Muertos por contaminación

   Ésta es la masa de porquería con la que despide el día Madrid. 16.000 muertes prematuras se producen anualmente por esta causa y numerosas enfermedades cardiovasculares y respiratorias. Lo dice, no sólo el Ministerio de Medio Ambiente, sino la Sociedad Española de Neumología. Un estudio internacional afirma que en Madrid y Barcelona podrían evitarse un 5% de infartos, si se cumplieran unas normas mínimas de limpieza del aire. Ya sabemos que, con los medidores situados en todos los parques de Madrid, las cifras que dan no son las reales, y aún así reciben la reprobación de Bruselas, que en eso, sin multas (con su habitual eficacia) sí lo mafiniesta. La verdad la muestran las fotos ¿Quién vive con esto entrando a los pulmones?

   Una cifra 7 veces superior a la que acarrean los accidentes de tráfico. 858 son los muertos por el terrorismo de ETA en 50 años. Y llena informativos, debates, sesiones del Congreso. Con razón. Pero ¿nadie va a rendir cuentas de las 16.000 víctimas, 3.000 anuales en Madrid, de la codicia que antepone el beneficio (económico y electoral) a cualquier fin y la mala gestión política?

   Ay, los daños que no se ven, que no se airean. En esta podredumbre en realidad nada se «airea». Es solo un desahogo. Mientras pueda respirar.

De Madrid al cielo

Fuertes destellos en los ojos a comienzos del verano, me llevaron al consultorio oftalmológico. Bastante tiempo atrás me había sucedido, muy esporádicamente, y había sido atribuido a una variante de jaqueca. Esta vez, una joven doctora, plantea un sombrío panorama: se puede desprender la retina. No puedo viajar ni apenas moverme hasta que vuelva a revisión en 15 días. Incómodas gotas dilatadoras de nuevo. Nada ha variado. Me voy de vacaciones pero como una inválida. Cada bache en el camino parece anunciar el cataclismo de la ceguera. Mis amigos padecen mis temores que yo creo justificados.

  Para finales de agosto, consigo por fin hora con la oftalmóloga que me ha visto en otras ocasiones. El protocolo recomienda esas precauciones en casos como el mío, porque hay un 8% de pacientes en los que sucede. No parece que vaya a ocurrirme a mí, en ojos básicamente sanos. Va a ser jaqueca. Desaparecen las chiribitas, sólo con oírlo.

Para entonces ya me he mercado un par de trancazos, fruto de la explosiva mezcla entre calor agobiante y aire acondicionado para subsistir. Me son prescritos en ambas ocasiones antibióticos. A primeros de septiembre, me despierto una mañana con los párpados inflamados. Acudo a un centro oftalmológico cercano. Pomada como tratamiento. Al día siguiente, enrojezco como una colegiala. Mi médico de cabecera habitual está de vacaciones. Acudo a otro de la lista. Va a ser sinusitis y alergia. Una radiografía le aporta las pruebas: la sinusitis es “de caballo”. Posponemos el tratamiento de la alergia, hay que tratar el mal que me corroe con antibióticos… “de caballo”. Tercera tanda. El nuevo doctor me advierte que, diga lo que diga el prospecto, tome dos capsulas durante ¡diez días! Las compro en una farmacia con receta. Vienen tres pastillas, a tomar una cada día, pero una advertencia clara dice que esta dosis es orientativa y la adecuada la conoce mi médico. Necesito por tanto 9 envases. Lo encuentro raro. No lo tomo. Unas horas después me buscan de la farmacia a través de mi número de la Seguridad Social: han equivocado el medicamento. Es otro… que puede producir alergia específicamente. Me decanto por el viejo conocido: el clamoxil.

Cada vez me siento peor y esta vez me dirijo a un otorrino: no tengo sinusitis alguna en la misma radiografía que aparecía aquella “de caballo”. Pero ese enrojecimiento es sospechoso. Cojo hora para un alergólogo y un internista, por su recomendación. Ambos me dan la cita para muchos días más tarde.

En la antigua clínica de referencia de Madrid, una sala abarrotada tose. Una señora se ha llevado el ganchillo, otra un libro, la que está a mi lado solo tiene ganas de hablar. Tose mucho, y yo no sé si es gripe A, tan alarmante por aquellos días. Una hora y tres cuartos después me recibe el especialista:

-¿Cómo está? Me pregunta y yo le explico. Mira la ficha.

-Yo le hice pruebas a Vd. hace 8 años y no tenía alergia. No puedo ayudarle.

