El día que se frustró mi carrera en el Music Hall

Es cierto lo que dicen: “Mi venganza es ser feliz”. Ante tanto atropello por lo menos se ha de preservar esa parcela. Por eso hoy toca tema ligero. Aparentemente.

Escucho a menudo una lista con canciones de Pink Martini. En ella, aparece siempre “El bayón de Anna”. Esa canción es la primera de la banda sonora de mi vida. Mi madre, gran aficionada al cine y con buena voz para cantar, la situaba entre sus favoritas. Solía despertarme primero relatando las noticias del día leídas ya a tan temprana hora en Heraldo de Aragón, pero si la noche anterior había ido con mi padre al cine, también me contaba la película. Anna le encantó y la traía una y otra vez, sobre todo su música. Por tanto, ocupó buena parte de mi niñez.
Anna1951Acabo de mirar la reseña. Y ver el vídeo. Del argumento no recordaba absolutamente nada. Ahora ya sé. Silvana Mangano es una monja que rememora aterrada su pasado… de pecadora. Parece ser que la pervirtieron entre Vittorio Gassman y Raf Vallone, que no está nada mal.

Y lo que más se ha quedado en su mente ha sido el bayón. Igual me pasa a mí.

En el colegio de monjas pidieron que mostráramos nuestras habilidades para organizar alguna fiesta de fin de curso. Y yo, con apenas 5 años, me ofrecí a interpretar el Bayón de Anna. Me esmeré en hacerlo bien, como había aprendido en casa.  Las monjitas me animaban a seguir  pero cuando terminé me dijeron:

-¡Hija mía! ¿quién le ha enseñado eso?

-Mi mamá,  dije, comprendiendo que acababa de hacer algo terrible y que no debía haber delatado a mi inductora. A pesar de estar hablando de una monja, de una pecadora arrepentida, algo que entonces debía saber perfectamente.

Por supuesto, no se incluyó mi pieza en el festejo y mucho me temo que fue el inicio de las desavenencias que culminaron, muchos años después, con mi expulsión del centro. Es curioso como la maldad está, tan frecuentemente, en los ojos de quienes miran. Eso sí, abandoné por completo mis aspiraciones a convertirme en cantante y bailarina.

Hoy que aquella espantosa educación represora vuelve a nuestras vidas, reivindico la venganza de la felicidad y a Anna que está realmente contenta. No consintáis que os destrocen o manipulen, ni os roben -también- los valores más preciados.

8 comentarios

  1. Viator

     /  17 febrero 2014

    Pues a mí me echaron del coro cuando, con unos trece años,cambié la voz y me salían sonidos como de carretero tabacario. Una frustración que he arrastrado toda mi vida.
    He encontrado parcelas de felicidad en otras actividades, pero la expulsión del coro es una herida que aún no ha cicatrizado.
    Si hubiese sido niña, a lo mejor por el baile sensual de Silvana Mangano me hubiese resarcido, pero en cuestión de artes escénicas no he llegado ni a ser comparsa del Negro Zumbón.
    En fin…

  2. Trancos

     /  17 febrero 2014

    Yo tenía una tita muy jovencita, apenas adolescente, que se ocupó de mi en mi primera infancia casi más que mi madre, y me cantaba, para dormirme, aquello de «amado mío», en español, versión Sara Montiel. Es uno de mis primeros recuerdos (aunque mi tía dice que yo es que fui muy niño hasta una edad muy avanzada 🙂 🙂 🙂
    Cuando tuve edad y oportunidad de ver «Gilda» no puedo negar que el morbo de la Rita se me entremezcló (sólo en la cabeza) con otros morbos incestuosos e inconfesables. Pero para entonces, yo ya no le confesaba mis pecados ni a dios ni a los curas.

