El Gobierno aplicará una «drástica reducción» de la publicidad en TVE

 Mucho qué decir al respecto, demasiados intereses contrapuestos. Gran parte de lo que tenía que decir lo dije en TVE, en Informe Semanal, en Octubre de 2006, cuando la televisión en España cumplió 50 años.  Creo que tiene una gran vigencia. (Magnífica la realización de Carlos Alonso). Lo rescato de los archivos del programa:

       http://www.informesemanal.tve.es/?go=e5911a8f3a240786c19429278dceea2c54011d4340331c100a811dd8cebcd5cc88c36af9aca51024762f42cf9ae57e40d0f63f197898469de9aea46a2142e76c0802591bccaef003a141466bb04ff24e8c22df979f3bea764e8dfa85ff9d87e16c35977e1c585516964b8c02b2ea069c2a4a9dded99f0a7a83516897cea0b2f68bcc35f7297770cd

La publicidad es spam

Leer, ver o escuchar lo que a uno le interesa, exige pagar un molestísimo peaje: la publicidad. Abre uno los ojos por la mañana, le gustaría saber qué ha ocurrido en el mundo durante las horas de sueño, si alguno de los grandes problemas se solucionó, si ha sobrevenido algún cataclismo. Pero no, se encuentra con max sofás y su aprovechamiento del tópico de la crisis, con el corte inglés y sus interminables rebajas, con ahorra más que vende tan sumamente barato, nos dicen. Acude al ordenador. Pincha una página y le salta un anuncio que, con sadismo, pregunta. ¿Ir a información? ¿Ir al anunciante? Y yo reflexiono si habrá algún ser humano -aparte de los dueños de la empresa- que se haya conectado para ver consejos publicitarios. En mi repaso diario, hoy he encontrado a ING que no sabe como sobrevivir, Repsol, Nokia, Ford Ka, Banesto, Cepsa. Todas las opciones cubiertas. Porque, cuando uno pretende ver la tele, le bombardean con más coches, detergentes, comidas, lugares de vacaciones, productos de belleza, colonias. Diez minutos seguidos con propuestas.

 El colmo ha llegado con algo que no sé qué vende pero que produce arcadas al ver que a una señora -vaya por dios y cómo no- le pica una oreja y se lo cuenta a su churri. ¡Dios qué ingenio! ¡qué nivel!

Y es que la publicidad paga programas, textos, sonidos, imágenes, noticias… todo. Copiando datos de mi libro, recuerdo que España es el tercer país del mundo en consumo de anuncios de televisión, tras Estados Unidos e Indonesia. Más de 33.000 impactos al año, un 32% superior a la media mundial. Las cadenas españolas obtienen pingües beneficios, y no van a perderlos. Al contrario. Aunque la eurocámara ha abierto la puerta al aumento de la publicidad, estima que España rebasa los límites establecidos. Y habla de infracciones. Europa no quiere una televisión como la estadounidense, donde los programas son pausas entre los anuncios. En teoría, porque está dispuesta a admitir que los mensajes publicitarios ocupen hasta el 20% diario de emisión, es decir casi seis horas. De anuncios. Incluyendo la teletienda, que se lleva tres horas. Establece que se podrán cortar las películas cada 30 minutos para poner anuncios, que rebaja en 15 lo permitido -y no siempre cumplido- hasta ahora. Salvo el cine, los informativos y los programas infantiles, no hay regulación para insertar «consejos». No se podrán interrumpir para nada, únicamente… los programas religiosos. El primer día que un anuncio, varios, «patrocinaron» las noticias, profanaron el espíritu de la información, pero nadie se ha preocupado de salvarla.

En la excelente película «Carta a tres esposas» de Joseph L. Mankiewicz (1949) ya se denunciaban los desmanes de la publicidad en radio en EEUU. Hoy han llegado a patrocinar los colegios o similares. Se pueden ver anuncios en las paredes de las aulas, o, en el patio, en los lavabos. «Channel One», dice, equipa «gratis» a los colegios de material audiovisual a cambio de que los alumnos presten atención a 2 minutos de publicidad. «Chips Ahoy» proporciona galletas para que los críos cuenten cuántas pepitas de chocolate contienen. Están formando nuevos consumidores, los del mañana.

La publicidad nos da, además, información no contrastada. ¿Por qué me voy a creer que un botecito de líquido blanco mejora mis defensas aunque me lo cuente una «presunta» periodista, previo pago de sus servicios? Ya he comprobado con las cremas de belleza milagrosas que no rejuvenezco, cada día, diez años. Ni siquiera diez minutos rejuvenezco. Cuándo me dicen que ese super vende más barato ¿lo acepto? Las empresas toman por tontos a los consumidores y no veo que haya leyes eficaces para erradicar la publicidad engañosa que campa a sus anchas por todos los medios. En algunos casos, como en productos que nos cuentan mejoran la salud, puede llegar a ser francamente peligrosa. Pero siempre algún incauto pica.

