Nueva dieta: escarabajos, chinches, moscas… y esclavitud

Escarabajos, orugas, abejas, hormigas, grillos, cigarras, saltamontes, libélulas, chinches o moscas. La FAO ha encontrado una solución al hambre en el mundo: comer insectos. Estima esta organización de Naciones Unidas que muchas especies tienen tantas proteínas como la carne y que su producción es barata. Anima a su consumo, tanto por seres humanos como por animales. Muchos países con gran parte de población sin apenas recursos ya los utilizan y el informe imagina un futuro aún más prometedor: «En los países en desarrollo, los miembros más pobres de la sociedad [nótese que este menú «tan saludable y nutritivo» no es para ricos]  pueden participar en la recolección, el cultivo, el procesamiento y la venta de insectos. Estas actividades pueden mejorar directamente sus propias dietas y proporcionar ingresos en efectivo a través de la venta de los excedentes de producción», dicen.

Seguramente la FAO tiene razón, la dieta humana ha incorporado muchas especies a su alimentación a lo largo del tiempo y los insectos, como la más prolífica y extendida, representan una fuente inagotable. Aún. Porque no hemos de olvidar que también se trafica y especula con la necesidad humana de comer. Incluso cotiza en bolsa. En concreto y más que en ninguna otra en la de Comercio de Chicago, CBT (Chicago Board of Trade) especializada desde 1848 en “negociación de contratos en el comercio de bienes básicos agrícolas”. Tampoco se libran los alimentos de “productos financieros” de esos que compran y venden sin recibir mercancía alguna.

En un mundo en el que sobra y se desperdicia la comida, la primera gran crisis alimentaria –tras décadas de suaves descensos- estalla en 2008, pocos meses antes de la gran crisis financiera. Y se reproduce con dureza en 2010, cuando la FAO refleja un 39% de subida en sólo un año, con mayor incidencia en cereales, aceites y grasas, que superaron el 71%. Como los tsunamis siempre se organizan en un punto y luego se extienden –aunque la conciencia popular lo obvie- este enorme saqueo social fue uno de los detonantes de la revolución en la primavera árabe.

Por tanto, cuantos más productos ofrezcamos “al mercado”, más “oportunidades de negocio”. Habrá que ser más imaginativos. Aunque púdicos y políticamente correctos ojos no puedan seguir leyendo. El problema es acuciante. ¿Que hay que buscarse chinches en el pelo para freírlas con patatas o cazar moscas en todos los lunes al sol? Antes que no comer, cualquier cosa, dirán muchos. También estamos brindando a la usura el empleo porque  igualmente antes que morirse de hambre sin trabajo preferible es… morirse de hambre trabajando. Uno está más entretenido, que es de lo que se trata.

Esto viene de lejos y se reproduce siempre que la ciudadanía hace dejación de su dignidad consintiendo la codicia de unos pocos. En 1729, sí, siglo XVIII, el escritor irlandés Jonathan Swift escribió  su “ Modesta proposición… para acabar con el hambre en Irlanda. Su propuesta –irónicamente trágica- conmocionó a la sociedad de la época muy alarmada porque desgranaba cómo los niños podían ser un alimento de lo más rentable, una solución al problema: “ Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout”.

No, niños no, pobrecitos, aunque ya lo sean y hayan dejado de considerarse fetos a proteger. Pero mientras llega hasta bañarnos los pies la ola de la avaricia extrema podemos ir pensando en nuevos productos destinados al consumo. Hay uno del que todos disponemos –en mayor o menor medida- según la ingesta de alimentos: la mierda. Yo creo que convenientemente procesada –por empresas privadas naturalmente- se puede reciclar también. Es asequible, muy eficiente y susceptible de ahorro general. No resulta tan descabellado, IKEA –esa gran pionera- ya se adelantó al incluirla en sus tartas de chocolate.

O podemos comernos unos a otros. Otro escritor, el estadounidense conocido como Harry Harrison, publicó en 1966 la novela que daría origen a la película (de 1973) Soylent Green.Imaginaba en ella un futuro -entonces lejano- que hoy encontramos asombrosamente cerca: 2022. Un Nueva York atestado de mendigos hacinados. Sólo la élite minoritaria –como siempre- tiene acceso a alimentos básicos y nutritivos como la carne y las verduras. A la mayoría les repartenSoylent Green –hecho de ese plancton que comen sin esfuerzo los percebes – y Soylent Red…que un día llegarán a saber, estupefactos, de qué se compone. Sí, todo se recicla. Es más productivo.

Llevamos los 5 años de la crisis advirtiendo, desgañitándonos, de un futuro que se cumple inexorable. La UE acaba de decretarnos “austeridad” hasta final de la década en sus nuevos presupuestos. A todos, pero más a los países “malos”, como el nuestro. No nos faltaba más que alimentarnos de insectos  como solución. Su captura y elaboración en las nuevas granjas de la miseria. En España los dirigentes actuales se están comiendo también… el Estado (con auténtica saña sus Servicios Públicos), la gallina de todos los huevos. ¿Todavía seguirán soñando algunos que la crisis se resuelve así? ¿Aún espera alguien que los depredadores devuelvan y repartan su botín?

