Son 793 socios y poseen entre todos 2,4 billones de dólares. Hace sólo un año acumulaban el doble de capital. La crisis también ha sacudido -y casi como nunca- al club de los «milmillonarios» que recoge y resalta anualmente la Revista Forbes. 355 desgraciados se han visto obligados a abandonar el barco como ratas: ya no disponen de mil millones en sus cuentas corrientes.
Bill Gates vuelve a ser el hombre más rico del mundo. Le siguen otro norteamericano, el inversionista Warren Buffett y el magnate mexicano Carlos Slim. Entre los tres, poseen 112.000 millones de dólares, pero todos han perdido dinero. En el top ten dominan los norteamericanos -en toda la lista lo hacen-. Hay cuatro europeos: el dueño de IKEA, el sobrio sueco Ingvar Kamprad -que viaja en vuelos de Aeroflot -la cutre compañía de aviación rusa- para dar ejemplo a sus conciudadanos-, dos alemanes, y un español, Amancio Ortega (Inditex, Zara), que, mira por donde, es uno de los que menos dinero se ha dejado en la crisis y regresa a la cumbre de los más ricos. Su fortuna se estima en 18.000 millones de dólares (14.000 millones de euros). Nuestros ricos son muy competitivos como se ve, más que los franceses desde luego.
Aunque no tanto. Dos tercios de millonarios españoles han dejado la lista Forbes -pobres-. Y, los que quedan, han mermado su capital al punto que hay que pasar varias páginas para encontrarlos. Pero allí están, Rosalía de Mera, ex mujer de Amancio Ortega, Isak Andic, Alicia Koplowitz, Manuel Jove, Florentino Pérez, Esther Koplowitz, José María Aristrain, Alberto Alcocer, Emilio Botín, Alberto Cortina y Enrique Bañuelos. Acumulan una fortuna de sólo 36.300 millones de dólares.
La media de edad, ha subido a 63 años y ha mermado la presencia de mujeres: 72, cuando hubo 99. Es decir, que para ser rico sin riesgos, es imprescindible ser, también, maduro y hombre.
Las cosas están realmente feas. 2008 nos dejó la escalofriante cifra de 963 millones de pobres -menos de un dólar al día-, a la que se habían sumado 40 millones de golpe. Pero ahora el Banco Mundial nos anuncia que 2009 lanzará por debajo de la línea de la pobreza a 46 millones de personas más en el mundo.
Saquemos una calculara y echemos cuentas. ¿Quién necesita el dinero para algo tan poco supérfluo como comer? ¿Cuánto? ¿En dónde está? Siempre me ha llamado la atención la estructura piramidal de la sociedad. Cada civilización, cada organización, tiende a estrecharse arriba en una casta aristocrática con derechos por encima de los demás. Todo es porque uno no puede ocuparse del teclado, o de la azada, o del mostrador, y al mismo tiempo, del fiasco y el litigio, del banco o del gobierno. Y viceversa. Esa elemental circunstancia y la fea condición humana hacen el resto. Liberales sin frenos y falsos socializadores, jefecillos de tribu e ídolos de barro, sangres púrpuras, azules o sepias, se construyen su pedestal privado. «Amo a la Humanidad, lo que me revienta es la gente», decía Susanita, la amiga de Mafalda. Se diría que ellos no nos quieren sino para usarnos, sin saber que ya no corren tiempos de Olimpos elitistas -porque han fracasado en su labor global-. Ellos son nosotros. Todos somos todos. Y a mayores privilegios, menos digerible la dejación de obligaciones.
Cada vez más voces expertas hablan de establecer un nuevo orden mundial, de forma inaplazable. Líbreme el destino de invocar los fracasos y excesos del comunismo, pero una socialdemocracia, con fuerte control estatal de los negocios y el mercado, pero aún mayor control de los políticos por parte de la sociedad, se aventura como la única salida posible. Que quiebren los bancos que sea preciso, que se hundan las fábricas de coches que no sean rentables porque ya no caben más coches en el mundo o repartamos mejor su ubicación. Nos dicen los empresarios españoles que sólo aceptan subir un 1% nuestros precarios y bochornosos -comparados con Europa- sueldos. ¡Ya vale! La sociedad ha de tomar las riendas. Porque leer que setecientas pesonas poseen 2,4 billones de dólares, mientras millones se mueren literalmente de hambre, estomaga el desayuno, la comida, la cena, e intranquiliza el sueño. Porque no piensan cambiar. Nada va a cambiar si no nos movemos.
El Roto lo ha editoriliazado hoy en su viñeta de El País.
