“Nicolás Sarkozy ha planteado con realismo una cuestión inaplazable, al margen de retóricas buenistas o de discursos vacíos de contenido, porque los políticos sensatos tienen el deber de afrontar los problemas antes de que estallen conflictos irresolubles para la convivencia democrática”.
Así concluye el editorial de ABC que había iniciado escribiendo “La libertad de circulación de las personas es un derecho fundamental garantizado por todos los Estados democráticos y se consagra como elemento básico en el proceso de integración europea”. A continuación venían los “peros” que anulaban el discurso. Por completo.
Nicolás Sarkozy, el nuevo Napoleón, enfila el camino hacia Santa Elena y algo tiene que hacer para evitarlo. Este “político sensato” –según ABC- apareció en nuestras vidas informativas peleando por el poder conservador con un colega, Dominique De Villepin, que nos había dejado boquiabiertos con su discurso combativo y progresista en la ONU oponiéndose a la invasión calculada de Iraq. De Villepin era, por tanto, mucho más progresista que Sarkozy, pero además, infinitamente más culto, más alto, y tan poco francés/francés como él mismo (si Nicolás venía de padres húngaros, Dominique nació en Marruecos, donde su progenitor ejercía como embajador de Francia). La pugna política se tiñó de tintes negros y sucios, con espionajes, denuncias, falsas pruebas, juicios. De Villepin cayó, aunque acaba de ser exonerado por la justicia y prepara su vuelta en un nuevo partido.
Entretanto, y mucho antes, Sarzoky experimentó, como ministro del interior con mando en plaza, las mieles que acarrea la utilización de la mano dura para aplacar los miedos cerriles de una sociedad adormecida. Su brutal represión de las protestas de franceses de segunda generación, tan inmigrantes como él, le acarreó popularidad y le llevó a la presidencia de la república.
Su esposa española, Cecilia, le dejó varias veces por otros hombres. Se diría que le fue públicamente infiel, aunque, mientras, él hacía también lo que podía. Las disputas maritales llenaron los periódicos.
Y llegaron el premio y la gloria. Presidente de una Francia respetada, interlocutor válido en una Europa que se muere, una deseada e inteligente esposa acalla rumores de hombre abandonado, Claudia Bruni. Sarzoky elevaba su talla, siquiera a costa de exigir guardaespaldas de menor estatura que él. ¡Que la Madeleine nos libre de los acomplejados!, alguno conocemos por aquí.
Pero ¡ay! esas cenas con la alta sociedad, con ricas herederas desvariadas que distribuyen sobres bajo mano en los postres, le han llevado a la ruina. Y para colmo ¡ la crisis! Los franceses que se iban al retiro tan ricamente a los 60 años, con pensiones estupendas, tras haber disfrutado también de estupendos sueldos, van a ver prolongada la edad de jubilación hasta los 62 ¡Habrase visto! Y lo que ya les ha sublevado al máximo: hasta los 67, para cobrar la pensión íntegra (como el resto de los europeos casi). Pero… ni Napoleón hubiera podido con “los mercados”. Hoy Francia vive una huelga general en protesta.
¿Qué hacer? Expulsar ciudadanos europeos del país, de esos –pobres- obligados a vivir en barracones, para tratar de rememorar los éxitos que le llevaron a la cumbre. La mano dura, el racismo, la demagogia para exaltar y aplacar las bajas pasiones analfabetas y fascistas.
Un amigo francés me contó que también a su país ha llegado la ola primermundista de la anestesia mental y el pasotismo. Pero no en vano ellos fueron los inventores de la guillotina como resolución de grandes atropellos. De momento les ha gustado muy poco ver a su Presidente metiendo mano en el saco –presuntamente aún, bien es verdad-, y no parecen muy dispuestos a admitir que se mermen sus derechos. El resultado de la huelga puede ser el definitivo pasaje que lleve a Sarzoky a su inevitable destino en Santa Elena.
Vaya, pues igual he practicado la “retórica buenista” que dice ABC. Cómo le gusta al extremo-centro ese vocablo que han inventado.