El catastrofismo populista y los pasteles

Luis XVI, momentos después de perder la cabeza (cuadro de Georg Heinrich Sieveking).

Luis XVI, momentos después de perder la cabeza (cuadro de Georg Heinrich Sieveking).

María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena, más conocida como María Antonieta y a la sazón esposa del rey Luis XVI de Francia, no comprendía el enfado del pueblo por no tener pan. “Que coman pasteles” se dice que dijo. La extensa difusión de la frase aumentó el malestar de los ciudadanos, aunque no fueran sus palabras textuales. Había una larga tradición en el poder absoluto de no entender lo que ocurría bajo sus pies y, por añadidura, reaccionar con altanería.

 Así, mientras en las tertulias callejeras se comentaba “Pues va la tía y aún dice que comamos pasteles”, los periódicos de la Corte atribuían el disgusto social al catastrofismo sembrado, con muy malas artes, por un grupo radical. Utilizando el catastrofismo, precisamente, como fórmula disuasoria de cualquier cambio inconveniente a sus intereses. Estaban desolados.

 Veinte personas de la aristocracia y el comercio poseían tanto dinero como los 14 millones más pobres. Cuesta creerlo, pero así era. En más de 5 millones se cifraban las personas sin trabajo y lo que costea. 800.000 niños habían entrado en la pobreza desde el aciago día en el que, bajo la excusa de una estrategia a la que llamaron crisis, se habían emprendido “reformas”. Es decir, el eufemismo determinante para quitar de aquí y poner allá, con suma precisión, y aumentar de forma tan insolente la desigualdad.

 En poco tiempo el relativo bienestar del que disfrutaba el pueblo se había ido al traste. Habéis vivido por encima de vuestras posibilidades, les decían desde la camarilla real y sus extensiones. Por eso, establecieron recargos en farmacia o suprimieron el acceso a la sanidad a una serie de personas, encarecieron el acceso a la enseñanza universitaria, elevaron el coste de poder tener luz, fuego o calor, y de todos los servicios. La precariedad entró en la vida de muchas personas que, aunque tardaron y tragaron lo indecible, terminaron por indignarse. Los voceros de la Corte insistían: Puro catastrofismo. Suicidio programado. Manipulación de masas de manual, aprendida en lejanas tierras o en los tratados del populismo más atroz, representado por Rousseau, Voltaire y Montesquieu y sus peligrosas ideas.

 Arcones en B, nepotismo, condesas diabólicas riéndose de todos, sátiras de látigo y mantilla mintiendo por cada palabra dos veces, el príncipe de los hilillos y los cuentos chinos, el bufón de la tijera, los beatos del rosario y la muerte. Y el empobrecimiento, no llegar a fin de mes, huir, ensombrecer el futuro.

La ira de la turba se plasmó en manifestaciones. Acamparon en La Bastilla, hablando de política, economía o urbanismo. Nuestros sueños no caben en vuestras urnas, coreaban los muy rufianes con profundo afán desestabilizador. La agresividad llegaba ya a su punto culminante cuando se situaban frente a la casa de un desahuciado por el banco y la ley vigente, tratando de impedir el desalojo. ¡Sentados en el suelo!, vulgares sans-culottes, ¡Haciendo cadena humana mano junto a mano! ¿Se ha visto mayor intimidación? La Guardia, lógicamente, los freía a palos y multas para que no siguieran perturbando la paz social.

 La maquiavélica mente de los violentos ideó nuevas argucias. Distribuyeron entre las élites del país unos salvoconductos black con los que podían comprarse desde champagne o caviar, a deshabillés de seda, viajar a lugares exóticos, vivir como Luis y María Antonieta, en definitiva. Derechos de clase. Mediante una pistola en el pecho, obligaron a numerosos nobles a robar a manos llenas de las arcas del reino. Por arriba, por abajo, del derecho y del revés. Con bolsas o carros. A todo pasto. Les empujaron a ir a cacerías, en las que se enfrascaban en rituales de sangre, en el juego y el sexo, todo por sacar unas comisiones millonarias que seguían engrosando sus bolsillos.

 Los iracundos provocaron –en sutil maldad- que las dos grandes tendencias de la aristocracia se enzarzaran en las Cortes, acusándose mutuamente del descontento popular. El “y tú más”, tan imaginativo y cargante, fue obra de algún populista infiltrado.

  Los grandes maleantes que entraban por fin en las mazmorras, salían con diligencia. Tres meses y a la calle. O no llegaban a entrar fruto de desimputaciones o indultos. Esta argucia –ideada por los antisistema- fue otro de los grandes hallazgos para inducir a la gente a pensar en una justicia de doble rasero.

