Cuando no se necesita pensar en Europa

Toca hablar de Europa. Sucede de vez en cuando para después sumirla en el olvido por largo tiempo. Los irlandeses han votado mayoritariamente el Tratado de Lisboa, después de haberlo rechazado en 2008. Cierto que Bruselas les ha hecho algunas concesiones para limar asperezas, pero en el ánimo de los ciudadanos ha pesado por encima de todo que, fuera de la UE y del euro, hace mucho frío. Aquellos que apuntalaron su desbordante milagro económico, pueden seguir ayudándoles a salir de la crisis. Implora Islandia su acceso por idénticas razones: su debacle financiera desde el Olimpo no se hubiera producido -o hubiera sido menor- de pertenecer a la Unión.

  Pero, en contra de todo camino de progreso, el Presidente checo –que presidió el primer semestre europeo para más escarnio,- el euroretrógrado Václav Klaus, retrasa la firma del acuerdo para irritación de su propio gobierno, y el polaco, uno de los pintorescos hermanos Kaczynski, también.  Aunque parece que éste será convencido antes.

  La vieja, sólida y democrática Europa decidió organizarse hace más de medio siglo para ahondar y mantener sus principios. Han pasado casi otras bodas de plata desde que, con nuestra entrada y la de Portugal, se formó la fructífera Europa de los Quince. Pues bien, las Instituciones comunes todavía no han logrado superar su “problema de comunicación con los ciudadanos”. Asociaciones de todo tipo, en ingente número, detallan ante reducidos y entregados auditorios lo mucho que Europa influye –que lo hace- en nuestras vidas y cuánto la necesitamos. Y sigue la incomunicación. ¿Por otro medio siglo más? ¿Uno completo?

   El Tratado de Lisboa fue la alternativa a la Constitución que no prosperó por el vetó francés y holandés. La consideraron demasiado conservadora. Un texto farragoso -como todo lo que menta, la UE-, nos hace sin embargo ver en él algunos avances operativos.

Se va a asemejar más al funcionamiento de un organismo compacto. Habrá un presidente fijo –durante dos años y medio prorrogables-, el Alto Representante para la Política Exterior –puesto que hoy ocupa el español Javier Solana- se ve reforzado, también el Parlamento al que se equipara en su poder decisorio al auténtico órgano fuerte de Europa: el Consejo, formado por los jefes de Estado y de gobierno nacionales. Más papel también para los Parlamentos nacionales, u otro sistema de voto.

   Promoví una asociación, Europa en Suma, de la que he sido también presidenta hasta hace unos días. Pretendía imbuir otra forma de abordar lo que casi es un problema: la unión  de los ciudadanos de este continente. Pero el “paquidermismo” contagia a lo europeo oficial. Y también le llegan sus vicios, sus juegos de intereses, incrementados algunas veces en nuestro país por nuestra rica idiosincrasia de envidias, protagonismos, manipulaciones, incluso atisbos de utilización personal consentida.

  A pesar de la burocracia,  Europa es horizontes, pluralidad, diversidad, lenguas, criterios, avances, paz… y España se convierte en ejemplo paradigmático de por qué precisamos un vínculo fuerte y solidario. Ante todo, para ahuyentar inmovilismos, fanatismos, lo local que se pudre devorando sus propias entrañas. Los progresistas españoles siempre miraron a Europa como escapada. Proscritos “afrancesados” reclamaban más cultura e incluso más glamour, pero triunfaron los castizos. En España siempre triunfan los castizos. Saturno goyesco que se alimenta de sí mismo y no deja crecer ideas nuevas.

    “Si no existiera Europa, habría que inventarla para afrontar la crisis”  razonó el ex presidente español Felipe González, trabajador incansable por una UE mejor, en la presentación de Europa en Suma que organicé, y cuyas amplísimas referencias han desaparecido de la página web –imagino que por error, no podría ser de otra manera-.