  3. Joaquín Barceló

     /  17 febrero 2014

    Pues claro que debemos tener de todo. Yo, puedo contar que fui separado del coro de la iglesia, creo recordar que entonaba muy bien, pues el profesor me felicitaba. Tenia yo 7/8 años. Pero he aquí, que el señor cura se entera de que mi padre estaba en la cárcel por «rojo». De inmediato, el maestro, me indicó que no volviera más a los ensayos. No me dijo la causa. Constantemente resurgía en mi celebro: ¿porqué? ¿Qué hice mal, que pecado había cometido para expulsarme del coro que tanto me gustaba? Hasta que mi abuela, con la que yo vivía me dijo, en un acto de amor y sinceridad: «Hijo mío,
    no te quieren en la Iglesia porque tu padre es un rojo». Mi abuela era muy creyente, pero también muy sensata y realista. No le dirigió más la palabra a este cura. Por esta y por otras razones más espinosas, políticamente, que no vienen al caso. Pero así fueron aquellos años. Eran tan obtusos, que ni se daban cuenta de que estaban «formando» a un rebelde. A los dieciocho años de aquello, estaba yo ante un Consejo de Guerra, por rebelión militar y en la cárcel de Carabanchel. Y mientras tanto, pues a seguir, porque SE PUEDE.

  4. pacoalt

     /  17 febrero 2014

    No me extraña. ¡Qué tiempos aquellos! Lo digo porque éramos jóvenes y «puros». Recuerdo el erotismo que rezumaba Rita Hayworth en Gilda al quitarse un guante largo mientras cantaba: «Put the blame on name» El negro zumbón, , . .Picnic con Kim Novak. Eran películas que no se podían ver. Con diez años había yo leído todas las series de los Episodios Nacionales, la primera varias veces. Cuando en 2º de bachillerato(el de entonces que se hacía con 11 años) cuando dije en clase de historia que Zumalacárregui había muerto en el sitio de Bilbao, me dijo el cura que estaba en el índice de libros prohibidos con lo que me lo pasé por el…para siempre. Y todo porque había una aldeana, que estaba buenísima, la Saloma, que había pervertido a un cura y seguían a los carlistas trabajando ella de cantinera.

  5. pacoalt

     /  17 febrero 2014

  6. Pues si de cantar «obligado» el cara al sol a los 6 años acabe en el PCE, es que lo hicieron muy mal. Así que sólo espero que, esa educación que tanto les atrae, les salga como entonces, mal. muy mal.

    Salud

  7. josemalopezfernandez

     /  18 febrero 2014

    Hacía muchíss….simos años que no había vuelto a escuchar la canción del bayón. Muy bonita, y mucho más Silvana Mangano. Esta canción los chicos la cantábamos con la letra cambiada, decíamos:

    Ahí viene Diego Valor
    con el Mekong a los pies,
    la chuta Diego
    y la para Portolés

    Eso era porque los chocolates Valor sacaron una fina chocolatina, que se llamaba Vitacal ( la publicidad decía ¡Chaval! toma Vitacal, y se crearon unos tebeos sobre Diego Valor y su lugarteniente Portolés, que eran viajeros del espacio, acompañados por una muchacha que se llamaba Beatriz (la novia de Diego Valor) y luchaban en el planeta Venus contra los venusianos que tenían sillas voladoras, y cuyo jefe se llamaba Mekong, y eran todos de color verde. Luego fueron a conquistar el planeta Marte, y allí los habitantes eran de color amarillo.
    De Pink Martini qué decir. Fueron toda una revelación cuando un compañero de empresa me grabó su primer disco. Algo completamente novedoso y con ritmo desenvuelto y gracia.
    Gracias Rosa por despertar tantos recuerdos.

  8. Baturrico

     /  18 febrero 2014

    Ufff… yo también tengo el “honor” de haber sido expulsado de un colegio de curas de Zaragoza. Fue cuando se organizó la huelga contra don Julián Matute (personaje que no desmerece a nuestros villanos de hoy en día) en el Santo Domingo de Silos , encadenados los padres a la puerta de el Pilar y gritando aquello de “Matute, dimite, el pueblo no te admite”. Para resolver la rebelión de los padres nos expulsaron a todos los hijos. Y afortunadamente aquel gran alcalde que fue Sáinz de Varanda dio un cheque en blanco para culminar los colegios públicos en el barrio de las Fuentes, que abrimos. Un colegio mixto, con veintidós alumnos en clase (de los 45 del Silos). Un sueño, hecho con las manos de la asociación de vecinos, de un ayuntamiento de izquierdas. Tiempos aquellos que parecen volver ahora mismo, el Silos y sus sotanas y subvenciones siguen ahí, y los canónigos del Pilar recitando. En fin, al menos, que no nos quiten la ilusión.
    (Por cierto, Sra. Artal, mi madre también acabó por irse de su colegio, y ella era de las alumnas ricas, pero aquello era insoportable, entre los palos por ser zurda y la injusticia como pan nuestro de cada día…)

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