Rostros de botox, cuerpos de anguila, tetas de silicona

Escribir de asuntos tangenciales o no escribir. Al menos, en tanto escampa. Miro en qué se enreda la sociedad: pinganillos, pelotas, humos, pulpos adivinatorios (en fugaz paso por la moda) debates para entretener sin llegar a puerto. Puede que seamos la sociedad con más necesidad de diversión de la historia. De sobrevolar la superficie evitando tocar fondo. El modelo estético femenino siempre ha sido un revelador escaparate. Lo pensaba el otro día viendo a Marylin Monroe a quien hubieran puesto a dieta rigurosa de haber vivido en esta época. Qué asco, qué gorda.

Escribí hace tiempo, justo antes de que la crisis irrumpiera en nuestras vidas (para tampoco inmutarnos) sobre ello:

Todo icono refleja a la sociedad que lo crea. Muchas buscaron -desde los griegos- armonía, equilibrio, perfección. El siglo XX se inicia con una explosión de creatividad y rebeldía. La misma que -algo más ingenua- impregnó los sesenta, exuberantes y coloridos. La mujer, entretanto, engordó y adelgazó al ritmo que le marcaban y siembre hubo de ser joven.

 

Contemplo las anguilitas que salen en la tele y leo que provocan concupiscencia. Apenas una mano serviría para cubrir sus brazos o piernas, dos para su cintura. La carne, las formas, ha sido desterrada desde que modistos misóginos descubrieron la utilidad de las perchas humanas para presentar sus prendas.

 

El modelo ha de ir forzosamente acompañado de tersura en la piel, y de globos inflados donde suele haber protuberancias mamarias. En la piscina de mi gimnasio he observado que flotan. Un canalillo antinatural marca la diferencia.

Y la cara, espejo del alma. El botox y la cirugía han desgraciado sin remisión a actrices como Nicole Kidman o Meg Ryan. Empiezan a rebelarse.

Adineradas maduras intentan atrapar el fantasma de la juventud perdida (¿por qué hay que llorar por su ausencia?) inflando su cara, que aparece más o menos lisa –y por una temporada- a cambio de simular ser un embutido. ¿De verdad este rostro es más hermoso que el de una mujer de su edad sin operar?

Presentadoras de informativos ofrecen también sus caras estereotipadas y una cejas que comienzan a elevarse hasta mitad de la frente lo que termina por obligar a depilarlas y sustituirlas por el “natural” trazo del lápiz. En el país que más operaciones de cirugía estética llegó a practicar, mujeres anónimas se endeudaban con créditos para intentar parecerse al modelo reinante. Hasta las políticas sucumben revelando -todas- su escala de valores.

Nuestra sociedad de hoy parece querer borrar surcos y matices, peso. Allanar también el pensamiento. Compartimentar, para aislarnos y enfrentarnos. Su imagen -enjuta, sintética, plastificada- podría simbolizar su inconsistencia en los frágiles hilillos que constituyen las piernas de las modelos. No es casual. Los mismos entes que producen niños planos, aspirantes a famosos, consumidores desde ahora y para siempre, cercan a las demás generaciones. Planchar rostros genera beneficios económicos, contratar en el trabajo a jóvenes inexpertos, menos costo. La insatisfacción permanente, vulnerable desasosiego, o rendición. ¿Dignificar la escala de valores imperante es tarea imposible?, escribí hace solo dos años y medio para terminar por ver en mi país un 40% de paro en la juventud. Y la escala de valores a ras de suelo y de cloaca. Ya se pide hasta legalizar la trampa. Encomiable ejemplo: fachada artificial y engaño para triunfar. Y lo peor es que ese otro «mercado» tampoco parece aceptar otra cosa.

Vaya, que no llevo buen camino para frivolizarme.

5 de Agosto

Siempre me ha sabido esta fecha a fiesta: era el cumpleaños de mi madre. Ella hubiera comenzado el día como todos: nos despertaba contándonos las noticias que ya había leído en Heraldo de Aragón (llegaba a casa por suscripción) al levantarse más temprano que los demás a preparar el desayuno. Probablemente fue ella la que imbuyó en mí la costumbre de querer saber y compartir lo que pasa.

Entre parabienes y regalos, mi madre no dejaría el día de su aniversario de ir a la compra y preparar la comida (sin duda utilizando manjares mejores que a diario, cuando se pudo). Con ayuda de la abuela, mientras vivió. Con la mía. En aquella época los hombres no ponían ni la mesa.

El calor árido y potente de los agostos en Zaragoza, se colaba por las ventanas, a pesar de las persianas echadas. No hasta abajo, a mi madre le gustaba la luz. Un año, durante la comida, la radio al fondo emitió una noticia que nos conmocionó: había muerto Marylin Monroe, la hermosa y frágil mujer a la que seguramente entonces queríamos parecernos -al menos en algunos gramos de personalidad-, la que, desgarrada e ilusa, cantaba apenas 3 meses antes “happy birthday to you” al arrebatador presidente del cambio y la esperanza, que sería asesinado un año después.  

La mujer que atemperaba mis sueños de rebeldía, me hizo llegar muchos años después (ya desaparecida) los recortes de periódico que –como yo- atesoraba. Hitos de mujeres a los que la España franquista no les dejaba aspirar. El tiempo añadió a la carpeta los pequeños logros de su propia hija. En un papel ya amarillento leo un artículo del médico y escritor Santiago Lorén: “Sender y las mujeres”. Y que termina así. “Los lógicos del arribismo y del éxito dicen que siempre detrás de cada hombre hay una mujer; sólo los poetas saben que la mujer no está detrás, sino delante; muerta o viva, huidiza o alcanzable, siempre por delante, señalando la meta y el camino”. Mi madre no compartió conmigo estos sueños secretos, algunas rosas cortadas en el camino aconsejaban prudencia.

Aquellas mujeres españolas hubieran necesitado a una Bibiana Aído, la tan injustamente vilipendiada ministra que, con voluntad implacable, lucha por la igualdad. Aún un 40% de nuestra sociedad piensa que la violencia de género es culpa de la mujer por no irse de casa. Una aplastante mayoría encuentra excusas a los maltratadores. Y un 18,9% que la mayor parte de las mujeres presenta denuncias falsas –a pesar de la abrumadora cifra de víctimas-. Hijos de aquellos lodos.

Un 5 de Agosto, mi hijo de 11 meses, se levantó y se puso a caminar por primera vez. Tambaleante como todos, prudente quizás, pero firme. En su primera decisión autónoma, cogió un cenicero y se dispuso a arrojarlo a la calle por la terraza. Claro mensaje de un deseo, cuyo cumplimiento aún le debo. Primeros pasos de indeleble recuerdo que todavía trato de afianzar con los brazos de una mirada discreta que le empuja hacia delante. Y que me devuelve, reconfortante, la misma contrapartida.

Y hoy, 5 de agosto de un mundo regido por el dinero casi exclusivamente, se cierra una cuenta de largos pagos: ¡hoy he terminado de pagar la hipoteca! Ya era hora. La codicia que impera en el orden mundial, aún nos pone en riesgo, pero menos. Ya no más los lejanos sueños de habitaciones de hoteles que desahucian, como debe ocurrirles a tantos españoles que viven en casas cuyos dueños son los bancos, aunque las crean suyas.

En un mundo en quiebra mal repartida, sin objetivos ni voluntad clara de solución, la fiesta de este 5 de Agosto es pisar en tierra firme, sin más cuotas. Los otros recuerdos del día, ponen alas de más altura para seguir festejando la dicha de vivir.

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