El irresistible atractivo de la maldad

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Huyendo anoche de los interminables anuncios y los malos telediarios, de miasmas y temores hipocondríacos –yo-, recalamos durante la cena en una película que emitía Imagenio. La de David Trueba y Luís Alegre sobre y con Fernando Fernández Gómez. Lo último que quería y queríamos era una cosa tan ardua como una entrevista casi a palo seco. Pero nos enganchó de tal manera que, insólitamente, hasta suspendimos la conversación de la cena. Y nos dirigimos, después, al sofá como autómatas para seguirle escuchando, con todos sus defectos y virtudes. Pues bien, de las muchas cosas que se me quedaron grabadas fue por ejemplo que la gente de derechas es más rica -que dicho por él tenía algo de ironía o de sensación de haber equivocado el camino-. No sólo eso, añado, se puede mentir, robar, prevaricar, manipular, practicar la demagogia, sin coste alguno. Negativo. Que también hay quien usa la izquierda para lo mismo, sin duda, pero a éstos –salvo a los híbridos de progresista y conservador- no les queda el salvoconducto de acudir a un confesionario y rezar dos padrenuestros y tres avemarías para solventar el delito.

Decía Fernán Gómez que él era maniqueísta: sólo existe el bien y el mal, sin estados intermedios; sólo buenos y malos. Y, de ser cierta tal simplificación en la que jamás he creído, la reflexión que desata es que siempre han triunfado los malos. En todos los órdenes de la vida. Y, ahora más, no encuentro ningún Gandhi al que agarrarme como excepción en el mundo actual.

Fernando Fernán Gómez dijo que toda su vida había perseguido el ideal de mujer de Marlene Dietrich, porque era mala e inquietante. Y parece que es cierto: a los hombres les gustan las tías malas, las que les putean, las inaccesibles. Y a muchas mujeres también les atrae la infamia y la perversión, a los buenos chicos los quieren sólo como amigos. La maldad parece ser un atractivo. Inconfesable en general. Sólo hacen gala de él las descerebradas que escriben a la cárcel, enamoradas, a gente como el presunto asesino de Marta del Castillo. No sé si debe al masoquismo imbuido por la educación católica, o a un primario instinto de caza que sólo espera alcanzar las piezas más difíciles. Para poner el pie sobre ellas y seguir su camino, supongo. No imagino la convivencia con un fiero león poseído por el mal -que de suyo todos los animales son bastante mejores que los humanos-. Aunque, especialmente en las  mujeres, se dan casos de peregrina ingenuidad, ésa que supone que el malvado cambiará por amor. Fernán Gómez dijo con una expresión de cierta ternura pero también de frustración que, sin embargo, todas sus mujeres fueron bondadosas.

Yo he querido toda mi vida ser una mujer fría –lo argumenté incluso en mi primer libro-. No estar dominada por las emociones, aunque aporten sensaciones extremas que a veces parecen justificar una vida. Una mujer de hierro puro, sin frágiles incrustaciones de cristal.

Mi amiga Camino me envía un cuento de un monje budista reiteradamente mordido por un escorpión al que intentaba salvar de una muerte cierta por ahogamiento. Y -hoy, no sé mañana-, no estoy nada segura de si salvar escorpiones, en esas circunstancias, se hace por convencimiento o por genética y, en el fondo, impulsados por una estupidez irremediable. Si ser malo, sin conciencia, no es más productivo en una existencia sin futuro de tierras prometidas. Porque todos sabemos cómo hacer daño, dar con la tecla que duele, y encima el mundo se vuelca a tus pies. Definitivamente los catarros B –que no gripes A- alteran mucho las neuronas. Vds. disculpen.

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