Exprimir la fruta hasta el amargor

No cabe la menor duda de que los españoles necesitábamos un respiro y que estallar de júbilo es una de las formas más placenteras de hacerlo. Pero somos un pueblo que reacciona desproporcionadamente. Una sociedad, en realidad, incluso mundial, tan sabiamente dirigida en la sombra. Y en ese conjunto, el sol, la historia, parecen aumentar nuestra desmesura.

El pulpo fue una ingeniosa ocurrencia. Dos, tres veces, hasta diez. Cuando llegamos a encontrarlo en la sopa, en el gazpacho, en el café, asomando sus patas en las latas de refrescos y en los sándwich prefabricados, llegó el empacho. Dudo si la “pulpomanía” no a va afectar al consumo de este sabroso producto. ¿Quién se come a un animalito tan listo y generoso con los españoles?

Y llegó el triunfo de nuestra selección en el mundial. Y las celebraciones. Jamás en nuestra historia ha habido tanta gente en las calles de Madrid. La manipulación política ha logrado desactivar las cifras de asistentes a manifestaciones, pero sea cuál sea la que den, puedo asegurar que en la vida han salido tantas personas para apoyar o rechazar algo. Puede triplicar y cuadriplicar la mayor explosión popular que estaba fijada en la del 11M, tras los atentados. Sea bienvenido si es un punto de partida. Si de verdad esto implica que hay más objetivos que logren movilizar a la sociedad a partir de ahora.

Horas y horas de programación. En todas las cadenas. Aparcando la realidad que sigue existiendo fuera del fútbol. Ya no cabe un solo gol más en mi cerebro, tengo tal atracón de “rojigualda” en mi retina que necesitaré una cura de azules y grises. Me pregunto por qué los medios, los ciudadanos, llegan a exprimir cualquier asunto hasta volverlo casi vomitivo, hasta llegar a la resaca. Es como si alguien manifestara su gusto por, qué sé yo, la compota de manzana. Y se la dieran para desayunar, almorzar, comer, merendar y cenar. Y le despertaran entre horas por la noche para suministrarle raciones sin piedad. Algunos la aborrecerían, otros… se harían adictos a ella.

Hortera el final de fiesta. El tal Reina, tan gracioso él, Carlos Latre redivivo, Bisbal -¡dios mío!- y ¡Manolo Escobar! para postre. Y el toro, y la bandera, y la pandereta. El eterno tópico de España. Por favor, estos chicos han demostrado que tienen otro estilo, otras ambiciones, otra forma de alcanzar las metas. Hay que aprender a extraer enseñanzas de lo valioso.

Entretanto, sin irnos muy lejos, nada, Esperanza Aguirre quiere sacar 7,9 millones de euros de los sueldos de los trabajadores del Metro, cuando, como nos cuenta Ignacio Escolar, se gastó 51 millones en publicidad de ese mismo servicio en los últimos 4 años. O ha multiplicado por cuatro en un trimestre, el presupuesto de publicidad de las aguas del Canal II, ese ente camino de la privatización que hace negocios raros allende los mares. Los populistas saben bien cómo instrumentalizar a una ciudadanía inmadura.

O las cuatro torres del norte de Madrid, producto del negocio urbanístico que mezcla ladrillo, política y “equipos sin alma” –en genial definición de Javier Pérez de Albéniz-. Pues ha resultado inútil al menos para quienes se dejaron embarcar en la aventura de Florentino Pérez: la ocupación de los rascacielos es del 25%.

Los políticos se asustan por cómo recibirá esta ciudadanía encantada –en todos los sentidos de la palabra- el Debate sobre el Estado de la Nación. Igual piensan que la vida en España ya es jauja. Muchos ciudadanos lo creen, en serio. Pero cuando Rajoy abra la boca, cuando lo hagan los demás, para aflorar nuestras miserias con la peor intención, se desvanecerá el sueño. O no. Que “podemos” lo hemos demostrado. Todos los placeres saben mejor cuando se llega al extremo máximo de su mejor sabor, sobrepasado éste, amargan. Y se hace imprescindible explorar caminos desconocidos para encontrar nuevos nexos de unión y de gozo.