-¿Entonces qué puede ser? Pregunto desolada.

-No lo sé, no es de mi especialidad.

-Por cierto ¿Vd. qué tal está ya que me lo ha preguntado a mí? Mucho trabajo parece, ha tardado casi dos horas en recibirme.

-Cada vez me meten más pacientes y yo no llego a todo-, dice con expresión tensa.

A un viejo amigo, pocos despachos más allá le sucede lo mismo. Médico vocacional, altamente cualificado y acreditado, humanista y cálido como ser humano, lo han arrinconado en un exilio frío de pintura fresca. Paso a verle, pero ni le pregunto. En la sanidad especulativa de Madrid, los profesionales son piezas intercambiables, y sospecho que algunos empiezan a entrar en depresión.

Veo finalmente al internista. Aunque agobiado como todos, es un médico como los de antes que inspira confianza por su exploración y preguntas. Pero las pruebas tardan en llegar, y la nueva cita para llevarlas y obtener un diagnóstico también.

Faringitis en su transcurso. Con fuerte dolor en la tráquea. No puedo esperar a los médicos en los que confío que tienen consulta por la tarde. Acudo a urgencias a primera hora de la mañana. Tras cuatro horas de espera, certifican la faringitis y que ha de verme un otorrino. Pero como es la hora de comer, ya no está. Habré de volver por la tarde. Nueva tanda de antibióticos, la cuarta.

Por lo que dice el internista, seré algo así como la muerta más sana del cementerio. Vivir en Madrid y fumar –por este orden- crea inevitables afecciones de garganta y respiratorias. Pasajeras, por el momento. Vivir en Madrid, con los altos niveles de contaminación que semana sí, semana no, denuncian los ecologistas, tras medir los niveles, por supuesto.

La faringitis sigue imperturbable, vigorosa, el dolor en la tráquea va y viene. Regreso al otorrino. Me contempla como a un miura. No parece saber qué hacer conmigo. Yo tampoco sé qué hacer conmigo.

-¿Y no será algún hongo? apunto yo.

-¡Qué buena idea ha tenido! Va a ser eso. Con seguridad-, contesta alborozado.

Habré de hacerme una prueba para determinar si hay hongos o no. Pero entretanto, me dice, ya puedo ir tomando un antimicótico, que en todo caso es inofensivo. Apunta el doctor que con tanta medicina resulta muy probable lo del hongo.

Mientras aparcaba antes de subir,  me ha llamado una amiga. Padece exactamente las mismas faringitis recalcitrantes. ¡Ah!, pero su origen se encontraba en una afección de estómago -o eso creen-, así que le han hecho tan ricamente una endoscopia y pronto tendrá resultados. Se lo comento al otorrino antes de salir.

-También podría ser, desde luego-, comenta, mientras escribe una receta en la que me envía al especialista de digestivo.

Le vi ayer. Tras una hora en la sala de espera y en no más de 5 minutos, concluyó que tampoco era de su especialidad. Ahora habría de ir al neumólogo, o regresar al otorrino. Pero… entretanto puedo probar con omeprazol –un protector del estómago-. Si desaparecen mis males, entonces sí es de su especialidad, y habré de volver a él para practicarme una endoscopia gástrica. El análisis ha salido también: no tengo hongos.

En el camino, encuentro a otro médico sin prisas que, tras repasar mi abrumador historial, remite al diagnóstico sensato: los órganos fundamentales están perfectos. Debo dejar de fumar. Y, aunque no se atreve a verbalizarlo, dejar de ir al médico.

Los españoles somos los europeos que más acudimos al médico, hasta un 40% más que el resto. En un reportaje por el que recibí un importante premio, resumí las claves de la salud. Sí, todas esas que sabemos de la vida sana, alimentación adecuada, ejercicio, no fumar… y una más: la felicidad. El bienestar al menos.

Apenas se disipa esta mañana el baile del omeprazol en mi organismo, ya sé que contra todo pronóstico porque el personal lo toma como el agua. Y siguen todos los síntomas.

Un problema más interfirió en todo este proceso. Afectaba a zonas muy preciadas de mi cuerpo, pero con síntomas absolutamente superficiales y muy leves,  aunque también tienen su historia propia de calvario médico. Una insolidaria amiga lloraba literalmente de risa cuando se lo pormenoricé. El Dr. Ruíz Chica –a quien no tenía el disgusto previo de conocer- me apremió a que cesara el inicio de mi relato diciendo que no podía mirarlo sin hacer una exploración completa y prescribir las pruebas habituales de la ginecología. Le había llevado esas pruebas e informes recientes, sólo pretendía su opinión puntual y un triste medicamento. Contestó que no, mientras la enfermera me hacía sacar la tarjeta de ASISA en este caso y firmar la consulta para cobrarla. Estuve dos minutos en la consulta, justo para que el doctor recibiera sus honorarios por no hacer nada.

