Uno atraviesa los años deteniéndose apenas en el día en el que nació y en los que lo hicieron los seres queridos, o en los que aquellos murieron. Encuentros, despedidas, compromisos señalados. Y pasan los años sin saber cuál será la fecha en la que otros te recordarán porque te fuiste. Un día cualquiera para ti hasta entonces, que pasaste decenas de veces sin reparar en él. Uno atraviesa los días sin saber que algunos se fijarán de forma indeleble.
Probablemente el 11 de Septiembre sea para mí un signo imborrable en el calendario. El primero fue el de Chile en 1973. Amanecía un futuro a estrenar con grandes destellos de promesas. Los libros de la Universidad me detuvieron en el caos que padecía América Latina. Bolivia, Panamá, Uruguay, Argentina en ciernes, Cuba siempre, vivían en dictaduras, igual que España. En el resto, la democracia era muy precaria. Había preguntado un día en clase de COU sobre el diferente destino de los conquistados del norte y del sur del continente. “A los del norte los mataron a todos”, comprendí. A los del sur les robamos y les dejamos genes, cultura y escala de valores. Chile era la esperanza: el socialista Salvador Allende y sus reformas… imposibles. Duele amanecer con la esperanza rota por los tiros que cercenan los sueños. Un botarate –como suelen serlo todos los golpistas- acabó con ellos. Vivimos apasionadamente la peripecia, el final de toda confianza en una solución. Los muertos, los torturados, los despojados, los desaparecidos. Las manos cortadas del asesinado Victor Jara solo porque cantaba con candente ingenuidad. Al amor explotado de Amanda, contra el vecino dictador de Guatemala, Rios Montt, por la paradoja mil y ciento repetida: “Mi padre fue peón de hacienda, y yo un revolucionario, mis hijos pusieron tienda, y mi nieto es funcionario”. El dolor mortal de Pablo Neruda que me había descubierto que cualquier noche se pueden escribir… los versos más tristes. Como querer fuera del amor.
Un 11 de Septiembre, Cataluña comenzó a volver a celebrar su diada nacional. Agravio comparativo de los aragoneses, de alguna manera, que veíamos mermado, como tantas otras cosas, nuestro 23 de Abril por su feria del libro. Pazguatos intereses provincianos y absurdos todos, en un mundo global, en una Europa sin fronteras.
Otro 11 de Septiembre, en 2001, presenciamos en directo por televisión como las dos torres del país líder mundial se derrumbaban como si fueran de arena, como en un sueño. Habiamos mirado desde su restaurante en la cumbre el Empire State, como mandan los cánones, maravillados por el esplendoroso Nueva York que se abría a los pies, paisaje urbano del siglo XX desde la cima. Y ya no quedaba nada. Ni los muertos que nunca vimos. Y algunos supimos que venían malos tiempos. Ceguera fanática usada como excusa para un cambio social. Merma de derechos civiles, militarismo, ascensión y desborde del capitalismo, la guerra, la tortura, las invasiones que no encuentran lo que dicen buscar porque no es lo que nos cuentan lo que buscan, la trampa financiera que aún nos ahoga. Un tibio despertar nos alumbra hoy.
Un 11 de Septiembre hace 25 años murió mi madre. Y he conocido sus secretos anhelos, su dolor, sus esperanzas y sus sueños, apenas en signos, unos recortes de periódicos guardados en primorosa carpeta, unos recuerdos mejor hilvanados. Instalando la certeza de que debiste hablar más. No fuimos tan distintas.
Ha transcurrido hora y media del 11 de septiembre de 2009. Quiero despertar al día con buenas noticias, con cambios, promesas, proyectos, gestos, paz, bienestar. Seguramente será un día más. El calendario es un convencionalismo. Y ni siquiera hoy es 11 de Septiembre para todo el mundo.