Trazas de veracidad en el esperpento español

«Ya no hablo con periodistas», dijo la voz tensa que se oía al otro lado del hilo telefónico. Y luego una diminuta ventana de esperanza: «¿Qué quiere?». La periodista de investigación canadiense Naomi Klein estaba escribiendo un libro sobre el shock, sobre personas y países que lo han padecido. Fue publicado en 2007. Gail Kastner  era una mujer víctima de ellos a manos de la CIA en sus «técnicas especiales de interrogatorio». Klein estudió también al psiquiatra Ugo Cerletti y sus trabajos en terapias de electroshock. El médico se había inspirado en  la «matanza eléctrica» de cerdos a través de  grandes tenazas metálicas que fijaban en sus sienes. Acudió personalmente a estudiarlo en un matadero. Todo depende de las dosis y del objetivo perseguido.

He recordado la brillante génesis de aquel libro esencial de Naomi Klein –que se anticipó para explicarla a la gran crisis del capitalismo del 2008– al ver profundizarse el esperpento español estos días. Ese circo de los horrores que se presentó en la Plaza de Colón de Madrid el domingo 10 de febrero nos mostró en gestos y encuestas lo que hace la propaganda malsana en los cerebros yermos. Uno de sus principales impulsores como presidente del PP, Pablo Casado, se atrevió a decir sobre el manifiesto cargado de mentiras que leyeron tres supuestos periodistas: «tenía grandes dosis de veracidad». Y no pasó nada. Esa serie de enloquecidos ejemplares no quieren saber y quienes los usan no tienen piedad de ellos.

Si el esperpento español  podía ir a más, lo ha hecho. En el escenario, los líderes de la derecha y ultraderecha española. Abascal y Casado, pechos henchidos a reventar de orgullo. Rivera intentando que las banderas del arcoíris LGTB le ayudaran a ser camaleónico, a ver si algún despistado compra su teoría de que no está con la ultraderecha. Como en la Andalucía que, gracias a su partido también, entrega la igualdad y la violencia de género a los misóginos y la memoria histórica, vean, a una defensora de todo golpismos fascista. Un homosexual del PP, Javier Maroto, posando junto al homófobo Abascal. La mayor dosis de veracidad de la proclama de Colón fue su mentira, que mienten a plomo y sin pudor, ésa es la verdad. Sus tres altavoces siguen en activo, aun habiendo quedado absolutamente inhabilitados como profesionales del periodismo. Ahí lo tienen todo.

Portadas de prensa sobre la manifestación de la derecha en Colón
Portadas de prensa sobre la manifestación de la derecha en Colón

Y más, las portadas proclamando un éxito de convocatoria en Colón  que no existió. Con excepciones, como La Vanguardia. Porque, dando la vuelta a la tortilla sin pudor, alguno editado en Madrid hasta habló de un «pinchazo de Sánchez».  Las informaciones resaltando las «decenas de miles» de manifestantes, que contados por la policía, la misma de otras convocatorias, cifró en cuatro decenas y media. Incluida RTVE. Previamente, si lo pensamos bien, la convocatoria de la manifestación de Colón se la hicieron los medios. Ahí tienen algo más.

Faltaba la musa naranja Inés Arrimadas para evidenciar la magnitud de la impostura que la sustenta. Riendo, encantadora y encantada, ante la patraña que convierte en líderes políticos a quien mejor diga la vaciedad que encandile a los incautos. En los preámbulos del programa Salvados fue gradaba una conversación con su asesor en la que acepta que lo importante es la actitud,  para que la gente diga: «mira que bien lo explica aunque no me esté enterando de nada». Otra política más que quedaría desechada como tal en una sociedad madura.

El inmenso fraude del esperpento español infecta como ponzoñosas bacterias a esos seres que luchan a favor de sus verdugos. Electroshock que perpetran políticos sin escrúpulos y amplifican los medios cuando los toman periodistas sin ética.  Luego llegan las consecuencias.