En la impoluta clínica, junto al ascensor, figura una placa: Ha sido inaugurada por el excelentísimo señor Juan José Guemes. El “excelentísimo” que insulta a mujeres y gays, el que intercambia MSMs con Belén Esteban.  Esas «excelencias» nos gastamos en Madrid. Güemes es uno de los responsables de este estado de la sanidad madrileña.

Creo que si no quiero pasar «De Madrid»… a ese Cielo en el que algunos creen, habré de mudarme. O no volver al médico. O recurrir exclusivamente a los grandes profesionales a los que aún no ha castrado la política sanitaria de esta comunidad. O ver si es la felicidad lo que falla. Aunque ciertamente con náuseas, dolor de cabeza y de garganta, no resulta muy fácil experimentarla. Y roja. ¡Vuelvo a estar roja!

Tercer Mundo: humanos como cobayas

Corría el año 1985. Un reportaje en París sobre una píldora revolucionaria, la RU-486, que aún conserva su extraño nombre. Preguntado por los efectos secundarios, el investigador me cuenta, con total naturalidad, que el medicamento ha cubierto el protocolo al ser experimentado durante un tiempo prudencial en India. Fue cuando descubrí el horror que aún perdura y quizás se ha acrecentado: los ciudadanos del Tercer Mundo son usados como cobayas humanos.

India hoy es un país emergente que, con sus 1.100 millones actuales de seres humanos, va a pasar convertirse pronto en el país más poblado de la tierra. Buena parte de sus ciudadanos son extremadamente pobres sin embargo, mueren en la calle. Las pruebas de las farmacéuticas son para ellos una esperanza. Si sale mal, poco se pierde.

Todo el Tercer Mundo es un laboratorio de experimentación de medicamentos, he seguido el tema desde que lo descubrí. Estupefacta. Las conferencias internacionales de grandes organismos hablan de ello sin tapujos y cuantifican el ahorro: el informe 2005 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), estimó que los laboratorios podrían reducir entre 20 y 30 por ciento los costos en materia de investigación y desarrollo. La excelente película “El jardinero fiel” hablaba, además, de fraudes. En este caso, en Kenya.

Contemplo también con preocupación los crecientes viajes solidarios de médicos occidentales al Tercer Mundo en vacaciones. Una labor encomiable: salvan ojos, piernas, vidas. Por caridad, cuando debía ser por justicia. A unos pocos, a los que toca. Allí no hay médicos, ellos caen como una loteria. Pero salta la antena cuando escucho algo así como que allí “van más allá” en las técnicas de lo que “pueden hacer” en nuestro suelo. Es decir, experimentan. Con seres humanos. Insisto: si sale bien ¡albricias!, si se fracasa… mala suerte. Afortunadamente, en la mayor parte de los casos aciertan.

Leo un reportaje de Ana Gabriela Rojas sobre Bangladesh: Agua que mata, lo titula. Resulta que, al menos 10 millones de personas, beben agua con arsénico de los pozos que promovió la cooperación internacional. Fue en los años 70:

“Para evitar ese problema el Gobierno de Bangladesh y UNICEF pusieron en marcha un programa para que la gente se acostumbrase a beber de los pozos que comenzaron a perforar por todo el país. No sabían que estaban dando Arsénico por compasión, haciendo honor al título de la clásica película protagonizada por Cary Grant: al agua de estos pozos no se le revisó los niveles cancerígenos. Los hábitos de consumo de agua cambiaron rápidamente, y el 95% de la población de Bangladesh empezó a utilizar el nuevo sistema. Otras organizaciones de la cooperación internacional continuaron haciendo pozos. La gente también empezó a construirlos por su cuenta. Y fue a principios de los noventa cuando se descubrió el envenenamiento masivo. Cuando ya la población había estado bebiendo agua contaminada a lo largo de muchos años”.

Un día mi hermano en su época de padre primerizo, me contó: “Con el primer niño mides la temperatura del agua al bañarlo, exhaustivamente, al segundo lo metes directamente: si sale rojo estaba demasiado caliente, si azul, demasiado frío”.