Ya no caben más coches en el mundo; queremos bancos que nos atiendan, no que nos vendan; compraré donde me venga bien y yo misma haya comprobado sus excelencias de todo tipo: adquiriré el teléfono que me dé el servicio que preciso por el mejor precio. ¡Estoy harta de la publicidad! Ha sido la causante indiscutible de la basura televisiva, por la competencia por atrapar el pastel del dinero. ¿Cómo vivían nuestros padres y abuelos sin apenas publicidad? ¿Podían resistirlo? A lo sumo compraban colacao. ¿Cómo lo hacían los estadounidenses antes de que los anuncios entraran en su sangre? ¿cómo consiguen mantenerse en pie los africanos sin saber de coches, televisores, spas, productos milagro?

Al final, necesitamos cuatro cosas para vivir, el resto es superfluo. La publicidad es spam y ha convertido en spam hasta las noticias, la economía, la política, la cultura, formateándola a su imagen y semejanza. Tras sortear los anuncios como puedo, encuentro a Rajoy hablando. Spam, puro spam.

La calle es mía

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Una plaza de Madrid, bajo el letrero «propiedad particular». Está cerca del Estadio Santiago Bernabeu, patrimonio de un afamado club de futbol… privado. En realidad es una calle con forma de «ese». Además de la cámara de vigilancia, está vallada por ambos extremos. ¿Cuándo la ha vendido el Ayuntamiento? ¿Lo permiten las leyes?

La viñeta de Forges, hoy, en el País, está patrocinada por REPSOL. O así lo parece. No sé si es la primera vez. Amarillo de rabia se advierte al gran personaje.

La mayor parte de las noticias en vídeo que ofrecen los periódicos digitales, obligan a pagar un peaje: unos segundos de publicidad.

Ya no hay quien vea la televisión convencional. Abruman tantos «consejos» y sugerencias de compra. La calidad de los programas se ha envilecido porque la irrupción de las cadenas privadas abrió a la voracidad eso que llaman la tarta publicitaria. Hay que repartir los ingresos, adocenemos al personal con mensajes triviales y será más vulnerable al consumismo.

La televisión concebida como negocio no ha sido inocua. España es el tercer país del mundo en consumo de anuncios de televisión, tras Estados Unidos e Indonesia. Más de 33.000 impactos al año, un 32% superior a la media mundial. El día que se «patrocinó» -respaldó, favoreció… pagó en definitiva- un informativo, llegó el fin de la información. Ahora es «otra cosa», espectáculo, vehículo, reclamo.

Y, mientras, la privatización supera hasta las concepciones más esencialistas del concepto Estado, como «el monopolio de la violencia legítima» de Max Weber. Todo hoy se queda corto ante la realidad: ya se ha privatizado hasta la guerra. La principal empresa, Blackwater, dispone de 20 aviones de guerra y más de 20.000 soldados, entrena a 40.000 agencias privadas «listas para entrar en combate», y en su página web se publicitan así: «la más completa compañía de militares profesionales para tareas de refuerzo de la ley, seguridad, pacificación y operaciones de estabilidad, en todo el mundo». Dirigida por un ultraconservador cristiano, financió a Bush. Cuando él, con la ayuda de Blair y Aznar, invadió Irak, la proporción era de 10 soldados profesionales estadounidenses por uno privado, ahora, hay desplegados 180.000 contratados, frente a 160.000 militares, en palabras de Naomi Klein, autora de «La estrategia del Choque».

Me niego -y todos deberíamos hacerlo, con todos los instrumentos de los que dispongamos- a que mi vida y hasta mi muerte se decidan en consejos de administración privados, pese a la ultramontana defensa que los liberales hacen de ese sistema. Todos pagamos ahora el fiasco económico mundial, dirigido desde las plantas nobles de los más grandes edificios. El fin de una empresa es el lucro privado, no el mío, no el tuyo.

En un Madrid cada día màs privatizado. uno puede, según la prueba gráfica -que, seguro, tiene alguna explicación ¿cómo va a ser lo que figura textualmente?-, y pese a que las leyes -¿qué leyes?- no lo permitan, plantar un letrero y hacerse con la tierra, igual que en el lejano Oeste. Como en la foto: propiedad particular… o «la calle es mía».

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