¿Cómo resistir a esta obscena manta de miserias?

 

“¿Cómo transmitir a tus hijos que existe la Justicia, que el esfuerzo recompensa, que el mal se castiga… cuando vives lo contrario?” Las preguntas en Twitter de Lore Beltz, una joven madre aparentemente, son las que se hace cualquier persona dotada de conciencia. Y es cierto que la obscena manta de miserias que nos está cayendo no permite apenas ni recuperarse tras cada andanada. Allí tenemos vomitando corrupciones a los imputados de la trama Gürtel y otras tramas, en las que siempre está el Partido Popular. Y ves a sus portavoces eximiéndose de responsabilidades con un cinismo que excede todos los límites imaginables. Las mismas personas que se disponen a gestionar otra vez los asuntos de todos, apoyados por un poderosos y turbio sector del colega PSOE.

Oír a Francisco Correa, la cabeza visible de la Gürtel, es entender en qué terminó convertido el bipartidismo español. Y hiere tanto el saqueo, como la desvergüenza con la que se cuenta. Y la conspiración política a la altura de cómo se argumenta. ¿Se puede declarar sin sonrojo como ha hecho el portavoz de la Gestora del PSOE que “investir a Rajoy servirá para “sanar el daño” que hizo el PP”?  Modistos y curanderos por el mismo precio.

Produce indefensión comprobar que, cuando más ansias de cambio se pedían y se precisaban, vuelve a triunfar esa concepción de la política que consiste en sacar provecho de la sociedad que te ha dado las llaves del poder, sin el menor escrúpulo en saquearla. Y pensar que a unos cuantos millones de personas les da absolutamente igual que nos roben a todos.  Y que emigrar empieza a no ser una opción porque puedes toparte con la Raza Brexit que no te deje ni entrar en su paradisiaco país o que también te lo impidan en el resto de países que abrazan con igual ceguera la ultraderecha o, con más precisión, reeditan los fascismos.

Habrá tiempo de analizar el Golpe de Octubre en España que está a punto de mandarnos otra vez a la historia de la infamia, lo importante ahora es salir de la ira y el estupor para volver a preguntarse si ser decente vale la pena. Si buscar el bien común tiene algún futuro.  Si mantenerse en pie es preferible a la técnica para avanzar en el poder que definía Heinrich Mann en “El súbdito!: “Para arriba encorvarse, para abajo pisotear”. Estos días, el festejo del día 12 en particular, nos dejó pruebas hasta gráficas de ello.

“La resistencia es, seguramente, ese descubrimiento. Así que todas las apelaciones al desastre total, corrupción endémica y demás no suelen contribuir a la resistencia, sino que consolidan la reacción y niegan la posibilidad de oponer fuerza a la violencia del otro. Pero la resistencia no debe formar parte de la duda. Incluso si se cree que las cosas no tienen remedio, existe la obligación de estar decidido a cambiarlas”, escribía aquí la periodista Soledad Gallego Díaz en un estimulante artículo apelando a los “veranos invencibles”. (Puedes leerlo aquí).

No es solo cuestión de dignidad –que también-, pero no son solo valores éticos los que han de ser invocados. Las sociedades desiguales e injustas funcionan peor que las igualitarias y libres. En las primeras aumentan las tensiones sociales,  las enfermedades, los problemas mentales. Se reduce la esperanza de vida. Crece la violencia.  Las sociedades con mayor respeto a los derechos sociales, a los derechos en general, responden mejor a las crisis. Son incluso más competitivas.

Desde ese punto de vista pragmático, una sociedad más abierta permite desarrollar el potencial  de distintos modelos de creatividad, es más plural y rica. Las monolíticas -y más si  el grupo dirigente es como el que se dibuja ahora en España, ultraconservador y muy cerrado en ideas- se vuelva en crear zotes. Ese pavoroso prototipo de la mediocridad que rechaza la diferencia con la represión y la trampa.  No renta apostar por la injusticia. Basta ver las consecuencias de estar gobernados por personas con alma de general o sargento chusqueros.

¿Dónde estaríamos sin aquellos cuyo esfuerzo hizo avanzar a la Humanidad? Desde Copérnico a Darwin, a Newton, a Fleming si se quiere, a quienes siguen avanzando en el conocimiento científico. Algunos de ellos se dejaron más que la piel en su batalla contra la intolerancia. Que se lo digan a Hypatia de Alejandría. ¿Y dónde sin todos aquellos que prefirieron la firmeza de sus convicciones, el valor, a bajar la cerviz y tragar? Rosa Parks cuando se negó a bajarse de aquel autobús para blancos en Montgomery. Sin quienes cada día hoy siguen dando ejemplos de dignidad y de coraje en los mares de la vergüenza europea y todos los campos de la codicia.

