No se enteran de nada

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El día 24 de Junio –dos días antes de las elecciones españolas- nos despertamos con la noticia de que los ciudadanos del Reino Unido habían decidido irse de la Unión Europea. Nos acostamos con unos sondeos tranquilizadores: se quedaban. De lo sucedido con la consulta lo más llamativo que hemos ido sabiendo es la banalidad con la que se planteó. El signo de nuestra época, el origen de un desparrame de desafueros.

El cataclismo desencadenado ni siquiera ha llevado aún todo el tsunami a las playas. Escocia quiere permanecer, otros podrían plantear marcharse también. Mercados en zozobra hablan de nefastas consecuencias económicas. La UE se les cae a pedazos pero ahí tenemos a sus prebostes imperturbables. Cameron, el presidente conservador del Reino Unido y autor de ese referéndum sobre el Brexit tan alocadamente esbozado, se permite decir a Corbyn, el líder de los laboristas: “Por amor de Dios, váyase” desde su mundo paralelo.

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No es peor la hazaña del amigo Schäuble. El fiero ejecutor de Grecia sigue imperturbable al derrumbe de una UE que su gobierno y sus bancos propiciaron con su austericidio y su intransigencia.  Amenaza de nuevo a Portugal. El nuevo gobierno progresista se ha desmandado: ha aumentado el salario mínimo, revierte recortes salariales a los funcionarios, y recortes en general, reponen días festivos y, por si faltara poco, dan marcha atrás a las privatizaciones. El ministro de Finanzas alemán se revuelve ante cada nuevo desafío.  Por eso ha llegado la hora de volver a mencionar la palabra rescate. 

No se enteran de nada. Nunca se enteran de nada. Con la mayor crisis social desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, con miles de refugiados abandonados por las aguas y tierras de la Unión, muriendo a borbotones, con el ascenso de la ultraderecha que extiende todos los tonos del azul como un derrame tóxico por la piel de Europa, y Schäuble empecinado en la tijera, en amargar la vida de los ciudadanos para dar un poco más, mucho más, de ganancia a aquellos para quienes gobiernan.

Y aquí igual. Ahí andan quienes, al parecer, adquirieron la política en propiedad porque llegaron primero. Sus voceros se desgañitan esparciendo culpas, sus culpas. No faltaba ya más que oír que esos pobres jóvenes a los que sus angustiados progenitores despiden en los aeropuertos, o los ancianos que no pueden afrontar copagos y medicamentazos con miserables pensiones son culpa… de Podemos.  Todo, hasta las miserables pensiones.  No consiguen entender que los ciudadanos –con minúscula- se unieron, hartos de las políticas de cortijo y puertas cerradas. Que fue al revés de como lo plantean.

¿Y los que lo sabían todo antes de que sucediera el fiasco de… conseguir 5 millones de votos?  Salivan a ver si Unidos Podemos peta. Porque no hay otro partido, ni otro descenso de votos,  ni otro problema para los medios que Podemos.  Se empieza ya a valorar las grandes aptitudes de ese gran líder carismático que ha vuelto a ganar las elecciones. Y que con tanto ahínco y tantos han luchado por mantener.

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No les falta por decir nada más que aquello que no fue pero se convirtió en símbolo ¿Qué no tienen pan? Pues que coman pasteles.  Larga y tediosa travesía nos queda hasta que por algún lado de las costuras de Europa, de España, su arrogante ceguera y su escandalosamente injusto proceder reviente. Maria Antonieta aún no ha cerrado la boca de estupor que se le quedó.

Las elecciones británicas y el jorobado de Notre-Dame

Un amigo inglés, extraordinariamente bien informado por su profesión, me decía que Gran Bretaña ha cambiado mucho en los últimos tiempos. Sí, incluso premian con votos a los corruptos que tanto les indignaron en su día. Y la ciudadanía pide «el cambio» con la boca y concede su confianza a quien conoce, huyendo de experimentos. El fracaso de Cleeg, se inscribe ahí, con el potente añadido de su ley electoral. Son tiempos de mirar el bolsillo, sólo el bolsillo. Sus conservadores renuevan el mito de la singularidad británica, para acercarse a la concepción del nacionalismo que tienen los nuestros. Para ellos, Gran Bretaña es Inglaterra, sobre todo en sus zonas rurales y menos educadas. Pero resulta que no obtienen mayoría para gobernar, y les va a resultar muy difícil conseguirla. Resulta que los Estados no son un convencimiento moral, sino una realidad. Y Gran Bretaña tiene ahí a Escocia, Gales e Irlanda, que también son Estado (lo son, como Cataluña y Euskadi son España, salvo que saquen unos y otros una sierra y se separen). Los dos primeros no votan tory. Sus partidos nacionalistas y los conservadores se detestan mutuamente. Les quedan por ahí diputados ultraderechistas que los tories ven con simpatía, de hecho fueron sus más potentes aliados en las europeas. Como cuenta Giles Tremblet, corresponsal de The Guardian en España, los conservadores británicos -de Cameron-, se acercaron en las votaciones para la UE incluso a una formación española heredera de Blas Piñar. A pesar del apoyo que aparentemente le van a prestar los liberal democrátas para que forme gobierno, muchos prevén elecciones anticipadas en un plazo razonable de tiempo.

Por tener, tienen hasta un líder conservador mediocre que fue calificado por Obama como un “político light”, a pesar de cuánto babeó al poderoso en su visita a Londres. Sabe hablar, ha bajado a la calle a rozarse con el vulgo que ya es un mérito para los británicos -¿será verdad que han cambiado?-, pero Cameron no tenía nada que hacer contra Blair, nadie daba un penique por él hace bien poco. Sí, al parecer, contra el desgastado Brown, que ésa es otra. Se diría que por primera vez, se ha votado en Gran Bretaña “contra el otro”. Y que ningún líder desata pasiones, como en España, a salvo del espejismo de Cleeg, que hubiera necesitado del inevitable aparato de partido del que disponen conservadores y laboristas -menospreciado, cada vez menos digerible-  pero «seguro en tiempos de crisis«. Crisis, se vota con el bolsillo. Y con ceguera.

Los británicos, sin embargo, nos ganan por la mano en democracia. Los ciudadanos eligen a “su” representante no a una entelequia. Le conocen, le hablan, le exigen, le piden cuentas. He sido testigo presencial de ello.

Gritaba el jorobado de Notre-Dame en la revolución francesa:

– ¡Igualdad, igualdad, igualdad!

– ¿Qué quieres? –cuentan que le respondió alguien con poca sensibilidad para las diferencias- ¿jorobarnos a todos?

La tabla rasa de la política, de la sociedad, se está igualando a la baja. La deformidad de espíritu bajo trajes de seda o chanclas.

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