El cirujano de hierro, como otras entradas del blog, ha suscitado un enconado debate en los comentarios, aunque –también como es habitual- templado y, en mi opinión, enriquecedor. Una evidencia diáfana: no nos gusta “el sistema”. Con mayor o menor fortuna, la mayoría lo expresamos así, en un continuo cuestionamiento de cada postulado que es lo que caracteriza el pensamiento crítico. Ése que con tanto ahínco se combate porque es el que puede lograr cambios.
Es cierto que la sociedad tiende al maniqueísmo en todos los niveles, rojos y azules, buenos y malos. La constatación de la realidad se convierte en ataque que procede del bando contrario, todo es subjetivo. Y no es cierto: ahí están cada día los abrumadores datos del desastre –y no sólo del desastre-. Lo peor es que la crítica al sistema de los ingenuos, de los independientes, de los seres libres, es utilizada a menudo por los medios organizados para arrimar el ascua a su sardina. Hay quien quiere, desde luego, desestabilizar el sistema para hacerse con su control y utiliza a los descontentos. Estimo que muchos aquí lo que pretendemos es mejorarlo, estimulando con la constatación de los errores su solución.
Un preso político cubano, Orlando Zapata, ha muerto en una cárcel de La Habana, tras 85 días en huelga de hambre. Fue capturado en 2003 en una redada que condenó a 75 opositores a largas penas. Nos cuentan periodistas de toda solvencia que Orlando, de 42 años y raza negra, ni siquiera pertenecía a ese grupo, era un espíritu libre que se rebeló contra las injusticias. La diplomacia no ha logrado nada para esa aberración dictatorial que encarcela las ideas y Orlando Zapata ha fallecido el mismo día en el que el meritorio Lula llegaba a Cuba, en apoyo al régimen.
China, la dictadura comunista/capitalista, es el sistema al que mira de reojo el neoliberalismo para lograr mayores beneficios económicos. Las autoridades chinas sojuzgan a más de mil millones de personas. El país ostenta el record de ejecuciones del mundo con más del 80% del total. Pero también hay rebeldías que, de momento, se siguen castigando con la muerte.
Le sigue en el ranking precisamente Irán, otro país que ha saldado con pena capital las protestas a sus elecciones fraudulentas. Y el poder económico no osa meterse ni con China ni con Irán.
Y sin embargo desde democracias establecidas tenemos todo el derecho a quejarnos de cómo funcionan. Estamos en el mismo barco y no clonados. El Muro de Berlín me enseñó que nada ni nadie puede enclaustrar eternamente la libertad, y la historia de la Humanidad que tampoco se puede mantener sine die la injusticia. “Ningún imperio ha pervivido, decía mi querido José Luís Sampedro, las revoluciones las hacen los pequeños”. Llegan los hachazos de la eterna Edad Media, es verdad, pero la humanidad termina por ir hacia delante. Al menos, por desbordar los controles.
Vivimos momento críticos, en mi opinión y en la de muchos de vosotros, sobre todo por esa sociedad autocautiva que no reacciona. Pero por primera vez estamos comunicados, somos «Ciudadanos en Red”. Por eso los poderes se empeñan con tanto ahínco en cercenar la vía de Internet. Los españoles ya dedican más horas a Internet que a la controlada (para el sistema) televisión. Lo grabamos el otro día para “1001 medios” con Enrique Meneses. El maestro recordaba el baldío intento de encerrar en las manos la arena del desierto en la que, pese a todo, tantos se han empeñado.
Más democracia. Es la única solución posible. La real, la de la participación ciudadana, la del control social de unos políticos que parecen haber olvidado de donde vienen, por qué y para qué. Y confianza en nuestra fuerza, que no nos autoderrote el desánimo por la tarea pendiente. Centrados en el fondo, no en la hojarasca con la que, continuamente, pretenden distraernos.