La hoja del olmo no es perfecta. Por fortuna. La búsqueda de la perfección a cualquier coste ha sido fuente de no pocas tragedias según se deduce de la lectura del libro de Javier López Facal. Coautor del mítico Reacciona, si se me permite calificarlo así, López Facal es un prodigio de saberes que hilvana con brillantez e ironía. Un regalo estimulante y más necesario de lo que la mayoría de la gente piensa. Una explosión de cultura, de inquietudes y preguntas, que entra por los sentidos con enorme facilidad y que resulta un antídoto para, por ejemplo, esas inmundicias que saltan por las pantallas en horas de máxima audiencia.
La búsqueda de la perfección ha tenido dos escenarios en los que se ha cebado inmisericorde: la religión y la política. Así partimos del antiguo Egipto para ver el día en el que la milenaria religión politeísta pasa a ser regida por un solo dios. Los distintos dioses gozaban de épocas de especial fama –lo que resultaba muy rentable a sus sacerdotes- aunque desde hacía siglos Amón era el favorito, el principal. Sin embargo, había ido prosperando otro: Atón. El faraón Amenofis IV decide encumbrarlo –y de paso restar poder al sector mundano de Amón-. Hasta se cambia el nombre para pasar a llamarse Ajenatón. Ya puestos, termina asumiendo toda la representación divina en la tierra. Y haciéndose un descomunal obelisco.
Ajenatón fue un tipo peculiar. El marido de la adorada Nefertitis que tuvo la mala fortuna de perecer antes que su esposo. El faraón entonces elevó al rango de “Gran esposa real” a una de sus hijas. Supongo le daría silla en el equivalente al despacho oval de la época como hacen ahora sus similares.
El experimento del dios único fracasó. Ajenatón no le dotó de imagen. Algo muy etéreo, como un rayo de luz nada más. Lo que quitó trabajo a los escultores y pintores y, sobre todo, le restó popularidad en el pueblo. Alguien sin rostro resulta muy poco cercano. Y no era el único problema. Cuenta Javier López Facal que los egipcios estaban acostumbrados a pedir la intercesión de los dioses según sus necesidades cotidianas. Se sentían así protegidos. Pero “¿Cómo iba uno a molestar nada menos que a Atón para que le ayudase a encontrar algún objeto perdido o a conseguir el amor de una persona deseada? nadie entre nosotros recurriría en casos semejantes por ejemplo al Espíritu Santo pero si a figuras más cercanas como a san Antonio de Padua o a san Cucufato”.
Muerto Ajenatón, la religión egipcia volvió a su cauce, pero la semilla del monoteísmo estaba sembrada. Y germinó en particular en el pueblo judío que había sido también politeísta. El dios único dio paso a la ortodoxia, la ortodoxia a la herejía, y está a unas rafias importantes a los infractores. Por los métodos más expeditivos. El ortodoxo entiende que la ejecución, con sadismo o sin él, resulta muy efectiva para el mantenimiento de sus postulados.
López Facal sitúa el precedente del concepto “ortodoxia” en el “concilio” de Jerusalén del año 49. Debatían si el Cristianismo debía predicarse solo a los circuncidados o podían ser invitados también los gentiles, tema que enfrentaba a las distintas tendencias. San Pablo zanjó el debate en la Epístola a los Gálatas repartiendo simplemente la clientela entre todos. Fue san Ireneo, obispo de Lyon, el que definió, en el año 189, la “ortodoxia”, como las ideas que él mismo y los suyos compartían. Sus rivales teológicos pasaron a ser herejes.
Seguramente es «herejía» simplificar, como lo hago, el delicioso relato de Javier López Facal, su portentosa y documentada erudición. Entiendo que pretende por encima de todo mostrar la génesis de las ideas y costumbres que nos trajeron hasta aquí. Y lo lleva a cabo sin sacralizaciones reverenciales, esa pura racionalización que conduce a observar con ironía ciertos pilares de la historia. Por eso, quizás me he atrevido a usar este tono.
Los miles de asesinados por motivos religiosos son casi una anécdota al lado de los que cayeron abatidos por fanatismos políticos. Y aquí sí entramos en el drama que las ortodoxias y sus castigos causan a los que no piensan como quienes tienen el poder y las armas. Nacionalismos excluyentes, imperialismos, la elevadísima capacidad de “imponer una ortodoxia incuestionable y de perseguir a los discrepantes”. El recorrido que Javier hace por la historia de los conflictos del Siglo XX arroja millones de muertos. Guerras civiles, religiosas, de intereses siempre.
López Facal analiza en profundidad el fascismo y el racismo como su germen, concepto que no aparece hasta el siglo XX, aunque se practicara. Esos afanes por afirmar la superioridad de unos sobre otros en razón de su nacimiento. Desconocía yo -y lo cito como anécdota, instructiva sin embargo- la existencia de la teoría de la “Raza de Bronce”. La aventuró el filósofo mexicano José Vasconcelos (1882/1959). Pensó englobaría a los hablantes de español y portugués de América y estaría llamada a facilitar la aparición final de la “raza cósmica”. El español y el portugués, lo primero. Hagamos al portugués y al español grandes otra vez. Y así siempre.
Lo peor es cuando estas cabezas se aposentan en grandes centro de poder como está ocurriendo ahora.
Ya ven, todo por buscar la perfección, o la simetría –como prefiere llamarla López Facal-, algo que no tiene la hoja del olmo. No, no es perfecta. Es hermosa.
Publicado por Clave Intelectual, en el libro tienen cabida otras imperfecciones. El número pi y otros desconciertos. La regulación de las emociones estéticas. La analogía y anomalía en el lenguaje. En capítulos que tengo pendientes de leer y que sin duda despertarán sensaciones e ideas como ha ocurrido con el grueso del texto.
PD. Algo más quiero reseñar. Javier López Facal se ha jubilado y noto escribe más a gusto aún que de habitual. Es profesor emérito del Centro Superior de Investigaciones Científicas, de los que puede dar alguna clase, si quiere. Acudí a la presentación del libro en una de las grandes aulas del CSIC y allí encontré a numerosos científicos como él, algunos coetáneos. Compartiendo los pormenores del libro y cuanto sugería como en una charla abierta. Llenos de vida e ilusiones, de conocimiento, de libertad. Añadiré en la completa irreverencia de este artículo que, al día siguiente, fui a un concierto de The CredenBeat en la Sala Galileo, Madrid, en la que tantas veces rodé cierres del telediario. Un grupo de personas que, a edad tardía, cumple sus sueños de siempre, un Tributo a su grupo favorito, y el de muchos otros: Creedence Clearwater Revival. Y que nos hizo bailar hasta la emoción.
Hay una edad tercera, o cuarta, o quinta, que no se retira. Que no se deja. A la que le resbalan los convencionalismos, los clichés, las etiquetas, los controles. En definitiva, la perfección, la ortodoxia… Y oxigena sentirlo así.