O ten cuidado cuál eliges. ¿Quién me habrá mandado ir a Mercadona un viernes de Julio inicio de un puente y con todo cuanto acarreaba? Fue en La hoguera de las vanidades de Tom Wolfe (1987) dónde con más precisión visualicé cómo un error impremeditado desencadena consecuencias que no se hubieran dado de otro modo. Cómo estar donde no habías previsto estar te mete en una especie de pesadilla. Para argumento literario lo sigo encontrando fascinante, otra cosa es experimentarlo.
Bien es cierto que no ha tenido nada que ver con el glamoroso Nueva York de los 80. Por el contrario era el Madrid de 2016 con todas sus contradicciones. En este caso el que ubica un supermercado de ofertas en una zona residencial cara. Lo que suele implicar un extraño ambiente de herederos de los Siete Pares de Francia haciendo la compra en un mercadillo. He dado un volantazo en su dirección camino a mi casa, tras pasar una mañana de consultas hospitalarias. Parece que se está imponiendo la moda de frenar los coches –especialmente de gran cilindrada- embistiendo al vehículo que te precede. Ayer me pasó por segunda vez en mes y medio y he tenido que ir a descartar lesiones de entidad en mi dolorida espalda.
Lo aconsejable y aconsejado era ir directamente a casa a guardar un moderado reposo. En su lugar, he optado por buscar una compensación al fastidio y comprar algo de pescado fresco, algo apetecible para comer que me alegrara un rato el cuerpo. Eran las 2 de la tarde. Así me he dirigido al Mercadona de la calle Telémaco en la zona de Arturo Soria. Compro rápido, llego al coche y no arranca. Es la batería. Se lo digo a un hombre que llena de bolsas su maletero al lado del mío. Me dice que llame a mi compañía de seguros. Sin contestar, subo al supermercado, le cuento el problema al que parece ser un encargado, me dice que no tiene pinzas para activar la batería, ni nadie las tiene. Ni empleados ni clientes pueden solucionar ese problema que, sin duda no les atañe, pero que no cuesta demasiado intentar. Teniendo en cuenta sobre todo el día y la hora.
Estoy cansada y dolorida, dudo qué hacer. Me parece tener ante mí una montaña por escalar. Pero no queda otro remedio que llamar a la aseguradora y esperar. Cojo la compra para que no se estropee con el calor del aparcamiento y optó por sentarme en un extremo en una silla de caja –muy incómoda por cierto- y esperar. Vamos a ver, yo he pasado por circunstancias mucho más adversas y complicadas, claro está, lo que me parecía hoy un contrasentido absoluto era estar sentada en una esquina del Mercadona aguardando a que un técnico de la Mutua se desplazara y viniera a arreglar lo que cualquier conductor podía hacer en pocos minutos. Yo no llevo pinzas, pero esos coches que van tan sumamente equipados dudo que no los tengan.Dudo que no los haya en un centro con repartidores. Nadie me hacía el menor caso y eso que no había demasiada gente en la tienda. En poco tiempo, pues, el problema concreto ha dado lugar a una sensación de insolidaridad mucho más lamentable.
Por fin, un joven que parecía también encargado me ha preguntado si me encontraba mal. Y así era: le he soltado en tromba todos mis malestares. Al principio ha dicho que él sí tenía pinzas pero luego ha debido pensar que, por protestar, no me merecía ayuda o –más probablemente- que no era su cometido. Y se ha ido muy rumboso. Y no ha vuelto a dirigirse a mí.
Durante cerca de una hora les he visto a todos ellos pasar y traspasar, moverse como autómatas. A todos, clientes y cajeros, empleados. Ponían la compra en la cinta, la recogían, alguno me miraba de reojo y punto. No sé si soy capaz de describir mi experiencia. La deshumanización que he estado contemplando como en una película que se desarrollaba con lentitud durante casi 60 minutos, lo largo que se hace el tiempo en esas circunstancias. Cómo habían obviado ya el bulto –yo- que tenían al lado. He pensado que allí, en ese Mercadona, alguien podría caerse muerto sin que nadie le mirara siquiera. Y mi malestar iba en aumento. Lo que iba a ser un comprita de unos minutos se ha alargado en exceso.
En la Mutua han acelerado el trámite a pesar del día y la hora que eran, porque creo que han percibido que mi voz salía en la rellamada un tanto quebrada. De dolor e impotencia. Se han portado muy bien, tanto al teléfono como en la asistencia. Como personas, vamos. . He salido de allí pasadas las 4 de la tarde. Alguien me ha dicho por el micrófono de la barra de acceso del aparcamiento que había sobrepasado la hora de salir tras recibir el ticket. Les he respondido que sí, que ampliamente, que si me abrían o preferían joderme aún más. Han abierto.
