


25 kms cuadrados y 11.800 habitantes, Tuvalu es un país insular de la Polinesia, a mitad de camino entre Hawai y Australia. Lo descubrió en 1.568 un español, casualmente: Álvaro de Mendaña y Neyra. Este leonés se topó con Tuvalu en el primer viaje que realizó al Pacífico pero, al parecer, dedicó mucha mayor atención a Perú, país del que partió su segunda expedición. La escueta información nos habla de viajes de traficantes de esclavos y balleneros en aquella época al pequeño Tuvalu –todo indica que los esquilmaron-, pero no cómo acabó siendo un protectorado británico. Llegaron misioneros -¡cómo no!-, protestantes en este caso, que pasaron lo suyo para evangelizar a aquellos pocos infieles, porque tardaron más de medio siglo en conseguirlo.
Con una economía agrícola de subsistencia y apenas sin entender la riqueza del marisco de sus aguas, todo cambió para Tuvalu en el año 2000. Tuvalu es su nombre y tuvaluano su idioma que comparten con el inglés, y ninguno de los dos hechos había nacido ayer. Pero fueron decisivos: su sigla en Internet es tv, la televisión en casi todos los idiomas. ¿Qué ocurrió? Que cedió sus letras de matrícula a una empresa estadounidense que le paga un millón de dólares cada tres meses y le ha dado el 20% de sus acciones. Con esa importante inyección económica, Tuvalu gestionó su ingreso en la ONU, a la que pertenece desde 2001 –haciendo oír activamente su voz, además-, construyó carreteras y prosperó. Porque todos los numerosos dominios que terminan en tv han de estar registrados en Tuvalu.
Parece que nunca la felicidad es completa, porque Tuvalu tiene un grave problema: su altura máxima son 5 metros sobre el nivel del mar –la menor después de las Maldivas, con 2 m-. Lo peor es que Tuvalu sufre frecuentes tornados y ciclones y, por si faltara poco, se está hundiendo porque el océano allí actúa como sumidero. A dos por tres sufre ya inundaciones que salinizan y destruyen las cosechas. Su primer ministro clama en la ONU contra el cambio climático, se pregunta porqué tienen que pagar ellos lo que otros destruyeron. Porque ya hay un plan de evacuación. Tendrán que marcharse a Nueva Zelanda o Niue, abandonar su tierra y dejar de ser un país.
Es una monarquía constitucional, perteneciente a la Commonwealth, pero sin partidos políticos como tales, aunque parecen regirse por un sistema bastante democrático de familias o clanes con la sabia voz de los ancianos y los respetados por la comunidad. Las campañas electorales se basan en el prestigio personal o del clan. “Cada familia –copio- tiene su propia tarea, o salanga que llevar a cabo para la comunidad, como la pesca, la construcción de viviendas o de la defensa. Las habilidades de una familia se transmiten de padre a hijo”. No parece mal sistema, su presidente se ha revelado de lo más avispado e idóneo. El 100% de la población está alfabetizada y dedican especial cuidado a la educación.
Palmeras, paradisíacas playas, tan lejos del mundanal ruido que disuade a los turistas, comiendo marisco, cocos y frutas, con música y cultura autóctonas… y van a desaparecer, tragados por el mar. Pero con ellos se hunde también la marca tv en los dominios, la de la televisión, creando un grave problema al mundo globalizado que aún no sabe cómo resolver, pero que le preocupa seriamente.
2 de Mayo de revoluciones épicas, suciedad en el ambiente a todos los niveles. Os he querido traer la novelesca historia de Tuvalu (gracias David) para abrir los horizontes de nuestro diminuto y cerrado mundo. El paraíso está muy lejos y el mar, la mano del hombre –de otros hombres- que han cambiado el clima, lo empuja al abismo hasta hacerlo desaparecer. Que con él se volatilizara también mi antaño amada televisión, no sería el problema más grave, sería incluso deseable. Pero creo que el día que Tuvalu se hunda definitivamente todos seremos un poco más pobres.







