España está en estos momentos llena de hojas de reclamaciones y de culos. Los políticos, cada vez que nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, nos están enseñando el culo, a veces nos lo enseñan al tiempo de limpiárselo con sus programas electorales. Estamos hartos de culos y de hojas de reclamaciones, casi se agradece cuando, por variar, nos hacen una peineta, como la de Aznar en la universidad de Oviedo. ¿Te engaña tu operadora telefónica? Hoja de reclamaciones. ¿Te estafa tu banco? Hoja de reclamaciones. ¿Te tima tu agencia de viajes? Hoja de reclamaciones. ¿Te estabulan en el pasillo del hospital? Hoja de reclamaciones, mire, yo soy un mandado, es todo lo que puedo hacer por usted. Y llevan razón, son unos mandados a punto de quedarse en el paro, nunca hubo tantos mandados dando la cara que ocultan los que mandan ni tantas hojas de reclamaciones ni tantos culos ni tantas peinetas. Hasta los señores del Tribunal Supremo, tan serios y oscuros todos ellos, le están cogiendo el gusto a levantarse la toga y mostrarnos sus partes en un gesto de burla, perra vida».
Tiene razón Millás. La culpa no es de los empleados en riesgo, es de la dirección. El hotel sin embargo, cualquier hotel de la zona, tiene el atractivo de disfrutar de José Luis Sampedro y Olga Lucas. Y también… del mar. Con eso me quedo -por el momento-… que ya he entrado en calor 🙂