Hay gente que disfruta con el mal ajeno especialmente cuando le toca a alguien que no les gusta. Por fortuna los males que refiero son puntuales, se pasarán; las actitudes dan el aspecto de permanentes. Porque esto que es una trivialidad, parece síntoma de muchas cosas. Por eso lo reseño. La imagen de todos a lo suyo, como marionetas, abstrayéndose de una persona que se encuentra mal y así lo ha dicho y lo han oído, explica muchos comportamientos de nuestro presente. Si en algo tan accesorio se comportan así, cómo va a preocuparles las familias a las que desahucian, la pobreza infantil, los refugiados a quienes dejan ahogarse en el mar, los despedidos igual entre sus propios compañeros, las injusticias, el aumento de las desigualdades, el saqueo de las arcas públicas. Ocurren de nuevo hoy sucesos terribles, realmente terribles, en España y fuera de ella; ahora corroboro que con todo este tipo de gente que refiero no se puede contar. Para nada. Son de otra raza.
Solo unos pocos empleados de lo que veía en otras ocasiones parecen permanecer en la tienda. Hoy no estaban. Los de hoy resultaban preocupantes. Para sus propias vidas. Los clientes también. Este cada uno a lo suyo del egoísmo hecho categoría de vida, era lo único que le faltaba a esta sociedad. Porque toda esa gente un día puede verse en apuros de cualquier tipo e igual ya no hay nadie capaz de echarles una mano y ni siquiera habrá quien lo lamente. Las causas son múltiples y vamos de mal en peor.
- Actualización:
Escribir sobre un tema de poca trascendencia (salvo que se mire realmente el fondo del asunto) ha hecho que mucha gente que no ha comentado nunca en este blog haya entrado en tromba. Qué diferencia con el anterior, verdaderamente. Han servido para aportar esa semblanza de la sociedad actual que explican tanto de nuestro presente. WordPress, el servidor que aloja mi blog gratuitamente, prevé que los comentarios pasen por un filtro para ser aprobados. Y evitar así que te empuerquen el blog. Emporcar es palabra que usamos mucho en Aragón y que encuentro muy descriptiva.
Estoy usando ese recurso, para no aprobar algunas comentarios. Yo también escribo gratuitamente aquí, es un blog personal y me asiste la potestad de fijar el derecho de admisión. Siempre ha sido así y ha contribuido a una buena armonía. Primo el bien común, y hay veces que actividades parasitarias lo entorpecen.
No son ofensivos los comentarios que no paso, simplemente son, algunos, bastante peregrinos y aquí siempre ha habido muy buen nivel entre los lectores. Por supuesto que se puede discrepar pero con argumentos, con mala baba ensucia, como digo. Comprendo que estamos en Julio, que hay gente a la que no le preocupan los problemas serios y que es un divertimento. Pero mantengo lo que suelo decir: que no todas las opiniones son respetables, contraviniendo la moda general a la que le gusta la gresca, o el ¡zasca! Ay, el terrible zasca tan bien acogido por la «cretinez».
Me dice uno por ejemplo:
«No se si serás la misma, pero casualmente anoche me contaba un amigo que en su curro fue a ayudar a una mujer que se la veía agobiada con un problema en el coche, y cuando se acercó se encontró a una tia con pinta de feminista empoderada porqueyolovalguista exigiendo que los hombres la sirviesen, y ahí se le terminó la caballerosidad. Ante todo igualdad. Tendría gracia que esté leyendo la misma historia pero vista desde el otro lado».
¡Qué casualidad! ya estamos con el machismo-feminismo. Si una persona se queja y es una mujer lo hace de «los hombres». Pero qué santa estupidez. Pues, hombre, si no sabe ni dónde trabaja su amigo, igual el comentario le ha venido al pelo.
Me da risa pero es lamentable. Como los que dan por hecho que no me ocupo de personas que lo están pasando mal. Mirad lo que dice esta señora en la línea de otras que aprovechan para darme lecciones:
…»la próxima vez que veas a alguien que no se encuentra bien y necesita ayuda no dudes en dársela y ya verás como si otra vez te vuelves a encontrar en una situación parecida o simplemente necesites ayuda la recibirás sin duda…. lecciones que nos da la vida para que nos demos cuenta de lo que hacemos mal y seguramente tu necesitabas sufrir en tus carnes la falta de humanidad para cambiar o aprender».
Con un par.
Pueden estar tranquilos todos estos, tras descansar me encuentro mejor, el coche funciona ya perfectamente, soy consciente desde hace muchos años de quién puede defraudar y no de acuerdo con lo que se espera (vista la experiencia), escribo o no escribo en el blog lo que quiero o dejo de querer… Y todos ellos pueden seguir con sus miserables vidas -si es el caso-. Pero, por favor, manténgalas alejadas de los sitios de interés. Váyanse a jugar a los campos de Zascas. Tienen muchos otros lugares para pasar el tiempo sin molestar. Yo les ayudaré si es preciso. A mantenerse lejos.