De los altramuces a la lechuga y el caramelo envenenado

Postre de El Bulli

Seguramente uno mira, escucha, comparte, vive, para nutrirse y deleitarse. Y volver a comunicar a otros, quizás, las mejores recetas que logren alimentarle y darle fuerza. La lectura de la prensa de la mañana, de toda la información de estos días, me ha llevado a curiosas asociaciones.

Dieta rigurosa nos exige el Papa de la iglesia más mimada de la historia española, hoy más que nunca, como resume a la perfección Juan González Bedoya. Ásperos garbanzos recocidos sin esperanza. Altramuces. Borrajas lavadas. Un hueso de tocino. La aceituna vacía. Y el mandato inapelable de la obligada ingestión hasta dejar el plato limpio. La purga diaria.

Los gatos cocinados –pobrecitos míos- bajo el epigrama de liebres que nos brinda la economía. El arroz y el maíz a palo seco, sin costosas proteínas, que nos preparan para igualar a la sociedad en la pobreza que renta desorbitados beneficios particulares. La anorexia que detiene la garganta ante la mesa, la bulimia que se desencadena ante el estragante menú de obligada deglución.

También he recordado los caramelos al leer la excelente entrevista de Millás a Felipe González -las buenas entrevistas son las que logran respuestas-. No sabría precisar el mecanismo. Un caramelo que entra suave y apetitoso, pero que no siempre responde al contenido enunciado. Uno precisa endulzar sus días por encima de todo. Pleno de sabores –meloso, agridulce, picante, exótico y narcótico-, con la promesa de ricos nutrientes que, a veces se catan en esencia, hasta embriagar, los de mayor calidad contienen veneno –parece casi imposible la perfección del dulce sin tropiezos-. Sutil, bajo el brillante envoltorio y las sustancias que atrapan. Paladear un caramelo -aún envenenado- si no mata, con soportables efectos secundarios, estimula a vivir. ¿En la cuerda floja?

Cuando se ha probado, y se ha consumido, y  duele el estómago en el recuerdo, solemos emplear la razón para elegir una alimentación saludable. Verduras y hortalizas, proteínas sin grasa y a la plancha, fruta, algunos derivados lácteos, todo light, por supuesto. El BOE con toda su información. Mucho más sanos, se puede llegar a sentir que los días se arrugan como las lechugas e incluso ver que la crisis merma las ofertas y restringe cantidad y calidad del menú.

Sin imaginación, nunca llega el presupuesto. Mi sopa de calabaza de hoy lleva ajo, cebolla, puerro, acelga, apio, patata, sal y pimienta, y, sobre todo, generosa ración de cilantro. Sin él no sabe igual. Los jarretes de cordero que enriquece y contrasta con alcachofas la cocina aragonesa. Uno es lo que come. Para vivir. Para comunicar y compartir. Es mi receta. A falta de los sabrosos postres soñados que, sin duda, están en el mercado.

Consumir en tiempos de crisis

mediazaragoza

Termina el día de Aragón. Son las 12 de la noche. Un nuevo emporio comercial -con todo lo que se precie de serlo dentro- abre sus puertas a esa hora en Zaragoza. Se llama Puente Venecia. La estrella del lugar: Media Markt aunque ya tiene otro centro en la ciudad. Tres mil personas aguardan en la puerta. Han tenido que dejar el coche incluso a dos kilómetros que han recorrido con nocturnidad y pasión.

 El comercio franquea la entrada. Los consumidores se abalanzan hacia el interior. En una de las ofertas venden televisores de plasma, descatalogados, a 300 euros. Testigos presenciales me cuentan que hay personas que se llevan incluso tres unidades que acarrean como pueden. La tienda está autorizada a permanecer abierta 24 horas seguidas. 22.000 personas -en una ciudad de 666.000- acuden a comprar. En las cajas saturadas se tarda hora y media en pagar. Hasta las 3 de la madrugada se registra esa demora. Horas extras, quitadas al sueño, para consumir. Los televisores de plasma no se comen. Pierden el valor que se ha pagado en el momento mismo que uno sale del centro. ¿Qué les pasaba a mis paisanos?

España tiene fama en Europa de consumir sin tino, de endeudarse por consumir. La crisis y los cuatro millones de parados, el desempleo que amenaza -sin indemnización y sin subsidios como anuncian los probables futuros inquilinos de la Moncloa-, parece no arredrarnos. En las vacaciones de Semana Santa -de las que pocos de los que suelen disfrutarlas se privaron-, nos contaron que ya no se pagaban 4, 5, y 6 euros por hamaca -que es una auténtica barbaridad-. Los veraneantes se bajaban sus acomodos playeros los días que el sol se dignó salir. Pensé al escucharlo que suecos u holandeses -más «austeros» que el baile típico de Madrid- se traerían la hamaca desmontada en la maleta y, adiestrados en la materia por IKEA, la montarían en el apartamento u hotel de tres estrellas como máximo. Hablo del común de la población.

Los españoles destinamos más del veinte por ciento de nuestros ingresos a alimentos, ligeramente por debajo de nuestros primos hermanos italianos, que ocupan el primer lugar en la lista de todos los habitantes de la eurozona. Y nos situamos en cabeza, junto a los portugueses, en salir a restaurantes y a tomar café, destinando más del 8% de nuestras rentas a ese fin, el doble que la media europea. Y este tipo de establecimientos, son ya tan caros como en todas partes. Comemos mucho mejor que buena parte de nuestros vecinos europeos. Nuestro consumo de carne se ha duplicado desde la Transición, y se ha reducido a la mitad el de pan. Las pescaderías de mercados y grandes superficies rebosan género todos los fines de semana, y nunca falta el marisco, en todo el año, a pesar de la crisis, que, quizás, es un poco excesivo. En el norte de Europa se contentan con un plato, no con dos como nosotros, y engañan el hambre con pan untado en mantequilla. Gastan poco en el placer gastronómico. Quienes menos, los holandeses que dedican tan sólo un 15% de su presupuesto familiar a este fin. Es decir, que si ellos ganan de sueldo medio unos 2.300 euros, gastan 345 en comer todo un mes. No muy lejos andan algunos de los países nórdicos.

Probablemente el punto medio es más sensato y más placentero. Y una cosa es comer, y otra ver la tele en un aparato de plasma, o escuchar música en el MP4 más moderno y más «de oferta». Ni la crisis parece frenarnos. Ah, claro, que estamos deprimidos y tenemos que premiarnos para no cortarnos las venas. Miles de zaragozanos nos han dado ejemplo. ¿Consumir en tiempos de crisis? No nos cortamos un pelo. Mala educación, falta de principios, de previsión, no me cansaré de decirlo a ver si alguien hace algo.