¿El mal gana siempre? Muchas veces, demasiadas. Aunque no todo el que se arrastra consigue levantar al final la cabeza del barro. La maldad, la bajeza, la trampa, no vacuna contra la caída. A veces todo lo contrario, siempre habrá alguien más rastrero dispuesto a auparse sobre quien sea sin escrúpulos.

Nos acaban de hacer Nobel de Literatura a Bob Dylan. Nos lo han hecho en particular a aquellos que crecimos en varias primaveras de sueños de libertad, resistentes y fructiferos como los veranos invencibles. Sembrando bajo los adoquines las raíces de la posibilidad. Porque una cosa es retroceder, como está haciendo está sociedad, y otra regresar a las ideas que nos sustentaron en tiempos de avances. Ya son de todos. De los que tengan vista y coraje. Para volver a convencerse de que los tiempos están cambiando y  sumergirán como una piedra a los que se niegan a nadar con todos.

La respuesta existe. Vuela libre en el viento. Y pensar que no solo hay héroes y tiranos, la mayoría son simplemente arrastrados por la corriente.

*Publicado en ctxt.es

La Ley de la Selva

Doce adolescentes, de entre 12 y 14 años, propinan una descomunal paliza a una niña de 8, compañera de colegio, según el relato de la agredida y de testigos. Doce adolescentes se habrían dirigido así –probablemente a la voz de uno, dos o tres líderes– a secundar una agresión de extrema crueldad sobre una criatura a la que ya han derribado al suelo. Y la patean y crujen a golpes. Sin que nadie mueva un dedo por ella. Hay que ponerse en la mente de todas y cada una de estas alimañas para hacerse idea de la escena.

La pequeña vuelve a clase. Pasará más de una hora allí sentada. También es necesario situarse en su lugar, su dolor y sentimientos. Cuando la madre la recoge han de ir al hospital. El parte médico refleja múltiples daños: el más grave, desplazamiento del hígado. Parece ser que no es un riñón como se dijo en principio, sino el hígado, órgano esencial para la vida. No añade ni quita grados a la salvajada.

Los datos afirman que se ha producido un sensible incremento de los casos debullying en los colegios, y que muchas víctimas no lo cuentan en casa. Temen, probablemente, mayores represalias. Los agredidos son preferentemente niños que por cualquier circunstancia –peso, procedencia– son diferentes al conjunto. La tribu, insegura, ordena la homogeneidad.

Y ahora, en la ceremonia habitual, toca aumentar o restar importancia al caso, eludir o incrementar responsabilidades, responder al puño de hierro con más mano dura, llenar horas de palabrería de consumo, si es el caso.  Son muchos los casos de hecho.

Los adolescentes son espectadores de violencia en las pantallas, argumentan en descargo. Como siempre. Y a los 12, 13 y 14 años, incluso a los 5 si se apura, se sabe que patear entre doce a un ser humano notablemente menor que cada uno de ellos produce efectos desastrosos. Para eso lo hacen. Sin apenas motivo. Para desahogar el odio y el miedo. Lo que no es atenuante alguno.

Estos 12 bárbaros opositan a maltratar en grupo de mayores y subir sus fechorías a la Red. Javier Gállego, Crudo, se refería a estos asaltos en manada, de los que todos somos responsables. Unos más que otros, sin duda.

No es la violencia que se contempla en las pantallas, ficticia o real, el mayor problema. Es la violencia como sistema, la violencia estructural que se está imponiendo en nuestras vidas. El ver triunfar el matonismo con todas sus trampas y zancadillas. Apoyado. La justicia cuando actúa de parte. El desprecio y perversidad con los débiles, como en los grupos menos evolucionados. Termina dejando una raza de cafres.

Cuántas heridas han causado ya las políticas para la desigualdad y las consecuencias que acarrean. España lidera esa brecha en Europa. Reiteradamente. En particular desde que gobierna el PP. Con alarmantes cifras de pobreza infantil o desprotección social. Cuántas secuelas deja y dejará la pobreza inducida. Cuántos niños, jóvenes, adultos y ancianos apaleados contabilizamos desde todos los flancos de la injusticia. Menos mal que ya se puede pedir un Jet privado como quien llama a un taxi con una APP estupenda.

