Y un día el ordenador fenece

Cuando hace 15 meses me decidí a seguir los consejos que me animaban a escribir un blog, pensé que no sería capaz de afrontar la técnica necesaria para llevarlo a cabo. Luego resultó que era mucho más fácil de lo que parecía. Un paso lleva al otro y se puede incluso hacer incursiones en el vacío (lo desconocido) para mejorar el resultado.

Me confieso una enamorada apasionada de Internet. Un inmenso océano se abre, con toda su riqueza –a desbrozar desde luego- de conocimiento, estética, innovación, y –especialmente- una población marina de todos los colores. Parece posible hasta llegar a la última sima de los Montes submarinos de los Músicos, en el Pacífico –que según miré una vez- pasa por ser el lugar más profundo de la tierra. Por eso saqué El Periscopio, para mirar sobre las aguas y zambullirme una y otra vez. Por eso comparto la opinión de Eduardo Punset.

Ahora bien, el “medio” para navegar, el ordenador, sigue siendo un objeto que miro con ciertas reservas. No conozco todos sus resortes y, a veces, me sobrepasa. Grito entonces en extraña vena religiosa “Ay, dios mío”, que es la versión hispana del “Oh, my god” de una vieja pariente: la novia de Indiana Jones cuando andaba el susodicho por El Templo maldito.

Hace unos días, mi ordenador se vio afectado por un grave percance. Lo tenía yo tranquilo y relajado en la mesa, sin mirarlo siquiera, cuando sufrió una succión de más de la mitad de los iconos del escritorio. Intenté abrir Internet y me salió un aviso que decía poco más o menos: ¿Desea activar el programa de suplantación de personalidad? (Opción recomendada). Creo que esta vez dije incluso “My god” ¿Cómo me proponía semejante barbaridad? Suplantación de personalidad, y encima como opción recomendada. Una tiene sus principios. Lo apagué de inmediato y lo llevé al servicio técnico habitual. Uno de los chicos, Manuel, me ha adoptado y cada vez que me ve aparecer con mi bolsa de ruedas muda de color.

Cuando lo traje supuestamente reparado, observé todas las desgracias que le habían ocurrido en su enfermedad. Adiós a los favoritos en donde cada vez guardaba más cosas esenciales por aquello de no dañar a los árboles con la impresión en papel. No había hecho una lista con ellos, no creo que vuelva a recordar qué tenía allí. Había desaparecido casi todo en realidad. Ni siquiera aparecía spotify que surge por generación espontánea allí donde me conecto con el portátil.

Pero faltaba descubrir lo peor: mi preciado archivo, todo lo que he escrito –los originales de 6 libros incluso, el avance del séptimo-. Sé que debía haber hecho un backup, guardarlo en alguna parte, pero siempre me ha dado pereza. Abrí mis documentos y los primeros archivos figuraban con un prefijo: una culebrilla y el signo del dólar. Palabra. Sé que esto los expertos lo entenderán muy bien, pero yo no.

Le doy a la tecla para abrirlo y me pregunta en qué idioma lo quiero. Varias modalidades de finlandés y japonés, o en turco. No perdí la calma. Lo intenté con otro y esta vez la oferta era más amplia, amplísima incluso, se añadía hasta el cirílico y el nórdico -que es una lengua arcaíca-, pero allí no figuraba el español por parte alguna. Le di a “europeo”. Y mi texto se abrió en cuadraditos. Únicamente cuadraditos ilegibles.

Fin de semana de inicio de Semana Santa. Apagué el ordenador. Lo volví a encender al cabo de un rato y, en esta ocasión, se puso a regurgitar palabras y signos blancos, sobre fondo azul claro. Al terminar, transcurrida hora y media, se quedó muerto y ya no hubo forma de volver a abrirlo.

Esta mañana he vuelto a coger la bolsa de ruedas para llevarlo a la tienda de reparaciones. Manuel dice que el disco duro se salvará. Espera. Y le va a practicar una cirugía drástica que lo dejará de nuevo operativo. No sé como saldrá de la operación. Confío en unos buenos resultados.

Ahora bien, el ordenador juega muy malas pasadas, tiene vida propia y hace cuanto se le antoja, máxime si alguien ajeno le incordia desde los confines de la Red. Hay que ser previsor y diligente y copiar y guardar lo indispensable, fuera de sus tripas. Pero no es un instrumento perfecto. Sólo un incendio o una inundación se lleva el denostado papel –que por cierto a mí no me huele a nada, salvo en los libros antiguos, los recortes de periódico amarillean con el tiempo y apena se leen-. Y, sin embargo, el ordenador sólo es un medio, Internet sigue allí, para el portátil, para otros accesos. Luego sólo es el almacenamiento en un único cesto lo que entraña peligro. El Periscopio puede salir desde otros puertos. A encontrar todo, hasta peces de colores.

Actualización 1 de Abril:

  Ordenador reparado y con prácticamente todo dentro. Gracias a vuestros consejos, creo que no volverá a darme un susto.

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