La envidia del villano

Publico en ctxt.es este artículo que quisiera ser más reflexivo que el apresurado comentario de noticias…

cristina.ctxt

Horrach ha perdido frente a Castro. El fiscal del Caso Nóos que se dilucida en Palma acaba de ver derrotadas las tesis que le enfrentan al juez: la infanta Cristina seguirá sentada en el banquillo de los acusados por delito fiscal.

Asistimos en España a una serie de duelos que nos afectan. Un solo duelo, quizás. Al estatus vigente le han nacido incómodos rivales y se defiende agrio. Síntoma de que algo está realmente cambiando. La pugna se representa en varios escenarios destacados por los que, de alguna manera, brilla el eterno mito de la envida del villano. Del que llega a serlo, al ver irrumpir en su estabilidad a alguien que, aparentemente, solo aparentemente, logra sin esfuerzo aquello por lo que él tanto ha luchado.

Cuentan las crónicas serias que Salieri no fue el ruin envidioso que se esforzaba en poner palos en el camino de Mozart. No tanto. La música del Siglo XVIII y de toda la posteridad se enriqueció con el pique entre ellos. Lo cierto es que su relación sirve de paradigma de los casos que nos ocupan: un profesional asentado, docente, compositor y maestro de capilla de la Corte de Viena, en cuya apacible vida irrumpe otro músico dotado por el genio, cuyas obras trascenderán la historia. La competencia es un estímulo, el peligro se plantea cuando se convierte en rivalidad y ésta en un asunto personal que lleva a querer la aniquilación del otro. Más o menos simbólica. Parece que Salieri, en contra de la leyenda, cuidó a un Mozart que murió en la pobreza con solo 35 años. Pero el prototipo es muy gráfico y se mantiene en diferentes versiones.

El fiscal Pedro Horrach y el juez José Castro trabajaron durante años formando equipo en el archipiélago balear. De su pericia emergió uno de los grandes nidos de corrupción vinculados al PP, junto a Madrid y Valencia. El caso Palma Arena, por posibles prácticas corruptas en la construcción del velódromo de la capital mallorquina, va a aportar sorpresas. Precisamente Horrach será quien encuentre el hilo que les conduce al Instituto Nóos del yerno del rey Juan Carlos, Iñaki Urdangarin. Sobre su imputación, no dudan. El fiscal discrepa de llevar a juicio a su mujer y socia: la infanta Cristina.

Todo en este proceso ha venido siendo singular. Partiendo de la ardorosa actuación del fiscal Anticorrupción Horrach, volcado en exonerar a Cristina de Borbón, sin pasar siquiera por el banquillo.  Imputaciones y desimputaciones. La Abogacía del Estado que también defiende a la implicada y el Ministerio de Montoro nos hacen saber que “Hacienda somos todos” es solo una frase publicitaria. Ni siquiera ocultaron que han admitido facturas falsas de los Urdangarin para desgravar. El propio Horrach argumenta en defensa de la Infanta que, aunque “Aizoon era una sociedad instrumental utilizada por su cónyuge para presuntamente apoderarse de fondos públicos, ¿por qué tenía que conocer que era una sociedad instrumental para defraudar a la Hacienda pública?”. Estimó también que llevarla a juicio oral en esas circunstancias la conducía “a la indefensión”. Criada con privilegios muy superiores a la mayoría de los ciudadanos, Cristina supo de sirvientes contratados en negro, pero no, aseguran sus defensores, de las actividades de la empresa familiar. Y, así, la Infanta ha contado a su favor con quienes deberían velar por resarcir el daño público que se infiere por la evasión de impuestos.

El juez Castro se mantuvo firme pese a las innumerables presiones de todo tipo que ha venido sufriendo. Entre otras muchas, llamadas, amenazas, vergonzantes portadas de los diarios afines al poder o dejarle excrementos en la puerta de su casa. Esas prácticas que en cualquier país democrático serían consideradas mafiosas y por tanto castigadas. En los autos judiciales que cruzaron Horrach y Castro, el fiscal llegó al terreno personal. Le acusó de hacer un «juicio de valor», de investigar a la hija del Rey de manera “inquisitiva” o de estar contaminado. De hacer mal la instrucción, en suma. Al punto de que el juez le retó a presentar denuncia por prevaricación. Cosa que Horrach no hizo. Tampoco nadie la ha interpuesto contra él, contra el fiscal. Algo quedó en el camino: la imputación por blanqueo de capitales de la que se exoneró a Cristina de Borbón.

