Ahogados en el mar de la banalidad

Se nos están llenando los parlamentos europeos de neonazis, mientras la UE que dijo nacer para combatir los estragos de la dañina ideología muere a manos de sus dirigentes. En EEUU, un perturbado de ultraderecha avanza hacia la Casa Blanca y sus mandos decisivos, por votación popular. España también arroja los monstruos creados por la sinrazón y la podredumbre ética incrustados en el cuerpo del Estado. Las aguas de la codicia arrastran a miles de seres humanos desamparados, hundidos en el barro de nadie y de todos, mientras solo unos pocos voluntarios les prestan ayuda sin manos ni medios suficientes. Cada uno de estos temas merece atención informativa preferente pero hemos de dedicarnos a la urgencia de las inundaciones que nos cuela la banalidad. Achicando mugre, se nos va el tiempo y el norte.

Falla el método. Hay que detenerse y reflexionar, ir al origen, a la raíz de donde todo parte. Analizar el decisivo papel de la sociedad del espectáculo como caldo de cultivo. Utilizar esos minutos preciosos que se nos llevan los reclamos, para establecer las coordenadas en las que nos encontramos y ver lo que realmente nos afecta. Y partir de ahí fijar la trayectoria y la meta. Dilapidemos el tiempo en pensar.

Una banda de seres inanes puebla el escenario político y mediático. Mezclada con algunas cabezas de peso que pueden terminar siendo engullidas. La desfachatez intelectual lo llama el sociólogo Ignacio Sánchez-Cuenca. Harto, como tantos otros, no duda en situar el foco sobre ídolos de pandereta cuyas sentencias sientan cátedra en esta sociedad aturdida. Pero basta apagar el ruido y mirar el circo completo de la superficialidad que nos invade: a los payasos y equilibristas, la orquesta, las casetas de tiro al blanco, a pelota o dardo, según los gustos. Allí, el personal dispone de muñecos, ninots, espantajos, para desahogarse un rato y ganar una piruleta mientras le roban la cartera.

Atruena escuchar a políticos que acusan a otros de sus propios errores, con una desfachatez que corta el aliento. A vacuos comentaristas empecinados en alimentar la ceremonia de la confusión, con salida a los intereses que representan. Encuestas reiteradamente inverosímiles. El embudo, siempre el embudo, como guía de trato ideológico. Es imposible rebatir o centrar cada estupidez o dardo envenenado lanzado para enmarañar más la madeja. Identificar los pies que cojean y marcan el paso torcido. Y, mientras, pasa la vida y no dejan de aumentar las graves sombras que se ciernen sobre nosotros.

  No nos engañemos, no hace falta que nos expliquen en un minuto la Física cuántica. Tenemos tiempo suficiente para prestar atención incluso unos cuantos segundos más, si el tema lo merece. Es prioritario. El picado  de imágenes e ideas, el no permitir apenas esbozar un argumento completo, no teje hilos sino impresiones. En momentos tan críticos necesitamos más reflexión que nunca. No extender las caras de la insoportable levedad.

Hace justo una década, se cumplía el 50 aniversario de TVE. Uno de los programas de éxito era 59 segundos. Un formato letal. Los intervinientes tenían que apretar sus argumentos en ese tiempo -inferior a un minuto como símbolo- porque en caso de no hacerlo les bajaban el micrófono. Y les dejaban hablando a la nada. Esto ha llegado ya al Parlamento. Sucedió varias veces en los debates de investidura.

Todo tiene un principio. Cuando el tiempo de la información se supedita a la venta, a lo que capta seguidores, marca una dirección precisa. Los políticos se fueron acostumbrando a pronunciar frases lapidarias –y cortas, sobre todo muy cortas- para que las incluyeran los telediarios o las titularan radios y periódicos. Los asesores han hecho de esto una industria. Y, como la rueda pide cada día más, retuerce los contenidos.

Hemos ido alcanzado estas cotas a través de un proceso. Hace diez años ya me lo explicaba así Fermín Bouza, catedrático de Opinión Pública, para un reportaje sobre el aniversario de RTVE: “La televisión ha contribuido a un proceso de debilitamiento de las ideologías porque ha impedido el discurso ideológico. Es un discurso de píldoras, sintético, rápido. Y ha formateado a todo el resto de la sociedad a su manera”.

El fenómeno ha crecido exponencialmente y lleva visos de sepultarnos. Twitter, un instrumento de enorme valor, lo acentúa con sus 140 caracteres si se desvirtúa su sentido. Imprescindible en alertas y agilidad, es puerta y no fin. Un titular no es una noticia, pinchar y leer hasta el final no hernia. Pero a este ritmo que llevamos, la memoria se pierde y los más graves atropellos son objeto de consumo de un día que apenas se recuerdan unas semanas después. Y exige volver a repetir para volver a repetir, mientras asuntos esenciales quedan en la cuneta.

¿Se cansa Usted de oír, ver y leer? ¿Tiene prisa por pasar a otra cosa? ¿Para qué, para atender a otro festejo igual de apresurado ¿Para entender por qué a sus hijos les espera un futuro caótico le sirve un careo entre varios fantoches y alguien que parece decir algo coherente antes de que le interrumpan?  ¿Si le detectaran un cáncer le gustaría que le explicaran estado y tratamiento en 59 segundos?

