En nuestro país entretanto…

Más de 200 personas han muerto en Libia, según Human Rights Watch, y la crifa de víctimas va en aumento. Arde el mundo árabe, revelando la diferente calaña de sus dictadores. Gadafi no duda en enviar al ejército a cargar contra los manifestantes con ametralladoras y morteros. No por ello, los ciudadanos dejan de exigir sus derechos. “La generación árabe que espera se ha cansado de esperar”, dice Ramón Lobo en este documentado análisis.

El boletín radiofónico sigue diciendo esta mañana que se despiertan focos de rebelión también en China. De la represora maquinaria china cabe esperar igualmente auténticas atrocidades. Siquiera basados en la experiencia.

En nuestro país entretanto”…, cambia de tercio el informativo. Y nos habla del candidato a la alcaldía de Barcelona para las municipales.  Rezuman los periódicos, todos los medios, sabores añejos (el 23 F), o redivivos y muertos, como la inefable Rumasa. Cumplido detalle de la moda que, supuestamente, va a llevarse la próxima temporada. En nuestro país entretanto, en Europa entretanto… nada se mueve, o poco con sentido. La historia nos dejará en la cuneta.

Y van dos… ¿Quién será el próximo?

Mubarak ha caído. Trató de quedarse contra viento y marea, contra el pueblo. La sociedad unida le ha vencido, con sus mártires a la espalda. La sociedad firme, decidida, sumida en el más profundo hartazgo y consciente de adónde querían ir y de su fuerza.

 Javier Valenzuela ha hecho, en el El País, a diario, un seguimiento antológico de la revolución árabe.  

«La revolución democrática árabe arrancó el 17 de diciembre, cuando el universitario tunecino Mohamed Buazizi se suicidó a lo bonzo para protestar porque la policía le había arrebatado el carrito de verduras con el que se buscaba la vida. En menos de un mes ya había derrocado a Ben Ali. No se detuvo ahí y, el 25 de enero, llegó al valle del Nilo. Ayer envió a Mubarak al basurero de la historia.

Para una revolución son precisas condiciones objetivas y subjetivas. Estas se dan hoy en el mundo árabe. Más de 100 millones de jóvenes. Hartos de apreturas vitales, dotados de instrumentos tecnológicos para comunicarse y organizarse, contrarios a la autocracia y la teocracia, sedientos de libertad y dignidad.

Adaptar el análisis a los cambios de la realidad requiere esfuerzo, por ello hay quienes siguen apegados a la foto fija del ascenso del islamismo político. Perezosos que no acaban de enterarse de que no estamos ante Teherán-1979, sino ante Berlín-1989. El islamismo parece estar en reflujo y, en todo caso, ésta no es su revolución…»

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