Coincidentes en varias características –prestigio profesional, una gran capacidad y entrega al trabajo, pasión por las motos de gran cilindrada–, Castro y Horrach concluyeron en ruptura. Su desavenencia, pública, es también la de quienes creen que todos los ciudadanos somos iguales ante la ley (y ante Hacienda) y quienes de alguna manera estiman que una Infanta de España forma parte de “los pilares del Estado de Derecho”. Fue una frase empleada por Castro: no creía estar quebrantándolos, le dijo al fiscal, por llamar a declarar en juicio a la hija del Rey. Es la lucha por quedarse quieto o cambiar. Es la virulencia de quien ve relegada o en peligro su idea, su posición, o su silla.

Esperanza Aguirre, aún alto cargo del PP, protagoniza otro enfrentamiento: una intensa hostilidad con Manuela Carmena, la actual alcaldesa de Madrid llegada con las Mareas del Cambio. Magistrada, relatora por los Derechos Humanos de Naciones Unidas, comprometida y con un gran prestigio, está siendo víctima de una intolerable campaña de acoso desde que es regidora del ayuntamiento de la capital. A Aguirre, expresidenta de la Comunidad de Madrid, le apetecía ahora ser alcaldesa, pero no obtuvo los votos suficientes para lograrlo y nadie le prestó ni uno para que lo consiguiera. Esperanza languidece en bilis cuando ve a Manuela que se mueve, como ajena, a las zancadillas. Todo en ella molesta a Aguirre y a la derecha aguda y tramposa que representa. El traje….

*Para seguir leyendo y, además, llegar a la conclusión -porque hay más villanos-, aquí… 

El discurso del Rey y el jardín podrido

En unas pocas horas, el jefe del Estado español, Felipe VI, pronunciará su primer discurso navideño a toda la nación. Atendiendo a la experiencia de lo visto hasta ahora, apenas habrá un cambio cosmético respecto a su padre, Juan Carlos I. Para empezar, sería necesaria explicación y posicionamiento –y no solo el protocolario respeto a decisiones ajenas-  sobre los propios líos familiares: hermana, cuñado y la abdicación de su predecesor que no estaría de más aclarar. Desgraciadamente eso en España, hoy, es democracia ficción. Y lo grave, para todos –también para el Rey-, es que el momento que vivimos exige mucho más.

 Sí, por primera vez en la historia se sienta en el banquillo un miembro de la Casa Real española. Pero es que estamos, probablemente, en una de las mayores crisis éticas de nuestra historia reciente. Esa podredumbre que nunca se limpió ha fermentado y hiede. Carlos Elordi detallaba aquí -alarmado como tantos otros- los pasos con los que Rajoy se está cargando la democracia, sin que nadie levante un dedo. Nadie con gran poder decisorio en este momento, se entiende. Y es muy significativo. Ningún país con raigambre democrática toleraría lo que está pasando en España.

 Y es que vamos de atropello en atropello. Dejemos sentado que la dimisión del Fiscal General de cualquier Estado no se salda con un “motivos personales”, cuando sabemos sobradamente que ha habido personas forzando esos motivos. En los EEUU de Nixon fue algo similar lo que precipitó la dimisión del presidente que se resistía repartiendo destituciones. Pero la letanía sigue con muy serias críticas de Tribunales de Justicia sobre más injerencias del gobierno, del poder político, en su acción. Ya ha avanzado un portavoz del PP la insinuación de que el Supremo rebajará una eventual pena a la Infanta.

Y la estupefacción de los demócratas sigue, viendo cómo el PP se quita de encima a Ruz porque tampoco les gusta ese juez (y ya van unos cuantos), o a la cúpula policial (defenestradas varias también) porque ni una deja de cumplir su obligación e investiga la corrupción donde al PP no le conviene. Claro que hay resquicios legales para obrar así, pero es tan evidente la intención que ya no sirve eufemismo alguno. En este contexto la valentía del juez Castro, sometido a intensas presiones, resulta doblemente ejemplar. Cómo estaremos que cumplir con la propia obligación, como Castro o Ruz, es una heroicidad rodeada de riesgos.

 Con absoluta arrogancia, el PP aún se permite ofender todavía más nombrando a un bocazas ultra de portavoz parlamentario del partido o a Ana Mato vicepresidenta de una comisión. Y, para postre, saca a pasear a las chicas y chicos del coro con declaraciones altamente ofensivas para quien conoce la realidad. El empleo que crece como las margaritas en el campo y encima de calidad en la desfachatez de Sor Bañez, o las mejores navidades en 7 años de Cospedal y su grupo que deben brindar por el éxito de haber colado cuanto cuela.