Se nos llena Europa de ultraderecha electa. Bruselas asesta cada poco un golpe más a la UE moribunda, ahora mismo le está dando una puñalada de crueldad, tiranía e injusticia. Pasean su desgracia los refugiados como alertas dolientes que no se escuchan. Estados Unidos apuesta por el suicidio de la razón. Estamos en manos de un gobierno que aprueba incluso hipotecas a 60 años vista y que se niega a dar cuentas. Contemplando las altas esferas españolas, toda la merdeperfumada, dan ganas resetear el país y volver a construirlo con otro sistema operativo. Hace tiempo ya. Solamente va a peor como cabía esperar por la inacción. Todo termina diluido en la prisa y la falta de análisis. No hay espacio suficiente para informar sobre lo fundamental, la futilidad marca la agenda como arma de distracción. El mar de la banalidad nos ahoga. Que cada cual saque su periscopio, vea y reflexione con él, porque va a haber muchas víctimas.

*Publicado en eldiario.es

6 comentarios

  1. Joan

     /  22 marzo 2016

    Soberbio análisis Rosa. Desgraciadamente se cumplen todos los peores augurios, a todos los niveles, no olvidemos que la herida y desconexión con el medio natural que nos da la vida y el espacio para ser lo que somos, se ahonda día a día. Las murallas se están desmoronando a ojos vista, claro está, debemos tenerlos abiertos. Sí Rosa, va haber muchas víctimas, ya la hay, pero lo que se avecina es una ostia descomunal, un fallo del sistema, sin reinicio posible.

  2. Estupendo artículo, aparte de magnífica escritura. He llegado a leerlo clicando el enlace que la autora puso en un tuit suyo. No me quedé en la cortedad superficial del titular. Dejé que mi sana curiosidad fuera un poco más allá y me encuentro leyendo esta llamada de atención a los ciudadanos y ciudadanas para que espabilen y no se dejen arrastrar por los formatos borradores de pensamiento de que está hecha la realidad mediática. Gracias, Rosa María.

  3. Reflexionar, analizar, pensar ………. Todo ello totalmente incompatible con la absoluta falta de criterio propio sobre las cosas de la que hacemos gala los ciudadanitos de a pie.
    Somos, en general, incapaces de ver más allá de nuestras narices y, aún cuando fuéramos capaces, seguramente nos traería al pairo.
    Hemos perdido muchas cosas y, entre ellas, la conciencia de que como individuo debemos tener un criterio propio, una opinión intransferible, unos valores éticos que nos lleven a colocar a los demás por encima de nosotros mismos, la libertad de discrepar sin ser acusados de nada, y así podría seguir y seguir y seguir ……
    Gracias, como siempre, rosa.

  4. pacoalt

     /  22 marzo 2016

    Tengo 80 años. Recuerdo a mi padre, Maestro de la República, decirme que para enseñar a pensar y a razonar era imprescindible estudiar latín y geometría. Con los años me he decantado por esta última, no en vano los padres de la filosofía griega pusieron em la entrada de su Academia: «No entre aquí nadie que no sepa Geometría» Lema que propongo que figure en la entrada al CONGRESO (a secas) en la puerta de los leones. Evitaríamos que entrasen registradores de la propiedad, profesión precientífica, con personajes sacados de las novelas de Pérez Galdós o de Clarín en La Regenta. Personajes que trasladados al Siglo XXI son banales, impregnan todo de banalidad, de sentido común (conjunto de creencias dogmáticas embutidas en los cerebros antes de los 18 años, según certera y precisa definición de Einstein).
    Si no fuese tan trágico para tantos millones de españoles estamos asistiendo a un estúpido y banal sainete, ahora que las «ciencias avanzan una barbaridad» como cantaba el boticario de una conocida zarzuela costumbrista y «castiza» en un Madrid rancio.
    para las cosas serias como la recaudación del IBI el Estado no recurre a los decimonónicos Registros de la Propiedad sino a los datos científicos de la Dirección General del Catastro donde saben GEOMETRÍA y tienen España fotografiada desde el aire desde hace muchos años y que ahora con las nuevas técnicas lo tendrán mucho mejor.

  5. Pues totalmente de acuerdo Rosa.
    Pero no hay que extrañarse. La historia se suele repetir, con otros escenarios otros actores, pero el argumento es muy parecido. Conviene recordar que Hitler llego al poder por vía democrática y además con un apoyo mayoritario. Y no, no fueron sólo las clase pudientes las que lo auparon. Las clases medias (que cada uno entienda lo que quiera por ello) y una parte importante de las clase trabajadora colaboró, de la misma forma que ahora misma hay cantidad de trabajadores ( con empleo) y autónomos con pequeñas empresas de oficios, (fontaneros, electricistas…), que tienen trabajos que apoyan al partido popular ( ojo que no quiero comparar al PP con los nazis… de momento). Hay mucha gente que lo que quiere es «tranquilidad» y «orden» y a la hora de votar no hacen más preguntas. Es más, el que no tiene trabajo te dicen que es un vago que ellos se levantan muy temprano y si lo tienen. Y como tienen mucho trabajo, sin una jornada de trabajo limitada a 8 horas, no tiene tiempo para analizar, bastante con estar en el tajo 10 ó 12 horas si hace falta.
    Nos hemos acostumbrado a las frases lapidarias, que no soportarían el más mínimo análisis pero es que eso de pensar, de analizar… ¡que pereza! ¿no? Además en cualquier discusión no hay que convencer, hay que machacar y para eso la razón no vale, es mejor el exabrupto, el barbarismo, la ofensa…
    Que pena…

  6. Reblogueó esto en El Día a Diario.

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