La ley de la selva empieza a definir nuestro mundo de nuevo, reeditando la historia de la barbarie. El Reino Unido, que aprobó un Brexit entre la ira y el desconocimiento, empieza a pensar –ahora– cómo ponerlo en práctica con temibles sesgos de xenofobia. La raza Brexit se afirma por boca de su presidenta Theresa May cuando muestra cierta comprensión a las agresiones a inmigrantesporque quitan el trabajo a los locales, en pura demagogia de la peor especie. Pensando en elaborar listas hasta de escolares extranjeros, los inmigrantes se convierten en moneda de cambio para la negociación de una salida ventajosa de la UE.

May declara que solo admitirán en el país «a los mejores». Hitler no lo hubiera dicho mejor. Y es la avanzadilla insolente de lo que está ocurriendo en Europa. La vida de miles de refugiados es ya para muchos, para los dirigentes en la práctica, calderilla.

¿Violencia en las pantallas o en la vida? A poco que descuidemos su protección emocional, nos encontramos con el hígado destrozado por la bilis de ver al partido más corrupto de la reciente historia de España a punto de volver a formar gobierno. Podría estar listo antes de que acabe el mes. Apoyado por un obsceno golpe en las filas del PSOE cuyos extremos dejan con la boca abierta y sapos en el estómago. Y por ese devenir de periodistas y medios cómplices. No llegan a ocultar noticias de intolerables atropellos desde el buen periodismo, sin embargo. La Cátedra de Corrupción que tenía instalada el PP, según El Mundo, se suma con sus cutres «powepoint» a este continuo sinsentido.

No es para espíritus sensibles ver los panegíricos que montan al «hombre tranquilo» designado por Susana Díaz –otra incomprendida, leo– como gestor con mando en plaza. Y produce un absoluto empacho de inmundicia oír a Javier Fernández, tan respetuoso con la corrupción del PP,  nuevas alusiones a la cal viva –ahora arrojada sobre Podemos–, que este PSOE haría mejor en guardar si realmente fuera prudente.

La ley de la selva pero más puerca y rastrera. No se sale inmune de su ponzoñoso follaje.

La pobre niña brutalmente apaleada en un colegio de Mallorca ha de apechugar con sus dolores, sus secuelas, y las que en el carácter deja la atroz injusticia. Ojalá encuentre caminos de salida y crecimiento. Los energúmenos que se ensañaron, presuntamente, con ella enfrentarán su papel en la paliza, liderazgo para el mal, servilismo cómplice y dañino. Guardan dentro serias lesiones en el ser de humanidad. No es una chiquillada.

Faltan los que miran. Los que miran y callan. Los que miran y golpean, con manos y pies o con su silencio.

*Publicado en eldiarioes

Las tribus de la Sociedad del Espectáculo

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Van de sorpresa en sorpresa. De conmoción en conmoción. Si hace unos meses fue el Brexit británico, ahora es el Plan de Paz del gobierno colombiano con la guerrilla de las FARC. Tras 54 años de conflicto, 250.000 muertos y 6 millones de víctimas, ha acudido a votar solo el 37% de la población y por unas décimas ha ganado el NO. Los ejemplos se suceden y nos queda mucho más por ver. Son consecuencias, en mayor o menor medida, de la Sociedad del Espectáculo.

Hay numerosas. En España acabamos de asistir a la representación completa de la tragicomedia del PSOE –televisada, radiada, escrita e interpretada– de cuyo cómputo de víctimas destaca sobre todas la credibilidad. Y empieza el juicio de la Gürtel que será manufacturado según convenga. Mejor que no se vea mucho que igual alguien considera una desvergüenza tener y apoyar para que repita el gobierno de un partido procesado por corrupción. A qué punto habrá llegado esta sociedad para que tal aberración este ocurriendo.

La frivolidad es la característica dominante de esta nueva comunidad de adictos a hacer de la vida un show. Cada vez se lee menos y se profundiza menos en los análisis. Parecen haberse sustituido por opiniones ajenas de confrontación, a ser posible, surtidas de lo que llaman –sin ninguna inocencia– «rifirrafes» y «zascas». Se evidencia pereza para siquiera elaborar los argumentos que les sirven precocinados. Y, sobre todo, para seleccionar el grano de la bazofia. Borrado de la memoria por la sucesión de impactos que llenan el disco duro de los cerebros. Y pasión por el espectáculo.

En el caso de Colombia, vemos a dos políticos que afrontan de muy diferente forma el problema del terrorismo. Álvaro Uribe con mano dura y acción militar, Santos negociando. El expresidente Uribe –a quien se llamó el Aznar de Colombia y mantiene excelentes relaciones con Felipe González– ha hecho campaña por el NO. Con todo el argumentario clásico: con el sí se daría pie a un gobierno del «castrochavismo» y se haría presidente a un terrorista. Ocho años lleva repitiéndolo a diario Uribe, dos meses mostrando Santos los pormenores y ventajas del trato. Un acuerdo de paz  no es fácil, presiones y errores se añaden; lo que no se puede es abordarlo superficialmente y manipulado.