 Y las leyes que asombran a quienes, dentro y fuera, pensaron que España -con sus muchos defectos- era una democracia consolidada y ahora se han quedado con la boca abierta. Esa ley mordaza de las libertades, las escuchas sin juez, el trato inhumano a los emigrantes, los grandes esfuerzos por volver al Estado policial que mamaron y que ningún viento de progreso parece haber podido evacuar. El control de la información y la difusión de la propaganda por diversos sistemas, que está teniendo una decisiva influencia.

 Pero, en efecto, un Estado en el que un partido puede hacer impunemente lo que le venga en gana –apoyado por una mayoría parlamentaria que no lo avala todo, no la impunidad, la involución o el cambio de modelo de Estado- no cojea de un solo pie. Cuenta con muchos cómplices. Con todos los que ostentando poder, callan o hacen declaraciones de salón, sin ninguna duda. Aunque con excepciones –épicas algunas como vemos-, estamos hablando de todo el entramado del Estado: partidos, patronal, sindicatos, estamento judicial, universidad, agentes sociales, Iglesia española,  Monarquía. Incluso aquella parte de la propia sociedad que está tragando lo que la gente decente no traga. No es una mala hierba, está podrido el jardín. En el que, sin embargo, cada vez más personas se afana en limpiar y ver de hacer germinar una buena cosecha, porque de ello depende nuestra supervivencia. Muchos ciudadanos están desesperados, aferrándose al sueño de que algo cambie y nos liberemos de esta argolla que aprisiona nuestras vidas y nuestro futuro.

 El Rey reina pero no gobierna, nos dicen. Ahora bien, es el Jefe del Estado. Y no se trata de un cargo decorativo, aunque se abuse tanto del desfile de modelos. Su misión primordial es guardar y hacer guardar la Constitución, la propia democracia. Y ya vemos cómo las tenemos. Contar las bondades del gobierno que ellos mismos escriben para que las lea el jefe del Estado, tiene un límite: el de la verdad. Reinar, ostentar la máxima jerarquía de una sociedad con tan gravísimos desajustes, con tan preocupante deriva antidemocrática, con una ciudadanía tan atribulada, tan resignada a su infortunio, exige bastante más que palabras formales y huecas. Y adivinar entre líneas los mensajes como en los viejos oráculos.

 Con los antecedentes de la historia familiar, no enderezar el rumbo por no hacer ruido no es ni siquiera sensato. Ser el Jefe de un Estado con tales sombras de corrupción y que amordaza  la crítica democrática no debería ser el sueño de nadie. Son errores, inmensos errores, que pasan factura, si es que esto aún tiene remedio…

 

*Publicado en eldiario.es

La infanta «enamorada» se sentará en el banquillo

Cristina de Borbón, infanta de España

Cristina de Borbón, infanta de España

El juez Castro no ha sucumbido a las intensas presiones que todos hemos podido advertir  y ha decidido sentar en el banquillo a Cristina de Borbón, hermana del rey actual. La mantiene como acusada en el auto de apertura de juicio oral del «caso Noos».  Es encomiable la valentía de Castro en los duros tiempos que corren, cuando dimite el Fiscal General del Estado y hasta el Tribunal Supremo se queja de injerencias del poder político en la justicia.

Ir a juicio no es una condena, es dilucidar responsabilidades, y hasta a eso se negaban.

La historia de la infanta ha sido patética hasta el momento. Citada a declarar por el juez –obligado a luchar contra todos los elementos: prensa, fiscalías y audiencia–, leímos que lo hacía “voluntariamente” o que “ha querido” no recurrir la imputación.

Nada sorprendente, es el habitual tratamiento como a pueriles súbditos que nos dedican. Pero donde la infinita capacidad de estupefacción llegó al límite fue al escuchar los argumentos exculpatorios de uno de los principales letrados de Cristina de Borbón: Jesús María Silva, socio del afamado bufete Roca i Junyent, encargado de su defensa.

En el siglo XXI, en Europa, este señor declaró: «Cuando una persona está enamorada de otra, confía, ha confiado y seguirá confiando contra viento y marea en esa persona: Amor, matrimonio y desconfianza son absolutamente incompatibles». Y en eso basó el bufete el intento de hacer colar que la inocencia «pasa obviamente por su fe en el matrimonio y el amor por su marido», según declara. ¿Obviamente? “Confianza y matrimonio son absolutamente inescindibles, y el que no lo vea así es que no sabe lo que es el matrimonio», dijo Silva.