Cuando solo se tiene una bandera para llenar los vacíos y mucho odio que acoger ocurren catástrofes. Decenas de miles, pues, de seres airados y resentidos dispuestos a aplacar el ardor de iras en la venganza hacia los ciudadanos progresistas. Profanar las tumbas de Dolores Ibarruri, la histórica diputada comunista, y Pablo Iglesias, fundador del PSOE, es un signo de los tiempos. Al que acuden instigados por ultras que operan, sin problemas, en medios de comunicación. El colmo ha sido atacar además el monumento homenaje a las «13 rosas», las 13 jóvenes ejecutadas por un  pelotón de fusilamiento franquista, ya terminada la guerra civil iniciada por el alzamiento de Franco. El clima de crispación empieza a ser irrespirable. Las soflamas de algunos agitadores violentos y su impunidad no dejan de crecer

La Transición como raíz una vez más

La mayoría de los países que sufrieron dictaduras como la nuestra y leyes de impunidad como las nuestras, las revocaron. Hasta Argentina echó atrás las de Punto Final. España paga ese inmenso error, fruto de una Transición en precario. Y de dirigentes que, pudiendo resolver estos problemas de fondo, no lo hicieron. Es especialmente penoso, ver a Felipe González, Alfonso Guerra, Corcuera, y algunos caciques que operan bajo las siglas del PSOE , apoyar la revuelta contra el presidente de un gobierno de su partido.

Pedro Sánchez, entretanto, osado superviviente sin temor a desdecirse, y proclive a ceder a presiones para no verse comprometido,  pone en juego un posible anuncio de elecciones. Con la casa revuelta. Con Vox aupado a los altares por la impericia y fanatismo de sus colegas ideológicos Casado y Rivera. Vox fue el ganador de la convocatoria de Colón, sus órganos de propaganda aplauden la oportunidad que el juicio al procés le da para promocionarse.  Nos van a dejar elegir entre Vox  y demasiadas inconcreciones en el centro-izquierda

El procés

El procés. El juicio al procés. Para la justicia europea, no hubo delitos  de sedición, rebelión o malversación, como prueba que no entregaran ni al president Puigdemont, ni a otros políticos perseguidos. Juristas de prestigio como José María Mena, exfiscal superior de Catalunya,  o el ex magistado Martin Pallín tampoco lo ven así.   Entretanto los políticos independentista encausados que se quedaron en España llevan más de un año en prisión. El proceso se va a seguir con gran interés mediático internacional. Los «a por ellos» ya les han condenado. Los partidos que les representan se disponen a sacar tajada. Y los medios a su servicio también.

Hay una fórmula «mágica» para desactivar la estrategia ultra y sus elevadas dosis de falsedad. Desconectarse. Desenmascarar a sus activistas y desconectar de allí donde operan. Las vendettas políticas no caben en la democracia. Los problemas psicológicos y las carencias humanas no deberían dictar acciones políticas y judiciales. Una sociedad cabal  y honesta  procura aislar perversiones y  mezquindades malsanas.

Naomi Klein contaba en su libro que Gail Kastner resistió. Tenía 19 años cuando se experimentó con ella.  A los 70, contó que todavía la despertaban pesadillas. Sobrevivió cuerda (aunque con secuelas) a un centenar de electroshocks. Los cerdos del matadero, no.  Y es bastante revelador y aun alentador conocer estos dos datos.

La Doctrina del Mal Menor


7 DE MARZO DE 2016

Lo conveniente es no repetir elecciones. El candidato que aceptó presentarse a la investidura, Pedro Sánchez, del PSOE, debe ser apoyado como la mejor opción o como mal menor. Con sus 90 diputados y su empecinado pacto con los 40 Ciudadanos. Para evitar que siga gobernando Rajoy. No vaya a ser que las gentes de Sánchez, Luena o Hernando se vean obligadas a suscribir la Gran Coalición, como quiere Albert Rivera. “En tiempos de tribulación, no hay que hacer mudanzas”, advierten Santa Teresa de Jesús y María Dolores de Cospedal.

