¿Alguien se imagina a Newton anotando en su lista de tareas: sentarse en el jardín a ver caer objetos? No, evidentemente no. La fascinante pregunta figura en un libro titulado “El arte y la ciencia de no hacer NADA”, el piloto automático del cerebro, que publica en España Clave Intelectual. Su autor es un joven científico norteamericano de origen sueco, Adrew J. Smart. Es un libro que se apoya en los últimos avances de la neurociencia aplicados a esta sugerente teoría. En cierto modo, una parodia de los libros de autoayuda. Crítico y provocador.
Es cierto que la actividad, el trabajo, enlazar unas tareas con otras, se ha convertido en norma en el mundo actual. Más aún, una adicción y una exigencia continua. Smart propone lo contrario: el cerebro necesita descanso para poder ser creativo. Cuando aparentemente “no hace nada” es cuando surgen las grandes ideas. Es, además, como si se activara el piloto automático en un avión proporcionando descanso para poder dedicar las energías a momentos más esenciales como el aterrizaje.
Los avances de la resonancia magnética han permitido comprobar que hay una red neuronal la DMN (default mode network) que bulle en actividad cuando se supone que el cerebro está en reposo y que además está vinculada con funciones bastante importantes, como la interconexión de las diferentes áreas del cerebro, la creatividad y el desarrollo de la propia identidad. Porque uno no puede estar concentrado permanentemente, peligra hasta su salud física. Su cerebro, su corazón. Necesitan trabajar pero –a ratos- de otra manera, a su aire.
El libro recoge las teorías sobre el trabajo incesante –las actuales- o diferentes críticas y defensas que a lo largo de la historia se han hecho del “no hacer nada”. Hasta llegar a los procesos industrialización que imponen metodologías como la Seis Sigma, que dice buscar mayor productividad. En realidad, están destinadas a controlar y regular cada momento del proceso de producción, considerando al ser humano un engranaje más de su procedimiento.
Trato de meterme en vena este libro, sus sabios consejos. Llegan cientos de emails a diario con la mejor intención, múltiples peticiones de que hagas algo, nuevos sistemas de mantenerse conectado a través de otras redes. Yo uso Twitter fundamentalmente, y bastante menos Facebook, olvídenme las restantes. Las relaciones personales son necesarias y muy positivas, pero quizás existen demasiados medios de contacto. Y eso que me he negado a usar whatsapp, dado que parece ocasionar a sus usuarios una dependencia (para mí bastante incómoda). En definitiva, en los momentos de mayor cansancio, aparco lo que creo interesante o ineludible en la lista de favoritos. Pero están ahí, presentes. De esas continuas tareas pendientes también habla el libro. Es sano en algún momento, desecharlas, no se llega a todo.
La reflexión final lleva a replantearse el trabajo y el crecimiento económico que está destruyendo el mundo y a buscar la creatividad que podría salvarlo. Creo que tiene razón, este quehacer diario que en ocasiones se torna frenético de pasar del email, al twitter, y de ahí al periódico o al teléfono, merma de alguna manera las ideas brillantes. Incluso el bienestar. Empieza a pensar que un Newton agotado hubiera visto caer manzanas y ni hubiera reparado en ellas. Hay que poner el piloto automático y disfrutar de las nubes porque ahí es donde pueden surgir ideas innovadoras y gratificantes.