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Luego, en su declaración ante el Juez Castro, Cristina deBorbón forjó esta nube de evasivas. Señoría y No lo sé en cabeza. Marido. Lo desconozco. No lo recuerdo. 579 veces dijo “no lo sé” o “no lo recuerdo”.

La primera mujer de la familia real española que estudió una carrera. Ocupando un puesto de importancia, internacional en una de las primeras entidades bancarias del país. Y nos contaron que no sabe ni de leyes ni de impuestos, sino sólo –y nada menos– de amores en plan mujer-mujer. Mutó –hasta volverse del revés– de aquella antigua infanta deportista e independiente como antaño la presentaban. Por amor… sufrió la desintegración del cerebro.

Como la otra tontita enamorada, Ana Mato, la mujer que ha dejado sin sanidad pública a miles de seres humanos  y ha obligado a restringir o suprimir tratamientos con sus repagos. La responsable de víctimas ciertas con su políticas, tampoco se enteraba de nada. Cegada por la ensoñación amorosa o quizás tan sólo por acatar la supremacía natural de su señor esposo.  Fue el juez Ruz en esta ocasión quién la imputó como beneficiaria a título lucrativo de la trama corrupta Gürtel. La misma consideración que el propio PP que ha mirado al horizonte según costumbre. Eso sí, Mato dimitió, el PP la ha nombrado vicepresidenta de una comisión parlamentaria a los pocos días. Y ha enfilado a Ruz para que deje de investigar el caso. Legalmente, claro está.

La familia real española despidió a papá a ver si frenaba el impacto de los líos de Cristina y su marido, y los propios de Juan Carlos. Y algo les ha funcionado porque hay gente encantada con lo guapos, jóvenes y elegantes que son los nuevos reyes. Se necesita mucho más. El tiempo lo dirá.

De momento parece que, si por amor se evaden en impuestos -que en eso ha quedado la acusación-, por amor se va uno tan campante a un juicio a enfrentar responsabilidades, qué menos.

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La infanta no sabe, no recuerda y actúa por amor

Se consumó: ante la mirada atenta de un gran número de medios internacionales, Cristina de Borbón,  hija menor del Rey de España, ha declarado en el juzgado de Palma y fundamentalmente ha dicho que no se entera de nada, sufre agudos episodios de amnesia y confía en su marido tanto en su marido que cierra los ojos ante lo que él proponga. Por cierto, la sumisa esposa le carga el mochuelo a Urdangarín tan campante. Una delicia de mujer.

Estamos cayendo en el error de mofarnos y hacer chistes. Es por pura impotencia, lo sucedido es grave. Como los incontables desatinos que están ocurriendo en España.

Escribí para eldiario.es este «Por amor» , pensando que no se atreverían a usar la estrategia de la mujer tonta que deja las riendas de todo al marido… por amor. Cuando el precepto de todo ordenamiento jurídico estipula que «la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento». Se han atrevido, sí.

«La patética historia española de la infanta imputada ha alcanzado esta semana cotas inimaginables. Citada a declarar por el juez –obligado a luchar contra todos los elementos: prensa, fiscalías y audiencia–, hemos de leer que lo hace “voluntariamente” o que “ha querido” no recurrir la imputación.

Nada sorprendente, es el habitual tratamiento como a pueriles súbditos que nos dedican. Pero donde la infinita capacidad de estupefacción ha llegado al límite ha sido al escuchar los argumentos exculpatorios de uno de los principales letrados de Cristina de Borbón: Jesús María Silva, socio del afamado bufete Roca i Junyent, encargado de su defensa.

En el siglo XXI, en Europa, este señor ha declarado: “Cuando una persona está enamorada de otra, confía, ha confiado y seguirá confiando contra viento y marea en esa persona: Amor, matrimonio y desconfianza son absolutamente incompatibles”. Y en eso basa, al parecer, el intento de hacer colar que la inocencia “pasa obviamente por su fe en el matrimonio y el amor por su marido”, según declara. ¿Obviamente?

Si todo con lo que cuenta este despacho legal –presumiblemente de primer nivel– es apelar a la “simpatía” que ofrece la mujer delincuente enamorada de su marido, es que las cosas están realmente feas  en pruebas de inocencia para Cristina de Borbón. “Confianza y matrimonio son absolutamente inescindibles, y el que no lo vea así es que no sabe lo que es el matrimonio”, dice Silva. Tampoco parece que sepan ni en las más altas instancias, qué es la justicia.