La llamada prensa es ya casi unánime. Podemos se equivoca en su estrategia. Si Sánchez dijo sí al Rey aunque no supiera sumar a su candidatura más que a una feroz campaña mediática para conminar y culpar al partido de Iglesias, siempre será mejor un gobierno del PSOE y aledaños a que siga el PP, autor de tantas tropelías. Las voces más sensatas se apuntan a esa teoría. Venga, que yo conduzco, sin frenos, ya se apartará Podemos (e IU, Compromís, nacionalistas vascos y catalanes) y mal que bien aparcaremos o nos empotraremos en La Moncloa. No puede haber conductor más fiable. Y su equipo, con esas voces brillantes y mesuradas que con tanta aplicación venden el plan.

La Doctrina del Mal Menor ha hecho estragos en la historia de España. Socialmente también con el “no te signifiques”, “aguanta”… con todo. Con la injusticia, la desigualdad, los atropellos, hasta el maltrato machista, hoy avanzando en el rebautismo de la  “violencia en el ámbito familiar”. Así lo escuché el domingo en una radio.

Por virtud del Mal Menor se firmó una Transición que dejó muchos cabos sueltos. Por el Mal Menor todos los crímenes y  abusos de la Dictadura quedaron absolutamente impunes. Todo: ejecuciones, encarcelamientos, trabajos forzados de presos políticos como el que nos mostró Jordi Évole en Salvados marcando la agenda, robos de niños, la corrupción… todo.

Y así seguimos engullendo arbitrariedades y demasiados trazos torcidos. Avanzamos a trompicones, como se hace en España, sin un modelo económico de progreso. Del turismo al ladrillo para terminar en la degradación laboral y en derechos de los trabajadores. Con un reparto de cargas y beneficios que debería incluir en la bandera española un embudo enorme. Echando atrás libertades ganadas. Con una corrupción que toca a las más altas instituciones del Estado y que en algunos lugares –si nos atenemos a denuncias de la propia Guardia Civil– deja en cuento infantil el Chicago de Al Capone. En un clima de manipulación mediática que está llegando a niveles irrecuperables.

Sí, es cierto, salimos adelante a pesar de todo. Con grandes avances como sociedad que hoy se están perdiendo. A pesar de, no gracias a. No es cierto que el dolor sea germen de bondades. No hay correlación lógica en el  “No hay mal que por bien no venga”, que haría las delicias del saco de refranes de Rajoy. Hay trámites que pueden y deben ahorrarse. Gran parte de lo que llaman sabiduría popular no es sino consuelo popularY a él nos abocan de continuo. Muchas veces con la más sana intención, y menor visión de pasado y de futuro.

¿Hemos reflexionado cómo seríamos los españoles sin tanta mugre con la que cargamos desde hace años, siglos incluso? ¿Qué logros hubiéramos obtenido si muchos más hubieran perdido el miedo y erradicado la indecencia?

Los mimbres con los que se ha gestado el Pacto PSOE/Ciudadanos siguen renglones torcidos. Por la forma –en alto grado– y por el fondo. La ideología netamente ultraliberal y conservadora, reverencial con el sistema, de Albert Rivera, Girauta y, sobre todo, Garicano, no ofrece duda alguna. La elección de Sánchez para catapultar sus 40 escaños solo se comprende al hilo de los editoriales, portadas, entrevistas y encuestas de El País. Y no solo de ellos. Este Mal Menor lleva visos de ser el Mal de siempre. Es subsanable, con mucho empeño y serias intenciones de limpieza y bien… común.

La campaña contra Podemos es tan extrema que resulta hasta jocosa de conocer las técnicas clásicas de la manipulación mediática. No ayuda la torpeza de mentar en el Parlamento un programa de televisión que convirtió en titular el sí a la pregunta de la entrevistadora sobre un tema frívolo. Una anécdota, al lado de los turnos de alusiones de ministros y portavoces fuera del temario, de cuanto evidenció el discurso del bipartidismo, pero magnificada por el espectáculo de los medios.

