Lo dice ABC que de eso sabe. De lo que hay que decir, vamos.
Aún procurando estar alejados de los festejos, nos fueron sirviendo un álbum de fotos, y eso tan bonito en democracia de los «corrillos», sin cámaras ni micrófonos, a los que solo tienen acceso los invitados a los besapés y canamanos. Así que nos hemos hecho una idea precisa de lo sucedido. Personal. A la vista de lo visto.
De entrada, parecía más que una fiesta un funeral.
En otro momento, el duelo seguía hacíendose patente salvo el rostro de la alcadesa de Madrid que lucía una expresión más relajada.
Magnifica esta foto de miradas hacia arriba, tan peculiares, y un inmenso hueco en el centro.
¿Qué les pasaba todos? Los Hernando&Hernando y Sánchez también se mostraban raros.
El presidente del Congreso se dormía y el del Tribunal Constitucional investido por la real gana de Rajoy y su PP de poderes omnímodos aparecía con una expresión indescriptible. (Indescriptible, por si caso).
Y el Rey, si se permite el comentario con la altamente restrictiva legislación vigente.
Decididamente esta gente había dormido mal o se les había atragantado el desayuno. Los ministros principales, la vicepresidenta…
A la vista están las pruebas. Salvo Carmena.
La cosa se animó muchísimo más con los besapés. Dicen que a alguna hasta se le subió el vinillo o las ganas de poder. La competencia aprieta fuerte. Vestida con un modelo inspirado en los tapices o estandartes de Palacio, Cifuentes desfila con su modelo, pergeñado probablemente desde la campaña electoral. La reina titular no se muestra entusiasmada y le brinda casi un saludo Varoufakis.
Las crónicas palaciegas nos contaron después los entresijos del evento para los invitados a la recepción. El triunfador fue Albert Rivera al que gritaban «Presidente, Presidente» como contaba El País.
Realmente no cabe esperar grandes deseos de cambio entre buena parte de los políticos invitados, altos cargos y personas de la vapuleada cultura o de la intelectualidad de este tenor:
El aludido, preso del éxito que repentinamente cosecha -a salvo de unas campañas de apoyo mediático que ni en las presidenciales estadounidenses como suelo decir- se sincera. No «han montado esto» para que siga Rajoy. Rajoy, es Rajoy el que no les gusta, del resto no dicen.
Pablo Iglesias, el líder de Podemos, no acudió a la fiesta. Y, en un gesto simpático por las narices, los organizadores llamaron a la cabra de la legión Pablo. Las alcurnias criticaban la ausencia de «el coletas» antisistema. El Mundo nos describe el asco que dan los pobres a estas gentes de bien como el Ministro Fernández Díaz.
ABC se explaya con la arriesgada alcaldesa de Madrid que sí acudió a todo el acto completo. Dedica un artículo a valorar los vestidos de las mujeres asistentes. De las damas, claro está.
Y en él, el atuendo de Manuela Carmena les parece el de «una funcionaria de correos de los años 40». Pero, hombres de dios, si ese tiempo es vuestra añoranza. Y es que hay quienes para esta gente no aciertan nunca. Carmea debería haber pedido consejo a Cifuentes con lo cerca que la tiene y lo mucho que la aprecia.
Los medios internacionales hablan de división. Del #nadaquecelebrar. De los que no fueron. De quienes, como Ada Colau, alcadesa de Barcelona, criticaron el despilfarro (800.000 euros), entre otras cosas. Por cierto, que yo haya leído nadie comenta que no estuvo presente ni un familiar de Felipe de Borbón. Ni la reina Sofía, madre amantísima que es de los pocos miembros del clan limpios de sospechas.
Costumbres decimonónicas en un país sumido en una crisis descomunal, económica, social, ética, de valores…
¿Una fiesta para todos? Salvo honrosas excepciones, para todos… los que no me representan.






