   La única vía abierta a Europa pasa por vivirla, saber cómo respiran nuestros vecinos, qué les duele, por qué gozan y se afanan, adónde les ha llevado su historia y su desarrollo. Sepa un camarero malagueño que su colega danés gana 2.300 euros al mes por 37 horas de trabajo semanales. Sólo Grecia y Portugal (en la UE15), cobran menos que los españoles, y muchos países duplican nuestros ingresos. Coméntele a cualquier sueco que la mitad de los españoles reciben, como salario mensual, mil euros -o menos-  y contemplará una definitiva expresión de incredulidad. Charle un sindicalista español con un francés o un alemán, y aprenda a batallar por sus derechos y a poner coto a excesos empresariales y gubernamentales. Con horarios que lastran la productividad y la vida personal, hablen tenderos y consumidores sobre cómo España fue el país europeo en donde más creció la inflación con el euro. Atienda Vd. a los llantos de nórdicos y asimilados por sus elevados impuestos, pero descubra que, en algunos países, el Estado costea el dentista en todas sus prestaciones o las gafas. Añada un año de maternidad y paternidad subvencionado total o parcialmente al amparo de las leyes. Con un gasto social seis puntos inferior a la media europea (por debajo, de nuestro 20,9% del PIB, apenas encontramos, hoy, a Malta, Chipre y los países del Este), la cifra no avergüenza más gracias a que José Luís Rodríguez Zapatero presupuestó 60.001,27 millones de euros más, un 52,53% de incremento respecto al PP.

  Indague, pregunte, cuente, comparta. Entérese -desde nuestro secular fracaso escolar-, de por qué Finlandia encabeza la educación mundial. Comuníquense en inglés, o en cualquier otra lengua que conozca, como la han aprendido ellos. España, privilegiado destino turístico, no habla idiomas.  

Una sociedad educada e informada utiliza racionalmente sus recursos. No dedica más de un tercio de sus ingresos a financiar una vivienda, ni paga por ella más de su valor. Ni se hipoteca para viajar de vacaciones u operarse de estética. No tolera y anima las trampas. Incluso en la Europa azul, con brotes de gangrena ultraderechista, ¿Se hubieran producido, impunemente, las insidias sobre unos atentados tan atroces como los del 11M? ¿Y la utilización política del terrorismo? ¿Y la comprensión de la dictadura franquista? Numerosos ejemplos -desde el conflicto del IRA a la persecución del nazismo- demuestran que no.

    Consultemos a los europeos si se oponen a que sus hijos estudien “Educación para la ciudadanía”, tanto en colegios laicos como católicos. Si, salvo una minoría, cuestiona normativas europeas –como la píldora postcoital o el aborto-. Atendamos a qué lugar  ocupa en sus prioridades la búsqueda del bien común –esencia de la (buena) educación-. 

   Europa nos homologó en democracia cuando entramos en su seno en 1986.  Y los fondos estructurales y de cohesión construyeron carreteras y autovías, líneas ferroviarias, modelándonos como país desarrollado. Pero nos faltó inhalar a fondo los valores prometidos: tolerancia, respeto, pluralidad, educación, y convergencia equilibrada fuera de los datos macroeconómicos que exigía Bruselas. La integración real, la que hermana a los socios del mismo club en utopía que aspira a realizarse.  

       La caverna se prepara para aguar la presidencia de turno española. El Mundo cruza hoy los dedos para que el presidente checo firme antes del 31 de diciembre y “Zapatero pierda protagonismo” en la presidencia de turno.

    La UE se abrió a los países del este soviético, con un nivel de desarrollo y de educación que nos hacía profundamente extraños. Como si de otro continente se tratase. Sin hacer reforma alguna. Sin propiciar que quien no quiere estar en la Unión y obstaculiza su funcionamiento, sea expulsado. Los euroescépticos aún esperan que el Tratado de Lisboa llegue sin firmar a las elecciones británicas que, dando el triunfo a los conservadores, engrosarían también las filas de quienes no desean Europa. ¿No sería mejor que abandonaran el club?

  Existe una privilegiada élite, los Erasmus, que viven Europa sin necesitar pensar en cómo la dinamizan o la dan a conocer. Porque sus amigos y su círculo son europeos, piensan y sienten en europeo. Y Europa llegará cuando sus ciudadanos se relacionen al mismo nivel, siquiera leyéndose. ¿Un siglo? ¿Con torpedos constantes?  Necesitamos Europa; cuando Europa se desdibuja, emerge la involución.

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