Una vez más el Mal Menor puede llevarnos a no resolver los problemas acuciantes que padecemos. De tantos rodeos y demoras para alcanzar la meta cabe el peligro de acabar perdidos. Otra vez. La desproporción de medios con los que cuentan, sin embargo, convierte en inútil hasta avisarlo. Hay muchos que viven muy bien a ese lado de la historia.

Sigue la amenaza de recesión económica consecuente a la religión neoliberal imperante. En España, Rajoy deja en herencia la Deuda Pública mayor en un siglo. Más de un billón de euros. Impagable. Como le ocurrió a Grecia. El paro juvenil sigue en los puestos más altos de Europa. Nos han avisado de que la hucha de las pensiones –exprimida desde el superávit que dejó Zapatero– solo llegará hasta 2018. Los jóvenes y ya hasta los maduros pueden olvidarse de cobrarlas. Pero en el potro de tortura mediático y en las pasiones políticas existe dificultad en relacionar los hechos.

Al menos, cuando se pregunten por qué alguien como Donald Trump tiene posibilidades de ser el próximo presidente de los Estados Unidos, piensen que todo tiene un principio, una trayectoria, una deriva. Hay demasiados hijos de  males menores diseminados por el mundo. Tiempo de enderezar el rumbo hay, voluntad no lo parece.

Adolfo Suárez, fin de trayecto para un superviviente

Adolfo-Suarez

Adolfo Suárez fue un superviviente, un luchador contra la adversidad que un día se cansó y borró todo recuerdo. Las dificultades que afrontó, las traiciones incluso, fueron numerosas y de envergadura. Grandes triunfos ahogados de sinsabores. Y una obra que deja huella.

Una vida adulta que se inicia haciéndose cargo de su madre y sus cuatro hermanos, cuando el padre les abandona y huye de Ávila donde reside la familia por un escándalo económico. Adolfo ejerció todo tipo de profesiones, mientras estudiaba. Como vender lavadoras a domicilio hasta licenciarse en derecho acudiendo a la Facultad poco más que a examinarse. Su entrada en política, en busca de mayores horizontes, se produce de la mano de Herrero Tejedor –falangista y del Opus Dei-. Recorre todo el escalafón. Le ayuda tener una gran capacidad de liderazgo, audacia, enorme encanto personal y saber estar en el lugar oportuno en el momento preciso.

Conocer, en 1968, a los príncipes Juan Carlos y Sofía ya como –recién nombrado- gobernador de Segovia cambiaría su vida. El joven Borbón estudia su estrategia para afianzarse cuando muera el dictador, y ésa pasa por la democratización de España. Suárez es la persona idónea. Escucha a los demás, sabe negociar e integrar puntos de vista diversos y sigue tirando hacia delante para resolver su futuro, ahora ya viendo más claras sus perspectivas. Tiene un nuevo valedor en la sombra, Torcuato Fernández Miranda, probablemente el ideólogo de la Transición.

Muerto Franco circula una terna para sustituir al triste Carlos Arias Navarro, empecinado en sus espíritus «asociativos» por toda libertad y un 3 de Julio de 1976 el Rey nos sorprende con el nombramiento de Adolfo Suárez como Presidente del Gobierno. Es entonces Ministro Secretario General del Movimiento, el peor aval para los demócratas. El Movimiento anquilosador y tenebroso era lo que menos queríamos. Pero Suárez sueña con otros mimbres: «Que los gobiernos del futuro sean resultado de la libre voluntad de la mayoría de los españoles«. El líder del PCE, Santiago Carrillo, me comentaría en un reportaje: «Ese discurso no era el discurso de un fascista, era el discurso de un demócrata europeo como podía haber muchos en Europa«. No, no era el de un fascista.

Aunque no lo percibiéramos con toda nitidez, ni fuera suficiente, había dado ya sólidas pistas en su etapa como Director General de RTVE. Su talante aperturista y sus habilidades políticas supusieron un cierto oasis de libertad. Incluso se prolonga, con insólitos nombramientos que él propicia ya como presidente del Gobierno, justo hasta la llegada de Calvo Sotelo que desmonta aquella primavera. El periodismo es esencial en el proyecto.

