Desprecio de la cultura

A Esperanza Aguirre le sobra la cultura. Tan campechana ella, ha anunciado con su cercano tono de sargento cuartelero, que «al igual que hacen los hogares en dificultades» suprimiendo lo que estiman más superfluo -eso se deduce de sus palabras-, elimina la consejería de cultura, turismo y deportes. Sus competencias pasan al vicepresidente Ignacio González, un hombre muy ocupado porque, a las labores propias de su alto cargo, añade viajes -grabados- a Cartagena de Indias, llevar y dejar bolsas, guarecerse de los espías, o celebrar con sus familiares su súbito enriquecimiento con contratas suscritas con la Comunidad de Madrid. Pero es que los madrileños ya disponen de la contemplación pasiva del fútbol como deporte, los turistas vienen igual, encantados, a las sucias y desconchadas calles de Madrid, y la cultura es prescindible. Así lo ve una antigua ministra… de cultura. Nombrada para ese cargo pese a que creer que Saramago -Sara Mago- era una bailaora, que no es una leyenda urbana porque yo misma la escuché.

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El problema es general. El actual gobierno de la nación, como todos los anteriores, prima la industria sobre la cultura. Los medios informativos relegan sus espacios culturales que siempre, salvo muy escasas excepciones, han servido de una forma desastrosa. Presentan la cultura como tocho infumable que disuade de acercarse a ella.

Somos un país rematadamente inculto, de provocar vergüenza en muchas de sus manifestaciones. Donde los ciudadanos ni siquiera sienten pudor de decir que ni leen libros ni periódicos, ni de hablar mal -porque a hablar, a expresarse, se aprende leyendo-. Os recuerdo que, antes de la crisis de la prensa escrita, los periódicos apenas vendían en España 100 ejemplares por cada 1.000. Justo la cifra que la UNESCO marca en el umbral del desarrollo, y que supone menos de la mitad de la media europea. Finlandia y Suecia alcanzan, por ejemplo, más de 400 ejemplares por 1.000 habitantes. Y sólo Portugal, Grecia e Italia, como siempre, están a la par o por debajo de nosotros. Y los libros más vendidos son en su mayoría pura basura.

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Una industria musical mediocre -en la que podíamos calificar «de consumo»- que dudo permita a los buenos valores hacerse un hueco en ella, porque lo que prima es el negocio fácil. Con unos pocos valores sólidos que se presentan como excepciones. España -en el cine igual- es país de individualidades culturales, de excepciones, porque tienen que luchar con la cultura reinante, la verdadera cultura, la que significa a los pueblos. ¿Que tenemos un actor excepcional, Bardem, o un director al menos, Amenabar, en las más altas cotas de la calidad, o a otro rompedor como Almodovar? Sin duda. Pero nos nombran ministra -Ángeles González-Sinde- a la autora de un guión -«Mentiras y gordas»- que es un monumento al mal gusto. Y que, además, defiende a la industria y no entiende que la tecnología lo ha cambiado todo.

 No quiero ser exhaustiva, sino dar una semblanza de conjunto. En Brasil han aprobado pagar una asignación mensual del equivalente a 16 euros a 12 millones de trabajadores para que la gasten en teatro, cine o libros. Van a invertir en ello casi doscientos millones de euros anuales. Hasta esperan que con ello obtengan «mejores puestos de trabajo». Aquí suprimimos la consejería de cultura… para ahorrar, mientras se dilapida en obras y hasta cócteles y se privatizan servicios básicos para obtener dividendos. No entienden qué es la cultura ni para qué es útil -la utilidad que no falte-, o sí lo entienden pero no les interesan los ciudadanos maduros y responsables.

La UNESCO definió la cultura hace muchos años, decidme si esto es lo que nos sobra:

«La cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden».

(UNESCO, 1982: Declaración de México)

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