Lo peor es que sigan confiando en la laxitud moral y el machismo recalcitrante de esa España que creció años y años oyendo a la mujer sumisa, callada, comprensiva que, por mucho que viera, lo más que le preguntaba era que si (él) la quería. La que pedía se le saltaran los pulsos si (ella) le faltaba alguna vez al tipo que la humillaba a diario.

La primera mujer de la familia real española que estudió una carrera. Ocupando un puesto de importancia, internacional ahora, en una de las primeras entidades bancarias del país. Y no sabe ni de leyes ni de impuestos, sino sólo –y nada menos– de amores en plan mujer-mujer. Ha mutado –hasta volverse del revés– de aquella antigua infanta deportista e independiente como antaño la presentaban. Por amor… ha sufrido la desintegración del cerebro.

Como la otra tontita enamorada, Ana Mato, la mujer que ha dejado sin sanidad pública a miles de seres humanos  y ha obligado a restringir o suprimir tratamientos con sus repagos. La responsable de víctimas ciertas con su políticas, tampoco se enteraba de nada. Cegada por la ensoñación amorosa o quizás tan sólo por acatar la supremacía natural de su señor esposo. Es preocupante que se atrevan a tratarnos como idiotas, como niños al menos; que lo consintamos.

A ver si nos entendemos, por amor se priva uno hasta de comer –si faltan recursos– para que se alimenten los seres queridos. Por amor se rompen barreras y se cruzan continentes, aunque pagándose el billete. Lo que no se hace es blanquear capitales, ni delinquir con los impuestos –si es el caso–. Ni, en definitiva, cargar cuentas astronómicas de sushi al erario público. Y, desde luego, no se obliga a trabajar en negro, sin contrato –y cuanto implica–, a los empleados del servicio doméstico. Ni mucho menos se enriquece uno a costa de discapacitados para ensanchar con colmo una vida de lujos que nunca conoció la menor estrechez. El amor tiene mucho más de entrega que de rapiña. Especialmente de lo ajeno.

Dice el abogado Silva: “Lo que no se puede pretender es que el legislador diga: “Mujeres, cuando vuestros maridos os den algo a firmar, primero llamad a un notario y tres abogados”.  ¿Qué ocurre? ¿El amor impide leer contratos por una misma y entender su significado? ¿Revisar la desproporción entre ingresos y gastos tal vez?

La familia real española ha entrado en descomposición, como resaltan los medios internacionales –aquí seguimos con el “ha querido” declarar “voluntariamente”–. El rey balbuceante al que “le falta luz en el atril”, pero a quien el ministro de Defensa ve “vivo de mente”, después, en el vino de honor, ya recuperado… de la baja luz de las bombillas. La reina y el heredero con gesto impasible. O la princesa con su desorbitada e incomprensible pasión por la cirugía estética, que la ha desfigurado, plastificado y frivolizado. Las siguientes generaciones también van apuntando maneras.

Y, como remate, la Bonnie Parker de la cutrez patria, siguiendo ciega de amor a su Clyde Barrow. Cerebro y guía, él –como no podía ser de otra forma aquí–, anduvieron, según la acusación, por las sendas del blanqueo de dinero negro y el delito fiscal, el baile, el sushi, los contratos simultáneos de arrendadora y arrendataria, la explotación laboral de emigrantes o la utilización para el engaño de niños dependientes. “El aquel del cariño” que “desvanece la verdad”.

En todo caso, si por amor se roba, evade, trampea o desfalca, si por amor se llegara a matar –las obnubilaciones de este cariz son muy malas–, por amor se va uno tan campante a resarcir lo enajenado y a la cárcel si es ésa la condena. ¿Cabe alguna duda?»

Por amor

La patética historia española de la infanta imputada ha alcanzado esta semana cotas inimaginables. Citada a declarar por el juez –obligado a luchar contra todos los elementos: prensa, fiscalías y audiencia–, hemos de leer que lo hace “voluntariamente” o que “ha querido” no recurrir la imputación.

Nada sorprendente, es el habitual tratamiento como a pueriles súbditos que nos dedican. Pero donde la infinita capacidad de estupefacción ha llegado al límite ha sido al escuchar los argumentos exculpatorios de uno de los principales letrados de Cristina de Borbón: Jesús María Silva, socio del afamado bufete Roca i Junyent, encargado de su defensa.