En el Reino Unido ocurrió esta misma simplificación. El aspecto más destacado por analistas serios fue la extrema frivolidad con la que se presentaba algo de tal trascendencia como la salida del país de la Unión Europea. Con cuanto implica desde todos los puntos de vista. Después, siempre, la sorpresa. ¿Y si repetimos votaciones hasta que salga de nuestro gusto? Es que mucha gente no se enteró o no se enteró bien.

En poco tiempo, los ciudadanos pasaron a ser consumidores y ya se han convertido en espectadores. Muchos de ellos se agrupan en tribus gregarias –o grupos fijos de abonados– de efectos negativos para el bien común. Los departamentos comerciales les eligen candidatos con los que puedan identificarse. Lo que esté de moda en el momento. Ahora se llevan los modelos de madres amantísimas de sus electores, buenas perversas, impúdicos sabelotodo, mucho cortesano, cínicos de toda la vida, y escasa cultura para dar cercanía a la baja exigencia. Despunta en tendencia el hombre gris y presuntamente sensato y moderado. Siquiera para animar el cartel, el argumento y los protagonistas amenazan con ser idénticos. Las tribus apuntalan los cimientos del teatro, no se saldrán del guión.

La tribu de los idiotas

Idiota no nació como insulto, pero es así como se llama desde la antigua Grecia a «aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses particulares». En Atenas, su desinterés y aislamiento llevaban al idiota a perder derechos que le correspondían. De ahí que el idiota terminara por ser a asimilado a un ignorante que renuncia por voluntad propia a la política que le afecta. Son los que repiten: bastante tengo con ocuparme de buscar el sustento, atender a mis hijos y qué menos que distraerme con el fútbol o lo que echen por la tele. Y por tanto se inhiben de cualquier responsabilidad social.

La tribu de los «a mí»

Son vástagos de los anteriores. La diferencia apenas radica en que sí prestan atención a los asuntos de la vida pública, pero situándose en el centro de todo argumento. «A mí’ no me han bajado el sueldo. «A mí» que me arreglen lo pedí, «a mí» la calle. «A mí» me atienden en hospitales muy limpios y bonitos. Y un sinfín de visiones absolutamente egoístas que no contemplan ni el daño ni el bienestar de otros.

La tribu de los cuñados

Mucho más definida y popular. Son los que todo lo saben, dan argumentos pueriles y, sin embargo, se dicen y se creen sapientísimos. Sin rastro de pudor para mostrar bien alto su ideario. Con osadía infinita.

*La variedad Hater nos presenta a un cretino integral que no se cortaría en discutir e increpar, sintiéndose en el mismo nivel, al reciente premio Nobel de Medicina sobre su hallazgo: la autofagia. La especie abunda en Twitter y en el periodismo de zascas.

La tribu de los «así ha sido toda la vida»

El voto conservador se nutre de ellos en particular. Amantes de las tradiciones, llama la atención que hayan permanecido impermeables a los cambios y avances que se producen en un mundo en constante evolución. De Heráclito ya, ni hablamos. Ajenos a los hechos que han mutado y obligan a otras respuestas. Incrustados en el blanco y negro, tras varias décadas desde que llegó el color a la televisión. Pueden salir a votar con el rosario en la mano a quienes condenan a la pobreza y la desesperanza a muchos seres humanos y roban el dinero de todos. Son capaces de afirmar –por miles, por millones–  que, el PP, por ejemplo, « al margen de la corrupción lo hace bien«.

Al margen, como si pudiera deslindarse, en el caso de ser cierto ese «hacerlo bien» para el conjunto de la sociedad. Es de suponer que en la planificación de sus cuentas del mes incluyen un apartado para la «mordida» que se llevan los corruptos.

Alas de mariposa

Tendríamos que hablar de muchas otras tribus. Etiquetas para una sociedad cómoda que no sabe prescindir de ellas. Del «me gusta» y «no me gusta» como base de decisión en asuntos trascendentales para la convivencia de todos. De los serviles y de los que siempre apuestan a caballo ganador aunque caigan bajo sus herraduras. De quienes se fían de toda la pléyade de predicadores del ultraliberalismo que pueblan ya las pantallas; idiotas para idiotas, en la terminología griega. Y de los manipuladores. Y de los Jockers para odiar y vender más.

