Desde anteanoche siento como si me estuvieran cortando la espalda con una motosierra. Como la máxima intensidad –mucha- depende de movimientos entendí que podía ser una contractura o pinzamiento –no una fractura-, pero que necesitaba comprobación médica. Nunca lo hiciera, la que fue clínica de referencia en España, la Jiménez Díaz de Madrid, se ha masificado en la nueva filosofía de que la salud es una “oportunidad de negocio” y me tuvo 5 horas en urgencias, 4,45 de ellas esperando. Y no de cualquier forma.
Como en un cuento de terror, los pacientes son obligados a aguardar solos porque sus acompañantes no caben. No han previsto otra sala, por ejemplo, para ampliar el espacio. Y no se nos permite salir. Con las sillas desvencijadas (y eso sí todo muy bien pintado en los accesos), no se autoriza abandonar la habitación ni siquiera hasta el dintel de la puerta para –en mi caso- apoyar la espalda en la pared. Primero vino una mujer con uniforme que, incluso por su acento, parecía de la KGB. Luego, un cambio de turno nos trajo a un español que acariciaba una porra diciendo: Está prohibido. Todo allí estaba prohibido. Salvo permanecer solos durante horas, aspirando virus varios, y el dolor de tantas personas. Una mujer que se había roto el brazo al caer en una acera desvencijada de Gallardón (concretamente en la calle Caleruega) veía crecer la inflamación de su brazo sin que le llegara el turno, con una cara de pena que me daban ganas de abrazarla. Otra temblaba literalmente en su silla de ruedas. La cueva de los horrores sin otra salida que escapar sin diagnóstico. Pregunto ¿Qué necesidad hay de aumentar el sufrimiento de los ahora llamados «clientes»?
Ciertamente el personal no daba abasto a trabajar. Por eso, una joven doctora que me atendió me argumentó que “las urgencias están saturadas por gente como yo que acude sin necesitarlo”. Con un par de ovarios, lo ha puesto en el informe –un tanto dulcificado-, tal como le reté a hacerlo. De nada le sirvió que le argumentara que ellos deberían ser los primeros en negarse a que se comercie con la salud y se trabaje en esas condiciones. Pero yo trabajo desde los 13 años y creo he pagado con creces la atención que pueda necesitar.
Pendiente de un estudio de alergias medicamentosas desde hace dos meses en esa misma clínica, me recetó lo único que –por no haberlo tomado- no sé si me va a provocar alguna reacción. Lógicamente, no lo he tomado, no fuera a requerir volver a tan siniestro lugar.
En 2005 hice un reportaje sobre el sistema sanitario español que ya se veía amenazado. La OMS todavía nos consideraba el séptimo mejor del mundo. Y descubrí datos como éstos: Es la primera empresa de España, 300.000 empleos directos, y mas de dos millones indirectos, el 6% de la población trabaja en sanidad. Genera enormes gastos, pero también ingentes beneficios: el 5% del producto interior bruto. Han de cuidar de algo tan delicado como la salud de todos los españoles y residentes en nuestro país, prácticamente en cuanto necesiten para conservarla e incluso promoverla y gratis salvo en el copago de medicamentos a los menores de 65 años.
Mirad cómo terminé el reportaje:
La OMS definió la salud ya en el año 1947 como «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solo la ausencia de enfermedad o dolencia». Una utopía hacia la que numerosos profesionales intentan caminar. Mientras, los números mandan. La mayor parte de los sistemas sanitarios tienden a priorizar, a racionar, porque dicen que ya no es posible dar todo, a todos y gratis. Los más utilitaristas favorecen a los ciudadanos que dicen merecen los recursos por su estilo sano de vida y discriminan a los que no se cuidan. Dicen que será el futuro inevitable. Es una labor de todos conseguir que la sanidad española, universal y gratuita, resuelva sus problemas para seguir siendo una de las mejores y justas del mundo.
Seis años más tarde, echad un vistazo a Cataluña o Madrid y decidme hacia donde ha evolucionado.
Eso sí, no volveré a “saturar” las colapsadas urgencias a no ser que me lleven inconsciente. Mejor la motosierra en la espalda, que el terrible cuento de terror que viví ayer y que, sin duda… ha empeorado mi espalda.