La Transición no salió bien, se negoció bajo la bota de los vencedores de la guerra. Pagamos aún los errores de ese desequilibrio. Pero el tiempo demostró que la eficacia y valentía de Adolfo Suárez no tienen parangón. Se aplicó a la tarea con la misma entrega que en toda su trayectoria, luchando contracorriente. Achicando agua cuando se le hacía un boquete y siguiendo adelante.

Tenía 43 años al acceder al cargo en 1976. 11 meses más tarde, el 15 de Junio de 1977, se celebran ya las primeras elecciones democráticas. El gobierno Suárez reedificó con resolución absoluta todo el entramado de las instituciones democráticas. Con tesón y astucia, -y no sin dura oposición- logra que las Cortes franquistas aprueben la Ley para la Reforma Política que implica el fin del régimen. El hondo suspiro en la grada del Congreso, al final de la votación, ha quedado para la historia. Ha comenzado la siempre inacabada tarea de desmontar el franquismo.

Y sigue resoluto con las medidas elementales. Con el «puedo prometer y prometo» que cumplía. Amnistía a los presos políticos, supresión del Tribunal de Orden Público para delitos de opinión y manifestación o legalización de partidos políticos. Sucede lo que parecía impensable poco antes: se legaliza el PCE. Y en un país sacudido por el terrorismo de todo signo –desde ETA a la ultraderecha- donde hubo semanas con asesinatos cada dos días.

España ha vuelto a ser, formalmente, una democracia. Las reformas avanzan. Pactos económicos y sociales, ley de divorcio. Pero, como suele suceder con los regímenes autoritarios, el franquismo había dejado una herencia económica lamentable y un país muy atrasado en su desarrollo. Y a ella se suman las secuelas de la Crisis del Petróleo del 73. Hay una inflación del 30% y son necesarias dos devaluaciones de la peseta –la moneda en vigor entonces-. Se terminará por negociar y firmar los Pactos de la Moncloa, un salvavidas para momentos tan críticos. El intenso déficit democrático de la sociedad, absolutamente anulado durante varias décadas, tardó más en reconstruirse. De hecho, aún se duele de carencias en algunos sectores.

Suárez gobernó siempre en minoría. Quienes se habían aprovechado de su liderazgo, le ponían la zancadilla. Muchos le traicionaron. Tuvo que afrontar una cuestión de confianza en el parlamento de su propio partido y una moción de censura de los socialistas, que hicieron una férrea oposición.

El 27 de Enero de 1981, menos de un mes antes del golpe de Estado de Tejero, Adolfo Suárez presenta la dimisión. Palabras enigmáticas que para muchos aluden a fuertes presiones de los poderes fácticos: «Hay encrucijadas tanto en nuestra propia vida personal como en la historia de los pueblos en las que uno debe preguntarse, serena y objetivamente, si presta un mejor servicio a la colectividad permanecido en su puesto o renunciando a él. (…) «He llegado al convencimiento de que hoy, y en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia.»

El día de su relevo, el 23F, dio una imagen de gran dignidad y coraje al permanecer sentado en su escaño frente a los órdenes –a punta de pistola- del golpista Tejero.

La vida le trató duramente, también en lo personal, al arrebatarle a su mujer y a una hija, víctimas del cáncer. De la política, se fue amargado. Hoy muchos de quienes le traicionaron le portan en sus banderas. Nada más injusto y miserable. La deriva política de este país que, tras tan larga carencia, se rindió de amor ante la democracia, también ha sido engañada y violentada. Y es ahora, y ya desde hace algún tiempo, cuando la figura de Adolfo Suárez se agranda, aunque entonces nos pudiera parecer mentira. Él cumplió con su cometido. España avanzó en materias fundamentales.

