
Uno no podría vivir sin fiestas y paréntesis lúdicos. Y la Navidad, tránsito de un año del calendario a otro –aunque en medio de una estación y un curso que no parece aportar cambios decisivos-, se celebra con fruición en todo el mundo. Fue el tema del primer texto que publiqué en mi vida, en un periódico llamado Aragón Exprés, con 16 años. Ya entonces era… la gran fiesta del consumo.
Los carteles de “Hay lotería de Navidad” nos asaltan desde el verano, apenas ha habido un semestre de pausa. A partir de Octubre podemos encontrar lazos rojos y bolas de colores, grandes cestas destinadas a regalo en los centros comerciales. Y, ahora, a finales de Noviembre, prende la iluminación: mes y medio de luces engalanando la ciudad. Cueste lo que cueste que «un día es un día», aunque se convierta en 45 seguidos, o algo más. Ya sabéis que la gente madura suele –o solemos- decir que “antes” las Navidades comenzaban con el sorteo del 22 de Diciembre, y que en menos de tres semanas nos habíamos liquidado el evento. Los años han ampliado los plazos, han intensificado las ofertas.
Ya está aquí la Navidad. Luces blancas, de colores, serpentinas, adornos rojo y oro, rojo y plata, verde musgo, transformando absolutamente el paisaje urbano. Los arbolitos con guirnaldas, las ventas de pobres arbolitos desgajados del suelo, apretados en su agonía inapelable por cuerdas que hacen más fácil su transporte a los hogares. Los juguetes, las cajas de brillantes envoltorios, todas con lazos rojos. Los atascos históricos, el no ver avanzar el coche durante horas, el peregrinaje a un punto en el centro de la ciudad donde parecían confluir todos los caminos. Existen establecimientos de venta a lo largo y ancho, diría que a lo alto y bajo de cualquier ciudad, pero estas fiestas inducen a acudir al centro, donde hay más gente, para fundirse en el calor de las masas humanas.
Llegará enseguida, la ceremonia de bajar de los altillos o comprar el arcaico belén, tributo a la nostalgia de la niñez; la búsqueda desenfrenada de regalos, objetos inservibles muchas veces, a doble costo del habitual. El griterío de los niños en las grandes superficies, con la voz más atiplada que de costumbre. Los nervios de los papás, los nervios de las parejas, los nervios de las personas solas, el llanto de los abuelos añorando irreparables pérdidas. El bombardeo de SMS en toda la escala posible del ingenio, a mayor gloria de las compañías de telefonía móvil. Y todo ello aderezado con canturreos machacones, imparables, de cuatro notas, cuatro tópicos, sonando por todos los altavoces. La bestia continúa inapelable su estrategia: adormecer, narcotizar, debilitar a las víctimas.
Todo sigue su curso. La inevitable comida o cena de compañeros de trabajo, de amigos, de familiares lejanos, de antiguos alumnos, de socios del gimnasio, del yoga, del taller literario, de la fila en la caja del supermercado, de vecinos teóricamente bien avenidos. Unos y otros, todos, sepultando en el alcohol las rencillas que pueden haber aflorado durante el ágape. O disfrutando –que también, enhorabuena- de la compañía de seres queridos o apreciados.
Y ¡por fin! el arranque oficial aún: la lotería. Comprar afanosamente billetes, salvoconducto a la riqueza, todos cuantos nos ofrecen por si acaso les toca a otros y no a nosotros. Los voceros de la bestia nos mandarán a dormir entre esperanzas de logros. Por lo general -y es una regla de tres-, la cansina serenata de números pasará de largo una vez más. No para algunos, que cantarán en las puertas de los bares sin temor al ridículo por la limosna de una suerte repartida. Los demás se consolarán con que gozan de salud, aunque les duela la espalda, los sabañones, el estómago y el alma.
Pero es que la Navidad ¡les gusta tanto a los niños!, ¡les hace tan felices! No será a los hijos de padres separados que sufren un desgajo inolvidable al vivir las tensiones de “este año te toca a ti la nochebuena, no que me toca la nochevieja”. Y los abuelos varios que también reclaman su cuota y que suelen terminar frustrados. Pero vamos a compensarles a estos crios, y a engatusar a los vástagos de familias felices, a educar a todos, con muchos regalos. Entre costumbres propias y foráneas, estarán las criaturas –y muchos mayores- tres semanas abriendo paquetes. Saturados, estragados. También, aunque menos, sentirán cierta ausencia -paliada con la presunción de su dicha- los padres de hijos con pareja que se reparten entre familias.
