Criando amebas

El padre habla a su hijo con tono vibrante. El niño estira el cuello hacia atrás para contemplar en toda su extensión a su progenitor, la expresión se acerca al éxtasis. Estamos asistiendo a un momento histórico de comunicación entre una vida que empieza a tejerse y su principal educador, su guía y modelo. ¿Qué cuenta el padre a su hijo? ¿Le estará estimulando a afrontar los retos a los que va enfrentarse? ¿Le explicará cómo lo hizo él en circunstancias adversas? ¿Le resalta el valor de la dignidad, el esfuerzo, la ética? ¿Le prepara para lo que previsiblemente le va a tocar vivir? Al llegar a su altura escuchamos que el relato se centra… en el fútbol, en una jugada de Cristiano Ronaldo. O de Messi. O de quién sea. Y el crío le contempla con los ojos húmedos de épica. Es posible criar amebas por diversos métodos, pero éste es de los que ha probado su eficacia sin par desde tiempos inmemorables.

 La escena es demasiado repetida para ser casual. Prestar oído a las conversaciones en plena calle o variados recintos ofrece la misma temática: fútbol. De la mañana a la noche, en toda circunstancia. Cierto que la pasión por este espectáculo deportivo embarga a todos los caracteres y todas las ideologías pero algunos nos preguntamos si, en los críticos momentos que vivimos, el fútbol no sigue cumpliendo esa función adormecedora que el poder distribuye desde el Imperio Romano. Y cada vez con más circo y menos pan. El aprendizaje necesario para ser una ameba de provecho.

 ¿De verdad un padre, tantos padres, no encuentran mejor argumento de estímulo para sus hijos que describir las hazañas de algún futbolista o de ese equipo cuyos triunfos, sin razón alguna, toman como propios? “Hemos ganado”, no perdone, vd. no ha hecho otra cosa que mirar. ¿Se añade el pastel completo con algún atisbo de crítica? ¿No se regodeará, además, con el escarnio del vencido?

 Está inventado: las aficiones son gratificantes. Lo peor es cuando se convierten en eje de la vida y escape de la realidad. Una religión que no admite ni matices. El fútbol aún va más allá, muchos lo utilizan como una especie de argamasa de la identidad nacional o territorial. Un negocio –no siempre limpio-, un espectáculo, un deporte –por este orden-, es lo que hace “sentir los colores” incluso de un país. Tan vacuo que entre sus más fervientes seguidores se encuentran a muchos que ni saben decir bien el nombre de aquello que les embelesa porque parecen encontrar una dificultad insalvable en pronunciar la te como final de sílaba.

Si el fútbol o distracciones parecidas no ocuparan en exclusiva la existencia de tantas personas se vería otra reacción a los atropellos que estamos sufriendo. Al menos, llorarían alguna vez en lugar de dar saltos como si les hubiera alcanzado la mayor de las venturas cuando gana su equipo. Da la impresión de que es su único asidero con la felicidad. Marionetas voluntarias de los acontecimientos, huyen del miedo que les sacude, volcándose en contemplar pasivamente las vidas que otros viven. Y, según parece, mostrando el camino a sus descendientes.

Si han decidido educarlos como amebas, será el de tragar y callar. El de distraerse sin fin para tapar las frustraciones. El de no significarse para no perder lo que creen que tienen, lo que sueñan van a conservar.  Fieles silentes de los Rajoy del mundo. La carne de cañón del poder. Sus cómplices de un día tras otro, de una inmundicia cada vez mayor que la anterior que ya ocasiona víctimas reales. Las mejor cosecha de amebas. O de epsilones, la enorme creación de Adouls Huxley en “Un mundo feliz”, criados y acondicionados para ser utilizados por los demás. O zombies, el símbolo light de inusitado éxito que parece reflejar la tendencia a descerebrar a la sociedad y a temer lo que no se ajuste a los cánones.

 Hay un equipo en el que sí jugamos todos, el de la ciudadanía. Exige algún esfuerzo de reflexión algo mayor del “entró o no entró” y similares. Alguna elaboración mental superior al cómputo del resultado. La eficacia mejora también con entrenamiento. Pero el triunfo es para la mayoría y tangible. Y nos enaltece como seres humanos. Además, se puede compaginar perfectamente con la afición al fútbol o a la botánica o a la novela negra. No es excluyente como en otros casos parece ser ese espectáculo deportivo.

