
Casi cada día recibo solicitudes de amistad de Facebook –red a la que me apunté a sugerencia de José Antonio Rodríguez que también está en ella y me habló de compartir fotos-. La mayoría las acepto y a veces recibo mensajes en el correo en los que me avisan de que “fulano de tal habla de nuestra amistad”. Uno de ellos lo ha hecho tres veces con la misma idea y diferente texto porque “no recuerda si me lo había dicho”, ni siquiera se molesta en leer lo anterior. Aparecen viejos conocimientos que se alegran mucho de nuestro reencuentro pero no vuelven a escribir. Ya se ha acuñado la frase: “eres más falso que un amigo de Facebook”. Pero el espejismo enciende el vacío: «estoy tan solo que deseo hasta recibir mensajes spam», me confesó una persona.
Lo que la práctica revela es que el ser humano está sediento de amistad, de relacionarse con otros. Dudo que ambos conceptos sean sinónimos. El conocimiento de otro desemboca en contacto fugaz, amistad e incluso amor. Y, como en una lotería, los caminos que tome son imprevisibles, es el gran misterio de la afectividad que ninguna técnica, física o química ha resuelto aún. Se precisa armonía y magia para que el sólo hecho de tomar contacto produzca un afecto. Ni siquiera que ésa sea la senda que marquen años de trato. Pero sí resulta evidente que cada vez nos sentimos más solos, cuando caemos en ese pozo de la amistad nominal.
Toda mi vida he tenido una relación extraña con esa palabra, que vendría a ser definida como relación interpersonal de afecto, al que mi indispensable diccionario de sinónimos de Fernando Corripio no le dedica más que una línea remitiendo a “compañerismo”, compañía por tanto. Creo volcarme en las personas y no suelo encontrar la misma respuesta. En la película “Tal como éramos”, uno de los más divinos Robert Redford de la Historia le dice a Barbra Streisand: “es que tú eres demasiado intensa”. Algún “amigo” me ha aconsejado que frivolice y no entre ni en problemas ni en profundidades para tener más amigos. En tardes dolientes enchufo Cosmopolitan como una droga y me trago por enésima vez la superficial y elitista serie “Sexo en Nueva York” para observar el cuento de hadas de la amistad entre cuatro mujeres que jamás compiten entre sí y que siempre se prestan ayuda y consuelo.
“Desconfío de la gente que no tiene amigos”, me dijo una mujer, Mabel, que presumía de poseerlos por cientos y a la que le crecían como esporas. Lo cierto es que, probablemente, ella sí sería una de las personas a quienes podría llamar aún a cualquier hora y en cualquier circunstancia, pero no es lo habitual. Yo… “desconfío de la gente que tiene muchos amigos” y a Mabel le repregunté. “¿y cuántos son de verdad y no un mero conocimiento superficial?”. No me respondió satisfactoriamente.
Conservo la cinta de un viejo contestador plagado de llamadas de mis muchos “amigos” de entonces, apenas dos personas han permanecido hasta ahora. Miro fotos de sucesivos cumpleaños y tampoco se repiten a lo largo de los años más que un par de rostros. Los amigos pasan, se van y vuelven a veces, desparecen también. Puede ocurrir asimismo… que no acudan a los cumpleaños. Otro curioso fenómeno es que uno califica de mejor amigo o mejor amiga a personas que no corresponden con el mismo nivel en el escalafón. Y ese desequilibro produce una disfunción. Casi la misma que llamar “hombre de tu vida” a aquél para quien no fuiste “la mujer de su vida”. Lo cierto es que no lamento haber perdido a ningún amigo que ya no está.
Madrid me acogió como una madrastra de manual cuando llegué en 1983. Sentí más calor, después, viviendo en Nueva York que en esta supuestamente acogedora ciudad y otros testimonios han corroborado mi impresión. La compañía consustancial a la amistad se prodiga poco en una gran ciudad. Sospecho, a estas alturas de la vida, que la mayor parte de las personas confluyen por intereses superficiales y a tiempos concretos.
Uf, prometo por lo más querido que mientras escribo esto en Word –no por tanto en Internet- me ha saltado un anuncio en la barra que dice: “friend scout 24: conoce a gente de tu localidad en sólo 60 segundos”. Evidentemente tengo visitantes fantasma en mi ordenador. Pero es otra muestra más de las carencias de la sociedad actual.
Yo tengo muy pocos amigos y, por diferentes circunstancias, apenas cumplen con el rito de la compañía. Me resulta asombroso que algunos de los más cercanos sean opuestos ideológicamente a mí -lo que no deja de plantear problemas en la comunicación-. Y, sin embargo, he encontrado joyas que se aprestan a ofrecer y facilitar un favor sin ninguna contrapartida. Síntoma de amistad más acorde con el concepto, en mi opinión.
Pero vivimos en un mundo individualista y egoísta en el que la búsqueda del bien propio prima sobre ninguna otra consideración. Y, a la vez, nunca la gente dice tener tantos amigos. Rara avis la amistad, buscada, deseada, que deserta de almas gemelas en el inmenso desierto de la vaciedad y la soledad.