
La fotografía de D. Umbert, publicada en El Mundo, es del Parlamento catalán. A la espera de los nuevos inquilinos, los escaños permanecen vacíos. Casi: un maletín los ocupa. La expresiva imagen podría extrapolarse a las Cortes Españolas y, sin duda, a Estrasburgo y su consecuencia en Bruselas. La verdad es ésa: caras valijas se aposentan en el lugar que debía hacerlo la soberanía popular, tal como mandan las Constituciones democráticas. ¿Lo han y lo hemos olvidado?
En la Moncloa, la sede del gobierno español, también se han acomodado los representantes de 37 empresas que, según nos cuentan, acumulan el 40% del PIB. Familias de solera enriquecidas en las raíces de nuestra desgraciada historia o nuevos ricos. Dueños particulares de empresas que fueron públicas y se entregaron a los amigos. Regentes que reparten subcontratas a menor coste para acumular cada vez más beneficios. Fabricantes que dejan o no dejan empleo en casa. Insufladores de burbujas varias. El gerente del FMI que salió por piernas a punto de revelarse la crisis ya gestada y que hoy dirige una caja –aún- cuasi pública. Traficantes de aire puro. Hay de todo en el paquete. Favorecidos por un trato ventajoso en los impuestos, sin excepción. Sus maletines son los que mandan, por encima de la sociedad.
Zapatero les ha prometido “acelerar las reformas económicas”. Meter mano a las pensiones, urgentemente, “ir más allá en la reforma laboral”, tal como ellos piden. Echémonos a temblar en consecuencia. Había que tranquilizar a los histéricos mercados. A los que sientan sus maletines en Europa también. Y los periódicos neoliberales jalean el status quo, los que vaticinaron la crisis por las narices, los que sentencian países desde los consejos de redacción.
Dicen las PYMES españolas que ellas son las que proporcionan el 80% del trabajo. Debe ser cierto. ¿Y no era el empleo uno de los principales problemas de España? ¿Qué hacemos con el 40% de los jóvenes y no tan jóvenes parados? Pero no, la economía, la política, nuestra vida, la de nuestros hijos, se juega en el casino. Para que solo quién tenga más fichas participe y gane. ¿37 en España? Parece que, fundamentalmente, sí.
Ya le llaman a la reunión de la Moncloa el G-37, no, debería ser el G-46.000.000, nosotros, porque con nosotros se especula. Pero, al margen de errores propios, somos apenas un apéndice de la UE muerta –aunque no enterrada- donde unos extraordinariamente bien pagados políticos y funcionarios, con su credibilidad mundial por los suelos, se pliegan a los mercados. Para ahí necesitamos el G-501.000.000.
Cruje el mundo en desigualdades. Algunos países espabilan en fórmulas propias, más o menos a costa de mermar derechos laborales. Algunos con saldos humanamente positivos en sus reformas. Pero la globalidad, que en concreto tanto invocan, es una pifia. Existía la ONU: la desinflaron. Precisamos por tanto un G-7.000.000.000. U obligar a quienes sentamos en las poltronas (es lo que han terminado por ser) de la democracia a que avienten maletines de rica piel y obren para el bien público, de toda la población. Porque va a llegar un día en el que lo vamos a hacer nosotros.





