Se llama Cristina y ha escrito un nuevo libro: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Me dicen que se lleva escribir de los padres, que pocas historias son más reveladoras que cuando se habla de ellos sin trampa, ni cartón. Yo misma dudo entre escribir del pasado o del futuro, mientras no lo hago enredada en los tuits del presente y en todo cuanto cada día hay que hacer. Por eso quiero escribir del libro de Cristina antes de saber completamente adónde la llevan sus pasos. Los libros tienen hoy vida corta y precisan que se hable de ellos para que alcancen larga trayectoria. Para que echen a andar. Y vayan lejos.
Cristina echó a andar. Varias veces, según leo. Una, en la Zaragoza que nos vio nacer a las dos. Con varios años de diferencia. Pero es que los lugares estaban ya, para mí y para ella que llegó después. Para nuestros padres y nuestros abuelos. Echará andar Cristina otra vez en Barcelona, y temo la causa, porque sale dolorida. Y, mira por dónde, se va a Casteldefells, y camina por las curvas de Garraf, y la tengo ahora en una vieja casa familiar ubicada en alguna de aquellas urbanizaciones de Tarragona construidas en los años 70 del siglo XX, que han quedado como monumento al que fuera incipiente turismo de la época, con un cierto aire a Parque temático de aquel tiempo. Lo sé porque también he vuelto. Con mejor sabor, por allí ahora están amigos queridos.
Cuando le hablaban de miedo, Cristina no se atrevía siquiera a pensar de qué tenía miedo. Sus terrores no tenían límite, dice. Lo que yo conozco de Cristina Fallarás es todo lo contrario, aunque no se incompatible curiosamente. Una mujer que no le tiene miedo a nada, o lo supera, y se levanta una y otra vez ante los empentones de la vida. Empentones es otra palabra que se usa mucho en Aragón. Más aún, que aunque le aticen se ve impelida a mantenerse en pie, por coherencia, como le pasó en cierta acera que le costó una multa de Ley Mordaza en los terribles años de la Era Mariana.
Cristina también sintió el amanecer helado de Zaragoza y supo de la tapia de Torrero que olía a sangre y se mentaba como un exorcismo. La tapia de Torrero que cambió la historia de su familia. Y sintió el mismo Mercado Central, joya del Modernismo, que ha visto tantas cosas. A nosotras también. A mí desde luego, cuando regresé a una ciudad que yo reconocí pero ella apenas me reconoció.
Tengo a Cristina ahora mismo, digo, en la Urbanización de la provincia de Tarragona. Las playas de Zaragoza. Con sus dos piscinas de riñón y las habitaciones de distintos colores para albergar a familia e invitados. Alguna vi, de invitada. “El lugar donde pase mi infancia y mi adolescencia, en fin todo el tiempo que no estaba interna en el Colegio del Sagrado Corazón”, explica Cristina. El Sagrado Corazón, precisamente el Sagrado Corazón –el de “las monjas francesas» que solían ser de cualquier lugar del norte de España- de regreso a mi vida, sin internados, en inolvidable puerta de gratuitas.
Cristina salió de Barcelona esta vez. “Eché andar con la sensación flotante que imprime en el ánimo la total desposesión. Sencillamente eché a andar. No queda nada atrás. Nada de lo que fui. Nada de lo que tuve”, dice.
“Qué forma de haberse hecho con los golpes y ser ya golpe”.
Cristina lleva al lector más atrás aún. A las casas con lo que llamaban “cocina económica” de hierro forjado, «cuando los cantos robados a la orilla del Ebro parecen animalillos acurrucados para la siesta». Quizás El Arrabal, sería también común. En un día de trascendencia. “Presentación le acerca el cacillo y, al rozarle la mano, siente la emoción igual que un globo en el vientre, la ternura que inevitablemente le despierta ese hombre desamparado, pura melancolía. Se borra el rastro de una lágrima. Es su lágrima. Su cotidiana felicidad».
Y aun así, enredada ella en un reloj que tropieza, cree perder el sabor del último encuentro, en el día que no amanece, “cuando las botas -cuántas cuantisimas botas caben en las botas militares- han hecho temblar los tres peldaños y aporrean la puerta como si la puerta pudiera morir”.
“Me llamo Cristina y ésta es la historia de una familia y sus silencios. Historia de cómo el silencio contagia, atraviesa generaciones y fermenta. Ésta es una historia en descomposición, contada para pertenecer”, cuenta en el tránsito. Ése que, en algún lugar, en algún momento, con personas y recuerdos, abre caminos para seguir echando a andar. “Con la certeza de que no estaba sola, de que alguien allí atrás, yo misma por ejemplo en algún sitio, agazapada, esperaba su ocasión”.
El libro se titula “Honrarás a tu padre y a tu madre”, Editorial Anagrama, y lo ha escrito la periodista y escritora Cristina Fallarás, que lo inunda del placer de las palabras bien dichas y de un corazón intenso e inmenso.
trimaila
/ 13 febrero 2018Que precioso texto para una valiente mujer, Cristina, de la que su padre y su madre sin duda se sentirán muy honrados y orgullosos.