Sede olímpica: sentimientos encontrados

  Debo admitir que no soy una entusiasta del deporte, no me conmueven demasiado las gestas épicas basadas en el esfuerzo físico. Apuesto sin embargo por el ejercicio personal como fuente de vida, algo muy distinto. Asistí al espectáculo de Copenhague, un tanto atónita, aunque lo sepa repetido una y mil veces. No entiendo qué tiene que ver con el espíritu olímpico esa venta de una ciudad, de cuatro, con tácticas comerciales, intercambio de favores, chantajes emocionales, y un cierto servilismo. Tampoco que acudan los más altos dignatarios de países y ciudades a apoyarlo, cuando no lo hacen para resolver problemas más importantes. Al punto de considerar que perder la nominación es una derrota política, «la primera de Obama en su carrera», se dice. Pero el fin está claro: ser sede olímpica reporta grandes beneficios económicos, también gastos. Tampoco sabemos si beneficios y costos están equilibradamente repartidos.

   Madrid es el municipio más endeudado de España, más de 8.000 millones de euros. El agujero ha aumentado desde la llegada de Alberto Ruíz Gallardón a la alcadía, porque en 2002 era inferior a las grandes capitales. Aquí tenéis el gráfico, visto en wonkapistas:

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  El gasto se ha dirigido a inversiones que no benefician a la mayoría.  Una faraónica carretera de circunvalación, M30, para el transporte privado que, en absoluto, ha solucionado el agobiante tráfico de la capital, dado que se ha construido sobre el trazado anterior. O muchas instalaciones deportivas, gestionadas por empresas privadas, que no han imbuido a los ciudadanos la práctica diaria del deporte. Nula promoción de la cultura, especulación generalizada hasta en los nuevos impuestos, y descuido de lo más elemental. Los vídeos que presentaron llamando “ciudad verde” a Madrid me llenaron de sonrojo. O hablando de ella como una ciudad cosmopolita. Viajados todos ellos, sabrán la falacia de sus aseveraciones, porque conocen otras capitales que sí responden a esa descripción. Reiteradamente he señalado las carencias de Madrid que padezco a diario. Desde lo básico, como digo. Estos suelos desconchados y sin pintar.

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  Y aún así lamento el traspié del derrochador alcalde de Madrid porque es de lo más presentable del PP, de un partido que no se renueva y que terminará por llegar, en ese estado, a la Moncloa. Alberto Ruíz Gallardón ha empeñado en el Madrid olímpico su carrera. Con una tenacidad quijotesca que no se apoyaba en la realidad. Era extraordinariamente difícil que Madrid organizara unos juegos tras Londres, en el mismo continente. Pese a ello, ha invertido aún más presupuesto. Cuando anoche vi a la delegación española contemplando las sesiones y comprobé que llenaban una inmensa sala de un hotel, me volvió la imagen del despilfarro español, a costa de los ciudadanos. El resto de las altas instancias del Estado le secundó. Había una unidad ficticia que se volverá en contra de Gallardón de inmediato, y que se hubiera destapado también en la organización de los juegos. En contra de lo que repetían los oradores, no somos un país de fiar.

   Atendamos a este punto básico que ha pesado, también, en la desestimación de Madrid: “los problemas entre las diversas administraciones lastraron el proyecto. Así lo advirtió el informe del 2 de septiembre y los tres estratos del dinero público (local, regional y nacional) suscitaron demasiadas dudas en comparación con Río”, dice El Mundo, basado en un informe del comité. Dios mío, si había cuatro presidentes distintos -jefe de Estado, de Gobierno, de Comunidad, de Ayuntamiento-, y aún se plantó allí el líder de la oposición, para que las cadenas de televisión lo sacaran en planos «equidistantes».

   En el maldito juego de supervivencia del sistema, el gobierno –y por tanto todas las administraciones de inferior rango: ayuntamientos, comunidades- va a dejar sin ejecutar el 32% del presupuesto de ciencia e innovación, clave para el desarrollo, del mismo modo que merman los fondos para las Universidades gestionadas por las autonomías. Hay que mantener lo visible, lo que aporta votos, y la ciencia puede esperar. Se están produciendo dimisiones y cartas de protesta de investigadores que ven sus problemas concretos, que no podrán reponer un microscopio, que no habrá fondos para seguir un proyecto. Habrán de aprender a especular con sus hallazgos para ser tenidos en cuenta.

   Y, mientras, entidades privadas dilapidan sin sonrojo “cristianoronaldos” –la nueva medida del despilfarro-, o apuestan por el “deporte”. Madrid olímpico hubiera repartido una suerte desigual entre especuladores, constructores, hoteleros, comercios y ciudadanos. El desarrollo que conlleva lo necesita más Río de Janeiro. Felicidades Río, Felicidades Lula.

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