Esto parece suceder con millones de personas nacidas en el Tercer Mundo porque así les tocó. Escasos protocolos. Parte de un error de base: sustituir la justicia por la caridad. Y de otro, utilizarla como excusa para experimentar. Que yo sepa, lleva un cuarto de siglo sucediendo.

La costilla era de Eva

Hablábamos ayer de que la mujer es asunto de las mujeres, y casi ni eso. Suelo mirar las estadísticas de visitas de las noticias en los medios donde las facilitan, y las reivindicaciones de la mujer apenas acaparan atención. En cambio, encuentro un día en lo más alto del podio este titular: «Quiero que cuando una mujer abra las piernas sepa por qué lo hace». Imagino la decepción de los usuarios al encontrarse con el contenido: una entrevista rigurosa a la Secretaria de Estado del Sahara para Asuntos Sociales y Promoción de la Mujer, que trataba de las propuestas de desarrollo de las compatriotas de su sexo.

 En esa línea, ayer descubro, en El País, un largo reportaje titulado: Orgasmo ¿Qué, cómo, por qué? Publicado el día anterior, mantenido hoy en la web, lo han leído más de 87 mil personas y 645 lo han enviado por correo. El autor, Luís Miguel Ariza -un hombre- analiza en profundidad el asunto. Nos recuerda, por ejemplo, que el orgasmo masculino dura unos segundos y en la mujer puede llegar a dos minutos. Pero tengo algunas objeciones. O, mejor, datos que aportar.

En su análisis anatómico, el artículo no menciona algo que muchas personas desconocen: el clítoris mide unos 9 cms. Lo que ocurre es que la mayor parte es interno. Un especialista, declara en el artículo: «el clítoris de la mujer no era sino un reflejo del pene humano».

En mi libro «Ellas según Ellos», el Dr. Joaquín Díaz Recasens, Jefe de Obstetricia y Ginecólogía de la Fundación Jiménez Díaz, me aclaró muchas cuestiones. Por ejemplo, descubrí que existen varios tipos de divisiones sexuales y que en uno de cada mil nacimientos se producen errores. O sea, hay unos seis millones de personas en el mundo que llevan, en secreto, ovarios siendo hombres. Son los «x-y».

Centrándonos en el asunto sobre de quién era la costilla inicial. El Dr. Díaz Recasens, me explicó esto:

» El primer sexo que se determina es el cromosómico. En la fecundación. Después el embrión empieza a desarrollarse de manera igual en los dos sexos, como hembra -así lo decimos-. Desarrollan una cloaca común, los hombres y las mujeres. Al principio tenemos un agujerito ahí donde desemboca la uretra, el aparato genital. Ese agujerito a partir del tercer mes de embarazo, de la semana trece, en los varones se va cerrando y forma el escroto – que es la bolsita que recubre los testículos y tiene un rafe medio, como una cicatriz en el centro-. Eso es, en realidad, la cloaca que estaba abierta y se cerró. Y los testículos que están dentro -como los ovarios- descienden y se meten en esas bolsitas. En las mujeres sigue abierto, no se hipertrofia el clítoris como ocurre en el hombre que se convierte en pene, la mujer se queda en un esbozo de pene. Sí se puede decir que al principio todos somos como mujeres porque todos tenemos ahí un agujerito pero lo que pasa es que cuando existe el cromosoma «Y» -y, por tanto, se ha desarrollado una gónada masculina, un testículo en vez de un ovario- la hormona que produce ese testículo es la que determina esos cambios, el que se cierre la cloaca, que se produzca una hipertrofia del clítoris«..

Mi multipremiado doctor confirma, pues, que el pene es una hipertrofia del clítoris. El vigente diccionario de la Real Academia de la Lengua define pene como «Órgano masculino del hombre y de algunos animales que sirve para miccionar y copular» y, el clítoris, como «Cuerpo pequeño, carnoso y eréctil, que sobresale en la parte más elevada de la vulva». Lo han cambiado, hasta hace poco pene era «miembro viril» y, clítoris,un «cuerpecillo carnoso eréctil». Aún se puede encontrar en los diccionarios. Bienvenido sea el cambio, pero siguen ignorando el tamaño, un clítoris puede ser más grande que algunos penes.

Se descubrió antes América que la existencia del clítoris -está acreditado-. Como en tantas cosas, los presupuestos se dedican a lo que interesa Dicho todo lo que antecede, no es tan significativo quién diera origen a quien, como la falta de información. Por desidia o por interés. Pero… la costilla es de Eva.

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