He visto tantas veces la escena del padre que alecciona y extasía al hijo con fútbol que sueño con el día que al llegar donde se encuentran estén hablando de otra cosa. Seguramente, lo hacen en otros momentos. El fútbol es solo una afición placentera. Para los ratos de asueto. Necesitamos divertirnos y estamos hartos de agoreros que no nos dejan disfrutar en paz. Luego, los padres le dan pautas y consejos al niño para superarse y convertirse en un ser humano libre, autónomo y responsable. Los mismos que se aplican ellos en su vivir cotidiano. Tiene que ser así, quizás si los veo en la próxima esquina estén hablando de eso.

*Publicado en eldiario.es

4 comentarios

  1. Caramojón

     /  6 mayo 2014

    completamente de acuerdo.

  2. Abraxas

     /  8 mayo 2014

    El fútbol es así. Afortunadamente no escucho de forma habitual a las marujillas y marujones hablar sobre el «Sálvame», programa que ostenta el dudoso honor de tener la mayor audiencia de la televisión en España.

    La verdad es que si tuviera que elegir entre oir comentarios de una u otra cosa, casi que me quedo con el fútbol, que aunque efectivamente, cumple en parte esa función adormecedora, no deja de ser un deporte y al final es más sano que oír hablar de las vergüenzas de los demás.

    Estoy de acuerdo con el comentario, en casi todo, pero a veces tengo la sensación de que cuando un artículo de este tipo lo escribe una mujer, se mete con el fútbol y cuando lo escribe un hombre se mete con el «marujeo».

    Y seguro que a más de uno le pasa lo mismo que a mi: Mi madre, octogenaria, odia el fútbol. Cuando un miércoles emiten un partido por la tele, se pone de uñas y lo critica con la manida frase «otra vez fútbol, a todas horas fútbol». Pero se traga sin pudor el «Sálvame», el «Sálvame de Luxe», «Supervivientes», «Hay una cosa que te quiero decir» y todas las demás perlas que emiten en nuestra televisión. ¡Todos los días!.

  3. Tan sólo recuerdo haber ido a un estadio de fútbol una vez, de la mano de mi padre, siendo un niño. Nunca más lo repitió: mi aburrimiento debió ser tan soberano y mi persistencia por irnos tal que lograría que nos saliésemos antes de concluir ni tan siquiera el primer tiempo. Abortando probablemente una vía para compartir momentos y empatías futuras con mi viejo.

    Luego, más tarde, llegaría incluso a molestarme la perenne sordina de todo cuanto rodeaba al evento por excelencia en la época de la dictadura: el fútbol. Como lo de todo cuanto tuviese que ver con la religión, que al igual que aquél, se metía en todas las rendijas de la cotidianeidad.
    Y es que mi espíritu inquieto siempre necesitó más. Pero ese “más” era todo lo que no llegaba porque se encontraba en la zona restringida por la censura de ese régimen asfixiante al que, aún hoy, en su necedad, algunos todavía manifiestan seguir añorando.

    Con la llegada de “democracia”, comenzaron a cambiar las cosas: la cultura y el abanico de opciones ofertadas se amplió… aún manteniéndose “las de toda la vida” Solo que, paradójicamente, potenciándose hasta límites impensables anteriormente. Bueno –parecía asumir para mis adentros-, mientras haya algo además del fútbol, da igual.

    Lo que no sospechábamos es que adquiriera tal preponderancia sobre todo lo demás hasta los límites que vemos. Porque ahora, como entonces, no parece haber nada más importante que el “deporte rey”. Y que, como bien se dice aquí, es un negocio de truhanes, sin duda, pero muy protegido por el poder, a sabiendas de que desde los romanos, el circo distrae. Funciona a la perfección como opiáceo insustituible. Como manifiesta el comentarista Joaquín Barceló en el artículo anterior, “con pesar se observa que seguimos en las mismas”.

    A lo mejor es que en el fondo, se trataba de eso: de cambiarlo todo para que todo siguiese igual. ¿O acaso vemos que esencialmente hayamos mejorado la educación y la cultura de este país?

  4. Reblogueó esto en El Día a Diario.

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