El diablo se viste de exorcismo oportunista

El arzobispado de Madrid ha decidido formar con carácter urgente un cuerpo de 8 nuevos exorcistas. El órgano que preside el cardenal Rouco Varela lo justifica por “la fuerte demanda” de acabar con posesiones demoníacas o influencias maléficas entre las que sitúa desde el reiki a la magia negra, brujas y quiromantes, mal de ojo, echadores de cartas y esoterismos varios. O, siquiera sea, para aliviar la ansiedad de los creyentes que se sientan víctimas de influjos negativos ante la dura situación que vivimos. Que se recuerde, no hay precedentes de este importante refuerzo de extirpadores de “el Mal”,  desde los medievales tiempos de Torquemada.

En la primavera de 1986 el Vaticano puso en marcha una medida similar al nombrar de una sola vez seis para Turín, que ya tenía dos. El impacto que produjo la noticia –en un mundo algo más racional– fue suficiente para que nos desplazáramos hasta allí un equipo de Informe Semanal. Eran tiempos convulsos. Aún quedaban restos de la debacle económica que produjeron las dos crisis del petróleo con un alza espectacular de precios. Reventaba la central nuclear de Chernóbil en Ucrania. Se sucedían los atentados. Múltiples. De Libia hacia fuera, de EEUU como revancha. En Suecia era asesinado el jefe de Gobierno, Olof Palme. ETA mataba en Madrid a cinco guardias civiles. Una América Latina en pleno ensayo del neoliberalismo anunciaba desembolsos de hasta el 60% de las exportaciones para pagar la deuda. Portugal había elegido al socialista Mario Soares como presidente de la República. Y en España el Gobierno de Felipe González nos había metido en la OTAN, a través de un referéndum que enervó mucho los ánimos.

Cuando la sociedad sufre, el diablo se hace fuerte o… se presenta como una oportunidad de oro para explotarlo, según debe pensar la jerarquía católica y por eso Turín se llenó de exorcistas. Al mismo nivel que ahora Madrid. No hay comparación. Por el momento. La capital del Piamonte, en bruma de norte y de fábricas, pasa por ser –con Londres y San Francisco– uno de los tres vértices de la magia negra. Solo que también lo es –con Lyon y Praga– de la magia blanca. Un polvorín. El bien y el mal confluyendo en una misma ciudad que… se volcaba en rentabilizar la fiebre satánica. Los múltiples canales de una televisión comercial que, para nuestro bien, todavía no conocíamos en España ofertaban toda suerte de sortilegios. Tanto para surtir como para quitar maleficios.

Ante tanta competencia desleal, nada mejor, pensó el Vaticano, que reforzar en Turín los especialistas en sacar el demonio del cuerpo. Su influencia, explican, se manifiesta por grados. Va desde la simple tentación, pasa por la infestación maléfica (que cuentan los especialistas coarta ya la libertad del individuo) y llega al culmen con la posesión demoníaca en donde la persona queda anulada. Allí ya es cuando se desatan convulsiones, dominio perfecto de idiomas extranjeros (que no deja de ser una curiosa peculiaridad) o una fuerza sobrehumana. Un odio atroz. Y el conocimiento de secretos de conciencia de otros. Aún le dolía todo lo que le había recriminado el maligno –intimidades nunca reveladas– a un experimentado exorcista, Hugo Savaglia, en sus largas charlas a través de los poseídos. Entre sus exorcismos, nos citó el caso de una joven empleada de un supermercado, muy católica, que tenía la desgracia de pertenecer “a una familia comunista, atea y materialista”.  Y que, sin embargo, terminó en sus manos, desahuciada por la ciencia. La gran dificultad para corroborar estos hechos desde la razón es que las víctimas no recuerdan absolutamente nada una vez han sido liberadas de la posesión diabólica. Y, así, claro, no hay manera de entrevistarles.

El Vaticano admitía la existencia de unos 5.000 endemoniados en estudio en todo el mundo, y que, de ellos, sólo un 2-3% lo eran realmente. “El resto tiene problemas psiquiátricos”, decía Corrado Balducci, un experto de la curia romana. Mucho más prudente, creía que el pesimismo vital genera misticismo para evadirse y que puede darse en una amplia gama que cubre todos los extremos. El ritual del exorcismo es el mismo desde el año 1500 y no especifican en qué consiste con toda precisión. Solo aseguran que es “inofensivo para la integridad física del afectado”. No se dice nada de la psíquica o emocional.

Satán es palabra hebrea y significa “adversario”. Es el príncipe del infierno, pero luego hay –dicen– una escala decreciente de diablos que se ocupan de países, ciudades y hasta de cada uno de nosotros. Es decir, que llevaríamos de sombra tanto a un demonio como a un ángel de la guarda, según la creencia católica más ortodoxa. Pero así como los ángeles son puros y etéreos, en el lado del mal se dan hasta el sexo y los géneros. Así podemos encontrarnos incluso a Lamiae que sería una diabla en toda regla. Y que en realidad tiene su origen en la mitología grecolatina.