De ese público que se apasiona, apuesta, sufre y se divierte con la realidad hecha ficción y festejo. Piensas: no se comprarán un coche o un piso con tan poco criterio. En la práctica sí, más: confían su salud y la de su familia, la educación de sus hijos, el futuro de todos, guiados por el político o tertuliano que les cae bien. O por cualquiera que les diga lo que quieren oír para justificarse: « que otros lo harán peor». Odian más a quienes les señalan, aunque ni le conozcan, que a quien les hace daño.

El problema es grave. No ha hecho sino aumentar desde que se dieron las primeras voces de alarma. No lleva camino de frenarse salvo que los propios ciudadanos tomen conciencia de lo que está ocurriendo. La Sociedad del Espectáculo, creada a conciencia, se ha hecho un monstruo incontrolable. Pero la principal responsabilidad es de quien la traga. Cuesta entender que seres adultos se sienten a dejarse hacer tinte, champú y corte con sus cerebros.

Los hechos tienen consecuencias. El Efecto Mariposa, con aquel suave aleteo que provocaba tornados al otro lado del mundo, es cosa de niños al lado de la destrucción que está causando ya la Sociedad del Espectáculo.

*Publicado en eldiarioes

No se enteran de nada

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El día 24 de Junio –dos días antes de las elecciones españolas- nos despertamos con la noticia de que los ciudadanos del Reino Unido habían decidido irse de la Unión Europea. Nos acostamos con unos sondeos tranquilizadores: se quedaban. De lo sucedido con la consulta lo más llamativo que hemos ido sabiendo es la banalidad con la que se planteó. El signo de nuestra época, el origen de un desparrame de desafueros.

El cataclismo desencadenado ni siquiera ha llevado aún todo el tsunami a las playas. Escocia quiere permanecer, otros podrían plantear marcharse también. Mercados en zozobra hablan de nefastas consecuencias económicas. La UE se les cae a pedazos pero ahí tenemos a sus prebostes imperturbables. Cameron, el presidente conservador del Reino Unido y autor de ese referéndum sobre el Brexit tan alocadamente esbozado, se permite decir a Corbyn, el líder de los laboristas: “Por amor de Dios, váyase” desde su mundo paralelo.

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No es peor la hazaña del amigo Schäuble. El fiero ejecutor de Grecia sigue imperturbable al derrumbe de una UE que su gobierno y sus bancos propiciaron con su austericidio y su intransigencia.  Amenaza de nuevo a Portugal. El nuevo gobierno progresista se ha desmandado: ha aumentado el salario mínimo, revierte recortes salariales a los funcionarios, y recortes en general, reponen días festivos y, por si faltara poco, dan marcha atrás a las privatizaciones. El ministro de Finanzas alemán se revuelve ante cada nuevo desafío.  Por eso ha llegado la hora de volver a mencionar la palabra rescate. 

No se enteran de nada. Nunca se enteran de nada. Con la mayor crisis social desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, con miles de refugiados abandonados por las aguas y tierras de la Unión, muriendo a borbotones, con el ascenso de la ultraderecha que extiende todos los tonos del azul como un derrame tóxico por la piel de Europa, y Schäuble empecinado en la tijera, en amargar la vida de los ciudadanos para dar un poco más, mucho más, de ganancia a aquellos para quienes gobiernan.

Y aquí igual. Ahí andan quienes, al parecer, adquirieron la política en propiedad porque llegaron primero. Sus voceros se desgañitan esparciendo culpas, sus culpas. No faltaba ya más que oír que esos pobres jóvenes a los que sus angustiados progenitores despiden en los aeropuertos, o los ancianos que no pueden afrontar copagos y medicamentazos con miserables pensiones son culpa… de Podemos.  Todo, hasta las miserables pensiones.  No consiguen entender que los ciudadanos –con minúscula- se unieron, hartos de las políticas de cortijo y puertas cerradas. Que fue al revés de como lo plantean.

¿Y los que lo sabían todo antes de que sucediera el fiasco de… conseguir 5 millones de votos?  Salivan a ver si Unidos Podemos peta. Porque no hay otro partido, ni otro descenso de votos,  ni otro problema para los medios que Podemos.  Se empieza ya a valorar las grandes aptitudes de ese gran líder carismático que ha vuelto a ganar las elecciones. Y que con tanto ahínco y tantos han luchado por mantener.

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No les falta por decir nada más que aquello que no fue pero se convirtió en símbolo ¿Qué no tienen pan? Pues que coman pasteles.  Larga y tediosa travesía nos queda hasta que por algún lado de las costuras de Europa, de España, su arrogante ceguera y su escandalosamente injusto proceder reviente. Maria Antonieta aún no ha cerrado la boca de estupor que se le quedó.

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