Fiel a mi idea de que la mejor forma de aprendizaje es el contacto directo y ponerse en el lugar del otro, hace tiempo que vengo pensando en una solución revolucionaria para arreglar algunos de nuestros problemas y, colateralmente, solucionar otros ajenos. Se trata de un experimento por el que se permutaría Valencia por Dinamarca y Madrid por Suecia. Atiendo a las cuestiones más urgentes. De resultar positiva la prueba podríamos estudiar nuevos intercambios.
La Comunidad Valenciana cuentan casi con el mismo número de habitantes que Dinamarca: unos 5 millones de personas. El primer aspecto positivo sería que en Dinamarca los valencianos se encontrarían mucho más holgados, dispondrían de casi el doble de territorio, 43.000 Kms. cuadrados, frente a 23.000. Un pasado histórico de solera les es común, y a ambos les baña el mar. Claro que allí son el Mar del Norte y el Báltico de temperaturas gélidas, pero dicen –no sé si está probado- que el frío curte. Más de 400 islas, la mayor parte despobladas, inmensos terrenos para construir y especular, ahora que el litoral valenciano está saturado de ladrillo. Tendrían que acostumbrarse, eso sí, a residir en un paisaje armónico, con un urbanismo elegante y bien diseñado.

Los valencianos cobrarían allí 3.250 euros (ése es su salario medio, el más alto de la UE y con pocas diferencias sociales). Pagarían también precios algo más elevados, aunque no más de un 10% de los que tenemos en España. E impuestos superiores al 50%, el 60% para los millonarios, (En España la media es 34% y 42% para los más ricos). A cambio dispondrían de grandes medidas sociales, porque allí el Estado gasta en los ciudadanos el 30% del PIB, mientras nuestro país sigue estando a la cola de Europa con un 21%. Yo creo que en el aspecto económico rentaría el trueque a los valencianos.
Deberían aprender todos inglés, en Europa no puede uno moverse sin este idioma. «Educación para la ciudadanía», sin objeciones y en el idioma propio. Y otros horarios. Entrar a trabajar a las 9 y terminar a las 4 por ejemplo, con un bocadillito en medio, sin dos platos, postre, café y pacharán.
Pero también compensa todo esto:
Dinamarca es el segundo país más pacífico del mundo según Global Peace Index en 2008. Su capital, Copenhague, está considerada por la revista Monocle como la mejor ciudad para vivir en su Top 20 Most Livable Cities Chart. Asimismo, está clasificada como una GaWC Ciudad cultural mundial, siendo tercera en Europa occidental, sólo sobrepasada por Londres y París.
En cuanto al clima, en verano se quitarían de agobios, y en invierno, desde luego, se pelarían de frío. Y el sol, nada de la maravillosa luz Mediterránea, en invierno apenas lo ven y en verano no se esconde, el muy ladino, casi en todo el día. Pero eso con unas buenas persianas, puede paliarse.
Son algo menos tacaños que los suecos, aunque tampoco dilapidan el dinero. Ambas partes -españoles y nórdicos- pueden aprender para obtener una media aceptable. Porque podíamos dejar algún danés allí para hacer más fácil el tránsito.
Con todo, lo más positivo, lo que me inclina a proponer esta permuta es que Dinamarca fue el país menos corrupto del mundo en el año 2008 según Corruption Perceptions Index. Y, además, que la sociedad tiene arraigados una serie de valores democráticos que defienden a ultranza: la igualdad, la libertad de expresión y los derechos humanos, el respeto al ser humano, la solidaridad y la responsabilidad hacia la comunidad, tanto en la vida social como en la familiar. Ya sé que en Valencia, en España, también, pero allí es norma de vida profundamente interiorizada por la sociedad. Insisto que estoy hablando de un primer estadio de las permutas.
Prácticamente los mismos valores y circunstancias –algo más de gasto social incluso- comparte la vecina Suecia. Con 9 millones de habitantes –que no sé cómo meteríamos en Madrid-, nos brindarían un inmenso territorio de 449.964 Km², en el que tanto Esperanza Aguirre como Alberto Ruiz Gallardón serían realmente felices por las posibilidades de inversión que ofrece. Ahora bien, ambos, Camps y Rita Barberá también, se verían obligados a vivir con mucha mayor austeridad y, especialmente, con mayor control incluso ciudadano. Cualquiera tendría acceso a su declaración de impuestos.
Los nuevos madrileños nórdicos dispondríamos de los mismos gélidos mares que nuestros nuevos vecinos valencianos, pero playa al fin y al cabo, lo único que le falta a Madrid para ser maravillosa. Habría que hacer, desde luego, un esfuerzo por manter las calles limpias, asfaltadas y con las señales de tráfico bien pintadas. Cuando vinieran las visitas no podríamos tener las ciudades como está nuestra capital.

Altísima inversión en innovación y tecnología, tanto en el sector privado como público, y auténtica pasión por el cuidado del medio ambiente. A acoger con cariño y respeto a los emigrantes –salvo excepciones- ya estamos acostumbrados en Madrid, pero la experiencia sueca nos serviría porque ellos llevan haciéndolo desde los años 70. Allí fueron buena parte de los arrojados por las dictaduras latinoamericanas. De hecho, es uno de los países que más interés tiene por el idioma español que se estudia incluso en las Universidades. Un problema que veo es que en Suecia prima la educación pública, pero ese aspecto es subsanable. En seis meses, pienso que algo cambiaría la mentalidad. Porque digo yo que será el aire o el agua lo que forma los criterios. No puede ser otra cosa.
Y lo mejor: un puente entre Dinamarca y Suecia, que en 15 minutos te sitúa en el otro país. Valencianos y madrileños podríamos compartir las nuevas experiencias. Por ejemplo, la de respetar el tráfico y desplazarse en bicicleta que es tan sano. Y tan barato. O que, en lugar de «ayudar» a su mujer en casa el día que les viene bien, tienen que afrontar a partes casi iguales el cuidado de los hijos y las tareas del hogar.

Esto es un primer esbozo del proyecto de permuta. Y ya es demasiado extenso, podemos profundizar en la idea. Al mismo tiempo, prestaríamos a los nórdicos en España espontaneidad, el gran arte de la improvisación y un saber vivir –aunque sea endeudándose en nuestro caso-. Aprenden rápido. Un año a prueba. Eso es todo. Me quedo pensando y mirando el mar Báltico.

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