Las gentes de bien están muy preocupadas por el alza en el precio del petróleo que ha ocasionado la parada de la producción en Libia, debida a su vez, a que andan por allí a machetazo y bombardeo limpio y así no hay quien trabaje en la extracción del crudo. Lógicamente, extienden su inquietud a todos nosotros. El ministro de Industria español, Miguel Sebastián, sir in más lejos, explicó que “una subida del 10% del barril de crudo tiene un impacto de 6.000 millones en la economía española y, en el ámbito europeo, el equivalente a todo el presupuesto de la UE”. He leído también que a los «mercados» ha vuelto a darles su enésimo ataque de intranquilidad. Así que podemos echarnos todos a temblar. No es para menos, Repsol, la antigua empresa pública española, triplicó su beneficio neto el año pasado hasta alcanzar los 4.693 millones de euros.
Veamos, en el año 2003, el precio del petróleo rondaba los 25 dólares barril. Como curiosidad, caben en él 159 litros. En Agosto de 2005, había más que duplicado su costo: estaba a 60 dólares. A partir de entonces comenzó una escalada vertiginosa para llegar a su máximo histórico en Julio de 2008: 147.25 dólares.
Casualmente, por aquellas fechas, los alimentos básicos también habían llegado a precios nunca conocidos. ¿Qué ocurría? En ambos casos lo mismo: especulación. Los nerviosos “mercados” se estaban poniendo las botas –si se me permite la expresión- a costa de millones de personas y gracias a eso que llaman invertir y provocar alzas en los precios con afán de lucro. Se da la circunstancia de que esto se lo manejan entre unos poquitos avisados.
Por aquella época, sí nos contaban también cómo subían el petróleo y las cosas de comer, pero las declaraciones, noticias y opiniones plañideras no señalaban culpables con la intensidad que lo están haciendo ahora.
Porque, señores, ahora sí los hay: los ciudadanos de las “petrodictaduras” y aledaños, se han hartado. Y se han echado a la calle. Se calcula que Gadafi se ha cargado ya a 10.000 manifestantes. Si ése hubiera sido el balance de un terremoto, tendríamos allí cámaras y enviados especiales para contarlo. Porque también el tirano les hubiera dejado entrar. Ahora no.
Nadie duda ya de que el encarecimiento del trigo fue una de las causas de la rebelión contra Mubarak. Voces alarmadas –en este caso con razón- vuelven a alertar de que los precios de los productos básicos alimentarios se han disparado a niveles insostenibles. Se ha evaluado ya su impacto: 44 millones de pobres más en apenas medio año. Hablan de malas cosechas, del socorrido recurso del tiempo: que llueve mucho o hay sequía. En 2008, Vicente Romero entrevistaba a Jean Ziegler, relator especial de la ONU, para un reportaje de Informe Semanal. Sus datos fueron concluyentes: 8 empresas controlan el 80% de los alimentos en el mundo.
Volvemos a las andadas. Estamos como dos meses antes de la caída de Lehman Brothers, primer derrumbe del entramado financiero mundial, ocurrido en Septiembre de 2008. Se han recuperado divinamente. Han hecho saber a sus empleados en los gobiernos mundiales que no pueden ponerse nerviosos. El petróleo ya estaba subiendo. Hace un mes sobrepasó eso tan bonito de “la barrera psicológica”, en este caso de los 100 dólares por barril. La sangre árabe lo ha subido, al parecer, 11 dólares más, 11. Por el momento, ya sé. Aún faltan 36 dólares para llegar al nivel que lo situó la codicia silenciada.
La Comunidad Internacional sigue un día más “muy preocupada”, cada vez más preocupada… y sin mover un dedo para detener la carnicería desencadenada por su amigo Gadafi. Más aún, la inoperante UE, no sabe si está más inquieta aún porque les va llegar una avalancha de desgraciados. Y ahí sí van a tomar alguna medida: ver como les ponen barreras para detenerlos. La Comunidad Internacional sigue reunida. Preocupada. Deliberando.