Cabe pensar si no hizo otra cosa que remontar la corriente, sorteando obstáculos, porque no podía hacer otra cosa. Y porque la libertad y la democracia sí anidaban como meta de corazón. Su memoria rota es el mejor símbolo de esta España que erró y yerra tantos pasos y que nunca parece terminar de encontrar su camino. Hasta su agonía la han convertido en circo de consumo. El recio superviviente se apeó un día de la carrera en la estación del olvido y hoy se ha ido. A su lugar en la Historia. En la escueta esquina que este país reserva a la dignidad de sus dirigentes.

 *Publicado en eldiario.es, junto con otros artículos de interés que os recomiendo, en su cobertura de la muerte del ex presidente del gobierno.

Testigo de la idílica Transición.

 Pocas cosas resisten menos el analísis maniqueísta del blanco o negro que la Transición española. Fue, desde luego, una época de cambios drásticos. Hubo que reedificar el Estado de Derecho desde los cimientos. Restablecer todos los derechos civiles: libertad de expresión, de reunión, de asociación. Legalizados los partidos políticos y sindicatos, se precisaba hacer andar –sin experiencia- a un parlamento elegido por los ciudadanos, dotarse de las leyes que rigen en los países democráticos, y elaborar una Constitución, lo que se hizo en tiempo record y con consenso. Todos colaboraron en mayor o medida, pero Adolfo Suárez fue el artífice de la Transición (a instancias del Rey, ciertamente). Suárez, a quién acribillaron desde el interior de su partido quienes terminarían por engrosar el hoy Partido Popular, sufrió por parte del PSOE de Felipe González una moción de censura y tuvo que presentar otra de confianza. Hoy es un hombre perdido en la nebulosa y en la metáfora de su memoria rota. Pero aquellos primeros Parlamentos legislaron a favor de las libertades que hoy disfrutamos, como el divorcio y todas las demás normativas progresistas o habituales en los países de nuestro entorno; e incluso aprobaron una Ley de Amnistía (que hoy está en controversia por razones opuestas a las de entonces). Iniciativas todas que AP (refundado en PP) no logró tirar abajo con su exiguo 8% de votos. Menos mal que también se sentaban en los escaños otros partidos.

CRISIS ECONÓMICA :

España apenas se parece en nada a aquella en lo que caracteriza el desarrollo. Y han pasado poco más de tres décadas. Los expertos nos definían como «un país semidesarrollado y capitalista«. Un estudio de la revista de consumo “Ciudadano”, nos habla de un salario anual (en 1976) de 122.400 pesetas (menos de mil euros al año), de las cuales una familia de matrimonio y dos hijos, dedicaba 107.000 a la alimentación y 26.000 a la vivienda en sus gastos fundamentales. La mitad de los edificios no disponían de ascensor pero sí, el 40% -y cuando encontré este dato me pareció enormemente definitorio-, de portero uniformado. Empezaban a instalarse los primeros hipermercados. Dos. En Barcelona y en Zaragoza. No había tarjetas de crédito ni cajeros automáticos. El coche más popular, el SEAT 127, costaba 360.000 ptas. Seis millones de coches circulaban por las carreteras imposibles -y atravesando los cascos urbanos-, dado que la mayor parte de la red actual se construyó con fondos comunitarios (tras ingresar en la hoy UE en 1986). En el inicio del boom de la vivienda, por una buena casa se pagaban en torno a tres o cuatro millones. De pesetas. Podría decirse que las viviendas eran baratas, pero tampoco resultaban accesibles a los bajos salarios (más que ahora desde luego). Había menos de diez millones de teléfonos para 36 millones de españoles. Pero un millón de personas (de una población activa de 13 millones -hombres en su gran mayoría-) estaba en el paro y pocos cobraban subsidio. Los créditos –muy difíciles de obtener- se establecían al 25% de interés y la inflación, el alza de los precios, se situaba en el 27% que hubiera llegado al 40% si no la cortan los famosos pactos de la Moncloa. Se produce entonces una fuerte devaluación de la peseta que nos hace perder el 20% del valor de nuestro dinero. Así de idílicamente vivíamos. Y así de trágica es nuestra actual crisis económica comparada con nuestro enorme bienestar pasado.

