Veremos a Belén Esteban en el Parlamento

Casi a diario hablamos aquí de la peligrosa deriva de la sociedad mundial y del descrédito de la política (como causante siquiera por inacción) que en España ya se sitúa como tercer problema para los ciudadanos. El caos dispone de diferentes formas de aposentarse y se observa una tendencia de cómo lo está haciendo ahora: el «backlash«, «latigazo hacia atrás«, o «patada hacia atrás» como libremente lo voy a traducir.

Explicaban en la BBC, en un debate de altura, porqué los sensatos ciudadanos suecos han votado a la ultraderecha. Ha sido eso, el «backlash». Hartos de la política tradicional, de que la izquierda no se comporte como izquierda, ni la derecha como derecha, han salido por un extremo. Aunque hay un porcentaje que en efecto sí quiere machacar a los emigrantes tomando la justicia por su mano, en ausencia de otro poder real que «los mercados» (a quienes poco les preocupan estas cosas). Como en el Oeste.

En EEUU, el Tea Party adopta la forma más definida de lo que se está cociendo. Una amalgama de ciudadanos con un solo punto en común: el ultraconservadurismo. Aún tienen que concretar un líder pero se apuntan una analfabeta populista republicana, Sarah Palin, o Glen Beck, exitoso presentador de la Fox, poco más que un Jiménez Losantos, aún con más poder.

En la maltratada Islandia, un humorista se hizo con la alcaldía de la capital, Reykiavik. Jón Gnarr desplazó -nos dijeron las reseñas-, a las siglas tradicionales con una formación que se declara abiertamente corrupta y asegura que no cumplirá sus promesas electorales.

En España tenemos a Belén Esteban. Y no es una broma. La sucia máquina de hacer dinero que es Telecinco ha apostado por el experimento. Si se presentara a las elecciones, se situaría como tercera fuerza política en España, obtendría 5 diputados. Verla y escucharla hiere una mediana sensibilidad –yo no puedo soportar la tortura más de un par de minutos-, pero hay quien cree que “dice verdades como puños”. ¿Por qué? Porque la política tradicional nos ha fallado estrepitosamente y. desde el saco de basura en el que se ha convertido esta sociedad, la única salida lógica parece la «patada hacia atrás».

No son hechos nuevos. En la famosa carta de Keynes a Roosvelt (dos peligrosos “izquierdistas” como se verá), el fundador del capitalismo moderno (y humano) le dijo al presidente de los EEUU:

«Usted acaba de convertirse en fideicomisario de aquéllos que, en todos los países, tratan de arreglar los males de nuestra condición por medio del experimento razonado y dentro del marco del sistema social existente. Si fracasa, el cambio racional se verá gravemente perjudicado en todo el mundo y lo único que quedará será una batalla final entre la ortodoxia y la revolución”.

Asomaba ya por la puerta Hitler y todos los fascismos.  Sentaba sus reales en la URSS el comunismo totalitario. La política terminaría por reaccionar. Sin más remedio. La diferencia que hoy se aprecia, a mi modo de ver, es la degradación absoluta de las salidas. La informe basura se desparrama, y da el «latigazo hacia atrás». Tampoco parece que tenga más remedio.

Mientras en España los políticos patrios se enzarzan en Caja Única sí, Caja Única no, en una ETA a olvidar, en tapar las corrupciones algunos con supina desfachatez verbal, mientras siguen ciegos las pautas del «sistema social existente” que decía Keynes, les están invadiendo la casa. Y no se enteran.  Un poderoso grupo mediático, propiedad en parte y no casualmente de Berlusconi, apuesta por dinero, por una descerebrada, vulgar hasta el vómito, con la que un sector de la sociedad se identifica. «Tuiteaban» anoche que en Telecinco, comentaristas de su mismo nivel, la  comparaban ya con Eva Perón. No es de esperar que los políticos tradicionales reaccionen, andan metidos en la endogamia de su propia ineficacia, de la desfasada casta en la que se han convertido, olvidando que  sólo detenta la representación popular. Si no lo hace la sociedad, veremos a Belén Esteban sentada en el Parlamento. Y las televisiones retransmitirán sus intervenciones y la entrevistarán a la salida del hemiciclo. Y comeremos palomitas.

Me hubiera gustado escribir del otoño. Pero, por fortuna, lo vamos a tener aquí tres meses. Vaya un adelanto en imagen sosegadora.

Los famosos que merecemos

 Con horas de diferencia, han muerto esta semana dos actrices norteamericanas.  Jennifer Jones, la mítica e inquietante intérprete de “Duelo al sol” o “Madame Bovary”, ganadora de un Oscar, 5 veces más nominada, trabajó a las órdenes de John Houston, Vincente Minnelli, King Vidor, Ernst Lubitsch, William Wyler o Vittorio de Sica, y fue pareja cinematógrafica de Gregory Peck, William Holden, Humphrey Bogart o Laurence Olivier.

La otra, Brittany Murphy, a quien vi en un par de películas que no pasarán a la historia y cuyo rostro no se fijó en mi memoria.  Unas líneas mediáticas para la vieja actriz, el desparrame por la joven. Jenifer tenía 90 años, y la sociedad ya la había “matado”. Brittany, 32. Anoréxica, intrascendente, encajaba más con las musas de nuestro desmemoriado tiempo. Además, ha tenido la defencia de morirse antes de fecha, que eso gusta mucho a los espectadores.

