¿Una nueva semana negra?

Realmente, a mi me apetecería escribir de René Aubrey y este delicioso “Salento”. O ni siquiera eso, irme a nadar ahora mismo. Pero me preocupa cómo nos dejaron el mundo el viernes, antes de uno de esos findes que todo lo curan, que todo lo tapan pero no evitan que los lunes nos demos de bruces con la realidad. Y no leo en parte alguna una reflexión sobre tres noticias esenciales que nos dejó el último día laborable.

Todos los ciudadanos que nos hemos visto obligados a hacer un apresurado master en economía –que casi ninguno de sus catedráticos oficiales está capacitado, por cierto, para evaluar- vemos un panorama tan negro como Trichet. El 29, viene a decir el alto ejecutivo bancario, fue cosa de niños comparado con esto. El 29 que desembocó en el ascenso de los fascismos, afianzó otro peligroso ismo: el comunismo, y acabó en contienda mundial. Ni aquella devastadora postguerra le parece a Trichet tan grave como el momento en el que vivimos. Pienso que es porque nadie le ve salidas.

Pero traduzcamos. Al “mercado” no le conmueve el duro ajuste español, si nos atenemos a lo que más nos importa, nuestro país. Su portavoz, el FMI, cuyos mandatos tienen una acreditada trayectoria de hundir países enteros, nos pide ahora que nos paguemos una parte de la prótesis como se venía haciendo en el capitalista EEUU. Es decir, que si Vd. no tiene dinero para costear su pierna ortopédica, ande cojo con unas muletas que son más baratas. Por ejemplo.

La azul y acosada Unión Europea, por otro lado, ha puesto sobre la mesa 750.000 millones de euros para defender a la moneda única. Con eso y apretar el cinturón de los ciudadanos se creían salvados. ¿No leen? ¿no se informan? ¿no relacionan? Porque oígo que se sorprenden del ataque sufrido por el euro. Señores lo avisaron los especuladores hace meses, hasta con declaraciones públicas. Las enlazo de nuevo a ver si alguien con poder se digna enterarse. Pero es que el “mercado” se ha pasado por el forro el dique de contención y ha mandado a 1,23 dólares al euro, a la espera de ver cómo se embolsa la jugosa partida de 750.000 millones que tenemos ahí a su disposición.

El liberalismo fue un elemento dinamizador de la sociedad. Lo dice hasta José Luis Sampedro. Tiempos, insisto como otros días, en el que los empresarios arriesgaban su dinero sin limitar responsabilidades para dar trabajo de por vida en su zona. Como explica Naomi Klein en su No logo, la publicidad –que nació con ellos- presumía, con razón, del esfuerzo y credibilidad de aquellos empresarios.

Pero -simplificando- llegaron Reagan y Tatcher, apuntaló Clinton, se implantaron las “marcas” que, huecas, sólo servían como modelo de distinción. Me calzo unas “Niké”, «llevo un bolso -ay- de Louis Vuitton» -cosidos en el tercer mundo con esfuerzo, sangre, lágrimas y sudor, que ésa es otra. Y se alcanzó el desmadre absoluto, la barra libre, con Bush, Blair o Aznar (y Rajoy en los gobiernos). Posteriormente, nadie detuvo la locura. Y estalló la crisis. La primera. Y la otra. Y las que vendrán.

El “mercado” manda, dirige nuestras vidas y no se sacia con nada. Zapatero subió las pensiones ínfimas españolas, para dejarlas nada más que en paupérrimas, y ahora se ve obligado a congelarlas. Aumentó la ayuda al desarrollo, y ahora ha de reducirla. Los salarios españoles, los más bajos (con Grecia y Portugal) de la UE anterior a la ampliación al Este, no se tocaron, y perdieron poder adquisitivo. Sí los de los ejecutivos: eran entonces los quintos mejor remunerados de Europa, ahora han llegado a sueldos record en plena crisis. El capitalismo en todo su apogeo. El que se siente incapaz de controlar a los especuladores, el que no ha hecho nada con los paraísos fiscales –donde guardan sus ganancias las dos docenas de ricos que nos han puesto en jaque-, a pesar de que así se comprometió en el G20 hace un año. Tengo una amiga riquísima. A ella le ha zumbado de lleno la crisis. No pertenece al selecto y reducido grupo.

 Y aún nos falta la «reforma» laboral. Y reducir más el gasto social (también el más bajo de la primera UE, con, sí, Grecia y Portugal). El que, entre otras cosas, paga educación y sanidad. Y buena parte de la sociedad… en Babia.