En uno de los reportajes, José María Serrano, un didáctico catedrático de la Universidad de Zaragoza, nos contaba cosas bastante interesantes:

«En el año 77 España se encuentra atrapada entre dos grandes problemas uno es la crisis económica y energética, y el otro es la crisis política. Hasta que no se resuelve la crisis política no se puede empezar a resolver la crisis económica. Alguno recordó lo que había ocurrido en la Segunda República: que la experiencia de la democracia fue breve en parte porque coincidió con una crisis económica muy fuerte. Para remediarlo, partidos, políticos, sindicatos patronal se pusieron de acuerdo y alcanzaron un acuerdo de salvación de la democracia que fueron los pactos de la Moncloa”.

CONVULSIÓN POLÍTICA Y SOCIAL:

Suárez, gobernando siempre en minoría, se enfrentaba de continuo, a huelgas y manifestaciones (con reivindicaciones totalmente legítimas pero que poco ayudaban a un clima pacífico). En el terreno político, a fortísimas reivindicaciones nacionalistas y, sobre todo, a una cadena de atentados de todo signo –desde ETA a la ultraderecha-. Se habló de un muerto cada tres días, durante períodos concretos. Todo ello creó un gran malestar en un sector del ejército que cristalizaría en el 23F, tras alguna otra conspiración.

En 1976, las mujeres aún éramos las incapaces mentales que nos consideró el franquismo con toda aquella serie de restricciones de las que tanto se ha hablado. La mujer ha protagonizado el cambio más radical producido en España desde la llegada de la democracia. Sin gran ayuda externa. Con un Parlamento masculino, con hombres poblando todos -absolutamente todos- los centros de decisión. Sólo representábamos el 2,1% de los estudiantes de  la Universidad. En mi caso, lo simultaneaba ya con el trabajo. Ejercer el periodismo entonces fue la más apasionante aventura que pueda vivirse. Todo era nuevo, todo por construir… y derribar. Y no era fácil. Nada, en una sociedad educada en el inmovilismo visceral.

HOY:

Leo con enorme hastío que no habrá pacto político porque, por ejemplo, Cospedal dice que sería “traicionar al Estado”. También que Rajoy “perdona a Camps y le permite volver a ser candidato en 2011” en Valencia. Y, por vergüenza ajena, apenas escucho el insolvente discurso de Leire Pajín. Veo al gremio del cine repartirse premios, filias y fobias, -encandilando al público-, en esa mediocridad que nos caracteriza, de la que, sin embargo, emergen -también como peculiaridad española- individualidades tan brillantes que casi justifican la existencia del resto.

Tenemos los políticos que nos merecemos, decía el otro día, y, sí, los periodistas, la justicia –no en ese punto deberíamos ser absolutamente radicales en nuestra exigencia-, los cineastas, la sociedad, que nos hemos labrado.

Hubo otra forma de hacerlo. La Transición, pintada en claroscuros, no debió dejar sedimentos franquistas y remansos de caspa.  Precisamente porque impiden el progreso real, son la rémora. Solo sé que los jóvenes que vivimos aquella época, teníamos otro espíritu, nos sentíamos actores y adultos, no pasivos espectadores infantilizados. Y sigo pensando que nada hay que se resista a ese empuje. Nosotros seguimos aquí. El rock nos hizo inmortales.

El fin del milagro económico español

Brillante, acertada, lúcida, la tribuna póstuma en El País  del periodista Pedro Altares, fallecido ayer. Imprescindible lectura del texto completo.

«Lo diré de entrada para que no haya engaños: me acuso y arrepiento de formar parte, por razones obvias de edad, de la «generación de la Transición». En realidad, nací un poco antes, en un tiempo que un poeta español en el exilio, ya desaparecido, definió «como la generación a la que las bombas rompieron sus juguetes». Otro poeta, más reciente, hablaba de que España se había convertido en uno de los pocos países del mundo «donde los mayores no tienen paisajes de infancia para memorizar su pasado». Costas, lagos, montañas, pueblos, vestigios históricos, arquitectura rural… Apenas quedan referencias, engullidas por las tuneladoras, grúas, urbanizaciones, zanjas, adosados. Es el famoso agujero inmobiliario, que, ahora, expertos y políticos, como si fuera una sorpresa, se afanan en desentrañar».