La crudeza del momento exige reflejar esta amarga realidad tal cual es. Pero también sus soluciones. Nada fáciles, insisto. No tan “fáciles” como abrir la boca y que entren las moscas por todo alimento. Ni siquiera tan “difíciles” como seguir aguantando, resistiendo, los atropellos de esta inconmensurable estafa. Hay que echar a la Europa azul de sus mayorías en la UE. Con los votos. Eso no representa un enorme esfuerzo físico. Y a los dirigentes de cada país que desean, amparan y ejecutan estas políticas. Y, posiblemente, juzgarlos, para que sean ellos los que atrapen moscas “a la sombra”. No hay más. Es cuestión de supervivencia. ¿Y no habla de eso la FAO? Ingerir justicia, cordura y valor, en lugar de cucarachas.

*Publicado en eldiario.es

 

De atunes y sardinas

Un intenso olor a atún putrefacto me rodea hasta producirme náuseas. Llega de millonarios despachos de abogados londinenses, de navieras que no pagan impuestos en el suelo al que reclaman asistencia, de humanas pero impresentables exigencias autoritarias para los riesgos del negocio privado, de sentar precedentes para los secuestros. Ha costado mucho dinero, muchos efectivos, solucionar el secuestro. A un montañero catalán le hicieron pagar los gastos de su rescate al haberse arriesgado imprudentemente. Y no buscaba un lucro personal. En el mismo mar del atún, nadan las sardinas con su ascua adjunta, sirviendo carnaza a la ciudadanía que ya tenemos reallity show nuevo. El señor de los hilillos habla de imprevisión en las catástrofes, sin el menor pudor, sin vergüenza propia o ajena. Una lectora escribe (para un tema cerrado) que ella no entiende nada de lo que lee y escucha y que es obligación de los informados sacarla de su ignorancia o dejar de quejarnos para que todo siga como está.

El colegio de médicos de Andalucía pide que se pueda objetar la ley de muerte digna, porque, cuando ellos no saben curarnos, lo que manda la tradición es que uno palme con dolor e indignidad humana. La Hacienda española despluma a quienes una funcionaria coge ojeriza, mientras uno ve todos los días a numerosos personajes públicos robar a manos llenas. John Paulson, el gestor neoyorquino de hedge funds, se ha embolsado 20.000 millones de dólares con la crisis (que contribuyó a provocar) en el periodo comprendido entre su estallido en el verano de 2007 y el suelo bursátil en la primavera de 2009 (vía “jmares”). La FAO se ha reunido en Roma. Llaman la atención sobre las alarmantes cifras del hambre. En tres años la población en peligro extremo ha pasado de 854 a 1.020 millones. 17.000 niños mueren diariamente porque no tienen qué comer durante días, clamaron en un grito. El G8 ni se molestó en asistir a la cumbre, ni ha pagado la ayuda a la que se comprometió. Y los 60 mandatarios que sí lo hicieron coparon los hoteles de lujo de la capital italiana.

Pues bien, muchos de esos hambrientos, la mayoría, están en África. Somalia lleva más de dos décadas sin gobierno efectivo. Los señores de la guerra campan a sus anchas, incluso ahuyentaron  y ridiculizaron al poderoso ejército de los EEUU y a los cascos azules de la ONU. Para quien quisiera verlo, que para todos se servía, en TVE mostrábamos –en el oscuro reducto del telediario internacional- cómo la ayuda humanitaria para la mayoría hambrienta caía de los aviones pero no podían cogerla. A veces pagaban con su vida el intento. Los señores de la guerra les disparaban, robaban los alimentos y especulaban con ellos. Les servía para afianzar su poder.

La esperanza de vida en Somalia es de 48 años. Las mujeres tienen una media de 7 hijos (que harían las delicias de la derecha española). El 97,8% de ellas son analfabetas, frente al 2,7% de los hombres. Y el islamismo radical –religión mayoritaria en el país- crece por momentos. Y para colmo de males llegaron los occidentales, les quitaron la pesca, sus recursos naturales. El libre mercado, la globalización, lo justifica.

Pero héteme aquí que un día también llegó la televisión. Me cuentan los más viajados, que no hay aldea por mísera que sea en toda África en la que al menos alguien no disponga de un aparato con su parabólica. Y ven cómo vivimos nosotros, o como contamos que vivimos. Los más honrados, los más valientes, se plantan en una patera, para –si  alcanzan puerto y consiguen quedarse- ser tratados como ciudadanos de segunda. O de tercera. ¿A alguien le extraña que los jóvenes somalíes opten por la piratería consentida? Hombre, que es cambiar la choza por coches de lujo ¿cuántos occidentales no lo harían en sus circunstancias?

Vuelvo a insistir en que África se está hartando. Con toda razón. Y numerosas pruebas lo atestiguan. Pero, nada, sigamos con los atunes, las sardinitas y los fuegos artificiales.

  Por cierto, en Somalia hay una rica tradición literaria. La poesía y los cuentos populares, los juegos de palabras, se constituyen en valiosa fuente de comunicación y socialización.  Uno de sus más afamados autores, Al-Hasan’s, con libros traducidos al inglés, concluye así un poema:

«Si no se hubieran convertido en ingratos, no me habría convertido en furioso con ellos.

Yo no he perdido la generosidad y el respeto por ellos.

Yo no les ocultó nada, si ellos desean la paz.

 Pero cuando actuaron con desprecio, la muerte se dirigió directamente a ellos».

Y aquí una mujer, disertando en la calle:

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