La semana que empieza va a ser movidita por lo que vemos. Están dispuestos a dejarnos en bragas si se me permite la expresión. ¿Lo arreglará el PP? ¿La única oposición política de Europa que no arrima el hombro para ayudar a su sociedad y sólo piensa en trincar poder? ¿La que nunca subió las pensiones, ni la ayuda al desarrollo? ¿La que despilfarra en las comunidades y ayuntamientos que gobierna? No, son solo peones útiles y colaboradores del sistema. Pero no es ningun consuelo, esta partida se libra mucho más arriba, y la tenemos perdida. Salvo… que reaccionemos.

Me recordó ayer una amiga desolada –pero realmente, me preocupa- la película «Las uvas de la ira”, de John Ford, basada en una novela escrita por John Steinbeck en 1939. Narra el durísimo éxodo de una familia de granjeros que, junto con muchos otros, perdieron casa y tierras durante la Gran Depresión, la que fue algo más llevadera que la que se avecina, según Tritchet (esperemos que se equivoque una vez más). Ya entonces era difícil la atribución de responsabilidades. Aunque lo intentaran.. a la manera norteamericana.

-Yo no puedo hacer nada. Sólo cumplo órdenes. Me mandan a deciros que estáis desahuciados.

-¿Quieres decir que me echan de mi tierra?

-Yo no tengo la culpa.

-¿Pues quién la tiene?

-Ya sabes que el dueño de la tierra es la Compañía “Sound y Land” (trascripción aproximada del nombre).

-Pero ¿la compañía tendrá un presidente que sepa lo qué es un rifle?

-Pero, hijo, ellos no tienen la culpa. El banco les dice lo que tienen que hacer.

-¿Y dónde está el banco?

-En Tultsa. Pero no os van a resolver nada. Allí sólo está el apoderado y el pobre cumple órdenes de Nueva York.

-¿Y entonces.. a quién matamos?

-Yo no lo sé. Sólo cumplo órdenes. Si lo supiera te lo diría. No sé quién es el culpable.

Tomando tierra en Berlín

21 grados a mediodía, dormir con edredón. He venido a respirar Europa más cerca de su corazón y tratar de reencontrar escenarios y personas que tanto me impactaron hace dos décadas cuando cayó el muro de Berlín ante mis ojos. Para bien y para mal, cuesta encontrarlos. La piqueta ha trabajado lo suyo. No en todos los casos. Las casas derruidas junto a la pesada frontera, que no podían ser habitadas por razones obvias, se han convertido en un precioso barrio de vanguardia, tiendas pijas de diseño y pequeños restaurantes. El Mitte, la mitad. Es una recuperación altamente simbólica. Pero aún persiste la división entre Este y Oeste en la mentalidad.

Alexander Platz, la joya de Berlín Oriental parece más pequeña que el recuerdo. No he llegado aún mucho más lejos. Espero hacerlo hoy.

Mi alojamiento en el Oeste me permitió ayer escuchar a muchos españoles que están en visita turística. Con mi metro ochenta y el pelo rubio paso por alemana. Un grupo de matrimonios daba limosna, muy convencidos ellos, para reconstruir la vieja iglesia de la Paz (protestante) que fue símbolo occidental de la guerra. En realidad es para mantener abierto el monumento. Señoras maduras salen –también en grupo numeroso- cargadas de bolsas con compras pero diciendo: “España es mucho mejor” –palabra-. Y “¡Qué caro!”.

Los precios de todo oscilan por zonas, pero en efecto son superiores a España. Aunque vi mi famoso patrón oro de la cesta de la compra –tomates- a 1,99 euros. Hermosisimos. Eran polacos. Ahora tenemos mucha más competencia.

De cualquier forma los alemanes cobran el doble que nosotros y sus precios no se han duplicado, ni mucho menos. Leo que el Sr. Trichet, que reside en Francfort, tiene la osadía de pedir regulación de los sueldos españoles y despido aún más libre. Las obras de Berlín Oriental las hacen ciudadanos del Este europeo, no alemanes, como en casi todas partes. Es que siempre ha habido clases ¿no? Nosotros estamos en la de cobrar la mitad.

Orange no me dio el servicio contratado y he estado sin Internet. No me dio nada, ni un minuto de conexión. Espero que no lo cobre. Y, ahora, con otro, no consigo colgar las fotos. Pero todo puede esperar. Menos Berlín. Hoy tengo pogramados grandes choques con la nostalgia.