Hay un supramundo que parece existir al margen de la ley y que se infiltra, con más intensidad de la que creemos, entre los cimientos básicos que nos sustentan. Un ejército -muchos ejércitos-, paralelo y en la sombra que, sin embargo, está dando muestras de desintegración. Por lo peor que –para sí mismo- puede mostrar el espionaje: la notoriedad. (Y nada edificante).
Me despedí anoche con harto dolor de Stieg Larsson que no escribirá más. Tres libros para -con lenguaje de imán- denunciar disfunciones y corrupciones de esta “hermosa” sociedad que hemos formado. El último va directo a la yugular de los servicios secretos, la llamada –nunca he sabido por qué- Inteligencia. Hasta desliza la sospecha de que fuera este servicio –una cápsula, por supuesto- el autor del nunca aclarado asesinato del primer ministro socialdemócrata Olof Palme en 1986.
Los espías se enseñorean de las noticias estos días. Los datos privados del Jefe de los espías británicos, publicados en Facebook por su esposa. Expedientes olvidados, chapuza sin fin. España no se queda atrás. La máxima autoridad, Alberto Saínz, pillada en ostentosos gastos privados a cargo del departamento, pero denunciado –a un medio informativo- por su personal. Saínz que pretende hacer purga y expulsar a 60 de sus subordinados. Estimable cifra que no habla precisamente bien del funcionamiento de los servicios secretos españoles.
En un ámbito más privado o semiprivado –sin emplear la excusa de la seguridad nacional-, Berlusconi espía al G8, el magnate de la prensa Murdoch a políticos y famosos. La dictadura cubana utilizando la acusación de espionaje como argumento de purga. Corren los espías por la Comunidad de Madrid en litigios de partido, denunciados también desde dentro de sus filas. El tesorero acusado del PP, arrampla con papeles comprometedores hurtados.
Y la película hecha realidad: el infecto Cheney, de la infecta etapa Bush, oculta un plan antiterrorista al Congreso para capturar y matar a supuestos miembros de Al Qaeda, sin juicio ni nada que se le parezca.
La airada tesis de Larsson es que el espionaje –de altos vuelos y de andar por casa- puede terminar por vivir al margen de la ley y sin control, algo que no puede permitir un sistema democrático. Es una de las tantas excepciones que socavan la enferma estructura de nuestra sociedad.
Mirar, escuchar, trampear, para hacer presión, chantaje y daño. En el que algunos de mis lectores –por lo que he visto- llaman mi mundo utópico -que sí busca, al menos, la claridad-, sería uno de los principales males a erradicar. Termitas imperceptibles, cada vez más chapuceras, más impunes, que comen el caballo de Troya al que nos han trasladado a vivir, pero a es a nosotros, a la sociedad, a quienes piensan asaltarnos.