Habrá que pensar en los menús de cenas y comidas. Compitiendo como en una guerra, aguardando interminables colas, nos afanaremos en comprar langostinos con boro, ostras caducas, sucedáneo de angulas, pavos, corderos y cabritos, turrones plagados de colesterol, pagando el doble o el triple de su precio. Las vísperas del evento, los supermercados parecerán –como siempre- el escenario posterior a una guerra mundial: cajas vacías tiradas por el suelo, estanterías desabastecidas, restos incompletos de lechugas, cardos y coles desmayados supervivientes del naufragio sobre cualquier mostrador, con un terrible olor a viejo en el ambiente, con los villancicos sonando sin cesar.
Inapelable, vendrá la primera noche, el primer bombardeo de sensiblería anunciada. Conjuros de felicidad y bondad flotarán en un mundo de tensiones, guerras, desmanes, crisis, e injusticias. Por un mientras dura la cena, sin preguntas al más allá o al más acá de uno mismo. El Rey nos hablará para, como siempre, no decir nada, pero sus palabras serán cuidadosamente analizadas por si esconden mensajes secretos -con lo fácil que es contar las cosas como son-. Los niños correrán vestidos de Papá Noel. Vino y cava para forzar la alegría. Refugio artificial de la soledad en muchos casos.
La chiquillería continuará disfrazada los días posteriores: de piratas, hadas, guerreros, princesas, muchas princesas; y con caretas, pitos, espumillones trenzados, confeti, gritando desaforados. Que es bueno despertar la imaginación o la añoranza de ser alguien distinto de quien se es.
Y, más allá, nos aguardan las uvas y el dejar de fumar… un par de días, los Reyes Magos, y más atascos, y más compras y más histeria colectiva. Y la “cuesta de Enero” imprevisora. Ha merecido la pena el gasto ¡lo hemos pasado tan bien! O nos hemos desgarrado tanto por nuestras carencias que no se disipan, que incomprensiblemente se acrecientan en estas entrañables fiestas.
Pues nada chicos, ¡Felices Navidades!






junma
/ 28 noviembre 2009Totalmente deacuerdo 🙂 como siempre, un placer leerte, esto es algo que escribí hace unos días sobre la navidad también
http://divagea.blogspot.com/2009/11/ya-es-navidad.html
apajerabierta
/ 28 noviembre 2009La exhaltación del consumo. La época de las grandes comilonas. Siempre me ha parecido que algo no funcionaba bien en esto de la Navidad. Es curioso que la entrañable jerarquía católica que tan fácil amenaza con las penas del infierno por otras causas, guarde un prudente silencio ante, lo que de acuerdo con lo que enseña ella misma enseña,(o debería enseñar), es una prostitución del espíritu cristiano. Siguiendo sus propias escrituras, el tema es que Dios, por amor a la humanidad, se hace hombre, ( no lo entiendo, pero vale). Además, pudiendo nacer como el hijo de cualquier promotor inmobiliario o banquero, nace pobremente, míseramente, como queriendo decir en qué equipo juega. Como desmarcándose. Pero dosmilypico años después, la conmemoración de este hecho -para los cristianos, fundamental- se convierte en la fiesta que contradice todo lo anterior. Hay que regalar «algo», aunque ya se tenga de todo. Pero no se regala compañía, paciencia, cariño, sonrisa, una actitud amable, perdón, comprensión…. y otras tantas cosas similares de las que nuestra sociedad está tan necesitada. Regalar es más fácil. Pago x euros y quedo bien, sin necesidad de hacer ningún esfuerzo.
En un mundo en que al día mueren 20.000 personas, (los negros son también personas, aunque no lo sepan en Intereconomía), esa obsesión por la gran comilona en sus diferentes facetas, de empresa, de Nochebuena, de Noche Vieja, Reyes…, cuando estamos saturados de comida ( y de omeprazol), me parece impresentable. Creo que se llamaba gula y que en su día era también un pecado mortal, aunque menos mortal que esto del fornicio. La jerarquía siempre lo ha disculpado más a juzgar por las panzas de muchos de los príncipes de la Iglesia. Pero la Iglesia guarda silencio. La Conferencia episcopal no pone el grito en el cielo ante tamaña desfachatez y falta de solidarida. No amanaza con excomulgar al que no manifieste solidaridad con sus semejantes. Tampoco niega la comunión a los alcaldes que se gasten una millonada en luces en vez detalles solidarios hacia los ciudadanos menos favorecidos.