Artículo completo.

Los españoles europeos pagamos aún la transición

Decía anoche Iñaki Gabilondo: “Imaginemos a dos entidades bancarias intentando captar a un cliente. Imaginemos que ninguno de los bancos le dice nada de lo que va a hacer con su dinero, ni le propone nada, ni le presenta plan alguno. Imaginemos que en lugar de eso cada banco le ofrece detalles tenebrosos del banco rival, de sus marrullerías e irregularidades, acusándole de todo tipo de indecencias financieras. Pregunta ¿Qué creen Vds que haría el aspirante a cliente? ¿Examinar cuidadosamente todas las acusaciones y depositar sus fondos en el que le pareciera menos canalla de los dos?. O por el contrario ¿poner los pies en polvorosa, rumbo a su casa, para esconder su dinero en una caja de zapatos?”

La metáfora no puede ser más ilustrativa. Pero en mi impenitente rechazo de la “equidistancia” –con comillas- el hecho de que dos personas se enfrenten no implica necesariamente que ambas mientan. Los periodistas debemos buscar los datos fidedignos que orienten al ciudadano. Los datos. Algo que suele hacer Gabilondo, por cierto. Bien es cierto que los fanáticos los ignorarán si contradice sus creencias (lo que creen al margen de la realidad).

No vi el debate. Me propongo huir de los pozos de mierda por si me impregnan. Europa ha perdido la batalla en España en este nuevo round electoral: no les interesa ni a los implicados en la contienda. Sólo que somos todos, no sólo los candidatos oficiales. Escribe Blanca Vila, magistralmente, en El País, lo mucho que necesitamos Europa. Sí, los españoles en particular. Y ya no son las carreteras, sino su espíritu democrático. Una transición política desde la dictadura, vigilada en opción de poder por los vencedores, sin dilucidar responsabilidad alguna por los atropellos –España es el único país desarrollado que no lo ha hecho-, no podía traer otra cosa.

Aunque acudan dos mil personas a votar, es seguro que volveremos a mandar a representarnos en Europa a un señor -Jaime Mayor Oreja- que considera peor el aborto –legal en toda la UE- que los abusos sexuales a menores, penados en todos los ordenamientos jurídicos. Ahora dice que no lo dijo. Lo hizo.

http://www.cadenaser.com/espana/audios/mayor-oreja-primero-derecho-vida-terrible-sagrado/csrcsrpor/20090529csrcsrnac_2/Aes/

O a Vidal-Quadras que considera que el error estuvo en la Segunda República que fue la que trajo el golpe de Estado y los cuarenta años de dictadura. Sí, la democracia funciona así: no nos gusta cómo funciona el gobierno elegido por los ciudadanos en las urnas, y sacamos los tanques y las bombas, fusilamos a unos cuantos y ya podemos vivir en “extraordinaria placidez”. En Alemania quienes defienden esas soluciones tendrían serios problemas con la ley. Aquí se les vota. Porque el problema reside en realidad en la sociedad española. La más atrasada culturalmente del mundo desarrollado, a excepción de la norteamericana. Un sólo ejemplo pero muy gráfico: mientras en Francia la película más popular fue en 2004 “Los chicos del coro”, en España fueron los Torrentes… de mal gusto.

La dictadura nos castró y supuso un atraso en todos los ámbitos del que no nos hemos recuperado. La aclamada transición enseñó a sus artífices que en España sí es posible dar un golpe de Estado y oprimir a la ciudadanía durante cuatro décadas con total impunidad. Por eso tenemos esta derecha que espeluzna en particular a la derecha francesa, y a la del resto de Europa a excepción de la Italia de Berlusconi. Por eso tenemos esta sociedad.

Necesitamos Europa, subamos a su tren en la próxima estación: el 7 de Junio. Costará buscar asiento, mucho, pero al menos debemos emprender la marcha.

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