En el blog de Toño Fraguas, de los Fraguas de toda la vida.

España asiste aterrada -o entusiasmada- al estrellato de una mujer que nació a la fama por haberse encamado con un torero de tan escasas luces como ella. Abandonada y con una hija, ha explotado su fama al extremo. Con la connivencia de quienes ven en ella un filón para ganar dinero. La llaman “la princesa del pueblo”, de esa España que, como Belén Esteban, es analfabeta, osada en su ignorancia, haciendo gala de su zafiedad y su incultura, frívola, cotilla, y con escasos escrúpulos. Y a fe que lo es, princesa de… ese pueblo. Belén Esteban se ha recauchutado entregando su cara al bisturí que ha trinchado y cosido a placer. España se paralizó para ver su primera aparición en pantalla tras la operación. Cifras millonarias de audiencia y la comidilla en todos los círculos. Ella cree que está muy guapa. “Se ha democratizado la cirugía estética”, dicen algunos. Cualquier rabalera deslenguada puede aspirar al remoce, salir en televisión… y ganar dinero por nada. ¿No se operó la princesa de verdad?

En 2004, España era el país europeo líder en cirugía estética, y el segundo del mundo, tras EEUU, con 350.000 operaciones plásticas anuales. Ahora ya son 400.000. Cincuenta mil más anuales en 5 años. La principal franquicia –labrada a costa de publicidad- cotiza en bolsa. La cirugía estética se incluye en el cómputo del IVA. Obama se propone que quienes se operan para “estar más guapos” sufraguen –con potentes impuestos- el costo de su plan de sanidad para atender enfermedades serias, más allá de las de la mente que llevan a alguien a un quirófano por motivos tan superficiales. Arriesgando su vida, incluso. Belén Esteban es diabética, y aún así afrontó una intervención de más de 5 horas para mejorar su físico.

Quizás no sea tan superficial la medida. La sociedad lo exige. Si solo la piel tersa y los rasgos más o menos perfectos, “venden” en la sociedad enferma en la que vivimos, asalta la tentación de intentar ser también competitiva y no verse relegada por las arrugas. Porque equivale a soledad, a cama vacía, a orfandad de la piel.

Los “famosos” marcan el modelo, cuidadosamente diseñado y premeditado. Y cada sociedad tiene los que se merece. Un congreso de científicos que nos cambian la vida, carece de esas patéticas muchachitas con micrófono haciendo estúpidas preguntas a famosos estúpidos que, por ello, se sienten los reyes del mambo.

Un día, en un telefilme, reparé en un extra con frase, acodado en la barra de un bar, cuyo rostro me resultó conocido. Pronto supe quién era: George Chakiris, mito sexual de los sesenta, actor protagonista de una película revolucionaria en su época e incluso aún: “West Side Story”. Nadiuska, un tal Tamara “la mala”, “triunfitos” y “granhermanos”, Galindo y el resto de colaboradores de aquellas fábricas de populares sin base ¿Qué fue ellos? ¿Cómo asimilaron el repudio de las cámaras? ¿Han engrosando el desván de los juguetes rotos?  Algunos se mantienen por largo tiempo en la brecha, otros desaparecen. Juan Antonio Canta, un cantante flojo, se suicidó tras dejar de ser llamado a un programa de televisión. El ciclista Marco Pantani también se quitó la vida al apearse de la bicicleta. Medio tarados y suplicando cámara y dinero andan el humorista y actor Andrés Pajares y el antiguo cantante y marido Junior, con sus descendencias para más abuso. La fama es un caramelo envenenado.

Vendiendo su vida por reconocimiento y dinero, ellos al menos han jugado sus cartas. Lo asombroso es que seres humanos hechos y derechos, con sus problemas y alegrías, participen adormecidos de este juego. Autómatas movidos por unos hilos que ni ven. La tal Brittany, que en paz descanse la pobre, también tenía –como Michael Jackson- la casa repleta de medicamentos.  Igual estaba muy enferma (realmente tenía mala cara la chica). O que la fama -o su ausencia- son difíciles de llevar.

Esta sociedad que consume sin tino, dirigida, dócil, y sin criterio, sigue a los dioses que merece. Más aún, ahora se vive el momento; lo bebemos a tragos cortos, nacemos cada día, como los flashes de la publicidad. En cada parcela, hasta la más inadvertida. Todo icono refleja a la sociedad que lo crea. Muchas buscaron -desde los griegos- armonía, equilibrio, perfección. El siglo XX se inicia con una explosión de creatividad y rebeldía. La misma que -algo más ingenua- impregnó los sesenta, exuberantes y coloridos. Los mitos de hoy son de plástico, artificiales, sin surcos ni matices -operados, alisados, estirados-, vulgares, para parecerse quizás a la sociedad a la que representan, absolutamente decadente. Cualquier tiempo pasado no fue mejor, ningún salvoconducto con más posibilidades a la esperanza que la vida que palpita en el presente y se abre al futuro. Pero elijamos al menos en nuestra admiración seres auténticos, con carne y peso, estimulantes,  alguien que no avergüence, Jenifers Jones (o quienquiera que sea) de sangre y hueso.

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