Si el verdadero espíritu de la Navida imperase, no hacía falta luces para comprender que estábamos en Navidad.
Qué inteligencia la que se oculta detrás y mueve esta sociedad de consumo, que consigue sacralizar el egoismo y el gasto por el gasto!!!
Soto
/ 28 noviembre 2009Hola Rosa Maria y amigos bloqueros:
De acuerdo totalmente con lo que dices y con lo que tambien matiza
(Aperjarabierta)..A mi cada Navidad que pasa ,más fiticia me parece toda la sociedad y tengo que reconocer(a pesar se no ser catolico) que algo de encanto tenia en los tiempos ha,ahora sencillamente es insufrible.
Apertas agarimosas
Rafael Noguera
/ 28 noviembre 2009Pues sí, así es. La bestia, el gran macrófago, rodea y atrae para sí todo tipo de iniciativa o bicho viviente. Como en un terrible proceso de fagocitación todo acaba siendo asimilado, destruido. Lo terrible, en el caso de la navidad, es que el mecanismo desplegado consiste en desestabilizar emocionalmente a la persona (el famoso «vuelve a casa por navidad»), así, el enfermo, busca consuelo al calor de las luces de algún centro de consumo.
Urge localizar a la bestia.
Lucía
/ 29 noviembre 2009Caray, si hay algo que me cansa más que la navidad son las críticas a la navidad… y también cada año empiezan antes. SIC.
corazon
/ 29 noviembre 2009Esta que lo es: me pongo una pegatina que dice «Felicitaciones? ¡No, gracias! . Pero los compañeros no lo entendian.
Un abrazo Rosa.
Salud y Republica!!
Viator
/ 29 noviembre 2009Parece que estamos en la misma onda. Desde comienzos de noviembre nos están amenazando con la navidad y, como cada año, yo me vacuno escribiendo algún cuento, o similar, para resarcirme de tanta felicidad agresiva.
Una de tus comunicantes dice que está más cansada de las críticas que de la propia navidad. Qué le vamos a hacer, unas y otra se complementan: cuanto antes barruntamos la navidad, antes nos ponemos a la defensiva. Es un mecanismo de defensa
Eliecer
/ 30 noviembre 2009Es difícil escapar de la navidad, yo voy por fases aunque con retraso, sigo atrapado. Hace años dejé de salir en Nochevieja, estaba un poquito cansado de borrachos con smoking y borrachas de lentejuelas. Además de soportar la misma conversación una y otra vez desde octubre “¿y este año en Nochevieja qué hacemos?”. Sin embargo el resto de la navidad me la trago enterita y sin pestañear, porque claro mucho consumismo y mucha historia, pero tu dile a tu hermano/a que no le traes regalito a tu sobrino porque quieres rescatarle de las garras del consumismo, o mira a los ojos a tu hijo y dile: esta navidad vas a jugar con este trozo de madera y tu imaginación, ¿tus primos? no, tus primos con la wii y los bakugan. Tu hermano/a que te conoce desde pequeño te recordará la ilusión que os hacían los regalos de los “titos”. O dile a tus padres, que llevan cortando jamon y cociendo langostinos para toda la familia desde el 78, que tu este año vas a comer ligero y cosas de temporada. Estamos atrapados 😦
Pati_Difusa
/ 30 noviembre 2009Yo la temo.
Resulta que entre finales de noviembre y primeros de enero se aglutinan los aniversarios más luctuosos de mi vida (y a mí eso me afecta) y lo de la felicidad din don din y por decreto me espeluzna doblemente en estas fechas. Y luego tenemos el capítulo de las compras preceptivas, mujer, pues vaya cenizo, con la ilusión que les hace a los niños (que saben ya de la verdadera naturaleza de reyes, papás noeles etecé, pero da igual, venga play stations, nintendos, portátiles) con lo que le gusta a mi madre…
Me iría un mes al campo a asilvestrarme y a leer como una posesa, de verdad os digo.