 Porque, en realidad, ¿De qué se quejaba el vulgo? ¿Cómo pudo prestar oídos al catastrofismo de los populistas? Lo peor fue que, en un supremo acto de inmundicia, esta gentuza decidió manifestar su ira en un puro arrebato de cólera ¡concurriendo a las elecciones! Y la plebe escuchó sus cantos de sirena, alejándose del bien que habían disfrutado hasta entonces. ¡Poniendo en peligro el sistema!

 Entre desprecios, negaciones y ninguneos, los más clarividentes entre los cortesanos de élite tienden puentes a negociar con las hordas exaltadas dispuestas a votar lo que no deben. ¿Os vais a arriesgar a las incertidumbres que plantean los radicales? No aciertan a comprender que dan mucho más miedo sus certezas.

 Maria Antonieta y su marido Luis XVI perdieron la cabeza en su forma más textual y expresiva por no saber bien dónde la tenían. Pasa mucho cuando no se pisa el suelo que transita la gente. El populacho hizo los deberes y acabó con el antiguo régimen. Luego -angustiado por la libertad-, llamó a un Napoleón a apretar las clavijas, lo que no es nada infrecuente en estos casos. Nada volvió a ser lo mismo, sin embargo. Y así una y otra vez a lo largo de la historia. Los tiranos, déspotas, saqueadores, malnacidos y su séquito de aduladores y cómplices de hoy no agradecen lo suficiente que los tiempos hayan cambiado.

7 comentarios

  1. Reblogueó esto en Raciozinando.

  2. Ángel Sosa

     /  5 noviembre 2014

    «¡No hay pan para tanto chorizo!» gritaban. ¡Hace falta pan, hace falta gillotinas, para tanto chorizo, para tanto corrupto! pensaban.

  3. Trancos

     /  5 noviembre 2014

    Quienes hacen las trampas hacen las leyes. Quienes hacen las leyes (y las trampas) tienen el monopolio de su interpretación y de su corrección y rectificación. Se les llena la boca apelando a la ley… y n cuanto la ley no responde a sus intereses van y la repulen. Pobre país (o lo que sea) esquizofrénico oscilando continuamente entre el imperio de la ley y el imperio de la razón.

    Leí hace años, no recuerdo dónde, que, antes de la caída del Muro de Berlín, cuando se manifestaban los jóvenes alemanes del Berlín Occidental en el Mayo del 68, sus mayores burgueses, acomododados y conservadores les gritaban: «si queréis igualdad y justicia social pasaros al lado comunista». A lo que uno de esos jóvenes contestó: «pasaos vosotros, si queréis represión, mordazas y orden». ¿A qué viene esto? Pues a que la parábola nos enseña que se puede ser castrista bolivariano populista… (como ellos dicen) reivindicando justicia social, reparto más justo de la riqueza, derechos y servicios sociales, igualdad… y se puede ser república bananera reprimiendo, haciendo leyes a la medida de las élites (ley mordaza, reforma laboral, reforma constitucional…), controlando los medios de comunidación, silenciando a las clases populares. Ellos son los castristas/chavistas/bolivarianos en los términos más negativos de estos términos, a los que no se les puede negar otros logros que pueden coincidir y coinciden con las aspitaciones de otras fuerzas políticas emergentes de nuestro país y de las que no tenemos por qué avergonzarnos.

    Un placer leerte, maña. Como siempre. Pura didáctica y pedagogía. Saludos cordiales a ti y a los asiduos.

  4. eva

     /  5 noviembre 2014

    Si pierdo de vista a estos saqueadores a cambio de años de vida y salud, los daré por bien empleados.
    Que la que grita «!Que se jodan!» no me represente nunca más, que «la bombón» no asista a ningún pleno, que ya esta bien…. que aunque sea solo por eso, esta revolución habrá valido la pena, lo que hagamos después con la democracia, está por escribir.
    Quién sabe? a lo mejor, esta vez nos sale mejor. Mira a los daneses antes eran Vikingos.
    Saludos a todos.

  5. Patricio

     /  5 noviembre 2014

    Patricio.
    Rosa , el artículo es excelente , pero espero que esto no acabe como en 1789 rodando muchísimas cabezas aguillotinados con la guillotína valga la redundancia.
    ¡¡A ver si aprendemos de los países nórdicos a ser menos pícaros , más eticos y los banqueros,empresarios y .políticos menos ladrones.
    Buenas tardes a todos.

  6. Ramón

     /  5 noviembre 2014

    Muchas gracias Rosa María, excelso en el fondo y en las formas. !Qué arte el tuyo! y qué bien sienta poder saborear un cierto regusto porque la situación por fin parece que puede ir tornando. Aunque en la Francia del XVIII se podían dar estos lujos. Hoy ya no somos metrópoli, sino colonia. No se yo si «se puede….». Pero en todo caso, y en mi opinión, parece que si hay algo que se pueda hacer, vamos por el buen camino a la hora de intentarlo.

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