En el siglo XXI, en Europa, este señor ha declarado: «Cuando una persona está enamorada de otra, confía, ha confiado y seguirá confiando contra viento y marea en esa persona: Amor, matrimonio y desconfianza son absolutamente incompatibles». Y en eso basa, al parecer, el intento de hacer colar que la inocencia «pasa obviamente por su fe en el matrimonio y el amor por su marido», según declara. ¿Obviamente?

Si todo con lo que cuenta este despacho legal –presumiblemente de primer nivel– es apelar a la “simpatía” que ofrece la mujer delincuente enamorada de su marido, es que las cosas están realmente feas  en pruebas de inocencia para Cristina de Borbón. “Confianza y matrimonio son absolutamente inescindibles, y el que no lo vea así es que no sabe lo que es el matrimonio», dice Silva. Tampoco parece que sepan ni en las más altas instancias, qué es la justicia.

Lo peor es que sigan confiando en la laxitud moral y el machismo recalcitrante de esa España que creció años y años oyendo a la mujer sumisa, callada, comprensiva que, por mucho que viera, lo más que le preguntaba era que si (él) la quería. La que pedía se le saltaran los pulsos si (ella) le faltaba alguna vez al tipo que la humillaba a diario.

La primera mujer de la familia real española que estudió una carrera. Ocupando un puesto de importancia, internacional ahora, en una de las primeras entidades bancarias del país. Y no sabe ni de leyes ni de impuestos, sino sólo –y nada menos– de amores en plan mujer-mujer. Ha mutado –hasta volverse del revés– de aquella antigua infanta deportista e independiente como antaño la presentaban. Por amor… ha sufrido la desintegración del cerebro.

Como la otra tontita enamorada, Ana Mato, la mujer que ha dejado sin sanidad pública a miles de seres humanos  y ha obligado a restringir o suprimir tratamientos con sus repagos. La responsable de víctimas ciertas con su políticas, tampoco se enteraba de nada. Cegada por la ensoñación amorosa o quizás tan sólo por acatar la supremacía natural de su señor esposo. Es preocupante que se atrevan a tratarnos como idiotas, como niños al menos; que lo consintamos.

A ver si nos entendemos, por amor se priva uno hasta de comer –si faltan recursos– para que se alimenten los seres queridos. Por amor se rompen barreras y se cruzan continentes, aunque pagándose el billete. Lo que no se hace es blanquear capitales, ni delinquir con los impuestos –si es el caso–. Ni, en definitiva, cargar cuentas astronómicas de sushi al erario público. Y, desde luego, no se obliga a trabajar en negro, sin contrato –y cuanto implica–, a los empleados del servicio doméstico. Ni mucho menos se enriquece uno a costa de discapacitados para ensanchar con colmo una vida de lujos que nunca conoció la menor estrechez. El amor tiene mucho más de entrega que de rapiña. Especialmente de lo ajeno.

Dice el abogado Silva: «Lo que no se puede pretender es que el legislador diga: “Mujeres, cuando vuestros maridos os den algo a firmar, primero llamad a un notario y tres abogados”.  ¿Qué ocurre? ¿El amor impide leer contratos por una misma y entender su significado? ¿Revisar la desproporción entre ingresos y gastos tal vez?

La familia real española ha entrado en descomposición, como resaltan los medios internacionales –aquí seguimos con el “ha querido” declarar “voluntariamente”–. El rey balbuceante al que “le falta luz en el atril”, pero a quien el ministro de Defensa ve “vivo de mente”, después, en el vino de honor, ya recuperado… de la baja luz de las bombillas. La reina y el heredero con gesto impasible. O la princesa con su desorbitada e incomprensible pasión por la cirugía estética, que la ha desfigurado, plastificado y frivolizado. Las siguientes generaciones también van apuntando maneras.

Y, como remate, la Bonnie Parker de la cutrez patria, siguiendo ciega de amor a su Clyde Barrow. Cerebro y guía, él –como no podía ser de otra forma aquí–, anduvieron, según la acusación, por las sendas del blanqueo de dinero negro y el delito fiscal, el baile, el sushi, los contratos simultáneos de arrendadora y arrendataria, la explotación laboral de emigrantes o la utilización para el engaño de niños dependientes. “El aquel del cariño” que “desvanece la verdad”.

En todo caso, si por amor se roba, evade, trampea o desfalca, si por amor se llegara a matar –las obnubilaciones de este cariz son muy malas–, por amor se va uno tan campante a resarcir lo enajenado y a la cárcel si es ésa la condena. ¿Cabe alguna duda?

 *Publicado en eldiario.es
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