El Vaticano no ha tenido una postura unánime en su Papado sobre el demonio a lo largo de su historia. Los más escépticos, Benedicto XIV y Pío X. Y los más entusiastas, Pablo VI y Juan Pablo II. Salvo Ratzinger que, incluso antes de ser llamado a más grandes destinos, elaboró como cardenal un inventario concreto. Afirmó que había 758.640.176 demonios diseminados por el mundo. Ni uno más, ni uno menos. Dado que son inmortales, la cifra con seguridad no habrá menguado. A esta persona se le entregaron los destinos de la Iglesia católica.

El nuevo Papa, Francisco, puso sus manos hace unos días sobre un enfermo que gritaba y, aunque se ha apresurado a desmentir que se tratara de algo diferente a calmarlo, la jerarquía católica española se ha apuntando con gran diligencia a lo que podría ser una tendencia. ¿Por qué no reactivar los exorcistas? Hay crisis, involución ideológica, y si ya ha colado imponer en España la educación ultrarreligiosa ¿por qué no va a haber también “una gran demanda” de expertos en echar al maligno de los cuerpos que ocupa?

La sola existencia de estos expertos crea su necesidad en mentes débiles o enfermas. La angustia extrema por situaciones reales lleva a buscar salidas impensables en momentos de lucidez. Todo sea por pescar en el río revuelto. En este festín que en España ha propiciado la mayoría absoluta del PP, campan los avispados que ni por milagro condenan las causas que han propiciado esta situación. Los que demuestran que hay fijaciones irracionales por las que no pasan… los siglos.

El irresistible atractivo de la maldad

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Huyendo anoche de los interminables anuncios y los malos telediarios, de miasmas y temores hipocondríacos –yo-, recalamos durante la cena en una película que emitía Imagenio. La de David Trueba y Luís Alegre sobre y con Fernando Fernández Gómez. Lo último que quería y queríamos era una cosa tan ardua como una entrevista casi a palo seco. Pero nos enganchó de tal manera que, insólitamente, hasta suspendimos la conversación de la cena. Y nos dirigimos, después, al sofá como autómatas para seguirle escuchando, con todos sus defectos y virtudes. Pues bien, de las muchas cosas que se me quedaron grabadas fue por ejemplo que la gente de derechas es más rica -que dicho por él tenía algo de ironía o de sensación de haber equivocado el camino-. No sólo eso, añado, se puede mentir, robar, prevaricar, manipular, practicar la demagogia, sin coste alguno. Negativo. Que también hay quien usa la izquierda para lo mismo, sin duda, pero a éstos –salvo a los híbridos de progresista y conservador- no les queda el salvoconducto de acudir a un confesionario y rezar dos padrenuestros y tres avemarías para solventar el delito.

Decía Fernán Gómez que él era maniqueísta: sólo existe el bien y el mal, sin estados intermedios; sólo buenos y malos. Y, de ser cierta tal simplificación en la que jamás he creído, la reflexión que desata es que siempre han triunfado los malos. En todos los órdenes de la vida. Y, ahora más, no encuentro ningún Gandhi al que agarrarme como excepción en el mundo actual.

Fernando Fernán Gómez dijo que toda su vida había perseguido el ideal de mujer de Marlene Dietrich, porque era mala e inquietante. Y parece que es cierto: a los hombres les gustan las tías malas, las que les putean, las inaccesibles. Y a muchas mujeres también les atrae la infamia y la perversión, a los buenos chicos los quieren sólo como amigos. La maldad parece ser un atractivo. Inconfesable en general. Sólo hacen gala de él las descerebradas que escriben a la cárcel, enamoradas, a gente como el presunto asesino de Marta del Castillo. No sé si debe al masoquismo imbuido por la educación católica, o a un primario instinto de caza que sólo espera alcanzar las piezas más difíciles. Para poner el pie sobre ellas y seguir su camino, supongo. No imagino la convivencia con un fiero león poseído por el mal -que de suyo todos los animales son bastante mejores que los humanos-. Aunque, especialmente en las  mujeres, se dan casos de peregrina ingenuidad, ésa que supone que el malvado cambiará por amor. Fernán Gómez dijo con una expresión de cierta ternura pero también de frustración que, sin embargo, todas sus mujeres fueron bondadosas.

Yo he querido toda mi vida ser una mujer fría –lo argumenté incluso en mi primer libro-. No estar dominada por las emociones, aunque aporten sensaciones extremas que a veces parecen justificar una vida. Una mujer de hierro puro, sin frágiles incrustaciones de cristal.

Mi amiga Camino me envía un cuento de un monje budista reiteradamente mordido por un escorpión al que intentaba salvar de una muerte cierta por ahogamiento. Y -hoy, no sé mañana-, no estoy nada segura de si salvar escorpiones, en esas circunstancias, se hace por convencimiento o por genética y, en el fondo, impulsados por una estupidez irremediable. Si ser malo, sin conciencia, no es más productivo en una existencia sin futuro de tierras prometidas. Porque todos sabemos cómo hacer daño, dar con la tecla que duele, y encima el mundo se vuelca a tus pies. Definitivamente los catarros B –que no gripes A- alteran mucho las neuronas. Vds. disculpen.

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